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Nasiriya – La cena

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Después de que el senador hubiese acabado bruscamente la conversación, los tres hombres quedaron durante un rato mirando la pantalla que tenían enfrente, la cual mostraba dibujos abstractos multicolores que se entrecruzaban unos con otros sin parar.

«¿Y ahora qué se hace?» preguntó el tipo alto y delgado, interrumpiendo aquella especie de hipnosis colectiva.

«Creo que tengo una idea» dijo el tipo gordo. «Hace ya tiempo que no nos metemos nada en la barriga y ya comienzo a ver hamburguesas por todas partes.»

«¿Dónde crees que puedes encontrar una hamburguesa?»

«No tengo ni idea, sólo sé que si no como algo enseguida, me voy a desmayar»

«¡Pobrecito, se va a desmayar!» dijo con voz de niño el tipo flaco. A continuación cambió de tono. «Con todos los michelines que tienes alrededor de las caderas podrías estar un mes si comer»

«Vale. Dejad ya de decir estupideces» exclamó enfadado el general. «Debemos pensar un plan de actuación»

«Pero es que yo, con el estómago vacío, no pienso bien» dijo con suavidad el gordito.

«Está bien» exclamó Campbell alzando las manos en señal de rendición. «Vamos a comer algo. Mientras, veremos cómo podemos actuar, de todos modos tenemos algo de tiempo antes de que llegue el senador.»

«Muy bien dicho, general» exclamó satisfecho el tipo gordo. «Conozco un lugar donde cocinan un fantástico estofado de cordero con patatas, zanahorias y guisantes, sazonado con salsa al curry»

«Bueno, debo decir que después de esta descripción tan detallada, incluso a mí me ha entrado un poco de hambre» dijo el tipo flaco mientras se frotaba las manos.

«Está bien, me habéis convencido» añadió el general levantándose de la silla. «Vamos, intentemos que no nos cojan. Aunque estoy convencido que todavía no lo han descubierto, yo, a todos los efectos, soy un fugitivo»

«¿Y nosotros no lo somos?» respondió el flaco. «Hemos huido del campamento y seguramente nos estén buscando por todas partes. De todas formas, por el momento, nos importa un pimiento.»

Después de algunos minutos un coche de color oscuro con tres personajes sospechosos en su interior corría a todo meter en la oscuridad de la noche, por las calles medio desiertas de la ciudad, mientras levantaba una nube de polvo fina y sutil a su paso.

«Hemos llegado, este es el sitio» exclamó el tipo gordo que estaba sentado en el asiento de atrás. «Es un poco tarde pero conozco al propietario. No habrá problema.»

El tipo flaco, que era el que conducía, buscó un sitio apartado donde aparcar el coche. Giró alrededor de la rotonda, a continuación se metió debajo de una marquesina ruinosa de un cobertizo abandonado. Descendió rápidamente del automóvil y, con aire circunspecto, observó con atención toda la zona de alrededor. No había nadie.

Dio una vuelta alrededor del auto, abrió la puerta del pasajero y dijo «Todo en orden, general. Podemos ir.»

El tipo gordo bajó también del automóvil y se dirigió a buen paso hacia la entrada principal del local. Probó a girar el picaporte pero no sucedió nada. La puerta estaba cerrada pero todavía la luz estaba encendida en el interior. Entonces intentó espiar a través del cristal pero la gruesa cortina de colores no le permitió ver gran cosa. Sin perder más tiempo comenzó a golpear enérgicamente la puerta y no paró hasta que no vio a un hombrecito, de pelo negro y rizado, asomar la cabeza desde detrás de la cortina.

«¡Que demonios…!» había comenzado a exclamar irritado el hombrecito, pero cuando reconoció a su corpulento amigo dejó la frase sin completar y abrió.

«¡Pero si eres tú! ¿Qué haces aquí a estas horas ¿Quiénes son estos señores??»

«Hola, viejo bribón, ¿cómo estás? Estos son dos amigos míos y estamos los tres muertos de hambre»

«El local está ya cerrado, he limpiado la cocina y estaba a punto de marcharme»

«Creo que este otro amigo te podrá convencer mejor que yo» y le puso delante de la nariz un billete de cien dólares.

«Sí, la verdad…debo decir que sabes lo que haces» dijo el hombrecito cogiendo con rapidez el billete de las manos del gordito mientras lo hacía desaparecer en el bolsillo de la camisa. «Por favor, entrad» añadió abriendo la puerta y haciendo una reverencia al mismo tiempo. Los tres hombres, después de dar una ojeada alrededor para comprobar que nadie los estuviese observando, entraron, uno detrás de otro, en el pequeño restaurante.

El local estaba compuesto por dos habitaciones y no parecía demasiado limpio. En la habitación más grande tres mesas bajas y redondas, apoyada cada una sobre una alfombra raída y de colores desvaídos, estaban rodeadas por algunos cojines asimismo bastante viejos. En la otra habitación, en cambio, los muebles eran de un estilo más occidental y parecía un poco más íntimo. Unas amplias cortinas de colores cálidos recubrían las paredes. La iluminación era suave y el ambiente era, decididamente, más acogedor. Dos pequeñas mesas estaban ya preparadas, listas para los clientes del día siguiente. Sobre cada una de las mesas un mantel verde oscuro con bordados diversos, servilletas del mismo color, salvamanteles de cerámica con los bordes plateados, los tenedores a la izquierda, cucharas y cuchillos a la derecha y, en el centro, una larga vela amarillo oscuro sostenida por un pequeño candelabro de piedra negra.

«¿Podemos ir allí?» preguntó el tipo gordo mientras que con la manos señalaba la habitación más pequeña.

Sin siquiera responder, el hombrecillo del pelo rizado se dirigió rápidamente hacia la sala, acercó las dos mesas, ordenó las sillas y, después de hacer una bonita reverencia y un amplio y vistoso gesto con los brazos, dijo “Por favor, señores, así estaréis más cómodos”

Los tres se colocaron en la mesa y el gordo dijo. «Prepáranos tu especialidad y mientras tráenos tres cervezas.» A continuación, sin darle tiempo a responder, añadió. «No te pases de listo. Se que tienes distintas cajas escondidas por todas partes.»

El general esperó a que el propietario del local se metiese en la cocina, después comenzó a hablar de la conversación que habían tenido poco antes. «El senador es una persona sin escrúpulos. Debemos tener mucho cuidado con él. Si algo va mal, no dudaría lo más mínimo a encargar a alguien que nos matase»

«Pues que bien» respondió el gordito. «Parece que todos aquí nos quieren con locura»

«Intentemos hacer lo mejor posible nuestro trabajo y no sucederá nada» dijo el flaco que había estado callado hasta este momento. «Conozco bien a estos tipos, si no creamos problemas y hacemos todo lo que nos ordena, todo irá bien y cada uno de nosotros tendrá su justa recompensa»

«Sí, una bonita bala en medio de la frente» comentó susurrando el tipo gordo.

«Venga, no empieces con tu pesimismo. Hasta el momento todo ha transcurrido con normalidad, ¿no?»

«Sí, hasta ahora.»

Mientras tanto, escondido en la cocina, el dueño del local estaba hablando en voz baja, en árabe, por teléfono. «Estoy seguro que es él»

«Me parece increíble que haya ido allí sin la escolta adecuada»

«Y en compañía de otros dos. A uno de ellos lo conozco muy bien y estoy seguro que forma parte de alguna extraña organización que podría, de alguna manera, tener relación con el.»

«¿Podrías hacerle una foto y mandármela? No querría montar un lío de mil demonios para después darme cuenta que se trata de un simple error de identidad»

«De acuerdo, veré lo que puedo hacer. Dame unos minutos»

El hombre cortó la comunicación, activó la cámara del teléfono móvil, se la metió en el bolsillo de la camisa de modo que el objetivo quedase ligeramente descubierto y, cogiendo una bandeja de aluminio, puso sobre ella tres vasos anchos. Destapó tres botellas de cerveza y puso cada una al lado de un vaso. Alzó la bandeja con la mano derecha, tomó aire y se fue hacia la mesa ocupada por los tres comensales.

«Espero que os guste esta marca» dijo mientras distribuía las bebidas. «Por desgracia no tenemos demasiada variedad. Aquí las leyes con respecto al alcohol son muy rígidas»

«Sí, si, no te preocupes» dijo el gordito mientras cogía una botella y la echaba llenando el vaso de espuma.

El hombre, entonces, teniendo mucho cuidado de ponerse en frente del general, cogió el vaso, lo inclinó ligeramente y echó con cuidado casi la mitad de la botella. Después, haciendo lo mismo con la del tipo flaco, exclamó. «Se hace así. ¿Así que un pobre iraquí debe enseñar a tres americanos como se echa la cerveza, verdad?»

Una fuerte risotada surgió de la garganta de los tres comensales que, levantando los vasos, los hicieron chocar haciendo un brindis de buena suerte.

El propietario, después de haber hecho la consabida reverencia, se fue de nuevo a la cocina. Apenas había cruzado el umbral y, mientras se aseguraba que nadie lo estuviese observando, controló su teléfono móvil para comprobar la foto que había hecho. Las imágenes se movían un poco pero el careto del general Campbell se veía perfectamente. Envió enseguida el vídeo al número al que había llamado antes y esperó pacientemente. No había pasado ni un minuto, una ligera vibración del teléfono lo avisó de que tenía una llamada entrante.

«Es él» dijo la voz al otro lado de la línea. «Dentro de una hora, como máximo, estaremos allí. No los dejes marchar antes de ninguna de las maneras.»

«Acaban de llegar y todavía deben comenzar a comer. Tenéis todo el tiempo del mundo.» y colgó.

Encuentro Con Nibiru

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