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Capítulo 1

¿De Nazaret puede salir algo de bueno?

La propuesta social y política de Jesús el Galileo

Introducción

Juan en el Evangelio que lleva su nombre registra una pregunta en la que subyacen prejuicios sociales y culturales instalados en la mentalidad colectiva de los judíos de Jerusalén del primer siglo: «¿…De Nazaret puede salir algo de bueno…?» (Jn 1.46). La forma prejuiciada como los judíos de Jerusalén se refería a los pobladores de Galilea y, especialmente, a quienes vivían en lugares considerados insignificantes como la marginal aldea de Nazaret, expresa también el punto de vista de aquellos que, actualmente, creen que las grandes transformaciones sociales y políticas solo pueden venir desde arriba, desde los que tienen en sus manos el poder y lo ejercen en beneficio de sus intereses personales. Difícilmente aceptarían que, desde la periferia de la sociedad, desde el pueblo de a pie, se pueden generar transformaciones sociales y políticas significativas, así sea en pequeña escala y que, a la larga, pueden cambiar radicalmente la historia de un pueblo.

La comunidad de Jesús de Nazaret, conformada mayormente por personas que formaban parte del «montón» y que eran tratados como descartables en la sociedad patriarcal y piramidal del primer siglo, perfila una historia distinta a la historia que se construye desde arriba, desde quienes controlan el poder y lo ejercen despóticamente. Esta comunidad forjada desde la oscura provincia de Galilea y cuya composición social constituía ya en sí misma una crítica directa a la sociedad estamental de ese tiempo, fue el germen de una nueva humanidad en la que desaparecieron las diferencias y los prejuicios sociales, culturales y religiosos que predominaban en el mundo del primer siglo. Desde esa realidad específica, una nueva sociedad con un estilo de vida radicalmente distinto al de la sociedad circundante, se fueron tejiendo transformaciones sociales y políticas que, finalmente, cambiaron las estructuras mentales, la conducta colectiva, y las relaciones de poder en el imperio más poderoso de ese tiempo: Roma.

La propuesta social y política del Jesús el Galileo, según el testimonio de los Evangelios, apuntaba a revertir el destino de los pobres y de los excluidos por el sistema patriarcal y piramidal del primer siglo. Jesús de Nazaret valoró y trató a las personas que estaban al margen de la sociedad como seres humanos creados a la imagen de Dios y, por lo tanto, destinatarios del mensaje de vida plena que él proclamó públicamente por las ciudades y aldeas de la despreciada región de Galilea: «…Jesús iba por todas las ciudades y aldeas, predicando y anunciando el evangelio del reino de Dios…» (Lc 8.1).

La misión liberadora de Jesús1, partiendo desde Galilea, tuvo como horizonte transformar las relaciones sociales y políticas mediante las cuales se justificaba y legitimaba la opresión, la deshumanización y la cosificación de seres humanos. En la comunidad de Jesús, mujeres y hombres, leprosos y samaritanos, niños y adultos, cobradores de impuestos y zelotes, ricos y pobres, fueron tratados como iguales, como imagen de Dios y como expresión concreta de lo que la gratuidad e imparcialidad del amor de Dios provoca en la vida de quienes se integran libremente a la comunidad del reino, porque escucharon la llamada al seguimiento: «…Venid en pos de mí…» (Mr 1.17).

Los despreciados galileos

Los etnocentristas judíos de Jerusalén tenían una opinión bastante peyorativa de los habitantes de la marginal provincia de Galilea. En el cuarto evangelio se registra información precisa sobre la manera como los judíos de Jerusalén consideraban y trataban a los galileos: «… ¿De Nazaret puede salir algo de bueno? …» (Jn 1.46). La pregunta da cuenta del desprecio con el cual el común de los judíos de Jerusalén se refería a los galileos. Según ellos, nada bueno, nada de valor, nada excepcional, podía salir de ese oscuro y marginal espacio geográfico de Palestina.

La región de Galilea, según la opinión corriente en ese tiempo, no contaba con el favor de Dios: «… ¿Eres tú también galileo? Escudriña y ve que de Galilea nunca se ha levantado profeta» (Jn 7.52). De Galilea, según los prejuiciados judíos de Jerusalén, ningún profeta o mensajero de Dios había emergido. Y, como se sabe, «Jesús era oriundo de la aldea, nada importante, de Nazaret, lo cual no constituía precisamente una recomendación» (Theissen 2005:168).

De las referencias del cuarto evangelio y de la información actual que se tiene sobre Galilea, se puede deducir que, en el primer siglo, los habitantes de esa región eran despreciados y tratados como insignificantes. Galilea estaba considerada como:

Una región de poca importancia. Casi ignorada en el Antiguo Testamento, «comarca de los gentiles» será llamada en Isaías 8.23 (texto citado por Mt 4.15, 16), los evangelios la mencionarán sin embargo repetidas veces. Se trata de una región despreciada por los habitantes de Judea en donde se encuentra Jerusalén. Galilea es zona provinciana, vecina a poblaciones paganas e influida por ellas en su habla de marcado acento… en sus costumbres y en sus poco ortodoxas prácticas religiosas. Nada bueno puede salir de Galilea, de eso están convencidos los buenos judíos (Gutiérrez 2004:196–197).

En el primero siglo, la situación de pobreza y marginalidad de Galilea, contrastaba notoriamente con los privilegios que tenía la ciudad de Jerusalén como centro religioso, político, cultural y económico de Palestina.2 La diferencia entre Galilea y Jerusalén era notoria. Mientras que Galilea era sinónimo de marginación y exclusión, Jerusalén disfrutaba de una serie de privilegios que ahondaban aún más las diferencias. Esa realidad explica por qué los orgullosos judíos de Jerusalén trataban con desdén a los incultos galileos, como se puede inferir de la referencia registrada en Hechos de los Apóstoles, con respecto a las personas que procedían de Galilea: «…ántropoi agrammatoí kai idiotai… […gente sin estudios ni preparación…]» (Hch 4.13). A los despreciados galileos se les reconocía por su dialecto, su forma peculiar de hablar, distinta a la de los judíos de Jerusalén (Mt 26.73).

Un autor resume así el contraste social y político que existía entre Galilea y Jerusalén durante los años en los cuales Jesús de Nazaret recorría las ciudades y aldeas de ese espacio geográfico:

En los tiempos del ministerio de Jesús, como resultado de las inmi­graciones producidas desde Judea en busca de mejores condiciones de vida, había en Galilea muchos desheredados, hombres sin patria. Es muy posible que toda Galilea estuviera superpoblada en relación con las posibilidades de la tierra. Abundaban los huérfanos, las viudas, los pobres y los desempleados. Esta situación contrastaba con la vida que los judíos llevaban en Jerusalén. En ésta las cosas eran distintas. Jerusalén era el centro religioso y esto le daba una serie de beneficios que ponían a sus habitantes en una real situación de privilegio… (Saracco 1982:9).

Fue desde ese oscuro y marginal rincón del imperio romano del primer siglo, habitado por desheredados y carenciados, que Jesús de Nazaret comenzó a proclamar su mensaje de liberación integral: «…el tiempo [kairós] se ha cumplido, y el reino de Dios [basileía tou theo] se ha acercado» (Mr 1.15). Comenzó así, según el testimonio del tercer evangelio, «…el año agradable del Señor…» (Lc 4.19). Un tiempo en el que se revertiría el destino de los pobres y de los desheredados del mundo.

Desde la periferia del mundo

Desde la periferia de la sociedad, desde una región «de sombra de muerte» (Mt 4.16), desde la insignificancia, comenzó a proclamarse el reino de vida del Dios de la vida. La región de Galilea fue el espacio geográfico que Jesús de Nazaret escogió, deliberadamente, para comenzar a predicar la buena noticia del reino de Dios en las ciudades y aldeas (Mr 1.14–15; Lc 4.16; Mt 4.12–25):

Jesús, el Galileo… anuncia su mensaje desde la insignificancia y la marginalidad. Desde los pobres y despreciados llega la palabra de amor universal del Dios de Jesucristo. Esa misión lo encamina a la confrontación con los grandes de su pueblo que residen en Judea, concretamente en Jerusalén (Gutiérrez 2004:197).

Así fue en efecto. Desde el comienzo de su historia de Jesús, Lucas en su evangelio acentúa la predilección de Dios por los pobres y los excluidos. Jesús es amigo de ellos, socializa con ellos, camina con ellos. Los dos primeros capítulos del tercer evangelio dan testimonio de esa realidad. Personas de la periferia como el sacerdote Zacarías y la anciana estéril Elisabet, la campesina María, el anciano Simeón, la anciana profetisa Ana y los pastores de las montañas de Judea, fueron los primeros testigos del cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento referidas al Mesías. Ellos fueron testigos privilegiados del comienzo del tiempo de liberación anhelado por los judíos piadosos que esperaban «…la consolación de Israel» y «…la redención en Jerusalén» (Lc 2.25, 38).

Los evangelios sinópticos (Mateo, Marcos y Lucas) subrayan el lugar y el papel especial que tuvo Galilea en la vida y misión de Jesús de Nazaret. Estos documentos del Nuevo Testamento son:

…la fuente más importante para conocer el movimiento de Jesús, porque han conservado tradiciones procedentes de la primera generación de cristianos […] Fundamentalmente, todos los escritos del cristianismo primitivo han de ser tenidos en cuenta como fuentes. Pero las más importantes siguen siendo los evangelios sinópticos (Theissen 2005:23–24).

Los evangelios sinópticos, unánimemente, registran y puntualizan que Jesús comenzó su misión liberadora en Galilea: «La primera misión de Jesús, la más amplia cronológicamente, estuvo centrada en Galilea y en las regiones de su entorno inmediato…» (Vidal 2006:143). Fue así, entre otras razones, «…porque era en esa población de las aldeas donde estaba también la base del pueblo de Israel humillado y oprimido» (Vidal 2006:147). Esta realidad explica por qué los primeros discípulos de Jesús eran oriundos de Galilea (Hch 1.11; 2.7). Se afirma también que:

La población aldeana [de Galilea y de los lugares aledaños] representaba… al auténtico pueblo de Israel pobre y desheredado, el despojado de su derecho al disfrute de la tierra que Dios le había dado en heredad. En ese pueblo de las aldeas estaba representado el Israel enfermo y endemoniado, es decir, dominado por los poderes esclavizadores que le sometían a una vida degradada, indigna de un pueblo libre elegido por el Dios de la liberación. Él era, en definitiva, el pueblo que sufría los efectos de la maldad desencadenada por el pecado y al que había que liberar (Vidal 2006:147–148).

Desde ese lugar marginal, explotado y humillado, Jesús comenzó a proclamar públicamente la buena noticia del reino de Dios en los pueblos y aldeas de esa región (Mt 4.12–23; Mr 1.14–15; Lc 4.14, 16, 43–44). Mateo y Marcos, señalan que Jesús, luego de enterarse que Juan el Bautista estaba preso, regresó a Galilea (Mt 4.12; Mr 1.14). Lucas registra que «volvió en el poder del Espíritu a Galilea» (Lc 4.14) y que en la aldea de Nazaret expuso públicamente su Declaración Mesiánica (4.16–30). Fue en Galilea dónde llamó a sus primeros discípulos (Mt 4.18–25; Mr 1.16–20), y luego de su resurrección, Galilea fue el lugar en el que se apareció a los discípulos (Mt 28.16; Mr 16.6–7). Galilea fue también el lugar en el cual les dio a sus seguidores el encargo misionero de hacer discípulos en todas las naciones (Mt 28.16–20). Galilea representa entonces en los evangelios sinópticos, más que una simple referencia geográfica, una clave teológica significativa para comprender la amistad y predilección de Jesús por los desheredados del mundo (Hertig 1997:155).

Toda esta información respecto a Galilea, puede explicar por qué se afirma que «el movimiento de Jesús estuvo anclado originariamente en el campo… y era un movimiento galileo» (Theissen 1976:47),3 con­formado principalmente por «grupos marginales» (Theissen 2005:102), de «raigambre rural» (Theissen 2005:169). Así parece indicarlo Lucas en su registro de la historia de Jesús, cuando se refiere a las mujeres que le habían seguido desde Galilea, que permanecieron al pie de la cruz y que fueron las primeras testigos de su resurrección (Lc 8.1–3; 23.49, 55; 24.1–10). Lo mismo se puede afirmar con respecto a lo que Lucas y los otros evangelios sinópticos registran indicando que la gente pensaba que el movimiento de Jesús estaba conformado por personas provenientes de la despreciada región de Galilea, es decir, que se trataba de un movimiento galileo (Mt 26.69–73; Mr 14.70; Lc 22.59; Hch 2.7).

¿Qué significa esta realidad, es decir, la realidad de que el mo­vimiento de Jesús fue visto como un movimiento de despreciados galileos? ¿Tiene esto alguna significación social y política específica? Incluso se puede plantear una pregunta más concreta, ¿fue casual o fue intencional la opción de Jesús por Galilea? Si fue intencional, ¿cuál es entonces su significado teológico, pastoral y misiológico?

La opción galilea de Jesús

Afirmar que Jesús optó intencional o deliberadamente por Galilea, exige responder a preguntas como las siguientes: ¿Por qué comenzó Jesús su misión liberadora en Galilea y no en otro lugar? ¿Qué tenía en especial Galilea para convertirse en el espacio geográfico privilegiado desde el cual se comenzó a pregonar la buena noticia del reino de Dios? ¿Por qué Galilea y por qué no Jerusalén? ¿Por qué desde la periferia y por qué no desde el centro del poder?

A la luz de la información que proporcionan los Evangelios Sinópticos, así como de los datos que se tienen actualmente sobre las condiciones sociales y políticas de Galilea en el primer siglo, se puede afirmar que la Opción Galilea de Jesús, enunciada en su Declaración Mesiánica en la aldea de Nazaret (4.16–30) y reiterada en la respuesta que les dio a los mensajeros de Juan el Bautista (7.18–22), no fue circunstancial o casual. Fue una clara opción por los pobres, los excluidos y los oprimidos. Fue así, porque en esos años había «en Galilea, poco antes de comenzar Jesús su vida pública, desheredados e incluso, posiblemente, hombres sin patria…» (Theissen 1976:37). En ese marco histórico, Jesús fue «el iniciador de un movimiento judío en el que participaban gentes de baja extracción social, cuyas posibilidades de subsistencia eran escasas, dada su situación real» (Schottroff y Stegemann 1981:13).

La Opción Galilea de Jesús fue una opción por las víctimas de todas las injusticias. Una opción en favor de la vida y la justicia que provocó continuos desencuentros con los representantes del poder político-religioso establecido. Ellos planificaron matar al predicador galileo (Mt 26.4; Mr 14.1; Lc 22.1), entre otras razones, porque «…la cercanía de Jesús respecto de la clase social oprimida y sin privilegios escandaliza a la sociedad judía y es uno de los factores que van a contribuir a su condena» (Bautista 1993:41). Los agentes del anti-reino y de la anti-vida no toleraron su amistad con los desheredados del mundo. A los que estaban en la cima del poder y a sus operadores políticos y religiosos, les incomodaba la propuesta de liberación integral que provenía desde la oscura región de Galilea, y les molestaba la buena noticia del reino de Dios proclamada por un ninguneado campesino galileo (Mt 13.54–55; Mr 6.2–3; Lc 4.22). Fue así porque:

El ministerio de Jesús constituye, evidentemente, una crítica que conduce a un desmantelamiento radical. Y, como suele suceder, los guardianes del orden existente y los que aprovechan del mismo son sumamente sensibles a cualquier cambio que puede poner en entredicho o hacer peligrar la situación. Por eso Jesús no tarda en ser visto, y con toda razón, como una clarísima y actual amenaza para dicho orden (Brueggemann 1986:99).

La opción galilea de Jesús subraya entonces que desde la solidaridad con los indefensos de la sociedad y con las víctimas de todas las violencias, desde un compromiso hondo e irrenunciable con los menospreciados del mundo, desde los pobres de la tierra y desde el mundo de los desheredados, comenzó a proclamarse la buena noticia del reino de Dios. El pregón del reino comenzó a proclamarse en Galilea, desde la marginalidad y la insignificancia, y se fue difundiendo desde el mundo de los pobres y los excluidos, hacia el centro del poder. La buena noticia del reino de Dios fue avanzando, desde la periferia al centro, desde Galilea a Jerusalén, y desde Palestina a Roma.

¿De Nazaret puede salir algo de bueno? La respuesta a esta pregunta exige delinear cuál fue la propuesta social y política de Jesús el galileo, amigo de los proscritos de la tierra, artesano de una nueva manera de comprender la relación que el Dios de la vida establece con los indefensos del mundo. La opción galilea de Jesús nos recuerda que anunciar el reino de Dios es «restaurar la vida, prometer la vida, celebrar la vida» (Arias 1998:59). Pero, ¿cómo restaurar, prometer y celebrar la vida en un contexto de violencia institucionalizada contra los pobres y los excluidos, víctimas indefensas de todas las violencias?

Los desafíos permanentes

La Opción Galilea de Jesús, su predilección y amistad por los desheredados del mundo y los parias sociales, plantea serias preguntas pastorales para el ejercicio responsable de nuestra ciudadanía en la polis que habitamos. Estas preguntas pueden ser incómodas para quiénes están acostumbrados a pensar que la buena noticia del reino de Dios no tiene nada que ver con los asuntos de la agenda pública y que los creyentes solo tienen que dedicarse a la proclamación verbal de un evangelio aséptico, inocuo, desconectado de la realidad social y política en la que se encuentran las personas. Pero no es así y no tiene que ser así, porque el Evangelio es vida plena y justicia plena, buena noticia que jalona transformaciones personales y colectivas que conducen a un compromiso insobornable con la vida y la justicia del reino de Dios. En palabras de Samuel Escobar:

…ha habido y hay millones de peruanos y peruanas que de alguna manera se han tomado en serio la fe en Cristo y la viven dentro de sus circunstancias. Son esas mujeres que sirven los desayunos populares en tanto barrio pobre de Lima, esos maestros bilingües de la selva que leen y enseñan la vida de Jesús en lenguas como la machiguenga o el campa, esos alfabetizadores y alfabetizadoras que en diversos rincones del Perú enseñan a los pobres a leer para poder reclamar sus derechos y cumplir sus obligaciones, esos seguidores y seguidoras que domingo tras domingo se reúnen a cantar, orar y animarse mutuamente para la lucha diaria por la vida… (Escobar 2013:127).

En consecuencia, si la propuesta social y política de Jesús de Nazaret, el predicador galileo ambulante, apuntaba (y apunta todavía) a revertir el destino de los pobres y los desheredados del mundo, ¿cuál tiene que ser entonces la opción misionera de las iglesias evangélicas en el mundo contemporáneo? ¿La justicia de los que detentan el poder político utilizando el dinero y las armas o la justicia del reino de Dios que exalta a los humildes y derriba de su trono a los poderosos? ¿Una teología legitimadora y justificadora de las opciones de muerte maquilladas con un discurso religioso o una teología de la vida bajo el impulso del Espíritu de vida? Más precisamente, ¿debe ser nuestra opción misionera el silencio cómplice cuando se asesina vilmente a cientos de seres humanos indefensos, la indiferencia frente al escándalo de la pobreza y la pobreza extrema, o la pasividad e indiferencia cuando cientos de seres humanos mueren de hambre o no tienen un trabajo digno y viven en condiciones infrahumanas?

¿De Nazaret puede salir algo de bueno? Sí. Desde la periferia y la insignificancia, desde los desheredados que se han encontrado con el Dios de la vida, se puede tejer una nueva manera de enfrentar a las injusticias que, sin recurrir a la violencia, forje una calidad de vida distinta para las víctimas. En esa nueva manera de enfrentar a las injusticias y a sus operadores humanos, el poder del amor y del perdón, son recursos valiosos para frenar la impunidad con la que a menudo actúan los que tienen en sus manos el poder. Amor que exige justicia y perdón que exige restitución. Tiene que ser así, porque el amor no tiene que divorciarse de la exigencia de la justicia, y el perdón no tiene que separarse de la exigencia de reparar el daño causado a las víctimas. Sí, de Nazaret puede salir algo de bueno, para construir un mundo en el cual todos sean respetados, tratados y valorados, como imagen de Dios.

1 En el libro La misión liberadora de Jesús: el mensaje del Evangelio de Lucas trato ampliamente sobre este tema teológico clave de la propuesta lucana sobre la identidad y misión del Mesías, de Jesús el galileo (López 2017).

2 Aunque se afirma que algunos: «estudios recientes han presentado motivos para dudar de que las zonas de Galilea donde Jesús se hallaba en su ambiente fueran exclusivamente rurales, y de que Jesús y sus seguidores pudiesen ser etiquetados adecuadamente como campesinos» (Meeks 2012:ii).

3 Se puntualiza que «la tradición sinóptica está localizada en pequeños lugares, a menudo anónimos, de Galilea. Silencia los lugares mayores como Séforis, Tiberias, Qanah, Jotapata o Giscala… Originariamente el movimiento [de Jesús] se circunscribe al campo. Oímos hablar mucho de campesinos, pescadores, viñadores y pastores y muy poco de artesanos y comerciantes. También son raras las personas instruidas» (Theissen 1976:47–48).

La política del Espíritu

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