Читать книгу Adiestre a su perro - Dawn Sylvia-Stasiewicz - Страница 7
ОглавлениеIntroducción. La llamada
Estaba en la cocina con Maude, mi loro gris, cuando sonó el teléfono. Era Vicki Kennedy, la esposa del senador Ted Kennedy.
«Dawn —me dijo—, tengo un perro que me gustaría que evaluaras. Es otro perro de agua portugués y llegará al aeropuerto de Dulles dentro de unos días. ¿Tienes disponibilidad para este trabajo?»
Me sorprendió un poco escuchar que Vicki había puesto el ojo en otro perro. Los Kennedy ya tenían tres perros: todos porties, como los llamamos todos los que amamos a esta adorable raza de pelo blanco y negro rizado. Había ayudado a los Kennedy a escoger sus perros de Art y Martha Stern, criadores de Texas con los que había trabajado, y había adiestrado a los tres en mi hogar de Hume (Virginia). El senador Kennedy y Vicki acababan de llevar a casa a su tercer portie, un cachorro llamado Captain Courageous, o Cappy para abreviar. No era de esperar que quisieran añadir otro miembro a la familia.
«No es para nosotros —dijo Vicki—. Todavía no estamos seguros de dónde irá el cachorro; solo queremos saber si crees que sería adecuado para una familia con niños.» Acepté evaluar al perro, pero cuando estaba a punto de colgar, Vicki me detuvo.
El senador Edward Kennedy y su esposa, Vicki, al volver de una excursión en barco en la costa del puerto de Hyannis (Massachusetts) con sus perros Splash y Sunny.
«Oh, y, Dawn —me dijo—, que quede entre nosotras algunos días, ¿de acuerdo?» Unos días después conduje desde mi casa en el campo hasta el aeropuerto Dulles Hilton, donde estaba programado que me encontrara con uno de los ayudantes del senador Kennedy y un perro llamado Charlie. No sabía demasiadas cosas de Charlie, excepto que tenía unos cinco meses y que era compañero de camada de Cappy. Había estado en una familia que lo había devuelto a Art y Martha porque la familia tenía un portie mayor y no se llevaban bien. Martha estaba buscando una familia para realojarlo.
Tras recoger a Charlie, lo llevé hasta la clínica dental de mi exmarido, donde tenía una cita programada para que me arreglaran un diente roto. Llevé la jaula de Charlie a una sala privada de la parte trasera de la clínica y cerré la puerta. Había estado tan tranquilo en el coche que estaba deseando dejarlo salir. En cuanto abrí la puerta de la jaula, Charlie asomó la cabeza. La mayoría de los perros necesitan tiempo para adaptarse después de un vuelo y de un viaje en jaula, y tienden a salir con gran vacilación y a sentirse inseguros en el entorno. No fue el caso de Charlie. Estaba feliz como una perdiz y tranquilo como Pedro por su casa. Le até la correa que le había llevado y lo saqué para que hiciera sus necesidades. Cuando volvimos a entrar, dimos una vuelta por la clínica. Se paraba alegremente para que los empleados lo acariciaran. Estaba preocupada por si los ruidos de las máquinas lo iban a asustar, pero mientras me arreglaban el diente, Charlie estuvo tranquilamente tumbado a mi lado, disfrutando de un nuevo juguete para mascar que le había traído.
Me enamoré de Charlie al instante. A menudo tengo unos cuantos perros invitados alojados en mi casa y, como adiestradora y como persona amante de los perros, llego a quererlos a todos ellos. Pero me enamoré perdidamente de Charlie. Era un cachorro magnífico, de crianza excelente, y un estudiante rápido. Se llevaba bien con los demás perros de mis clases de adiestramiento (aproximadamente doce a la vez), con mis propios perros, con los perros del vecino e incluso con mis dos loros. Maude, que tiene especial debilidad por los perros, parecía que era la que más lo intrigaba. Olfateaba alrededor de su jaula, y a Maude le encantaba. Bajaba de su percha y sacaba el pico a través del alambre de la puerta cerca de su hocico. «Dame un beso, trua… ¡Qué bien!», parloteaba, luego le lanzaba un poco de pienso. Charlie cogía la golosina y rodaba por el suelo, esperando más.
Unas semanas después, Vicki llamó para preguntar por Charlie.
«Es increíble —le dije—. Creo que es muy apropiado para una familia y para estar rodeado de niños. ¡Le quiero tanto, estoy pensando en quedármelo si la gente que tenías en mente no lo quiere!»
Fue entonces cuando me dio la noticia: la familia que estaba sopesando la idea de adoptar a Charlie no era cualquier familia, era la primera familia del país. A pesar de que puede que algunas personas se hubieran venido abajo de miedo, yo no estaba preocupada para nada. Acepté este trabajo como cualquier otro: simplemente era necesario que preparara a Charlie —o Bo, como se le conoce finalmente— para la casa a la que iba a ir.
Me convertí en adiestradora canina profesional por un profundo y perdurable amor por los perros. Durante toda mi infancia y adolescencia tuve una gran debilidad por todas las mascotas de mi familia y por los perros en general, y siempre soñaba en que algún día tendría una casa llena de niños y de animales. En 1982 me casé con un hombre al que amaba profundamente, que era trece años mayor que yo. Él era dentista, con una clínica en expansión cerca de Washington D. C. Acordamos que yo me quedaría en casa, criando a los niños y ayudando a gestionar la clínica dental, la cual trasladamos al primer piso de nuestra casa.
Cuatro años después de casarnos tuvimos una hermosa hija a la que llamamos Courtlandt. Catorce meses después, tuvimos a Blaise, nuestro hijo. Y luego, adivínelo, nueve meses después volvía a estar embarazada, esta vez de la segunda hija, Paige. A veces tener tres hijos tan pequeños y tan seguidos era una locura. Entre los años 1986 y 1993 o estuve embarazada o lactando (y cambiando pañales todo ese tiempo). A pesar del horario de locos, me sentía en el cielo y había conseguido lo que siempre había querido: una casa llena de niños y mascotas. Llegamos a tener hasta cinco perros a la vez, y tuvimos terriers de Boston, un pomerano, un perro de agua portugués, border collies, un cobrador de pelo liso, un perro de agua irlandés, un schnauzer gigante y un podenco ibicenco. Y, además, dos hurones, varias ratas de compañía, algunos conejos, un gran número de hámsteres, cuatro gatos siameses, una serpiente y dos loros muy parlanchines. Jules, un loro de nuca amarilla, y Maude, nuestro loro gris. A veces era difícil decir correctamente los nombres, y a menudo pienso en el pasado y me pregunto cómo lo hacía. En un momento dado, yo estaba lactando a Paige, mientras Jazz, la terrier de Boston, amamantaba a sus cachorros. Era una de esas mujeres llamadas Superwoman. Cada mañana me levantaba, daba de comer a los niños, daba de comer a los perros, daba de comer a los pájaros, daba de comer a los gatos, cogía los cochecitos y las correas (prestando especial atención en no poner los perros en los cochecitos y las correas a los niños), salía para dar un paseo por el vecindario o para llevar a los niños a la escuela, volvía, colocaba los perros en sus jaulas e iba a trabajar a la clínica dental de mi marido en el piso de abajo. Estaba en movimiento constante, de la mañana a la noche. Era una vida agitada, frenética y maravillosa. Aunque estaba centrada en la familia, participaba en concursos caninos y empecé un negocio complementario de adiestramiento y alojamiento para perros, principalmente para ganar dinero para pagar las entradas de los concursos caninos y de las conferencias.
Entonces, una mañana de 1995, estaba sentada en la mesa de la cocina, aturdida, mientras mi marido me decía que ya no quería continuar con nuestro matrimonio. En ese momento los niños tenían cinco, seis y siete años. Ahora, sin la seguridad financiera de la que había dependido, necesitaba ganar dinero de verdad, y rápidamente. La idea de buscar un trabajo y dejar a los niños cada mañana me superaba. Mientras los niños estaban en la escuela y practicando deporte, me dediqué al adiestramiento canino a tiempo completo.
A partir del trabajo con mis propios perros, sabía que el talento que tenía en lo referente al adiestramiento era especial, y ya me había ganado cierta reputación como adiestradora que podía enseñar a los propietarios a criar perros que fueran miembros de la familia alegres, obedientes y fieles, en especial en familias con niños. Eso me dio confianza cuando empecé a hacer correr la voz sobre mi negocio, y dejé un depósito para el alquiler de un pequeño estudio para dar mis clases. Para mí fue un momento pavoroso y emocionante: ¡Superwoman también era propietaria de un negocio! Llamé a mi programa de adiestramiento Positive Puppy Care [‘cuidado positivo para cachorros’] y luego lo cambié a Merit Puppy Traning [‘adiestramiento de cualidad para cachorros’]. Continué ganando reputación y la lista de clientes creció. Me mudé de la casa de Washington a una casa en el campo: un lugar maravilloso para vivir, y un sitio perfecto para adiestrar y alojar perros.
Creo que la idea de implicar a los niños en el proceso de adiestramiento es una idea genial. Es una experiencia que les enseña tantas cosas, no solo sobre perros, sino también sobre ellos mismos. Por supuesto que impliqué a mis hijos, y a ellos les encantó. Daba clases mientras estaban en la escuela por la mañana, y luego los iba a recoger y los llevaba a la siguiente tanda de clases. Al atardecer, mi exmarido se los llevaba a cenar mientras yo daba más clases. Continué ampliando el negocio preparando perros para competir en concursos y, en el otro extremo del espectro, enseñando a propietarios de mascotas a conseguir que sus cachorros aprendieran a edades muy tempranas. Pronto mis servicios de adiestramiento empezaron a llamar la atención de algunas de las familias más poderosas de Washington D. C. Para ser honesta, rara vez prestaba atención a nada de eso. Mi principal preocupación cuando se trataba de trabajar con una familia era que estuvieran comprometidos con el adiestramiento de su perro y que proporcionaran un hogar feliz y seguro a su mascota. En realidad, antes de darme cuenta de quiénes eran, trabajé con Vicki y el senador Kennedy durante meses. Fue cuando recibí un cheque suyo y vi impreso en la parte superior el nombre Edward Moore Kennedy, entonces me di cuenta de que la Vicki Kennedy con la que había estado hablando por teléfono sobre el adiestramiento para hacer las necesidades y sobre los horarios de las comidas era la mujer de ese Ted Kennedy.
Pues sí, había recorrido un largo camino hasta llegar a la Casa Blanca, pero me sentía completamente preparada.
Dawn Sylvia-Stasiewicz