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Capítulo 5
ОглавлениеElizabeth Castillo
Salí de la editorial y caminé hacia el estacionamiento con el teléfono en mano. Tenía varios mensajes de mi familia que no había respondido, desde la última vez que desaparecí de la casa por una fiesta se me tenía prohibido evitarlos. Debía apurarme en darles una respuesta o de lo contrario, los tendría frente a la oficina en un abrir y cerrar de ojos.
—¿Hola? —Una voz jovial llamo mi atención a escasos metros de distancia.
Alcé la mirada y me encontré con la sonrisa de un joven de cabello negro, mirada traviesa y nariz recta. Agradable a primera vista. Saludé, perpleja y pedí disculpa por mi distracción.
—No pasa nada. ¿Trabajas aquí?
—Sí, ¿eres el hijo del licenciado Rivers?
—Ese soy yo, mucho gusto, soy Alejandro Rivers Prout.
Extendió su mano con entusiasmo, pero antes dobló las mangas de su sudadera dejando a la vista un reloj deportivo.
—Elizabeth Castillo Villalba, es un placer.
—¿Eres hija de Alonso Castillo?
—¿Lo conoces?
—Por mi viejo, ha tenido algunas reuniones con él y la mayoría se han realizado en mi casa. Te pareces un montón a tu mamá.
—Gracias, si me disculpas tengo que irme, es tarde.
—No te quito tiempo, espero verte pronto.
Me despedí con un movimiento de manos y seguí mi camino. Tenía una cena a la que asistir y no quería retrasarme más, al parecer mi jefe tenía ciertas manías con la hora.
Solté un suspiro frustrado y deshice la coleta, por segunda ocasión. Ningún peinado me quedaba bien. Le fruncí el ceño a mi reflejo, mi cabello estaba alborotado, tenía las mejillas sonrosadas, el aire se sentía caluroso y el nudo en la barriga no ayudaba. Me veía sin chiste. ¿En qué pensaba cuando acepté salir con mi jefe? Mi mente gritaba que era mala idea, que aún estaba a tiempo de cancelar. Me recargué sobre mi mano e intenté tranquilizarme. No iba a una cita por qué me comportaba como tal.
—¿Puedo saber a dónde va mi hija?
—¡Me asustaste, mamá!
—¿Te pillé en una nueva travesura, acaso? ¡Estás pálida!
Negué con una sonrisa y traté de controlar mi ansiedad. No podía delatarme frente a ella.
Aunque tal vez ya era demasiado tarde, podía casi asegurar que llevaba varios minutos apoyada en la puerta en completo silencio.
—Iré a cenar, mamá. Nada más.
—¿Algún pretendiente o con tus amigas?
—Ninguna de las dos. Laura sigue de viaje al igual que algunas de mis compañeras, es una cena con mi jefe.
—¿Con Esteban Rivers? —Asentí—. Me imagino que también estará Clara.
—No, solo él y yo… es de bienvenida a la editorial.
—Es satisfactorio saber que tiene esos detalles, de seguro lo hace por la amistad con Alonso. No llegues tarde y lo saludas, no lo he visto hace algún tiempo.
—Pensé que después de mi disculpa el toque de queda había terminado.
—De ninguna manera, la última vez desafiaste las reglas de la casa y por ende perdiste la libertad a salidas, te amo.
Besó mi cabello, en un gesto dulce, para después salir de mi cuarto dejando la puerta entreabierta; rara vez las conversaciones con ella me dejaban con una sensación extraña, pero en esa ocasión sí que lo hicieron, no sé si por recordarme mi castigo o por su comentario respecto a mi jefe.
—Hola —saludé a Esteban, con cierta timidez al verlo fuera de su auto. Aún no me creía que estuviera esperando por mí. Parecía surreal.
Llevaba una camisa remangada hasta los codos con los primeros botones al aire, un pantalón jean y zapatos casuales, recargado sobre la puerta del copiloto bien podría confundirse con un amigo más. Bajé la mirada al ser consciente del latido acelerado de mi corazón.
—Buenas noches, Elizabeth, te ves enigmática, solo por eso disculpo tu tardanza.
—¿Es un cumplido de escritor?
—Pienso que sí, conozco un restaurante francés, ¿te apetece?
—La comida francesa es mi favorita. Un punto a su favor, licenciado.
Abrió la puerta del copiloto al tiempo que extendió su mano izquierda para mí. Lo miré sorprendida, no estaba acostumbrada a esos actos de caballerosidad, pero ¿qué podía esperar? Él no era como los chicos de mi edad. Dudé un par de segundos y finalmente, en medio de una sonrisa discreta, descansé mi mano sobre la suya. La mirada que nos acompañó, me descolocó. Tragué saliva y entré al carro antes de soltar una imprudencia.
Una vez en la carretera no volvimos a conversar. Sin embargo, el ambiente se sentía cómodo, como si disfrutáramos del silencio de la noche y de la complicidad latente que surgía entre ambos. Había química y miedo también.
—Buenas noches, señores, bienvenidos a Baretto, ¿tienen reservación?
—Buenas noches, sí, a nombre de Esteban Rivers —respondió al anfitrión, con una sonrisa formal.
—Les pido un segundo, señores.
Tecleó el nombre de mi jefe en su computador y después, en un gesto protocolario, nos condujo hacia la entrada.
—Este lugar es bohemio —confesé, mientras caminábamos hacia la mesa que nos había sido asignada, las paredes eran de color tierra decoradas con cortinas pesadas y cuadros de famosas celebridades, en el techo colgaban sofisticadas lámparas que dan el toque de gracia.
—Disfruten la velada, ¿algo para tomar mientras esperan la carta del chef, señores? — Preguntó el anfitrión, cuando se aseguró que ocupara la silla junto a la ventana.
—El vino sugerente de la casa, gracias.
—Con permiso, en un momento tendrán su orden.
—¿Debo aceptar lo bohemio como un cumplido? —Preguntó, luego de que por algunos segundos perdiera su mirada en la dirección del empleado.
—De hecho, es un lugar singular y me gusta. Otro punto a su favor —respondí.
—Y eso que no sé mucho de ti, ¿me cuentas más?
—¿Qué le digo? Estudié marketing con una especialización en finanzas y solo me falta la aprobación de mi tesis para graduarme, trata sobre el comportamiento de los consumidores. Mi papá tiene el sueño de que trabaje a su lado y por eso la carrera es más suya que mía. Creo que en eso se resume los últimos años de mi vida, estudios y discordias por mi futuro y mis pasiones.
—¿Las letras?
—Sí, su mundo es el mío y ahora que lo conozco no quiero abandonarlo, lo que hacen en la editorial es fascinante.
—¿Qué me puedes decir de esos escritos que mencionaste en la entrevista?
—Por ahora son historias sueltas y en parte esa fue otra de las motivaciones para ir a la editorial. En un futuro me gustaría publicar mi propio libro —confesé con entusiasmo.
—Eso no va a ser nada difícil. Si tienes talento para las artes gráficas de seguro para las letras es igual. Un día de estos podemos ver esos escritos y trabajar en ellos.
—Me gusta la idea, quiero enfocarme en cuentos infantiles, a los niños se les puede crear diversos mundos.
—Tienes razón, aunque es un género complicado para mi gusto. ¿Tu novio te apoya en esta meta?
Fijé mi mirada en la suya. Negué despacio.
—¿Me tratas de decir que estás soltera? Me sorprende que no mantengas una relación, eres una joven bella e inteligente. Cualquiera se fijaría en ti.
—Lo que pasa es que siempre me he interesado en otras cosas, me he encerrado en mi propio mundo. Y luego de descubrir los amores de libros no espero menos.
—Te pareces a mí cuando tenía tu edad, con decirte que mi esposa fue mi segunda novia.
—¿Por qué? Los hombres son abiertos en ese aspecto.
—Estuve en mi propia burbuja.
El empleado, que nos había llevado a la mesa, volvió con el vino solicitado, después de servirlo en las respectivas copas y tomar nuestro pedido, se alejó.
—De todas maneras, su esposa es una mujer guapa y encantadora, se nota que es feliz —continué con la conversación.
—Hemos construido un matrimonio sólido en estos años, pero si quieres la verdad nuestra unión también se dio porque llevaba a Alejandro en su vientre.
—¿Y de no ser así qué hubiese pasado?
—Creo que no hubiera existido diferencia. Nos entendíamos y nos queríamos. Sabíamos que llegaríamos al altar solo que no con tan poco tiempo por delante. Nos casamos demasiado jóvenes. Te sorprendería la edad.
—Pero, ¿la señora Rivers es el amor de su vida?
—Rompamos con este esquema —sugirió acompañado de un movimiento de manos—, tutéame.
Sonreí y de inmediato sentí como el calor recorrió mis mejillas. Me había ruborizado.
—Brindemos por ambos —propuse en el momento en el que me entregó la copa, fingiendo serenidad.
—Salud —contestó con mirada curiosa, que delató un tenue brillo en su iris.
Antes de que nuestras copas chocaran, una llamada entrante a su celular interrumpió el momento. Soltó la copa y lo buscó en el bolsillo de su pantalón, con una mirada apenada se disculpó para responder.
—Ho-hola, Clara, ¿todo b-bien?
Jugué con los tenedores en un intento de no prestar atención a las palabras de mi jefe. Enseguida el mesero apareció y en total silencio dejó los platos en su lugar, con una sonrisa pomposa se despidió.
—¿Por qué le mentiste? —Pregunté cuando terminó con la llamada.
—No esperaba esta pregunta —confesó nervioso—. En otro momento le hubiera dicho con quién estaba. Pero ahora se siente como un secreto entre ambos… No lo sé…
—Un secreto que tal vez se dibujó en nuestras manos. Dicen que ahí se encuentran todos.
—Vaya! Tus ocurrencias se están convirtiendo en mi terapia de risas. Tendré en cuenta tu comentario.
—Eso es lo que busco, escritor. Que encontremos armonía en esta relación laboral, brindemos.