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Capítulo 3SU PRIMER AMOR

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No solo en las casas reales europeas se organizaban bodas para mantener la sangre azul y la tradición; en la familia de Alejandro, intentaban mirar también con lupa las novias que este pudiera tener. Ya desde pequeño, con apenas cuatro años, su familia decidió cuál tendría que ser su primer amor. Ni siquiera se lo preguntaron, pero tampoco podría haber opinado mucho al respecto, porque, con su corta edad, Alejandro no sabía muy bien lo que significaba ser novio de alguien y qué había que hacer. Lo fue descubriendo poco a poco.

Katia era la chica a la que él tenía que considerar su novia. Ambas familias, tanto la de Alejandro como la de Katia, hacían escapadas de fin de semanas juntas. Allí era donde les hacían ver que ellos dos eran novios, que se tenían que coger de la mano y darse besos en la mejilla. Ellos lo hacían obligados, ya que ninguno de los dos quería. Ni siquiera se gustaban, pero, por intereses familiares, ellos se arrimaban por equis a la familia de Alejandro y la familia de él quería algo de la de Katia, y ambas utilizaron a sus hijos para pasar más tiempo juntos y así poder llegar a sus fines empresariales y personales, que nunca hubieran logrado sin la excusa de sus hijos.Como Alejandro no quería estar con Katia y ella compartía su disgusto, cuando ambos fueron invitados a un cumpleaños de otra compañera de guardería, Alejandro planeó una estrategia para deshacerse de la que en ese momento era su “novia”, con la ayuda de su hermana. En la casa en la que estaban, vieron que había una piscina semiolímpica, tapada con una lona azul (el cumpleaños era en pleno mes de febrero, y tiempo para darse un chapuzón, la verdad es que no hacía mucho). Como lo que Alejandro quería era quitársela de encima, en un juego de niños inocente, él y su hermana provocaron que Katia cayera a la lona. Todo el mundo pensaba que debajo había agua, pero no. Estaba vacía. Sin nada. La caída fue considerable, y la fiesta acabó en el hospital con una contusión de espalda para la ya ex novia de Alejandro, puesto que, tras lo sucedido, ambas familias discutieron. La madre de Katia superaba en maldad a cualquier bruja de los dibujos animados; tras lo sucedido, entró en cólera y empezó a gritar a la madre de Alejandro. Ese día sería el último en que ellos dos se vieran, nunca más volvieron a tener trato y mucho menos a cogerse de la mano o darse besos en la mejilla.Este episodio no fue más que otra provocación de Alejandro hacia sus padres. Deseaba que lo dejaran decidir sobre su vida y que no siempre tomaran ellos esas decisiones. Ellos también aprendieron la lección: para cualquier interés propio, no se puede utilizar a los hijos, porque no se les puede controlar.A Alejandro, las malas experiencias siempre le venían bien para aprender y superarse a sí mismo. Fueron muchas las niñas que su madre le presentó, hijas de compañeras de partido o de famosos, para que él las conociera, lo pasara bien con ellas y se quedara con la que le gustara. Pero él no quería novias. Quería ser libre. Y le dijo a su madre que, para jugar a las muñecas, ya lo hacía él solo con las de su hermana, y que no quería ninguna chica desconocida más en casa, que las que él quería estaban en el colegio.Aquellas palabras impresionaron a la madre de Alejandro. ¿Su hijo era gay? ¿Ya tendría novia en el cole? Tenía que averiguarlo, haciendo que su hermana lo espiara entre pelea y pelea en el recreo del colegio. Ella siempre estaba inmersa en algún conflicto, ya fuera por defenderse a sí misma o por defender a su hermano o, incluso, a los amigos de su hermano. Así que, en uno de esos enfrentamientos, cogió a Vanesa, amiga de Alejandro, y le dijo:

— No volveré a defenderte más, salvo que me digas si mi hermano tiene alguna novia en la clase.

Vanesa, la amiga de Alejandro, no sabía guardar muchos secretos. Estaba con él un poco aislada siempre de todos, ya que “le faltaba un hervor”. Le contesto:

— Tienen un pacto Alejandro e Iván: tu hermano está con Covadonga y el otro con Marta, para ver quién hace mejor pareja y quién aguanta más.Así se enteró la madre de Alejandro de que el segundo amor de su hijo se llamaba como una virgen, Covadonga; y si en el caso anterior estaban juntos por intereses paternos, lo que más la escandalizó fue que, en esta ocasión, era cuestión de juego y un pacto, que no había amor entre ellos. Por eso, una tarde su madre cogió a Alejandro y le dijo:

— Sé que tienes una novia, y que estás con ella por jugar a una cosa muy absurda. Te pido que pares con eso y encuentres a alguien a quien ames de verdad y disfrutes. Además, esa niña no te interesa; tanto ella como su madre son unas frescas, y solo les interesa tu fama. No quiero escándalos en la prensa.

Alejandro le contesto:

— Yo soy yo, y mi familia es mi familia. Ella está conmigo, y su madre no tiene nada que ver; si lo quieres comprobar, vamos un día a su casa y lo verás.Aunque para él empezó como un juego, veía que iba sintiendo algo más. No sabía explicar el qué, porque aún era pequeño y no sabía de etiquetas, pero cada vez tenía más ganas de verla. Así que, para convencer a su madre de que su novia y su madre eran buena gente y que lo que se decía de ellas solo eran habladurías, organizó en casa de Covadonga una tarde de merienda para conocerse. Lamentablemente, ambas madres ya se conocían de las reuniones de padres, y no tenían buenas experiencias. No obstante, ambas se contuvieron por ver felices a ambos. Mientras sus madres hablaban, ellos fueron al cuarto y se metieron en una casa de juguete prefabricada. Empezaron a darse la mano y a besarse la mejilla, pero en uno de esos besos Covadonga giró la cara y pasó de ser un beso de mejilla a un beso en la boca. Con tan solo ocho años, ya había dado su primer “morreo”. Aquello fue para él una sensación nueva, pero sabía que quería repetir. Esa tarde fueron unos cuantos, y, en días posteriores, más aún.Alejandro solo tenía una preocupación en su cabeza: ¿le habría caído bien a su madre la que podría ser su suegra? La respuesta nunca la supo, pero obtuvo esta contestación:

— Solo te diré que te andes con cuidado. No te voy a obligar a nada, porque luego la lías, pero no te fíes ni te encariñes. Van a lo que van.Esas palabras se le quedaron marcadas; así que, al día siguiente, durante el recreo (tenían la misma edad, pero iban a clases diferentes), Alejandro se le acercó y le preguntó:

— ¿Tú estás conmigo por mi familia y por ser famosa, o porque te gusto?

Covadonga respondió:

— A mí quién seas me da igual, no me va a dar de comer. Yo te quiero a ti, pero si tu familia no quiere que estemos, lo dejamos.Alejandro empezó a obsesionarse con esas palabras: no sabía a quién hacer caso, si a su madre o a la chica con la que se besaba a escondidas en el colegio. Decidió preguntarle a Alejandra, que, en ese momento, junto con el resto de la panda, era su mejor amiga. Esta le dijo:

— Yo de esa chica no me fiaría, se va besando con cualquiera y tú te mereces algo mejor. Busca a alguien más cercana a ti, y mira antes de besarla si te quiere.Ese mensaje lo acabó de descuadrar. Su mejor amiga le había dejado entrever que Covadonga podía estar con él y a la vez con otros chicos. Tras un par de años intentando mantener una relación de novios, pusieron punto y final. Alejandro quedó un poco perdido y desorientado, pero repetir curso le vino muy bien para alejarse de aquella chica que solo le estaba haciendo mal.No sabía que su gran amor hasta el momento estaba más cerca de lo que pensaba. Era alguien que siempre estuvo a su lado como amiga. Un día, en la biblioteca del colegio, en un recreo, mientras ambos estaban preparando un trabajo, Alejandra le propuso ir al pasillo para decirle algo:

— Alejandro, tú me gustas desde hace mucho. No te pedí antes que estuvieras conmigo porque yo andaba con mi anterior novio, pero cada día que te veo por el pasillo pienso que tendríamos que estar juntos. ¿Me das una oportunidad de demostrártelo?Alejandro, sin pensarlo, contestó:

— Se me hace raro que mi mejor amiga me pida ser mi novia, pero te mentiría si no te dijese que también pensé en ser tu novio hace mucho tiempo. Así que sí, acepto.De esta forma tan bonita, Alejandra y Alejandro, un mismo nombre pero con diferente sexo, empezaron su relación de novios. Una pareja que sí gustaba a su familia: procedía de alguien de bien y, sobre todo, eran educados.

Al mes de empezar su relación, Alejandra cumplía años. Nunca fue invitado Alejandro, pese a que tenían muy buena relación, pero era siempre una fiesta de niñas y él era un niño, el novio de la anfitriona.

Llegó también el momento de que los padres se conocieran fuera de las reuniones y, tras un beso a escondidas en la habitación donde se dejaban los abrigos, comenzó una gran tarde que dejó patente el amor y el buen rollo que existían entre los pequeños y los mayores.Todo parecía apuntar a que ese sería su amor para siempre, pero, por desgracia, a Alejandro eso del amor con mujeres no se le daba bien. La historia duró dos cursos y, a regañadientes, tras repetir, Alejandra acabó yendo a un curso superior y él a uno inferior. En el recreo lo dejaba solo, y ella estaba estudiando o en la calle, ya que, al ser de quinto, ya podía salir al parque de enfrente o ir a algún lado a comprar, y solo coincidían las tardes en que ambos podían, o bien por las actividades extraescolares o por los deberes. El final de este amor llegó cuando, en el mes de junio, acabó el curso. Alejandra pasaba al instituto y, a pesar de tener una separación de apenas cien metros (colegio e instituto estaban al lado), ella pensaba que Alejandro se merecía algo mejor y más duradero, y quería experiencias nuevas. En ese momento, terminó para siempre su relación, tanto de amor como de amistad. Nunca más volvieron a hablar en persona, ni siquiera cuando alguna vez quedaban los ex compañeros de colegio, porque siempre uno de los dos faltaba.

Hoy quiero confesar... que mi marido es el Rey

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