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ОглавлениеPrólogo
He accedido con gusto a prologar el libro del teólogo y pastor Darío López Artesanos de la paz, modelos bíblicos de reconciliación, convencida de su calidad y de su utilidad y a la vez, como gesto de comunión entre creyentes en un mismo Señor que aspiran a la unidad sin fisuras ni recelos.
La reconciliación es un objetivo fundamental en todas las sociedades desgarradas por graves violaciones a los derechos humanos o divididos por la guerra o por graves conflictos interétnicos. Por esta razón, el tema de la reconciliación y la construcción de la paz es por demás oportuno y necesario en el Perú de este tiempo post Comisión de la Verdad y Reconciliación. La presente publicación de un experto en Sagradas Escrituras pero sobre todo, de un creyente que escribe para creyentes, contempla la exigencia de la reconciliación desde todas las vertientes: trabaja el concepto desde una perspectiva bíblica y a la vez tiene muy presentes las circunstancias del momento actual en esta realidad concreta del Perú de hoy, urgido de reconciliación por las consecuencias del conflicto armado interno y por muy antiguas heridas todavía sangrantes. Aseguran los expertos que el Perú nunca fue un país reconciliado por las enormes brechas que lo atraviesan desde siglos.
Darío López hace una reflexión bíblico-teológica en referencia a una situación histórica específica pero que apunta claramente al establecimiento del shalom bíblico, a la paz integral, algo que va mucho más allá del cese de hostilidades. Ubica el tema de la reconciliación «como parte de la agenda pública de este tiempo que exige la participación responsable de todos los actores sociales», sin abandonar la perspectiva bíblica y poniendo énfasis en la responsabilidad colectiva, en el llamado a ser agentes de reconciliación, en la asunción de este ministerio tan profundamente cristiano.
Como el texto me parece de una gran riqueza, me limitaré a resumirlo brevemente y a glosarlo con pequeños comentarios.
La reconciliación es uno de los temas centrales en la Biblia, muy presente en el Primer Testamento aunque no aparezca la palabra como tal. En los Profetas y en los Salmos, entre otros de sus libros, encontramos frecuentemente su noción, casi siempre vinculada a la paz. Comentando el Segundo Testamento señala que es una tarea y a la vez un servicio que las iglesias y los discípulos tienen que asumir ineludiblemente y que arranca de la reconciliación del hombre con Dios en la que Él es quien toma siempre la iniciativa. Si bien en los evangelios aparece la expresión como tal solamente una vez en Mateo 5.24 donde pone la reconciliación como una exigencia ineludible para celebrar el culto, su concepto está muy presente en la práctica de Jesús y en el anuncio del Reino, en donde queda muy patente que éste, como afirma el teólogo José María Castillo, «no es para selectos». Son los excluidos, los que socialmente no cuentan, lo que ponen de manifiesto que el proyecto de Jesús es inclusivo. ¿Acaso entre nosotros no ha quedado claro que las víctimas eran en su casi totalidad excluidos, los que no tenían reconocimiento social, los pobres, los insignificantes? Una de las características del Reino anunciado por Jesús es la paz que obviamente excluye la división y los resentimientos. Es un Reino de amor, de justicia, de verdad.
El texto hace una fina exégesis de los textos paulinos que sí utilizan la expresión reconciliación. Ésta constituye un concepto clave en la teología de Pablo, implica la reconciliación del ser humano con Dios pero abarca también al universo y destaca que la iniciativa de la reconciliación es de Dios y es un ministerio que todos los creyentes debemos asumir; precisamente porque nos sabemos reconciliados, estamos llamados a ser reconciliadores, a ser embajadores de la reconciliación y artesanos de la paz, es decir, algo que se elabora amorosamente, no en serie ni por oficio sino por vocación y convicción. Importante el hecho de que señale que las iglesias cristianas aportarían sustancialmente a la reconciliación si iniciaran su propio proceso de reconciliación, siendo así un testimonio de vida reconciliada, acabando con el escándalo de la división entre los cristianos y haciendo posible el ruego de Jesús en su oración sacerdotal: que todos seamos uno.
Queda claro en el texto que la reconciliación que buscamos los cristianos no se agota en la historia pero la incluye, y que nuestro esfuerzo debe ir encaminado a que la reconciliación sea una realidad en todos los niveles.
Ser agentes de unidad no es algo opcional para los cristianos, forma parte del ministerio de la reconciliación y de la misión de las iglesias. Pero el ser embajadores de paz nos exige una conversión personal que implica reconciliarnos con Dios y también con nosotros mismos. Solo así podremos ser reconciliadores eficaces. Nos pide también un corazón sensible al dolor de las víctimas que nos hará capaces de consolar y de no pasar indiferentes ante el dolor de los que sufren, algo que caracterizó fuertemente la práctica de Jesús de quien queremos ser seguidores y discípulos.
La reconciliación tiene exigencias ineludibles y una de ellas es que los perpetradores confiesen el mal que han hecho y pidan perdón. Para eso el autor trabaja en profundidad el Salmo 51 en donde hay un claro reconocimiento de la culpa y la exigencia de la verdad. Sin embargo, en el Perú aún hay muchos sectores que se niegan a reconocer los crímenes cometidos en los años del conflicto armado interno. Pero no sólo ellos tienen que pedir perdón, también nosotros por nuestra indiferencia y nuestro silencio cómplice. Nuestro papel de mediadores debe apuntar no sólo a las consecuencias sino a modificar las causas que originaron el conflicto, a un cambio radical de las condiciones sociales, económicas y culturales. No podemos olvidar que la justicia es una condición ineludible de la reconciliación junto con la verdad. La reconciliación no es olvido de lo ocurrido sino sencillamente recordar de otro modo, sin resentimiento ni rencor.
Es necesario que los cristianos sepamos asumir nuestro papel de mediadores también en los conflictos intraeclesiales, tan lamentables como frecuentes. El autor a partir de Filipenses 4.2–4, ante el conflicto de relación entre Evodia y Síntique, colaboradoras de Pablo en el anuncio del evangelio, insta a que el responsable de la comunidad ejerza como mediador y les ayude a superar sus diferencias y la comunidad pueda recobrar la unidad siempre precaria puesto que ésta es un don escatológico y mientras caminemos por la tierra tendremos que buscar ese equilibrio siempre frágil.
Aborda también el autor las divisiones al interno de las familias a partir del texto de Génesis 33 que nos narra la reconciliación entre Esaú y Jacob tras varios años de rompimiento, resentimientos y desconfianzas. También estos conflictos requieren reconciliación y reencuentro que puede tener sorpresas gratas o ingratas pero que nos invitan a correr el riesgo de tender la mano y ofrecer el abrazo reconciliador.
Finalmente, trabaja el texto de Zaqueo en el que la iniciativa de reconciliación viene de Jesús, no de Zaqueo a quien llama por su nombre y se autoinvita a su casa, a él, un publicano «y jefe de publicanos», un pecador despreciado por los observantes, que ante el llamado de Jesús, promete restituir mucho más de lo que ha robado. ¿No será acaso un llamado a comprometernos con el derecho que asiste a las víctimas de ser reparadas, restituidas, y a instar al Estado a cumplir con su obligación de reparar?
Que la lectura de este libro nos ayude a todos a ser más solidarios y a comprometernos seriamente con el ministerio de la reconciliación y la construcción de la paz.
Pilar Coll Torrente
Primera Secretaria Ejecutiva de la Coordinadora Nacional de Derechos Humanos
Instituto Bartolomé de las Casas