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Capítulo 2

¡Hoy se ha cumplido esta Escritura…!

La declaración mesiánica de Nazaret

Introducción

Jesús de Nazaret, luego de las tentaciones en el desierto (Lc 4.1–13), según el testimonio de Lucas, «…volvió en el poder del Espíritu a Galilea… y enseñaba en las sinagogas de ellos…» (Lc 4.14–15). Fue durante ese recorrido misionero que vino a la aldea de Nazaret, y en ese lugar público, hizo suyas las palabras del profeta Isaías: «El Espíritu del Señor está sobre mí…» (Is 61.1; Lc 4.18). De esa manera, con estas palabras, precisó claramente quién era y para qué había venido. Su identidad como el Mesías evocado y esperado por las personas piadosas de Israel, y su misión liberadora, fueron enunciadas en su Declaración Mesiánica en la sinagoga de Nazaret. Esta Declaración Mesiánica de Jesús (4.16–30), con su eco combinado del Éxodo y del Jubileo (Wright 2006:309), constituye una clave teológica fundamental en el que se perfila y expresa la misión liberadora de Jesús. Misión liberadora que se concretiza en su amor especial por los desheredados del mundo, su amistad con los parias sociales, es decir, en una opción por la vida y la justicia. Fue así, porque la compasión y solidaridad de Jesús «se dirige, sistemáticamente, hacia toda gama de seres humanos vejados y abatidos» (Brueggemann 1986:104).

La declaración mesiánica de Jesús

Acerca de la declaración mesiánica de Jesús, siguiendo el punto de vista de Robert McAfee Brown, Gustavo Gutiérrez sostiene que se trata de «un texto que cumple en el evangelio de Lucas una función semejante al del Éxodo en el Antiguo Testamento. Ambos expresan la voluntad liberadora de Dios» (Gutiérrez 1989:40).

¿Cuál es el contenido y el alcance liberador de la Declaración Mesiánica de Jesús? Para Gustavo Gutiérrez:

En un pasaje del evangelio de Lucas que nos es muy familiar (4.16–20), Jesús, valiéndose de un texto del profeta Isaías (61.1–2 y 58.6), da cuenta pública de su programa… Con este pasaje de su evangelio, Lucas nos presenta el comienzo del ministerio de Jesús […] Lucas aprovecha la escena de la visita a Nazaret, que nos cuentan también Mateo y Marcos (13.53–58 y 6.1–6), para decirnos en qué consistirá la obra mesiánica y pone además esmero en hacer ver su alcance universal […] Las diferentes situaciones humanas enunciadas (pobreza, cautividad, ceguera, opresión) aparecen como expresiones de muerte… En este texto programático encontramos por consiguiente la disyuntiva muerte-vida, central en la revelación bíblica, frente a la cual… se nos exige una opción radical (Gutiérrez 2004:39–40, 41–42).

Sobre este mismo asunto, John Yoder, sostiene que:

El pasaje de Isaías que Jesús utiliza aquí para aplicarlo a sí mismo, no sólo es uno de los más explícitamente mesiánicos; es también el que establece las expectativas mesiánicas en los términos sociales más expresivos… Es muy posible que el año aceptable del Señor en el libro del profeta, se refiera a algún evento en particular hacia el fin de la era, o en el futuro inmediato de los cautivos de Babilonia (o a ambos); pero para el judaísmo rabínico y, por lo tanto, para los oyentes de Jesús, es más probable que no significara ninguno de los dos, sino el año del jubileo, el tiempo en que las desigualdades acumuladas a lo largo de los años son olvidadas, y todo el pueblo de Dios comienza otra vez desde el principio. La expectativa, por lo tanto, no es que Jesús vendría a sacar a Palestina del último peldaño de la escala temporal, sino más bien que estaba por llegar a Palestina el impacto igualitario del año sabático (Yoder 1985:32–33).

Sobre este mismo pasaje, René Padilla, afirma lo siguiente:

Al comienzo mismo de su ministerio, en su manifiesto sobre su misión anunciado en la sinagoga de Nazaret, lee la profecía de Isaías 61.1–2 y afirma que el día del cumplimiento ha llegado. De su interpretación de ese pasaje bíblico se deriva que Jesús entiende su misión en términos de la inauguración de una nueva era —el año favorable del Señor—… caracterizado por el anuncio de la buena noticia a los pobres, la libertad de los presos, la restauración de la vista a los ciegos, la liberación de los oprimidos. Con el Antiguo Testamento como telón de fondo, Jesús concibe su actividad mesiánica en términos de la instauración del año favorable del Señor, es decir, el año de jubileo y, consecuentemente, de la reestructuración de la sociedad según los dictados del amor y la justicia. Es el portador de las bendiciones del reino, las mismas que son derramadas sobre gente que vive en condiciones de privación y opresión, pobreza y explotación (Padilla 2012:267).

Teniendo en cuenta la información que Lucas nos proporciona en su evangelio, así como la contribución de quienes han examinado este pasaje clave del tercer evangelio, se puede afirmar que cualquiera sea la óptica teológica desde la cual se lea y analice la Declaración Mesiánica de Jesús, no se pueden soslayar cuatro asuntos que están bastante claros y que no requieren de mayor explicación o análisis crítico.

En primer lugar, Jesús se aplica a sí mismo las palabras de Isaías 61.1–2, afirmando que en él se cumple esta profecía mesiánica. Particularmente, Jesús declara públicamente que, en su persona y ministerio, el reino de Dios se ha hecho presente en el seno de la historia.4 Sus palabras y sus acciones liberadoras en beneficio de seres humanos concretos, como los enfermos, las viudas, los publicanos, los samaritanos y los endemoniados, según el testimonio del tercer evangelio, dan cuenta de esa innegable realidad. Y, esa nueva realidad, constituía una crítica frontal a la sociedad predominante y a los señores temporales de ese tiempo. En su Declaración Mesiánica:

Jesús anunciaba el comienzo de una nueva era; pero ese anuncio conllevaba una severa crítica de todos los poderes y agentes del orden existente. Su mensaje iba dirigido a los pobres; pero había otros, empeñados en que siguieran pobres, que se beneficiaban de su pobreza. Se dirigía a los cautivos (nombre con el que se alude a los esclavos); pero había otros ciertamente deseosos de que la situación no cambiara. Mencionaba a los oprimidos; pero nunca hay oprimidos sin opresores (Brueggemann 1986:98–99).

En segundo lugar, no se puede ignorar que se trata de un pasaje que está conectado con el año de jubileo. Un año de liberación en el cual se daba una nivelación social, se condonaban las deudas, los pobres recuperaban sus tierras y los esclavos eran liberados (Lv 25.1–55).5 Un año en el cual se revertía el destino de los pobres, los desheredados y los que estaban en el desván de las relaciones sociales.

En tercer lugar, la declaración mesiánica de Jesús tiene una dimensión social y política incuestionable relacionada, particularmente, con la liberación de las personas que se encontraban en situaciones de opresión. Los pobres, un término que se halla también en Isaías 61.1 (anawin, ptōjós como se traduce en la Septuaginta), «significan claramente en Lucas los desprovistos de lo que es necesario para vivir» (Gutiérrez 2004:42),6 como por ejemplo en Lucas 6.20; 7.22; 14.13–21. A estos sectores sociales carenciados, víctimas de las violencias presentes en la sociedad patriarcal y piramidal de ese tiempo, se orientó la Declaración Mesiánica de Jesús y sus acciones liberadoras.

En cuarto lugar, aparecen en este pasaje, dos de las claves teológicas fundamentales del evangelio de Lucas: a) la universalidad del amor de Dios; b) su amor especial por los pobres y los excluidos. Estas dos claves teológicas lucanas, centrales para una mejor comprensión de la misión liberadora de Jesús, no pueden ser relegadas, dejadas de lado o recortadas, bajo ningún pretexto.

Con respecto a la universalidad del amor de Dios y a su amor especial por los pobres, dos de las claves teológicas lucanas presentes en la Declaración Mesiánica de Jesús, las mismas que tienen que ser examinadas a la luz de Isaías 61.1–2 e Isaías 58.6, se tiene que hacer dos precisiones fundamentales.

La primera precisión se relaciona con la gratuidad e imparcialidad del amor de Dios. Así, cuando Jesús cita Isaías 61.1–2 en su Declaración Mesiánica, y no lee la última parte de Isaías 61.2 («…el día de la venganza del Dios nuestro…»), evita toda referencia de hostilidad a los gentiles. De esa manera, proclamó públicamente en un auditorio judío, la gratuidad e imparcialidad del amor de Dios, subrayada además en la referencia a dos despreciables gentiles que recibieron el favor de Dios: la viuda de Sarepta y Naamán el leproso sirio (Hertig 1998:167–179). La gratuidad e imparcialidad del amor de Dios afloran entonces como notas clave de la misión liberadora de Jesús. Notas clave que se expresan notoriamente en su Opción Galilea y que son dos dimensiones teológicas fundamentales del tercer evangelio.

La segunda precisión se relaciona con la perspectiva de Jesús sobre la solidaridad con los indefensos y descartables de la sociedad. Así, cuando en su Declaración Mesiánica inserta una frase tomada de Isaías 58.6 («…a poner en libertad a los oprimidos…», Lc 4.18), Jesús introduce un correctivo necesario para una religión despreocupada por las condiciones materiales concretas en las que vivían los pobres y los oprimidos (Hertig 1998:167–179). Este texto del profeta Isaías, si se examina a la luz de toda la propuesta que subyace en Isaías 58 en la que se denuncia las prácticas religiosas hipócritas y se enfatiza que el verdadero ayuno consiste en romper las cadenas de injusticia y preocuparse por la situación de los pobres, tiene una indudable dimensión social y política. En otras palabras, la misión liberadora de Jesús precisada en su Declaración Mesiánica, no puede espiritualizarse o entenderse como la simple salvación de almas incorpóreas. Es así, porque la palabra ptōjós (pobres) utilizada en Lucas 4.18, tiene la connotación específica de carencia material, privación y miseria.7 Además, porque los quebrantados de corazón, los cautivos y los ciegos, mencionados en Lucas 4.18, expresan formas concretas de privación y miseria material en la que se encuentran seres humanos concretos.

Para seguir pensando

En la despreciada región de Galilea, cuando en un día de reposo entró a la sinagoga de la insignificante aldea de Nazaret, Jesús ungido por el Espíritu, expuso un programa misionero liberador en favor de los pobres y de los excluidos. Este programa misionero liberador que se expresa en su Opción Galilea es una clara opción por la vida y la justicia del reino de Dios. Su predicación y sus acciones liberadoras en favor de seres humanos víctimas de diversas formas de violencia, dieron cuenta de esa Opción Galilea. Una opción de vida y por la vida que le granjeó la enemistad y el rechazo de los poderosos de su tiempo.

¡Hoy se ha cumplido esta Escritura…! Los discípulos de Jesús que afirman estar llenos del Espíritu, a la luz de la Declaración Mesiánica de Nazaret, una y otra vez, en nuestras realidades particulares de compromiso pastoral y misionero, tenemos que preguntarnos: ¿Cuál es nuestra plataforma de acción misionera en favor de los menesterosos y los desheredados del mundo? Tenemos que preguntarnos también: ¿Para qué nos ha ungido el Dios de la vida con el Espíritu de vida: para favorecer y defender políticas económicas criminales en contra de seres humanos indefensos o para buscar que todos los seres humanos disfruten de una calidad de vida plena, digna y justa como creación de Dios? ¿A quién estamos sirviendo: al Dios de la vida o a las fuerzas de la muerte? ¿Qué mensaje estamos proclamando a las víctimas del sistema: un mensaje de dignidad y de justicia o un mensaje de aceptación pasiva de la violencia y la injusticia institucionalizada?

4 Se afirma que: «Al aplicarse Jesús a sí mismo el texto de Is 61.1–2, entramos en el kairós, que es el tiempo definitivo de la visita salvífica de Dios» (Escudero 1978:267). En la misma línea interpretativa, sobre este mismo pasaje, se expresa que en su mensaje inaugural «en la sinagoga de Nazaret, Jesús se aplica a sí mismo las promesas de Is 61.1–2; 58.6; y anuncia que la promesa de liberación que forma parte del jubileo se encarna ahora en su propio ministerio» (Arias 1998:29).

5 En ese «…año, según la ley israelita (Lv 25.8–55), los bienes retornaban a sus dueños primitivos, quedaban libres los esclavos, y todos los hombres y mujeres de Israel volvían a empezar la vida en hermandad, sin diferencias… Jesús anuncia ahora ese año decisivo, para siempre» (Pikaza 1985:223). Se precisa además que «la proclamación del jubileo, que se refleja en la cita escogida por Jesús, apuntaba a la necesidad de restitución de los medios de vida —en cuanto al acceso a la tierra y la remisión de las deudas— y exigía la emancipación de los esclavos» (Arias 1998:30).

Entonces, como puntualiza un autor, «Debemos concluir que —en el sentido corriente que tenían sus palabras— Jesús, lo mismo que María y Juan, estaba anunciando la inminente entrada en vigencia de un nuevo régimen, cuyas carac­terísticas serían que el rico compartiría con el pobre, los cautivos serían liberados, y los hombres tendrían una nueva mentalidad (metanoia), si creían en esta noticia» (Yoder 1985:34).

6 Con respecto al significado e implicancias que tiene esta palabra, se señala que: «El término empleado por los evangelios (ptōjós) tiene sin duda una connotación social. Toda la tradición en torno a Jesús viene a apoyar la idea de que los evangelios sinópticos, cuando hablan de los pobres (ptōjoi), se refieren a la extrema miseria, y con frecuencia a la mendicidad. Describen a los pobres recibiendo limosna (Mr 10.21 par.); Lázaro el pobre es un mendigo enfermo (pasaje prelucano Lc 16.19s), y los mendigos acogidos en el gran banquete son los pobres y los enfermos de la localidad y los vagabundos de fuera (Lc 14.21, 23)» (Schottroff y Stegemann 1981:38–39).

7 La palabra ptōjós es utilizada 10 veces en el evangelio de Lucas (4.18; 6.20; 7.22; 14.13, 21; 16.20, 22; 18.22; 19.8; 21.3) para designar a todos los seres humanos que se encuentran en una situación de extrema pobreza y que están obligados a la mendicidad, indigencia y miseria (Gutiérrez 1988:425).

La política del Espíritu

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