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Introducción

En los últimos años, cuatro temas de claro tras­fondo bíblico como la verdad, la justicia, el perdón y la reconciliación, han pasado a formar parte del discurso público de muchos actores sociales, políticos y religiosos en distintos contextos históricos. Ha sido así porque en distintas regio­nes del mundo, luego de períodos de violencia política, dictaduras militares, gobiernos cívico-militares o conflictos internos se formaron comisiones de la verdad con el encargo principal de investigar y de esclarecer las graves violaciones a los derechos humanos y de proponer una política de reparaciones a las víctimas. Y cada una de estas comisiones tuvo como ejes transversales de su labor estos cuatro temas: verdad, justicia, perdón y reconciliación.

Los expertos señalan que han sido 22 las comisiones de la verdad que se han formado en el mundo. Cuatro de ellas, aparte de la Comisión de la Verdad y Reconciliación del Perú (cvr), fueron formadas en América Latina: La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas en Argentina (1983–1984), la Corporación Nacional de Reparación y Reconciliación en Chile (1990–1991), La Comisión de la Verdad en El Salvador (1992–1993), y la Comisión para el Esclarecimiento Histórico en Guatemala (1997–1999). Cada una de ellas, luego de un arduo trabajo, presentó al país un informe final que buscaba contribuir a la reconciliación nacional.

La formación de la cvr en el Perú tuvo sus propias particularidades. En el contexto peruano, casi dos décadas de violencia política (1980–2000), pusieron en jaque a la democracia y al país al borde del abismo. Las consecuencias sociales, políticas y económicas fueron desastrosas2. La cvr nombrada por el gobierno de transición del doctor Valentín Paniagua (noviembre de 2000–julio de 2001) y ratificada después por el gobierno del doctor Alejandro Toledo (2001–2006), concluyó —según el discurso final de su presidente doctor Salomón Lerner— que la cifra más probable de víctimas fatales en esas dos décadas superaba los 69 mil peruanos muertos o desaparecidos a manos de las organizaciones subversivas o por obra de agentes del Estado (cvr 2003a: 31).

Luego de que la cvr presentara su Informe Final el 28 de agosto de 2003 en un acto público al Presidente de la República, varias tareas quedaron como agenda para el Estado, la comunidad política, la sociedad civil organizada, las iglesias evangélicas, la Iglesia Católica Romana, y toda la ciudadanía. Una de ellas fue precisamente la reconciliación nacional. Una tarea que ya está siendo abordada desde una perspectiva legal, social y política, entre otras.

Sin embargo, estos enfoques seguramente valiosos en sí mismos, no constituyen necesariamente el punto de partida para la misión reconciliadora de las iglesias evangélicas, aunque seguramente habrá ciertas coincidencias con su enfoque, sus preocupaciones y sus expectativas. Esto es así, porque la comprensión y la práctica evangélica de la reconciliación, no se fundamenta necesariamente en el Informe Final de la cvr, las políticas de Estado sobre este asunto, el punto de vista de la Defensoría del Pueblo, la agenda de las organizaciones de derechos humanos, las legítimas preocupaciones de la sociedad civil organizada, o los justos reclamos de los familiares de las víctimas de la violencia. Si bien todas estas instituciones o sectores sociales tienen una opinión particular y un genuino interés sobre este tema, no representan, sin embargo, la perspectiva bíblica sobre la reconciliación.

Desde una perspectiva evangélica, referirse al ministerio de la reconciliación o ten diakonían tes katallagés, como se señala en 2 Corintios 5.18, implica tanto una tarea impostergable y siempre pendiente como un servicio desinteresado que brota de un compromiso inquebrantable con el Dios de la vida que exige la verdad, ama la justicia y espera que el perdón sea la nota distintiva de la conducta individual y colectiva de todos aquellos que se han encontrado con él en cierto tramo del camino. En otras palabras, los cristianos están en el mundo como embajadores de la reconciliación, una tarea siempre obligatoria basada en la verdad y en la justicia, y que tiene como ingrediente insustituible el perdón, cuyos pasos previos y necesarios son la confesión y el arrepentimiento sinceros. Más aún, la reconciliación que ellos deben anunciar a todos los públicos, tiene como horizonte incambiable la paz integral o Shalom. Una paz integral que ningún Estado, autoridad política, sistema económico o poder religioso alguno puede forjar y otorgar. En tal sentido, ellos están llamados a ser artesanos de la paz, modeladores de nuevas relaciones sociales, colaboradores del Dios de la vida en la construcción de una nueva humanidad.

A la luz de lo señalado, el presente abordaje del tema de la reconciliación, se divide en dos partes. En la primera de ellas se ubica el tema de la reconciliación en el marco temporal concreto en el que los cristianos dan testimonio de su fe en Jesús de Nazaret encarnado, crucificado y resucitado. Lo que explica por qué se hace un breve análisis del lenguaje y de la práctica actual de la reconciliación dentro y fuera de las iglesias evangélicas y de la Iglesia Católica Romana. En esta primera parte se analizan también los textos bíblicos clave sobre los que se fundamenta la comprensión y la práctica evangélica de la reconciliación. Y, finalmente, se trazan las líneas pastorales y misioneras sobre las que tiene que sustentarse el ministerio de la reconciliación de los creyentes y de las iglesias.

En la segunda parte, teniendo en cuenta lo que se ha discutido en la primera sección, se analizan cuatro textos bíblicos desde una perspectiva contextual, buscando así dialogar con problemas específicos de la realidad contem­poránea. La propuesta hermenéutica gira en torno a la doble contextualización que exige conocer, por un lado, el contexto histórico original de los autores bíblicos, por otro, el marco temporal en el que el intérprete o lector de la Palabra de Dios cumple su vocación misionera. El hecho es que el intérprete de la Biblia tiene que estar consciente de que, a él o a ella, le corresponde la doble tarea de cono­cer tanto el contexto particular del texto bíblico como el contexto histórico en el que se encuentra situado, ya que sólo así tendrá mejores posibilidades de transportar el mensaje bíblico, desde su contexto original a la situación contemporánea3.

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2 En palabras del Presidente de la cvr: «La historia del Perú registra más de un trance difícil, penoso, de auténtica postración nacional. Pero, con seguridad, ninguno de ellos merece estar marcado tan rotundamente con el sello de la vergüenza y el deshonor como el fragmento de la historia que estamos obligados a contar en estas páginas. Las dos décadas finales del siglo xx son —es forzoso decirlo sin rodeos— una marca de horror y de deshonra para el Estado y la sociedad peruanos» (cvr 2003: 31).

3 Según Juan Stam: «Como puente hermenéutico entre la palabra que Dios habló ayer y el actual sentido profético del mensaje inspirado [...] el exégeta se dedica a la tarea de la doble contextualización [...] Por una parte, el exégeta busca entender el mensaje bíblico dentro de la mayor fidelidad al contexto histórico original [...] A la vez, como discípulo del Señor, el exegeta está llamado a obedecer y proclamar el evangelio aquí y ahora. Le incumbe la tarea compleja de entender a fondo nuestro propio contexto en todas sus dimensiones, y de captar la relación dinámica entre el mensaje bíblico y la Palabra de Dios para nuestra situación contemporánea [...] (Stam 1983: 28).

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