Читать книгу El Infierno no fue Suficiente: 13 historias que no se quedaron - Daro Ceballos - Страница 8
ОглавлениеDe todas las situaciones en las que me imaginé, esta no solo no se asemeja a ninguna, sino tampoco a ninguna de las combinaciones posibles entre ellas. No entra en mi mente una situación tan poco a mi favor.
Me están llevando en una camilla, cubierto totalmente por sábanas, estoy atado, tengo un dolor punzante en la pierna derecha, intento mover los dedos de los pies, pero me duele, creo que está quebrada, no me acuerdo de mucho, estoy escuchando mucho viento con tierra que golpea la tela en la que estoy envuelto. Creo que tuve un accidente. Lo último que recuerdo es estar en Nueva Delhi charlando muy animadamente en un bar con una señorita que tenía mucho interés en mí, supuse que porque era extranjero, era la 1 de la mañana y ya había tomado de más.
Las voces que escucho suenan árabes, no entiendo nada, tengo ganas de dormir y me siento mareado, creo que así es como la gente se siente antes de desmayarse, son esas sensaciones que uno ve en las películas todo el tiempo, pero rara vez tiene la “suerte” de experimentar personalmente. El dolor de la pierna se incrementa cada vez más y, cuando el viento con tierra se deja de escuchar, entiendo que entramos en un edificio. Sacan la tela que me cubría, veo que hay tubos fluorescentes en el techo y me desvanezco, antes logro escuchar unas risas, pero nada más.
Un hilo de luz entra por mis párpados, me duele la cabeza y tengo la boca seca, como cuando estás enfermo, o recién despierto, o con resaca de una noche de borrachera. Abro los ojos lentamente y me encuentro en una habitación muy pequeña, con azulejos blancos, parece un hospital. No hay máquinas de hospital, pero la ventana está enrejada, aunque no son barrotes, solo una reja de seguridad. Me siento raro estando de espaldas a la puerta, pero todavía no tengo el ímpetu para levantarme a mirar hacia atrás, solo tengo la fuerza para abrir un poco más mis ojos. La ventana deja entrar unas líneas intensas de sol, pero no puedo ver hacia afuera porque la persiana está casi totalmente cerrada; no se escucha viento, pero hace calor, siento el calor por más que el interior esté acondicionado.
No me preocupa mucho porque en los días en que estuve en la India hizo calor incluso aunque lloviera, y afuera escucho dos bocinas de camiones que ya había escuchado en la ruidosa capital hindú. Me siento frustrado porque no recuerdo cómo llegué acá con la pierna en este estado, me acabo de percatar de que ya no me duele, pero la siento inmovilizada por lo que temo que esté enyesada.
Cargo fuerzas para poder mover las sábanas que tengo sobre mí para ver el estado de mi pierna y de mi cuerpo en general, para mi sorpresa mis manos están atadas a la cama, con esas esposas que utilizan para atar algunos pacientes de hospital.
—Hola… —Mi voz suena ronca, me doy cuenta de que no hace horas que estoy acá, sino días— ¡hola! ¿hay alguien?
Intento mirar hacia atrás, donde supongo que está la puerta de entrada, pero no se escucha nada. Temo por lo que me haya pasado... ¿qué estaba haciendo? ¿qué me pasó? ¿cómo llegué hasta acá? Por unos segundos creo que estoy soñando, pero de repente me doy cuenta de que no es así por una oleada de dolor que se aproxima por mi pierna.
Hace casi una hora, o al menos eso me pareció, que estoy despierto mirando a la pequeña ventana que tengo frente a mí, todavía no sé nada del exterior ni nada sobre lo que sucedió. De repente se abre la puerta e intento mirar hacia atrás, pero desde el lado contrario al que miré me clavan una jeringa que me da sueño al instante, mi visión se vuelve borrosa, pero igualmente veo que el hombre que me drogó tiene puesto un barbijo en su cara, comienza a mover la camilla, no voy a aguantar mucho más.
Me despierto en otra habitación, hay muchas luces, se escuchan máquinas de hospital, no sé cómo se llaman, tengo una manta que me tapa del pecho para abajo, no siento nada, como si estuviera en cirugía, supongo que será por mi pierna, todavía no entiendo porque nadie me explica nada, un médico me ve despierto e intento hablarle.
—Hola… ¿¿¿por qué hago acá???—En mi mente están las palabras, pero de mi boca salen mezcladas.
El médico, o lo que sea, le hace una seña con una mano cubierta de sangre a otro que me vuelve a dormir, no siento dolor, pero me aterra saber qué me están haciendo.
Una luz brillante me ciega, es el sol que entra desde la ventana, la misma ventana. La pierna ya no me duele tanto, supongo que algo habrán hecho en ella, estoy moviendo los dedos del pie y todo parece normal, salvo por el hecho de que todavía no sé qué me pasó, ni dónde estoy, ni quiénes son los que me atienden, ni por qué tanto misterio. No sé cuánto tiempo dormí, pero no debe haber sido mucho porque todavía tengo sueño.
Me acabo de despertar asustado, mejor dicho, me despertaron. En el pasillo detrás de mí se están tiroteando, escucho gritos en idiomas que no entiendo, pero no parecen hindúes, todo comienza a torcerse en mi mente. Desde afuera entra luz, pero de luna, en el pasillo los disparos cesaron y se escucha a varios hombres con botas correr por él. No creo estar en un hospital, no creo que me hayan traído acá para curarme.
Me despierto nuevamente de día. A los dos minutos, un hombre vestido de blanco con una larga barba entra a mi habitación y comienza a llevarme.
—¿¿¡Qué hago acá!?? ¿qué me están haciendo? ¡¡RESPONDAN!!—grito intentando poner la voz más furiosa que me sale. A medida que avanzamos por el pasillo veo agujeros de balas en las paredes y, en una curva, un hombre con guantes de goma y una mopa limpiando en el piso un charco rojo que parece ser sangre fresca.
Entramos nuevamente en la sala que parecía de cirugía, voy a hacerme el dormido para ver si puedo escuchar algo más, cierro los ojos y pongo mi cabeza de costado, comienzo a escuchar a varios otros hablando en el mismo idioma que no entiendo pero que parece árabe o algo por el estilo. De repente, cuando mueven mi camilla, veo la camilla de operación. Un individuo está tirado de costado, su espalda está desnuda y tiene varios agujeros de balas, uno de los doctores está abriéndolo por detrás, debajo de los agujeros. Abre el cuerpo, saca varios órganos, y los mete en una de esas pequeñas conservadoras para los trasplantes. Cuando el médico cierra la conservadora, empuja el cuerpo fuera de la camilla, el cadáver cae seco al piso y el individuo que realizó la operación, un pelado con barbijo, me ve observando la horrible escena y le hace señas a otro. El otro médico me trae al centro de la sala, donde hay más luz, ponen esa especie de cortina que divide mi visión de lo que están operando, y siento que desatan mis ataduras en las extremidades. Se siente raro, ya me había preguntado cuántos días estuve acá, pero sigo sin saberlo con certeza, aunque se sienten como muchos.
Mi mente vuela a mil kilómetros por hora, estoy parcialmente anestesiado, se me ocurre que puedo salir de acá, podría salir corriendo de la sala, abro un poco los ojos para ver qué es lo que me rodea y enseguida encuentro la puerta por la que entré, no veo ningún obstáculo a la vista, debo pensarlo bien, qué pasos dar, si logro salir de la habitación, hacia dónde ir, debo concentrarme en eso.
Levanto la pierna enyesada con todas mis fuerzas pegándole a quien estaba cerca de mi abdomen por cortarme, caigo de la camilla golpeando el piso sin siquiera poner las manos, logro incorporarme, veo sangre donde caí así que llevo mis manos a mi abdomen que es de donde salía. Con un hombro golpeo la puerta de salida, los gritos detrás de mí comienzan a escucharse, no encuentro a nadie en el pasillo salvo algunos... ¿cadáveres? Sí, son cadáveres, corro hacia una puerta que está al otro extremo.
El viaje a Nueva Delhi fue inesperado, una empresa que no conocíamos de la India nos tomó por sorpresa y comenzó a insistir en un negocio. Todo fue casi instantáneo, no podíamos dejar pasar esa oportunidad y yo era el encargado de hacerlo realidad, claramente un gran paso hacia mi ascenso.
Cuando embisto la puerta con el hombro, una luz me ciega, el sol, muy caliente.
Sabía que asistir a este negocio personalmente me impulsaría directamente hacia la cima de la empresa, no por el viaje en sí, sino por el tamaño de la oferta.
Luego de unos desesperantes segundos, mis ojos se acostumbran y, por primera vez, logro ver dónde estoy: es un desierto, como el Sahara, alrededor hay dos o tres edificios y vehículos militares, lo demás es arena, kilómetros y kilómetros de arena. Mis manos se separan de mi abdomen por la sorpresa, entonces siento un ruido a líquido, miro hacia abajo y el miedo me golpea como nunca. Mis intestinos están en el piso cubiertos de arena, llenos de sangre de un tajo a medio hacer. Me agacho intentando alzarlos y volverlos a colocar en el lugar.
Me duele la parte baja de la espalda, llevo una mano ahí y noto una cicatriz reciente, habían estado operándome por algún motivo, y lo estaban haciendo cuando logré escaparme.
Escucho que se abre la puerta detrás de mí, mi desesperación por volver a introducir los órganos a mi cuerpo es indescriptible, alguien ríe, de repente todo se vuelve negro, sigo consciente, con la cara en la arena y mi cabeza ensangrentada, escucho que cargan un arma.