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ОглавлениеESPLENDOR Y MISTERIO EN
SILVIA INFANTAS
Silvia Infantas entra al locutorio de Cooperativa y se sienta ante un micrófono de la radio. Ya no es Cooperativa Vitalicia. Es Cooperativa a secas. Porque no son los inicios de los años 40, cuando ella debutara en esta misma emisora. Ahora es septiembre de 2012 y ella es invitada al espacio de conversación “Acordes mayores”, un programa de encuentros con figuras de gran trayectoria en la música chilena que conducen el experimentado locutor radial Miguel Davagnino con la cantante y actriz Carmen Barros.
Han pasado cuatro décadas y más desde que Silvia Infantas puso fin a su carrera en los escenarios, a comienzos de los años 70. Y tal vez la cantidad de tiempo explique que ella haya accedido a dar una de las contadas entrevistas de su vida tras el retiro, buena parte de ellas frente al mismo periodista que produjo el citado programa “Acordes mayores” y que firma estas páginas. Así fue en 2006, por la redacción de su reseña biográfica para un sitio web de música chilena. Así fue en 2007, para reconstruir parte de su discografía con motivo de una serie de reediciones del sello EMI titulada Colección Bicentenario, y en 2009, a raíz del ciclo documental “Himnos locales”, de Radio Uno. Así fue también en 2012, en la entrevista previa al citado programa de Cooperativa, y hasta fines de 2015 en las conversaciones destinadas a este libro.
En esas sesiones, Silvia Infantas hizo memorias, reconstituyó historias y repertorios, revisó archivos de fotos, discos y prensa. Y en uno de los encuentros hizo un regalo: un ejemplar de la carátula de su primer disco con Los Cóndores, conservado a la perfección dentro de una carpeta. Tiene más de medio siglo esa hoja, pero no está sepiada por los años. El blanco del papel permanece inmaculado, luminoso casi, mantenido por décadas en esa guarda, con el mismo tono que debe haber tenido cuando fue un disco nuevo, recién lanzado, en los primeros días del grupo, como un mensaje directo desde otra era. La era de esplendor de Silvia Infantas.
El relato de esa historia sigue un hilo cronológico en el libro. Desde los primeros capítulos ella da una mirada retrospectiva a sus inicios como cantante melódica (a contar de 1942), a su participación como actriz en el Teatro de Ensayo de la Universidad Católica (entre 1946 y 1953) y a su consagración con los dos conjuntos de su vida: Silvia Infantas y Los Baqueanos (1953-1959) y Silvia Infantas y Los Cóndores (1960-1970). Solo el último capítulo (“Figura fundamental”) escapa en parte a la cronología, para proponer una interpretación de la obra de la artista desde diversos ángulos: el repertorio, el estilo, los arreglos y el horizonte de autores y compositores chilenos cuyas obras grabó.
Son memorias complementadas por el testimonio de coprotagonistas de ese recorrido, como los músicos Pedro Leal, Hugo Morales y Alejandro González. O por herederos directos, como Germán Aqueveque, hijo del arpista de Los Baqueanos; Germán del Campo, quien integró también el Dúo Leal Del Campo. “Mi papá cumplió cuatro roles importantes dentro de Los Baqueanos, como arpista, guitarrista, cantante y autor de algunas canciones”, destaca Aqueveque, porque la historia de Silvia Infantas es también la de los músicos de su tiempo.
Lo confirman los hombres de radio que la vieron en escena. “La conocí como espectador en los auditorios de radios, donde, junto con Los Baqueanos primero y Los Cóndores después, cantaba maravillosamente y era la primera figura del folclor chileno. Ella escribió una página de oro en la música de nuestro país”, destaca Enrique Maluenda, iniciado hacia 1955 en la radiotelefonía. “La de Silvia y la de Ester Soré son las voces más bonitas que hemos tenido en el folclor, y podrían haber sido perfectamente voces de nivel internacional para canción melódica”, agrega Pablo Aguilera, actual director de Radio Pudahuel e iniciado en radios en 1960.
No es aventurado afirmar que la mayoría absoluta de los chilenos ha escuchado al menos una vez, y es posible que muchas veces, la voz de Silvia Infantas. Como tampoco es arriesgado aseverar que esa misma mayoría la ha oído cantar sin saber a quién pertenece esa voz. Si lo que suena es “Tonadas de Manuel Rodríguez”, o “La consentida”, o “Si vas para Chile”, o “Los lagos de Chile”, entre decenas de otros títulos de esa chilenidad hecha canción, será en gran parte de los casos Silvia Infantas la que se escuche. Esta voz está fijada en la memoria discográfica chilena, prensada en esos discos originales de acetato o vinilo, multiplicada en el nuevo siglo por efecto de dispositivos y plataformas digitales.
“Siempre me fascinó esa voz: tan culta, tan prístina. Además, la escuchábamos en radioteatros. Cierto que en los comienzos cantaba boleros también, música popular, pero luego se dedicó al folclor, y fue un referente en la raíz folclórica para mí. Silvia Infantas forma parte del patrimonio musical folclórico de nuestro país”, reconoce la cantante Ginette Acevedo. Y coinciden otros herederos de esa tradición, como Juan Hernández Arriagada, del conjunto Diapasón Porteño, cultor actual de la cueca y la tonada.
“En el caso mío, que ha sido rescatar la guitarra como elemento aglutinador, siento que el aporte de Silvia Infantas con Los Baqueanos y Los Cóndores ayuda a desarrollar diferentes estilos y la creación actual”, comenta Hernández. Eugenio Rengifo, de Los Huasos de Algarrobal, destaca finalmente la estatura de la artista como legado. “No he visto un impacto similar al de Silvia Infantas en esa composición de grupo, con una solista y tres voces masculinas. Antes sí: Los Cuatro Hermanos Silva, Margarita Alarcón, Ester Soré, que en un momento cantó con Los Cuatro Huasos. En el registro de una mujer solista con voces masculinas Silvia Infantas fue un ícono”.
Si faltaba leyenda por agregar, está la mencionada decisión de Silvia de despedirse del canto y de la escena en plena actividad y vigencia. Son algunos de sus familiares quienes arrojan luces al respecto. “Dejó de cantar. El motivo: solamente para descansar. Ella misma dice que se fue en el peak de su carrera”, comenta Miguel Infantas, uno de sus sobrinos. Y lo complementa Sergio Infantas, también sobrino y cantante. “Mi tía siempre dijo: ‘Yo voy a cantar hasta cierta edad, porque no quiero que vean que la voz no es la misma, que no tenga el mismo registro ni la misma fuerza’. Decía que una artista siempre debe retirarse en la cúspide de su carrera. Y lo hizo”.
Silvia Infantas es la última estrella de la constelación de cantantes del siglo XX en la que brillaron nombres como Ester Soré, Carmencita Ruiz, Margarita Alarcón, Las Morenitas y tantas otras. Y en último término ese doble rasgo –la celebridad y el anonimato– es también la mejor definición para su trayectoria, entre el misterio de su temprano retiro y el esplendor con que se inscribió para siempre en la historia de la música popular chilena.
David Ponce
Santiago, octubre de 2018