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Introducción Y de pronto, la vida cambia

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En la vida no todo es color de rosa. Hay momentos que nos marcan para siempre. Hay situaciones que a veces se salen de nuestras manos o de nuestros planes. Existen experiencias negativas difíciles de borrar de nuestra memoria, y desearíamos que nunca hubieran sucedido. Quisiéramos que los problemas desaparecieran de la noche a la mañana.

¿Será posible evitar la adversidad?

Sabemos que si no experimentamos, no crecemos. Si no sentimos, no aprendemos.

Entonces, ¿qué hacer? ¿Se debe mirar en otra dirección? ¿Hay que cambiar de rumbo o cerrar los ojos e imaginar que nada malo existe?

¿Realmente habrá una forma más simple de andar en el viaje de la vida, o son necesarios los golpes para aprender?

¿Crees que es posible colocar tus ojos más allá de la realidad que estás experimentando ahora, aun cuando te encuentras en medio de un problema del cual no ves la salida?

Pienso en mi madre, quien ha pasado por situaciones difíciles, pero esto, en vez de frenarla o estancarla, le ha dado un doble impulso que le ha permitido evolucionar y sacar lo mejor de sí misma. Suele ser ejemplo para los demás. Muchos se preguntan cómo es posible que se mantenga tan joven, reluciente y con tanta paz, una paz que transmite al instante, en los primeros minutos de plática con ella.

La he visto triste pero nunca sin esperanza. La he visto con angustia pero nunca sin confianza. La he visto llorar, pero más veces la veo amar, y con ese amor del bueno, del que ya casi no se da.

Sé que hay muchas personas como ella en este mundo, pero también soy consciente de que la mayoría no se desenvuelve así.

¿Qué hay en aquellos a quienes parece que ningún huracán los hace caer hasta el fondo? ¿Qué tienen esas personas que, a pesar de los terremotos de su vida, se mantienen de pie?

Todos tenemos problemas de diversos tipos, sabores y colores. A veces las cosas no salen como esperábamos, y de pronto la vida cambia. Cuando la adversidad toca la puerta, quisiéramos ir a escondernos a otro lado o regresar después de un rato para ver si ya se fue a visitar otra casa. Pero resulta que no, que sigue ahí, como si el reloj no se moviera.

Por ejemplo, los siguientes casos fueron tragos amargos para quienes los vivieron; les costó su estabilidad, tranquilidad y paz por mucho tiempo.


Guardó su computadora portátil, cerró el cajón del escritorio, y cuando estaba a punto de salir de su oficina, su jefe lo abordó en la puerta para hablar con él un momento. Ya eran las siete de la tarde, la hora acostumbrada para la salida.

Jaime conocía bien a su director, y ese tipo de encuentros no eran habituales. Al ver su rostro, comenzó a sospechar que algo no marchaba bien. Su jefe le pidió con amabilidad que se trasladaran juntos a su oficina, donde los esperaban otras cuatro personas. Le comunicarían una noticia que daría un giro a todo:

–Tu relación laboral con esta empresa ha llegado a su fin; sin embargo, queremos agradecerte por…

En ese momento todo se nubló para Jaime, y ya no escuchó más. Tomó sus cosas y salió del edificio. Los primeros cuestionamientos daban vueltas en su mente: ¿Cómo se lo digo a mi esposa?, ¿cómo les explico a mis hijos que a su padre ya no lo necesitan más en el trabajo?, ¿cómo voy a pagar la hipoteca? A esta edad, ¿quién me contratará de nuevo?

Esa noche llegó a casa destrozado anímicamente; se desahogó con su mujer, pero aun así no pudo dormir. No concebía que, después de haber entregado más de veinte años de su vida a la empresa, hubieran decidido despedirlo. Además, se encontraba frente a un gran problema que impactaba a toda su familia, y parecía que todas las puertas estaban cerradas.

Jaime debía resolverlo de alguna manera. Tenía buenos amigos con cargos importantes en diversas empresas, pero de cualquier forma lo paralizaba el panorama.


Cuando Antonio vio los resultados de los exámenes médicos, su vida se le hizo pedacitos. Su corazón se apachurró; no sabía hacia dónde voltear. El diagnóstico no era alentador. Desesperado, increpó a Dios. Tenía cáncer y le quedaban pocos meses de vida. Sus planes iban desintegrándose cual hoja al fuego.

Lo más doloroso fue que, en los últimos días de su enfermedad, ni siquiera su esposa estuvo ahí. Ella no soportó el proceso y decidió abandonar el barco.


El viernes 13 de octubre de 1972, mientras el estudiante Carlitos Páez documentaba su equipaje en el aeropuerto de Uruguay, solo pensaba en ganar el próximo partido de rugbi en Chile, desconectarse de la rutina y pasar un buen rato con sus amigos. Por supuesto que no imaginó que el avión fuera a estrellarse minutos después en la cordillera de los Andes, ni que pasaría 72 días aislado, a treinta grados bajo cero y con un hambre insoportable. Mucho menos vislumbró que se enfrentaría a la disyuntiva de comer carne humana o morir de inanición.


Leticia recibió el golpe de la infidelidad que su esposo llevaba escondiendo desde hacía más de cinco años. Su vida se paralizó. Todo se vino abajo: sus hijos, su autoestima, su estabilidad, su confianza. No sabía hacia dónde volverse ni en quién apoyarse. Aparecieron la angustia, la decepción y la culpa, que nublaban su futuro.


Sergio sintió frustración al ver que su empresa iba hundiéndose poco a poco, día tras día. Aquel transatlántico que tantas glorias le había dado en el pasado a su padre, el fundador, iba haciéndose más y más pequeño cada vez debido a la falta de ventas, a los constantes cambios en el mercado y, desde luego, a una mala dirección de su parte. La principal preocupación de Sergio ya no era generar más ganancias, sino sobrevivir al menos durante los próximos meses.

¿Qué hay en aquellos a quienes parece que ningún huracán los hace caer hasta el fondo? ¿Qué tienen esas personas que, a pesar de los terremotos de su vida, se mantienen de pie?

¿Qué tienen en común estas historias? ¿Cuál es el hilo conductor? En todas existe una crisis que sacude a sus protagonistas y les roba su tranquilidad.

Algo que no podemos evitar es que, de pronto, la vida nos cambie los planes por un accidente, un despido, una enfermedad terminal, el fracaso de un negocio, un fraude, una deuda, una ruptura, el fallecimiento de un familiar…

Toda nuestra historia cambia con un evento inesperado, una mala noticia, una llamada telefónica, un encuentro, una discusión o, simplemente, por estar en el lugar equivocado. Es como un iceberg que aparece de pronto e impide que sigamos navegando en aguas calmadas.

No importa dónde vivas ni cuáles sean tus creencias religiosas; si tienes veinte o cuarenta años; ni siquiera importa el estado de tus finanzas personales o qué tan sensato seas. La adversidad no respeta a nadie y no es buena inquilina. Aparece cuando nadie quiere y se va después de una buena estancia. No conforme, genera costos muchas veces bastante altos para quien la recibe.

Tenemos una seria desventaja frente a las crisis: nunca llegan solo si uno está preparado para recibirlas, si el momento histórico personal es el adecuado, si se tienen las herramientas para superarlas, o no. Simplemente llegan.

Tal vez no hemos sido diagnosticados con una enfermedad terminal, quizas no hemos sido despedidos o ni siquiera hemos sufrido una infidelidad. Probablemente, nuestros problemas tengan otros apodos. Pero, sin lugar a dudas, todos hemos experimentado esa extraña sensación de desasosiego y ansiedad frente a circunstancias desfavorables. Es como si de pronto nos bajaran el interruptor o nos quitaran el dulce de la boca.

El hombre se mide a sí mismo en las dificultades. En la vida se cierran puertas, pero también se abren posibilidades. A lo largo de los años hemos visto a individuos y organizaciones que, incluso estando en la cima del mundo, se han topado con algo que los ha hecho estremecerse y caer. Tal vez te ha sucedido a ti también. Puede ser algo que llegó de golpe o que siempre estuvo ahí, pero que hasta ese instante no habían sido capaces de ver; algo que les dio un vuelco y, en cuestión de un parpadeo, los dejó, si no tocando el suelo, al menos volando a media altura. Hace no mucho tiempo, en 2008, Coca-Cola experimentó una fuerte crisis. Su CEO actual, Muhtar Kent, la explica así: «Nos habíamos vuelto ensimismados. No salíamos a ver cómo cambiaba el mundo».

Cuando Kent tomó el mando de la compañía tenía dos opciones: regodearse en su arrogancia o estabilizar la empresa. Logró lo segundo al aceptar que estaban pasando por un mal momento, y comenzó a crear soluciones a través de la colaboración y ayuda mutua de todos los integrantes de la compañía. En medio de la tormenta, con un tanto de humildad y otro tanto de planeación, estrategia y dirección, logró que el buque virara.

¿Por qué las crisis nos frenan tanto? ¿Por qué es tan complicado salir de ellas? ¿Por qué damos tantas vueltas antes de ponernos en acción para superarlas? Y lo que es peor: si ya sabemos lo que tenemos que hacer, ¿por qué no lo hacemos?

Algunos no saben por dónde empezar, pero muchos otros no actúan por la misma arrogancia que, en su momento, experimentó Coca-Cola. La mayoría de los seres humanos actúan con base en el ego en vez de en la humildad y la inteligencia. Se bloquean cuando las cosas no salen como las habían planeado y tratan de señalar culpables.

De hecho, mi trabajo frecuente me ha permitido observar desde el podio, con detenimiento, a ese complejo grupo, y gracias a ello he podido percibir la reticencia de las personas a aceptar que necesitan hacer algo diferente en sus vidas para seguir creciendo, sobre todo cuando están en aprietos. No aceptan que las cosas se salgan de su control. Ponen cara de Yo estoy de maravilla o de Yo no necesito de tus cuentos, cuando la realidad es otra. Quisieran despertarse un buen día y sentir que sus problemas ya no están, que se fueron volando como por arte de magia.

Pocos son, y son los más valiosos, los que buscan ir más allá de su problema y se comprometen con su vida al aceptar que pueden hacer reingeniería de esta para salir mejor librados de lo que les sucede.

La mayoría de los seres humanos actúan con base en el ego en vez de en la humildad y la inteligencia. Se bloquean cuando las cosas no salen como las habían planeado y tratan de señalar culpables.

No sé si justo ahora estés experimentando una situación de crisis. Desconozco si existe alguna carga pesada en tu vida o en tu trabajo que esté llevándote a perder el control sobre las cosas. Tal vez estés viviendo algo por lo que te has cuestionado si lo que has hecho ha sido lo correcto. Quizá algo haya puesto a tu bienestar en la cuerda floja. Si ese fuera tu caso, estoy plenamente seguro de que esa situación pasará. Así como has salido a salvo de otros pasillos oscuros y difíciles, este también se iluminará; cesará la tormenta y llegará la calma.

Vaya, todo eso hasta suena obvio, ¿no? Y bien podrías reclamarme: Eso lo sabemos. ¿Dónde está la novedad? Aunque no lo creas, para muchos no es tan obvio como parece. Y aunque a algunos les parezcan principios elementales, a la hora de estar en el ruedo, frente al toro, muy pocos los recuerdan y los aprovechan. Que te parezcan sencillos no significa que los apli-ques. Es como un paracaídas: lo importante no es conocerlo o saber que existe, sino saber abrirlo y abrirlo cuando es necesario.

En caso de que sí los pongas en práctica, te felicito, pero hay algo que va más allá y que debes saber: no hay garantía de que nunca volveremos a caer en la misma crisis, de que ya no tropezaremos con un reto o de que no vaya a presentarse algo inesperado que nos saque de nuestras casillas y nos lleve a preguntarnos ¿Otra vez?, ¿y ahora qué hago?

De eso trata este libro. Su propósito no solo es que aprendas a pensar de manera positiva frente a lo que te suceda, sino que además generes nuevos hábitos para afrontar las crisis. Comprenderás que estas te ayudan a desarrollarte personal y profesionalmente para tener una vida más parecida a la que deseas.

Cuando empecé a visualizar el contenido de este libro, me propuse transmitir algo que te resultara tan útil que consideraras regalar un ejemplar a tus colaboradores de trabajo, y tan sencillo que pudieras comentarlo hasta con tus hijos más pequeños.

Mi idea, la cual sostengo con plena convicción porque la he comprobado una y otra vez, es que los seres humanos tienen la grandiosa oportunidad de reencuadrar todo, absolutamente todo lo que les sucede, para dar un giro a su historia, por más neblina que se vislumbre. Solo depende de cómo acomoden las fichas y de las estrategias que utilicen.

Uno de tantos ejemplos es el de Robert Plutchik, psicólogo y profesor estadounidense que obtuvo fama mundial en la década de 1980 por haber identificado y clasificado de forma práctica las emociones, con lo cual trazó las primeras pinceladas de la teoría psicoevolutiva de la emoción. Esta se basa en ocho emociones primarias que pueden combinarse. Por ejemplo, si combinamos alegría y aceptación, experimentaremos amor; esperanza y satisfacción generarán optimismo; dolor más sorpresa producirán desengaño, etcétera. Todo depende del grado de intensidad y de qué tanto nos dejemos llevar por cada emoción.

Plutchik, como varios especialistas, nos confirma que existen vías rápidas, efectivas y avaladas –más allá de la autoayuda o la superación personal– para conducir nuestras emociones de forma objetiva aun después de haber vivido experiencias complicadas. De esta manera, al trabajar desde dentro es posible aprender a gestionar nuestras crisis pasadas, presentes y futuras.

No vayamos muy lejos: cuántos casos no conoces donde la esperanza para alguien era nula, y de pronto todo cambió. ¿Milagro? ¿Buena suerte? ¿Providencia? Tal vez, un poco de todo. Pero, definitivamente, algo tuvo que hacer esa persona para mantenerse en pie y mover el problema del camino. Y estoy seguro de que ese algo fue más que un simple deseo.

Voy a compartir contigo algunas estrategias para desarrollar esa pericia que nos ayuda a salir rápido de nuestras crisis y a dejar de percibirlas como bardas interminables. Sí, a veces son simples topes, y su función es positiva: nos obligan a hacer un alto o a bajar la velocidad para reflexionar y poder con-tinuar andando.

Esto lo he constatado una y otra vez en los últimos años por la dinámica de mi trabajo. Me ha tocado escuchar los llamados de ayuda de cientos de personas que experimentan dolor en sus vidas. También me he enterado de esta situación por gente que ha tenido la confianza de establecer comunicación escrita conmigo. Empresarios, profesionistas, directores de importantes compañías, vendedores, amas de casa, jóvenes universitarios, por mencionar algunos, han abierto su corazón para confesarme que realmente lo estaban pasando muy mal y no veían el final del túnel.

En todos ellos, en cada eco de sus voces, distinguí un factor común: ninguno esperaba que fuera a presentarse un cambio en su vida. Y aun cuando en algunos casos el cambio era previsible, no lo habían vislumbrado. La mayoría, porque su atención estaba enfocada en otra cosa.

¿Por qué este libro?

Las crisis atraviesan cualquier puerta, incluso bóvedas mentales muy poderosas. Detrás de cada ser humano hay una historia difícil. El hombre se funde, como el oro, en el crisol y aprende aun de la desgracia, siempre y cuando así lo decida.

Nadie nos enseñó a amar; tampoco a sufrir. Problemas, todos los tenemos. Tan simple como eso. Nadie es inmune a ellos. No se trata de que quieras terminar con tus problemas. El verdadero arte no está en evitarlos, sino en descubrir y comprender su origen para, después, lograr que se quiten de nuestro trayecto.

He identificado que los problemas no son lo que nos preocupa principalmente, sino sus consecuencias. No tenemos miedo al cambio, sino a cambiar uno mismo, a lo que esto implica, a las renuncias, a las responsabilidades de un nuevo yo.

Se teme a salir de la zona de confort, a dejar a un lado lo conocido y reconocer que lo que tenemos enfrente nos impide progresar. Hay personas que no solo cargan maletas sino enormes baúles de recuerdos de su pasado y quieren vivir con base en ello. Por eso, este libro representa –además– una alternativa de reconciliación con ese pasado y de despedida de él. Usaremos nuestras debilidades para enfocar la energía en las fortalezas que nos ayudan a empoderarnos en el presente.

Hace tiempo lo dijo el Dalái Lama: «En los periodos difíciles puedes aprender a desarrollar fuerza interior, determinación y coraje para hacer frente a los problemas. El verdadero fracaso es el desánimo, pues significa que has perdido una gran opor-tunidad para crecer».

Pasar por crisis es propio de la evolución emocional del hombre. Vivimos en un mundo donde existe tanto la luz como la oscuridad, el yin y el yang, el karma y el dharma, el lado blanco y el lado negro, la salud y la enfermedad, el éxito y la derrota, la bondad y la maldad, el amor y el miedo. No podemos negar esa dualidad a la que nos enfrentamos todos los días. Así como hay personas que acopian víveres para apoyar a los damnificados, por ejemplo del terremoto en Haití, tam-bién hay otros que secuestran, asesinan o torturan sin piedad ni remordimiento.

Frente a las crisis, el ser humano se desconecta de su esencia; se convierte a menudo en un animal descontrolado que actúa por impulso, y esto le ocasiona momentos de derrota, oscuridad y preocupación.

Así como un día puedes estar tocando el cielo, al día siguiente no quieres levantarte de la cama. Un día tienes un importante puesto en una empresa, y otro no sabes con qué pagar la colegiatura de tus hijos. Es entonces cuando sobrevienen las crisis, cuando existe una brecha entre lo que deseamos y lo que realmente sucede.

La oscuridad es ausencia de luz; la crisis es ausencia de paz.

Las crisis se han convertido en el pan de todos los días de millones de personas y negocios. Como rayo láser, penetran relaciones, familias, departamentos laborales y organizaciones enteras. Todas conllevan consecuencias.

El hombre se funde, como el oro, en el crisol, y aprende aun de la desgracia, siempre y cuando así lo decida.

Cuántas empresas no conocemos que por dificultades mal sorteadas han tenido que cerrar sus puertas. Hasta la propia madre tierra ha sido blanco de las atrocidades que le ocasiona el hombre y que desembocan en desastres naturales. Pero este libro no trata de ser dramático o fatalista, sino más bien objetivo y propositivo a partir de una premisa:

Si somos capaces de ir más allá de la visión primitiva, típicamente humana, que se enfoca en el miedo, el coraje y la decepción provocados por nuestros problemas, no solo podremos resolverlos de forma sabia, sino que –incluso– obtendremos valiosas lecciones de ellos para que logremos recorrer nuestro camino con mayor sentido, sin tantos tropiezos.

Como una vez dijo el reconocido psicólogo argentino y profesor de Filosofía Roberto Pérez: «La crisis es al hombre lo que el viento al fuego». Quiere decir que o te impulsa o te apaga.

Numerosas empresas y organizaciones mundiales están siendo golpeadas por crisis económicas. A estas sumemos la violencia, inseguridad e incertidumbre colectiva, al menos, en el caso de Latinoamérica.

Muchos se preguntan por qué pasa esto o aquello y critican, se quejan y buscan culpables. Pero lo he confirmado una y otra vez: quienes sobresalen son los que se enfocan en lo que sí pueden lograr y transmiten esa actitud a toda su gente.

Mientras unos ponen su atención en sus crisis y dicen que son imposibles de erradicar, otros proponen y generan cambios poderosos.

Un país es el reflejo de sus ciudadanos. Todos los días surgen adversidades que hay que sortear, y si nadie pone su atención en el lado positivo, la crisis termina provocando caos e influyendo negativamente en la sociedad actual y en sus futuras generaciones.

Entiendo que, por nuestro tipo de cultura y la educación que recibimos comúnmente, es difícil para muchos observar cosas buenas dentro de toda la maraña de información negativa que consumimos a diario. Para la mayoría es casi una aventura titánica obtener las lecciones positivas de lo malo que sucede y ponerlas en práctica para su beneficio.

En un mundo de cambios acelerados, como el que nos tocó, las crisis se arraigan más y son más difíciles de contrarrestar cuanto mayor es nuestro desarrollo. Cada vez hay más conflic-tos que interrumpen la vida de millones de personas. Crece el índice de divorcios, suicidios, pacientes con depresión o desbalances emocionales, empleados insatisfechos… Incluso se dice que las crisis económicas y sociales a nivel mundial son mucho más fuertes ahora que hace veinte años.

Un ejemplo de ello es lo que menciona Ian I. Mitroff, experto en manejo de crisis y profesor en la Marshall School of Business: «En 2001 poca gente hubiera entendido el concepto de bombas voladoras, hasta que sucedió el atentado contra las Torres Gemelas. Definitivamente, a pesar de toda la tecnología y los avances en seguridad, no estaban preparados para ello. Ahora hay que pensar lo impensable».

¿Cuál es la diferencia entre nosotros y las personas expertas en manejar las crisis? ¿En qué radica que ciertas organizaciones alcancen a distinguir las lecciones escondidas en medio de la turbulencia? ¿Por qué unas sobresalen y otras no?

Me queda claro que esto va más allá de la actitud, aunque no la excluyo por completo. No podemos guiarnos solo por teorías motivacionales que señalan que para enfrentar la vida basta con sonreír y pensar que nada malo acontece. Ayuda, pero no es suficiente.

El secreto está en el proceso. Después de una crisis, cada proceso es diferente en cada ser humano u organización. El que ha llevado Estados Unidos para salir de su recesión actual es distinto del que inició Coca-Cola para cambiar su cultura corporativa. No es el mismo proceso el que lleva un director general para aumentar sus habilidades de liderazgo que el de una madre para educar a sus hijos. Pero sí, en definitiva, los puntos en común son la visión, la estrategia y el compromiso que constituirá el proceso, donde será indispensable poner en acción toda la energía. A esto algunos lo llaman resiliencia. Es una forma dinámica, concienzuda y positiva de adaptarnos en momentos adversos.

Aunque todos pasamos por crisis, no todos reaccionamos igual. No existe la talla única en este tema. Esto se debe a que no todos observamos la vida a través de las mismas gafas. No por nada una persona es capaz de sobreponerse a una muerte, y a otra le cuesta una barbaridad superar el fin de una relación. Puede haber alguien que salga de una crisis financiera en un año, mientras que otro se estanca por el resto de sus días. Para algunos, quedarse sin empleo es el trampolín perfecto para iniciar lo que después se convertirá en un próspero negocio.

He identificado que los problemas no son lo que nos preocupa principalmente, sino sus consecuencias. No tenemos miedo al cambio, sino a cambiar uno mismo, a lo que esto implica, a las renuncias, a las responsabilidades de un nuevo yo.

¿Te suena familiar?

La gran noticia que quiero darte es que no solo tenemos la oportunidad de replantear lo que nos sucede, sino –además– la capacidad de crear nuestro proceso de resiliencia para hacer frente a futuras crisis y, así, llegar a donde queremos. Por lo tanto, se puede aprender a reaccionar favorablemente.

Leer Los elefantes no vuelan es una buena manera de comenzar este proceso para quitar lo que estorba, estorbó o estorbará en tu evolución y que puedas andar de forma más ligera por la vida. No importa si te encuentras en medio de un desierto emocional o si tu empresa está a punto de derrumbarse. Tampoco importa si ahora es el momento más maravilloso de tu travesía. Este libro ofrece las pautas para que diseñes tu propio mapa, para que realmente vivas el instante presente y para que aun en la adversidad puedas salir avante, sin perderte la lección.

Los elefantes no vuelan

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