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De la niñez a la adolescencia: el porqué de tantos cambios.

El descubrimiento de reacciones sexuales en el recién nacido o en el niño pequeño asombra a muchos que consideran a la sexualidad como una adquisición de la vida adulta.

La influencia de la tradición cultural judeocristiana ha motivado un rechazo hacia estas ideas, que aún hoy algunos pretenden discutir basándose en prejuicios morales y doctrinas religiosas, pero sin la mínima base científica. Hasta los más firmes opositores del psicoanálisis se vieron obligados a admitir la existencia de comportamientos decididamente sexuales desde el nacimiento: el viejo mito de “la inocencia infantil” se revela tan absurdo como frágil.

Se trata de una sexualidad rica, viva y altamente estimulante para el desarrollo del pequeño. Todo niño accede, desde los primeros instantes de su vida, a un complejo mundo de placeres sensuales que son explorados y vividos directa y libremente, sin otros impedimentos ni fronteras que las que le imponga, necesariamente, la educación recibida.

Parece no quedar duda, hay que reconocerlo, que la sexualidad en el pequeño existe desde su nacimiento. A partir de allí el bebé es agitado por sentimientos de origen físico, su cuerpo siente placer de abrigo, de ser mecido, alimentado o simplemente de acostarse. En cambio, si sus necesidades básicas no son satisfechas, sus músculos se ponen tensos, su cuerpo se estremece de angustia, y llora.

De esta manera, el niño comienza a aprender sobre sexo. Mediante sus sensaciones comienza a conocerse y a apreciarse y por lo tanto conocer y apreciar a los demás. Naturalmente, lleva muchos años la transformación de estas primeras sensaciones corporales en las complejas emociones del ser maduro. Sin embargo, todos los pasos están relacionados, y ninguno es más importante que los que da en su primer año, aún antes de haber pronunciado su primera palabra.

Apenas comienza a respirar, los esfuerzos del niño y sus sentimientos se dirigen a satisfacer su apetito. Mediante su primer e intenso acto reflejo, la succión, aprende a alimentarse del seno o del biberón. Este acto alivia sus dolores de hambre pero, al poco tiempo, se convierte en un placer. Gorgotea y suspira, se conmueve ante la deliciosa sensación de sentirse lleno después de lo desagradable que era estar vacío.

El beso, en el comportamiento adulto, es una supervivencia del erotismo infantil oral. Por medio de la succión realiza su primer contacto con otra persona, su madre. La relación madre-hijo es capital. Ella se convierte, gracias a los cuidados que proporciona y a las sensaciones que despierta, en el “… objeto del primero y más profundo de los amores, prototipo de todas las relaciones amorosas ulteriores” (Sigmund Freud1), pero también es causa de sus mayores sufrimientos cuando se separa mucho de él.

Hacia el segundo y tercer año de vida el niño aprende a soportar las frustraciones cuando se enfrenta al control esfinteriano: siente placer en retener, expulsar, tocar su materia fecal, y tienden a emplear palabras groseras relacionadas con la función anal. Muchas actividades sociales han nacido de la manipulación simbólica de las heces. Es el origen de la limpieza, del regalo, del juego, de las armas y también del dinero; se opone generalmente a la avidez y la dependencia de la fase oral, el tesón, el gusto por la mesura y la economía de la fase anal.

¿Cuándo comienza la curiosidad sexual? En toda época, a partir del año y medio de edad. Así como el niño o la niña descubrió sus dedos, se dará cuenta de sus genitales y los querrá tocar e inspeccionar. Autoerotismo que bañará de placer diferentes zonas que se convertirán en erógenas.

Es importante, para el desarrollo del pequeño, tener una clara visión de cada sexo como una guía para su propia conducta. Como el rol de la madre resulta ser el más activo durante los primeros dos años, hay una tendencia en determinadas familias a dejarle que sea el progenitor dominante en la vida del niño. Se debe saber que los varones necesitan un hombre con el cual identificarse y las niñas lo necesitan como contraste.

Entre los 3 y los 5 años de edad, los niños experimentan todos los sentimientos del conocido Complejo de Edipo (ver Hacerse un hombre o una mujer). Desde los 5 ó 6 años hasta la pubertad parecería que el sexo queda olvidado al entrar en un período llamado “de latencia”. El pudor se vuelve importante, es la etapa del ingreso escolar, por ello se necesita que sus impulsos físicos encuentren satisfacción en la adquisición de conocimientos y en diferentes juegos y entretenimientos.

Varias cosas parecen contribuir a disminuir los impulsos sexuales típicos de la edad. Por un lado, se produce un cambio en las glándulas sexuales y se hacen más activas las hormonas del crecimiento, mientras que las primeras mencionadas se calman. Otro factor es la vida más activa y variada que los niños llevan a esa edad. Están capacitados para entender más cosas y tienen menos necesidad de encontrar placer corporal en cada experiencia.

Esto no quiere decir que el niño esté sexualmente en blanco. Algunos pueden dedicarse a juegos sexuales infantiles, como mirar o tocar los genitales de otros niños o contar cuentos sucios.

Estos entretenimientos son frecuentes entre los 4 y los 10 años de edad: desaparecen dentro del baño con sus amigos e intercambian malas palabras, se pueden desvestir para mostrarse sus nalgas o sus genitales y tocarse el uno con el otro. A veces, es más velado y aparece en forma de juegos de “doctor” u “hospital”.

Durante este período es de esperar algún juego sexual de este tipo, pero si se practican con demasiada frecuencia —tanto que se olvidan los demás divertimentos— podemos pensar que existe un alto grado de ansiedad que el niño no puede manejar.

La preadolescencia

Al acercarse al final de la infancia los niños y las niñas deben estar preparados para los cambios grandes y vitales que darán madurez a sus cuerpos. La aparición de la primera menstruación y las poluciones nocturnas marcan el acceso a la sexualidad genital, acompañadas de las diversas transformaciones fisiológicas que se producen en esta época. Sacudidas que oscilan entre la renuncia ante el dejar de ser niño y el despertar del ser adulto.

Los cambios puberales aparecen súbitamente imponiendo una clara frontera entre la infancia y la adolescencia, y restan a los púberes confianza y seguridad en sí mismos. Con ello se cierra también el período de latencia de las pulsiones sexuales, y tanto el niño como la niña acceden al estadio genital, que marca el paso definitivo a la sexualidad adulta. Entonces el deseo sexual se incrementa.

La adolescencia

A menudo, durante la adolescencia, aparecen conjunta o separadamente prácticas sexuales que serán luego abandonadas. Nada en este período está aún consolidado, y la aparición de conductas homosexuales, por ejemplo, no implica una definitiva orientación hacia ello.

En medio de esta conmoción, los adolescentes deberán buscar la rica gama de emociones que brindarán significado y darán expresión a las sensaciones nuevas y adultas de sus cuerpos. Aparecen, entonces, modalidades de satisfacción: como la masturbación, prácticas homosexuales y las heterosexuales. Hay que tener en cuenta que hablamos de prácticas y no tendencias. En la conducta sexual adolescente nada está aún consolidado ni puede considerarse definitivo, y sobre todo excluyente.

La masturbación es, con frecuencia, la única forma de satisfacción sexual a la que puede recurrir el adolescente, afectado por la virulencia de los deseos y las emociones. Los varones recurren, a veces, a la masturbación mutua, colectiva. Se trata de pruebas de fuerza y audacia ante la trasgresión que se comete, amparadas en el apoyo del grupo. Al mismo tiempo, son circunstancias que obran a modo de iniciación simbólica del joven a un placer que va más allá de sí mismo.

Las mujeres sucumben en ocasiones a la seducción producida por una amistad intensa y apasionada, donde el contacto físico aparece como una prueba final de afecto mutuo cuya conquista se torna indispensable. También entre las chicas la práctica más frecuente es la masturbación mutua, las caricias y los frotamientos que obran como iniciación al placer sexual. Lo importante es que se trata de sucesos irrelevantes para la orientación de sus protagonistas, que discurre por caminos distintos y que no será modificada por una experiencia homosexual aislada.

Los jóvenes que mediante esas experiencias descubran en sí mismos tendencias latentes hacia las personas de su mismo sexo, no por ello hubieran dejado de percibirlo más tarde, en su vida sexual ulterior.

1 Sigmund Freud fue un médico neurólogo austriaco de origen judío, padre del psicoanálisis y una de las mayores figuras intelectuales del siglo XX. (Wikipedia)

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