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ОглавлениеCAPÍTULO I
CRIADA EN EL ALMENDRAL
Ella tocaba el piano, se sentaba y empezaba a tocar valses y todas esas cosas, canciones de esos tiempos. Y entonces yo me sacaba los zapatos y detrás iba, y en la alfombra a pie pelado empezaba a bailar. Todas las tardes tocaba y yo me hacía la viva.
Silvia Infantas sobre uno de sus recuerdos musicales más tempranos: su abuela paterna y el piano de la casa familiar en el barrio
El Almendral, de Valparaíso.
Su padre es el barítono y compositor Jorge Infantas, de destacada actuación en la lírica nacional, quien hace de profesor en forma exclusiva de su regalona Silvia.
En el artículo de prensa
“Un artista vive cerca de su casa” (1947).
Juana Ross, Plaza O’Higgins y El Almendral
Un día.
Ese es el lapso que recuerda haber vivido Silvia Infantas en su natal Santiago, antes de emprender su primer viaje, con apenas horas de vida y con destino al puerto principal.
−Un día solamente. Nací y me fui −sonríe−. Entonces ahí no supe más. Con el tiempo, con los años, vine a saber que yo había nacido en Santiago, por un día.
“Aunque nació en Santiago, Silvia pasó su infancia en el pintoresco El Almendral, de Valparaíso, que enamoró a Joaquín Edwards Bello”, queda corroborado en un artículo de prensa años más tarde, en 1947, cuando la cantante era una veinteañera y había dado sus primeros pasos en las radios y escenarios chilenos. Dos décadas antes, el 14 de junio de 1923, llegaba al mundo Sylvia Elvira Infantas Soto. Sylvia en la inscripción de nacimiento. Silvia por bautismo artístico en el futuro.
Nacida en la capital, criada en El Almendral. Dos octosílabos bien sirven como título para los primeros años de Silvia Infantas, quien vivió la niñez y parte de la adolescencia, hasta los 15 años, en ese histórico y tradicional sector de Valparaíso retratado en la novela En el viejo Almendral (1931), con el subtítulo Valparaíso, ciudad del viento, del citado cronista y escritor porteño Joaquín Edwards Bello. Mismo barrio escrito y cantado, además, en la cueca “Plaza O’Higgins y Almendral” por el vibrante cantor Jorge Montiel, también porteño.
Sector histórico del plan o área plana de Valparaíso y colindante con los cerros de la ciudad, El Almendral era barrio popular, de cités, bares, restaurantes y negocios de antigüedades, en los que la música tenía un domicilio ganado, múltiple y permanente, con diversos cantores y conjuntos que circulaban por el lugar. Y en esa casa de calle Juana Ross donde Silvia pasó sus primeros años, entre las avenidas Argentina e Independencia, hoy próxima al edificio del Congreso Nacional, en las cercanías de la aludida Plaza O’Higgins, donde cada domingo decenas de anticuarios llegan a ofrecer retazos de ese tiempo remoto entre discos y muebles, la música tampoco estaba ausente.
“Lo que no es raro, pues su sangre tiene glóbulos de artistas”, se lee en la mencionada crónica: “Su padre es el barítono y compositor Jorge Infantas, de destacada actuación en la lírica nacional, quien hace de profesor en forma exclusiva de su regalona Silvia”. En publicaciones de la época habrá más de una versión acerca de si el registro vocal del artista en cuestión era barítono o tenor, pero tesituras aparte, Jorge Ignacio Infantas Arancibia era un reconocido cantante chileno, autor de la canción patriótica “Chile”, entre otras obras, y las primeras impresiones musicales de la vida de Silvia son las que recibió de su padre.
Y antes, de su abuela.
Debut en el Municipal: “Vas a ir a ver a tu padre”
En un rasgo compartido por tantos músicos y cantantes de su generación, no faltaba un piano vertical en esa casa de infancia que Silvia Infantas retrata al evocar esos primeros años en El Almendral, y al recordar, de paso, sus gustos musicales de la época.
−Bastante música chilena. Había mucho entusiasmo, y todavía Valparaíso yo encuentro que lo tiene, en los desfiles aparece muchísimo conjunto lindo. Por ejemplo, en el Casino de Viña del Mar, donde nosotros actuamos tantas veces, la gente (iba) con un entusiasmo único por la música chilena, por lo menos en nuestra época, y salían a bailar, se llenaba la pista bailando. Encuentro yo que Valparaíso siempre ha estado con el folclor.
−¿En qué barrio de Santiago había nacido usted?
−Uy, eso sí que no, no recuerdo. Nunca hemos hablado de eso, porque fue un día que estuve...
−¿Un día?
−Un día solamente. Nací y me fui. Me crié en Valparaíso, estuve 15 años allá. Y de ahí me vine a Santiago.
−¿Era El Almendral, en Valparaíso, donde usted vivía?
−Sí, en El Almendral. La calle Juana Ross 51.
−¿Cómo recuerda ese barrio?
−Bonito. Muy tranquilo, estaba cerca de la plaza, cerca del colegio, y todo estaba muy bien. Nosotros nos criamos todos con abuelita, de chiquitos ahí. Entonces, cuando ella falleció, nos vinimos de vuelta, porque mi papá trabajaba en Santiago y teníamos que venirnos con él.
−¿Se acuerda en qué año murió su abuela?
−Tiene que haber sido el 38, por ahí.
−Usted tenía 15.
−Claro, más o menos.
−¿Su abuela tocaba el piano, me contaba usted?
−Mi abuelita sí. Ella tocaba el piano todas las tardes, se sentaba y empezaba a tocar valses y todas esas cosas, canciones de esos tiempos. Y yo ya tenía ese bichito del arte, ¿ah? Y entonces yo me sacaba los zapatos y detrás iba, y en la alfombra a pie pelado empezaba a bailar. De repente ella algo notaba y se daba vuelta. Me decía: “¿Y tú? ¿Qué haces ahí?”. “Nada”, le decía yo, y ella se moría de la risa. Todas las tardes tocaba y yo me hacía la viva.
−¿Era su abuela paterna o materna?
−Paterna.
−Y su padre, como sabemos, era cantante lírico.
−Cantante lírico, sí, cantaba en el (Teatro) Municipal. Por eso más que nada estaba en Santiago, porque estaba con su carrera artística. Le iba muy bien. Pero él nunca quiso salir fuera (de Chile). Nunca quiso.
−¿Por qué?
−Porque no se acostumbraba. Venían tenores de todas partes del mundo, le decían: “Pero ¿qué hace usted aquí? ¿Por qué no va con nosotros? Le va a ir muy bien por allá”. “No”, decía. No había caso, nunca quiso moverse de Chile. Y yo ando por ahí (sonríe).
−¿Qué registro tenía su padre? ¿Tenor?
−Tenor. Tenor lírico.
−¿Y en qué óperas cantó, por ejemplo?
−Oh, él cantaba Rigoletto, Madama Butterfly, Tosca, La traviata, El barbero de Sevilla, todas esas óperas. Y yo de chiquita lo iba a ver.
−¿Al Municipal?
−Sí. Cuando cantaba él me llevaba mi abuelita a Santiago. “Vas a ir a ver a tu padre”, me decía.
Silvia imita la voz severa de la abuela en esa frase.
−Y ahí, yo chiquitita, por allá abajo; el teatro lleno. Fui a su debut también. Cuando se presentó por primera vez.
Un jovencito que se llama Luis Bahamonde
Cuatro eran los hermanos Infantas Soto en la casa de El Almendral: Sergio, Silvia, Rosa Iris y Álvaro. “Todos se llevan por dos o tres años y tienen una común afinidad con la música, cantando, tocando guitarra y piano”, está consignado en el citado artículo de 1947.
−Todos con condiciones artísticas −corrobora Silvia−, pero ninguno como para dedicarse. Yo fui la que saqué más (sonríe) en el reparto, entonces fue imposible que dejara de pensar en ser artista y cantar.
El Valparaíso de esa primera juventud de Silvia Infantas, en las décadas del 20 y del 30, es la cuna de importantes autores, cantantes y conjuntos destinados a hacer historia en la música chilena, entre un cantor legendario como Raúl Gardy y un prolífico compositor como Luis Bahamonde
Alvear, nacidos en 1917 y 1920, respectivamente.
Este último iba a crear el popular conjunto Fiesta Linda en 1953 junto a la cantante Carmencita Ruiz y a los músicos Pepe Fuentes y Ricardo Acevedo. Y mucho antes de eso, Lucho Bahamonde, el hombre que desde los años 40 compuso tonadas tan características como “En de que te vi”, “Fiesta linda”, “La bola”, “Qué bonita es mi tierra”, “Viva Chile”, “Amor ingrato”, “Buscando amores”, “Qué lindo es el amor” y “Por haberte querido tanto”, llegó un día a tocar la puerta de esa casa familiar en calle Juana Ross, recuerda Silvia.
−Cuando estábamos jovencitos todos, mi hermano (Sergio) tocaba la guitarra, tocaba el piano, sacaba muy buenas notas y practicaba mucho la guitarra. Entonces conoció a Luis Bahamonde, que en ese tiempo debe haber tenido unos 17 o 18 años, una cosa así. Mi hermano estaba ensayando con unos amigos ahí, y tocan el timbre y salgo yo. Cabrita, como se dice, jovencita. Me dice: “¿Está Sergio?”, y yo pregunto quién es, y me dice “Luis Bahamonde”. “Sergio”, le digo a mi hermano, “afuera hay un jovencito, un niñito que dice que se llama Luis Bahamonde y quiere hablar contigo”. Y él era el famoso compositor.
El oficio musical iba a reunirlos décadas después, en uno de los más recordados restaurantes capitalinos dedicados a la música tradicional chilena, cuando Silvia Infantas y Bahamonde Alvear ya eran celebridades con sus respectivos conjuntos musicales.
−Nos encontramos esa vez en El Pollo Dorado, donde actuaban muchísimos conjuntos, una época muy linda esa para el folclor, preciosa. Él estaba con su conjunto Fiesta Linda ya, yo en ese momento estaba con Los Baqueanos. Y él me dice: “¿Qué le parece, Silvia, las vueltas de la vida? ¿Se acuerda cuando usted me salió a abrir la puerta y era una niñita? Quién nos iba a decir, mire ahora donde estamos”.
Descubrimiento: un tocadiscos escondido
Los años tempranos y porteños de Silvia Infantas son los de sus primeros recuerdos musicales, entre el piano y las guitarras y canciones de la casa de Juana Ross 51, pero esa época empezó a quedar atrás hacia 1938, tras la muerte de la abuela y en los mismos días en que la futura cantante llegaba a los 15 años.
“En 1938 llegó a Santiago a matricularse en el primer año del Liceo 5, del que su casa dista una cuadra”, se lee en la mentada crónica de 1947, publicada en marzo de ese año bajo el título “Cerca de su casa vive un artista”, y que incluye una viva descripción del barrio de la familia Infantas en ese Santiago de fines de los años 30.
“En Lira 25, en una casa amarilla que mira a la Universidad Católica, como alumna que no se atreve a entrar, vive Silvia Infantas, la popular cancionista melódica –y que este año anuncia Radio Prat para sí. El segundo piso es el papá grave de los desnudos y alocados edificios de departamentos que se alzan en el barrio Santa Lucía. Les infunde distinción con sus habitaciones amplias, con muros empapelados del color de los muebles y que ostentan, como medallas, cuadros con marco dorado. Hay una habitación para cada uno de los hermanos Infantas: Sergio, Álvaro, Silvia e Iris”.
La entonces tranquila comuna de Ñuñoa es un domicilio previo que la cantante recuerda a propósito de la época del regreso a Santiago. Y en esos días queda registrada una memoria significativa para su futura vocación: la aparición en la casa de una colección de discos y por añadidura de un tocadiscos, que bien puede haber sido una victrola ortofónica portátil, novedoso modelo de aparato fonográfico en aquellos años marcados por los pesados discos de acetato que giraban a 78 revoluciones por minuto.
−En un momento, cuando llegamos a una casa muy grande, un amigo de mi papá le pidió por favor si tenía una pieza para que le guardara todas sus cosas. Él viajaba al extranjero, iba a estar como dos años allá y no quería deshacerse de sus asuntos, porque cuando regresara iba a vivir nuevamente acá en Chile. Mi papá le dijo que cómo no. Y una vez nos metimos con mi hermano menor (Álvaro), porque había una serie de discos y un tocadiscos, y nos dio la idea de querer escuchar esos temas. Mi papá había salido. Calladitos nos metimos ahí, y en el suelo, arrodillados, porque estaba todo puesto en el suelo, una serie de bultos, empezamos a poner esos discos.
Fue un descubrimiento para Silvia Infantas.
−Ahí escuché yo por primera vez canciones chilenas. Por Los Cuatro Huasos, por Las Cuatro Huasas también, todo eso. Y me gustó. Me gustó tanto, encontré tan bonitas las canciones, no sé, me entusiasmaron.
Los Cuatro Huasos eran desde hacía más de 10 años un nombre ya reconocido en la música chilena. Formado en 1927 por la agrupación original entre Jorge Bernales, Eugenio Vidal, Fernando Donoso y Raúl Velasco, el grupo está hoy en la historia como el primer referente mayor de los conjuntos de huasos que tan populares han sido en el gusto nacional. Las Cuatro Huasas eran, en cambio, más recientes. Para los días en que Silvia Infantas debe haber escuchado esos discos de acetato a escondidas en su casa familiar, el conjunto debe haber llevado poco más de dos años de recorrido, creado en 1936 por la precursora cantante, autora y guitarrista Esther Martínez.
Ese día despuntó una primera noción de repertorio para la futura cantante.
−“El relojito” me parece que era una de las canciones bonitas que tenían Las Cuatro Huasas. No me acuerdo, porque hace muchísimo tiempo, pero eran ellas las autoras de sus temas. Entonces empecé a aprenderlas, las fui copiando, me las aprendí y cuando llegó el momento, me refiero a más adelante, cuando tenía programas en la radio, me acordaba y ponía esos temas de folclor también en los programas.
El debut secreto en la radio
Según está escrito, el debut en radios de Silvia Infantas fue en 1942, en los estudios de Cooperativa Vitalicia. Pero años antes de eso ella recuerda apariciones radiales como artista infantil e, incluso ya crecida, hay un debut más inadvertido y casi literalmente de la mano de su hermano Sergio.
−En ese tiempo cantaba canciones, valsecitos, digamos, cosas así. Actuaba en programas de niños y todo eso, cancioncitas del abuelito. Después, ya cuando estaba un poquito más grande me dio por escuchar la radio y me aprendía las canciones que cantaban los artistas de esa época, y después las andaba cantando y copiando las letras. Cuando llegué a Santiago tenía el bichito bastante en actividad, no dejaba de estar escribiendo canciones y mi hermano me ayudaba, porque le gustaba mucho la música. Y una vez me llevó a una radio.
−¿A cuál?
−Fue Radio Nacional, me parece, algo así. Estaba, me acuerdo, el Dúo Rey-Silva cantando en esa radio, y la dirigía Carlos de la Sotta. Yo le dije a mi hermano que me llevara porque había un concurso.
El Dúo Rey-Silva que la joven aficionada fue a encontrar en esa radio también tenía reservado un lugar de privilegio en la posteridad musical chilena. Alberto Rey y Sergio Silva Rivadeneira se iban a consagrar en la tonada, la cueca y la canción popular gracias a sus voces y sus cuerdas de arpa y guitarra, pero para esos primeros años ni siquiera el arpa había llegado todavía a su equipaje, y cantaban acompañándose de guitarras, a pocos años de haber iniciado un dúo en 1935.
Y tal como luego de su encuentro inicial con Luis Bahamonde en el Valparaíso de su infancia, Silvia se iba a reencontrar más de una vez con el dúo durante su carrera.
−Ellos estaban iniciándose en esa radio, estaban jovencitos. Después, con el tiempo, supieron que yo había estado ahí y les había gustado mucho mi interpretación, y después también nos encontramos en una fiesta campestre de la radio. Además, nos tocó actuar juntos muchas veces, cuando yo cantaba sola en las radios y era actriz de teatro. Un día estábamos recordando: “Pensar que estuvimos cantando juntos”, me dicen. “¿Y cómo la dejamos ir? Se nos escapó”.
Por lo pronto, sin embargo, la aventura inicial de Silvia por esa emisora no pasó a mayores. Por decisión de la propia cantante.
−Ahí canté y le dijeron a mi hermano: “¿No se interesaría su hermana por seguir cantando?”. Entonces yo dije “nooo, ni por nada; Sergio, calladitos”, porque fuimos escondidos de mi papá, mi papá no sabía. No volvimos nunca más, si era por ver nomás qué pasaba. Así que no, ni soñar, mi papá no tenía idea. Después le dijimos: “Mire, papá, a tal hora va a haber un programa muy bonito en la radio, escúchelo”, pero de otra estación, para que no fuera a estar moviendo el dial y se encontrara con esto (se ríe). No, si a mí me costó mucho para que mi papá me diera permiso para dedicarme al arte.
−¿Y por qué no querría, si era cantante también?
−No sé, decía que no, que quería que yo estudiara una carrera, que el canto era muy bonito, pero que no era para dedicarse de lleno y tener un respaldo, en fin, todas esas cosas que los padres están pensando. Me decía que era mucho lío, muchas cosas: “Sí, cantas bonito, pero tú no eres para eso”.
Silvia Infantas sonríe a menudo mientras hace estos recuerdos. Como ahora, con el cierre de esta historia.
−Pero al final me salí con la mía. Lo gané por cansancio.