Читать книгу Hoy quiero confesar... que mi marido es el Rey - David Enguita - Страница 8
Capítulo 2SUS PRIMEROS AÑOS
ОглавлениеAlejandro fue un niño muy querido en su casa. Pero su carácter desconfiado y las constantes advertencias de su madre y su abuelo, le hacían pensar mal de todo aquel que se le acercara. No sabía diferenciar si estarían cariñosos con él por un interés económico o realmente porque les interesaba. Su madre y su abuelo se lo repetían todos los días, pero él no lo lograba comprender. Se decía para sí mismo:
— ¿Cómo un niño como yo es capaz de saber eso, si ni tan siquiera sé por qué es famosa mi familia?
Estas inseguridades hacían que el rubio alemán, cuya sonrisa era de las más pícaras y bonitas, fuera cambiando su rostro por el de un chico triste sin expresión. Un pequeño sin amigos y con apenas nadie para jugar en el recreo de la guardería por las presiones que sentía.
Precisamente este momento de recreo, tan ansiado por todos los niños, era odiado por Alejandro con todas sus fuerzas. Eran treinta minutos donde se quedaba aislado de todo el mundo, o encerrado en el baño o en algún rincón. Estaba obsesionado con no acercarse a nadie, para que así no hablaran de él, con lo que no tenía amigos entre sus compañeros. Este comportamiento hizo de Alejandro un ser frío y calculador, todo lo contrario a lo que fuera meses atrás. Además, había algo que le molestaba más aún que su aislamiento, que era comparar este trato con el que recibía su hermana mayor. Ella era todo lo opuesto a él: un ser sociable con muchos amigos. Incluso era la cabecilla de un grupo, al que él llamaba “el eje del mal”, porque lo intentaban ridiculizar siempre que podían. Tal era la manía que tenía Alejandro hacia su hermana, que sus peleas en casa eran diarias. Pero no eran simples broncas, sino auténticas palizas, que acababa siempre perdiendo el joven.
Alejandro no lograba dormir bien, por lo que prefería que los días no acabaran, ya que sabía que el día siguiente iba a ser mucho peor que el que había vivido. Él solía decirle a su madre:
— Si no soy un niño querido, ¿por qué me tuviste? Hubiera preferido no nacer y así no daros un problema más a la familia.
Tras llegar él al mundo, a los pocos meses, nació su prima, lo que hizo que toda la atención fuera para el nuevo bebé y no hacia Álex. Esto le creó una sensación de vacío y provocó que él mismo se creara su propio mundo y se tuviera que superar a sí mismo, para demostrar doblemente las cosas. De esta forma, su familia le prestaría más atención.
Pero, con esa edad, poco podía hacer para destacar. Optó por cambiar el chip y actuar como un payaso andante para así llamar la atención, y convertirse en ese niño que a ningún profesor le gustaría tener, por lo repelente que podría llegar a ser.
Esta actitud la arrastró hasta sus años de colegio. Veía que surtía efecto y sus compañeros se acercaban más a él, estaba mejor relacionado, y a toda la clase le hacía gracia cada vez que decía algo.
Pero no conseguía lo que él realmente quería: ser querido en su familia. Todo lo contrario. Las broncas por parte de sus padres, tíos y abuelos se repetían día tras día. No aprobaba ninguna asignatura y su comportamiento con ellos era el de alguien maleducado y prepotente.
El día en que esto traspasó los muros familiares y se plasmó en la prensa de crónica social, su familia se empezó a preocupar. La decisión, tomada conjuntamente con el colegio, fue que lo mejor para él y para su educación era que repitiese un curso, lo que haría que se distanciara de sus compañeros, a los que conocía desde los cinco años hasta ese cuarto curso de colegio.Ese cambio fue otro duro golpe que tuvo que sufrir Alejandro: adaptarse a una clase con nuevos compañeros, en aquella cárcel con permisos de salida diarios, y dejar atrás a todos aquellos amigos con los que celebraba cumpleaños, excursiones, gracias o incluso festivales de fin de curso. En un principio pensó que se mantendría su relación con su grupo, formado por cuatro chicas y dos chicos, pero no fue así. Pese a que estaban en el mismo centro, en el recreo sus antiguos amigos ya pasaban de él, no se arrimaban ni querían cuentas, y sus nuevos compañeros lo insultaban llamándole “marica”. Lo despreciaban, porque veían raro que no jugara al fútbol y que siempre estuviera más con chicas que con chicos. Esa cantinela de “mariquita” la repetían a diario. Él mismo llegó a pensar en algún momento que era gay. Igual, lo que tenía que hacer era echarse una novia pronto para que todo el colegio dejara de pensar así de él.Estos fueron los primeros años en la educación de Alejandro, pero en este tiempo también hubo acontecimientos que marcarían su vida para siempre. Uno de los peores momentos que jamás vivió fue en unas vacaciones, mientras veraneaba con su familia en Benidorm, en el mismo lugar de siempre y rodeados de amigos. Se presentaba una mañana normal y tranquila, como suelen ser los días de playa y vacaciones. Plantaron su sombrilla en la arena y se fueron al agua él y su hermana junto con su padre. Hay que recordar que la relación con su malvada hermana era pésima, y que se intentaban matar a diario.
Entraron al agua. Empezaron a jugar a ver quién aguantaba más tiempo bajo el agua. En uno de los aguantes, su hermana salió corriendo del agua para esconderse. Cuando Alejandro levantó la cabeza y vio que no estaba, y que tampoco veía a su padre, empezó a agobiarse y, desorientado, salió del agua. Empezó a caminar por la playa buscando su sombrilla, que era llamativa (todas eran rojas con la marca de una bebida refrescante de proyección internacional, pero la suya era verde con rayas blancas, de otra bebida con menos proyección), pero no la encontraba. ¡Se había perdido en la playa de Levante de Benidorm un día de la primera quincena del mes de agosto! Con todo abarrotado de gente, Alejandro se puso a llorar desconsoladamente, desesperado. Las señoras mayores se acercaban para consolarlo, pero el pequeño, pensando que lo iban a secuestrar, mordió en la mano a una de ellas. Su impotencia se vio aliviada cuando en el horizonte vio una sombrilla blanca con rayas verdes que se parecía a la suya. Sin percatarse de que su sombrilla era de los mismos colores pero a la inversa, se acercó corriendo y, cuando llegó, se encontró a unos señores un tanto extraños, que le dijeron:
— No queremos niños en esta zona, sois insoportables…
Alejandro los tranquilizó:
— Lo siento, no quería molestar. Pensé que era la sombrilla de mi madre. Me perdí por la playa y no sé dónde estoy.Los señores se miraron y pidieron al pequeño que se sentara con ellos mientras lo ayudaban a buscar a sus padres. Esto no tranquilizó al niño. Alejandro no paraba de llorar, pero no era el único; su familia lo buscaba desde que su hermana salió del agua y vio que su rival Álex había salido corriendo, perdido y casi llorando. Su abuela no dejaba de repetir:— Se lo han llevado, nos han quitado a nuestro niño.Lo decía porque justo en el periódico del día ponía: “La policía de Benidorm busca a los secuestradores de niños en la playa”, y el día anterior había desaparecido la hija de unos señores que se situaban cerca de ellos, siempre se ponían por el mismo sitio. Toda la familia y los amigos empezaron a buscar a Alejandro por la playa. Avisaron a los socorristas, que dieron la voz de alarma; mientras tanto, los señores que habían decidido cuidar de Álex mientras él estaba perdido, se percataron de que la policía y los socorristas empezaron a buscarlo como nunca antes había pasado, y con razón: no encontraban a ese niño rubio que salía en las portadas, hijo de una política, nieto de uno de los que crearon la Constitución y ahijado de una de las cantantes más prestigiosas de España. Los señores no sabían en ese momento a quién tenían en su poder, pero una señora mayor se dio cuenta de que Alejandro estaba con ellos, así que se acercó y les dijo:
— Están buscando a este niño, se le ha perdido a su familia, os recomiendo que lo llevéis a un puesto de Cruz Roja; su familia es muy importante en este país.Las palabras de aquella mujer mayor animaron a Alejandro. En ese momento, pidió a los señores que lo acercaran a un puesto de la Cruz Roja o que avisaran a algún periódico. Sin embargo, ellos ya tenían otros planes.La pareja de hombres lo engañó y lo metieron en el coche, haciéndole creer que irían a un puesto de Cruz Roja, cuando en realidad se dirigían a su apartamento, cerca de Calpe, a unos cuantos kilómetros de Benidorm. Se trataba de la peor sospecha de su abuela: los secuestradores de los que en los periódicos se hablaba. Pero en esta ocasión no era un niño cualquiera, era alguien por el cual podían pedir una gran cantidad de dinero.Mientras su familia seguía buscando por la playa, y después de que la policía la recorriera de cala a cala, decidieron animar a la madre de Alejandro a que presentase una denuncia en comisaría. Y así lo hizo, con lo que, muy a su pesar, aquel día abrieron todos los telediarios nacionales con la noticia de que Alejandro había desaparecido. Cuando se vio en la pantalla del televisor del lugar donde estaban, el niño dijo:— ¿Veis? Al final mi familia sí me quiere y me echa de menos; llevadme al hotel que aparece en la tele y mis padres os lo recompensarán.A lo que uno de ellos contestó:
— No sé si con tu edad sabes lo que significa un secuestro, pero es lo que tú estás viviendo ahora mismo. Tú ahora nos perteneces, y con tus padres solo hablaremos si contestan a nuestra petición de dinero.Pasadas unas horas, los secuestradores se pusieron en contacto con la centralita del hotel donde se alojaban los padres y la familia de Alejandro.
— Tenemos secuestrado a vuestro niño; si lo queréis, nos encontraremos en las puertas del parque temático de Benidorm a las nueve de la noche. Dejad en una bolsa 2.900.000 € y de esta forma volveréis a ver a vuestro hijo; de lo contrario, se quedará con nosotros para siempre, como ya hicimos con varios niños— amenazaron.
Esa llamada provocó en la familia una alerta máxima. ¿De dónde sacarían esa cantidad de dinero, siendo una familia humilde? Finalmente, se lo pidieron a un amigo de la familia y, a la hora estimada y en el lugar indicado, la familia acudió a la cita con los secuestradores. En el intercambio no pudieron ver el rostro de los mismos, pero lo importante era que habían soltado al pequeño.
Ya con Alejandro entre la familia, y sin lágrimas después de tantas horas llorando, se decidió a contar su experiencia:
— Me los encontré en la playa y, tras contestarme mal, me invitaron a sentarme con ellos mientras os buscaban. Pero de repente me metieron en su coche hacia el apartamento, un poco lejos de la playa. Me quitaron el bañador y, tras meterme en la ducha, me empezaron a tocar y me obligaron a hacer cosas que ni quería ni me gustaron. Después me dieron una pastilla que me hizo quedarme dormido y solo soñaba con abrir los ojos y encontraros, y esa fue la mayor alegría al ver que así fue, que mi sueño se había hecho realidad.Este hecho dejó un gran trauma en Alejandro. Cada vez que iba a un centro comercial y perdía a su madre de vista, se ponía a llorar angustiado, pensando que se volvería a repetir. Su madre, al ver que esto cada vez iba a más, decidió ponerlo en manos de los psicólogos, para ver si de esta forma podía olvidar ese capítulo tan malo en su vida.Otro de los sustos que le tocó vivir en sus pocos años de vida fue un gran corte en una de sus manos. La impotencia al verse solo y humillado por otros lo indujo a coger un cuadro de la Virgen del Rocío y empezar a romper el cristal para desahogarse, pero uno de los cristales rotos le produjo un corte que le costó dieciocho puntos. Fue una nueva forma de demostrar a su familia que siempre que le sucedían desgracias se encontraba solo y que, en cierto modo, todas le sucedían cuando estaba su hermana con él, y ella nunca hacía nada, solo pinchaba y le hacía sufrir.Solo sintió algo cercano al miedo y la pena por su hermana una vez. Fue el 11 de marzo de 2004, el día en que en Madrid tuvo lugar el mayor atentado terrorista de la historia de España. Su hermana estudiaba cerca de Sanchinarro en un colegio de monjas, y ese día tenían tutoría los padres, por lo que su madre tuvo que acompañarla. La noche anterior estaban muy pendientes del tiempo que haría, ya que, si llovía, tendrían que coger el tren desde San Fernando de Henares hasta Atocha; de lo contrario, irían en coche. Al final, sin dar mayor importancia a la meteorología, decidieron irse en el coche, pero Alejandro desconocía esta decisión final, ya que se fueron mucho antes de que él se levantara. Aún con los ojos casi cerrados, encendió la tele, como cada día al desayunar. Se encontró en las noticias que la línea que pasaba por su casa era la que había sufrido el atentado, y justo hacían referencia al horario en que habitualmente cogía su hermana el tren. Lo primero que hizo al ver esas imágenes fue ponerse a llorar, salir al rellano del portal y llamar a su vecino, con el que se iba al colegio en coche. Él también estaba preocupado, porque su mujer cogía el mismo tren. Empezó a llamar al teléfono de la madre de Alejandro, y a su mujer; ambos estaban apagados, y así permanecieron durante más de veinte minutos. Alejandro tuvo que entrar en el colegio sin saber nada de su madre, y poniéndose en lo peor. Por la megafonía del colegio iban llamando a alumnos para que acudieran a dirección; a algunos se les comunicaba que sus padres habían fallecido y que pasaría a buscarlos un familiar. El nombre de Alejandro nunca sonó, pero, ya en clase de música, su profesor Andrés lo vio ausente, como en otra dimensión. Esto hizo que decidiera sacarlo del aula para hablar con él. Alejandro le explicó todo:
— Mi madre iba a coger ese tren para ir con mi hermana al colegio y no sé nada de ella desde esta mañana, tiene el teléfono apagado y no sé si han muerto.Lo primero que hizo Andrés, su profesor, fue llamar al teléfono de su madre y, al ver que ya daba tono, se lo pasó a Alejandro para que hablara con ella.
— Sí, ¿quién es?
— Mamá, soy Alejandro. Estás viva, ¿no?
— Sí, claro, Alejandro, estoy hablando contigo, ¿qué te pasa, que estoy trabajando? ¿Estás en el colegio?
— Sí, estoy con Andrés, el profesor de música. Pensaba que te habías muerto en el tren de esta mañana, cuando ibas con la hermana; y, como no sabía de ti, estaba preocupado.— No. No, tranquilo, Álex. Estamos bien. Nos fuimos en coche. Sigue en clase y luego te voy a buscar a las 14:00.Hablar con su madre lo tranquilizó, pero el alivio no lo sintió hasta verla, cuando lo fue a buscar. Ella ya tenía la cabeza puesta en otra cosa: le contaba que los concejales del ayuntamiento de Coslada la habían invitado al cierre de la campaña electoral de las elecciones generales, pero, al llegar al lugar donde había quedado, les comunicaron que el acto se suspendía por los atentados, y se podían quedar ya si querían a guardar un minuto de silencio por todos los fallecidos en las explosiones del tren.Ese día se le quedó grabado a Alejandro en la memoria. Al ver el dolor de tanta gente y los especiales informativos que se estaban haciendo en ese día, pensó que lo mejor que podía hacer en su vida era ser periodista, para contar las noticias a los demás y, sobre todo, porque vivir los funerales de estado, a los que acudió con su madre y su abuelo, fue una sensación triste por el momento en sí, pero inolvidable para él, por acudir a un lugar en el que muy poca gente pudo estar. Lo iba contando a todo aquel que veía, imitando la manera en que lo hacían los periodistas. Fue el principio de algo grande para él.