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Capítulo 6

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Esteban Rivers

Dejé el periódico a un costado de la mesa en el momento que noté que Clara ocupó su lugar en la mesa. El color amarillo que llevaba esa mañana hacia brillar su semblante. Era una mujer hermosa y de movimientos delicados.

—¿Cómo te fue en la cena de negocios, Esteban? —Preguntó al notar mi mirada embelesada sobre ella.

—Igual, los mismos temas de siempre, cariño.

—¿Puedo deducir que tendrás un nuevo libro en publicación y por lo tanto un nuevo cliente?

—Eso creo, al menos dejé buena impresión. ¿Qué tal el día en la boutique?

—Yo también tuve una nueva clienta. Parece una joven encantadora al igual que su familia.

—Quedará fascinada con tus diseños. Tienes el privilegio de crear el atuendo más importante para el día soñado de las mujeres.

—Amanecimos inspirados —bromeó, con la taza de café entre sus manos—, otra cosa, estuve pensando en Elizabeth y en la cena que le prometí, ¿qué te parece este fin de semana?

—¿A qué se debe la prisa?

—Alejandro la conoció anoche, dice que afuera de la editorial. Nuestro hijo está prendado de la belleza de tu asistente.

Me quedé en silencio.

—¿Esteban?

—Disculpa, se me fue el pensamiento a una reunión que tengo en menos de dos horas. Yo le digo a Elizabeth de la cena y te aviso luego, nos vemos en la noche.

—No, hoy no vendré temprano —avisó con la mirada en su teléfono—. Tengo una prueba de vestuario con otra joven, no sé a qué hora me desocupe.

—Clara, esta semana si apenas has pasado en la casa. ¿No crees que le tomas más importancia al trabajo?

—Ya hemos hablado de eso, Esteban y ahora no es el mejor momento.

—Nunca lo es porque siempre estás ocupada.

—Al igual que tú y no te lo reclamo.

—Sabes que eso no es cierto. —Me senté a su lado—. ¿Qué ocurre? Hace meses que nos hemos distanciado sin querer admitirlo.

—No seas intenso con ese tema. No te reclamo ni controlo tu vida, no vengas a hacerlo conmigo.

—Clara, no es que te quiera controlar, pero ya casi ni nos vemos a menos que sea para dejarte en el trabajo o estar presente en una de tus cenas. ¿Qué es lo que pasa?

—No pasa nada, es el trabajo que nos absorbe, pero no es el fin del mundo. No somos ni la última, ni la primera pareja que no se ve en el día. Ambos tenemos ocupaciones.

Ocultó sus manos debajo de la mantelería mientras su mirada divagó, estaba rígida y la comisura de sus labios la delataba; en un movimiento lento, me adueñé de su barbilla e hice que sus ojos negros se encontraran con los míos:

—Te propongo un plan, ¿qué me dices si este domingo vamos al lago con nuestro hijo? Hace mucho que no hacemos esas excursiones familiares.

—N-no puedo, mis amigas vienen a casa, vamos a ponernos al corriente, ¿lo dejamos para la semana próxima? Recuerda que Alejandro pasará el fin de semana con Manuel, es su compromiso.

—Entonces nos vamos los dos, tenemos tiempo que no compartimos. Creo que nos merecemos ese tiempo, reagenda con tus amigas.

Busqué su mano izquierda y la besé.

—Odio cancelar. Además, harán un viaje en días posteriores y sino las veo este fin de semana ya no podré hacerlo.

Fruncí los labios y pestañeé un par de veces. Recordé el restaurante que había mencionado días atrás y la emoción con lo que me lo contó porque conocía al chef, le propuse ir.

—Me encantaría, pero me comprometí con la joven que te comenté. No le puedo cancelar a último minuto. —Asentí un par de veces con evidente molestia—. Lo siento, es mi trabajo, no puedo estar disponible las veces que desees.

—Clara, ¿sabes que somos un matrimonio puertas adentro también? Perdón que te lo diga, pero tengo la sensación de que los nuestro se deteriora cada vez más. Es como si estuviéramos en un invierno constante.

—¿Lo dices porque no acepto tus planes? Y otra cosa, deja tus palabras bonitas para los libros que escribes, a mí no me gustan esas clases de analogías.

Pasó las manos por su cabello ondulado en un intento forzado. Solté un suspiro pesado. No quería terminar en discusión, pero su actitud no me hacia las cosas fáciles. Sin embargo, insistí una vez más, tal vez y solo estaba agobiada por tanto trabajo, quería demostrarle que la apoyaba y que si nos lo proponíamos podíamos volver a ser los de antes.

—Esteban, creo que no es tiempo para esta conversación. Me despides de nuestro hijo. Tengo trabajo que no puedo retrasar.

Se levantó con cierta prisa, me dio un beso en la mejilla y se direccionó a la salida. Estábamos en problemas.

—Viejo, buenos días, ¿dónde está mamá? —Preguntó mi hijo desde la escalera, al tiempo que soltó un bostezo; con la mirada en la puerta le dije que acababa de irse—. ¿Así de simple? ¿Por qué nunca nos acompaña a desayunar?

—Tiene mucho trabajo. Es increíble ver como una mujer se casa cada día, tu mamá no para.

—La justificas todo el tiempo, tú también tienes trabajo por montón y siempre estás aquí —contestó mientras ocupó el lugar que había dejado Clara.

Me encogí de hombros en un intento de quitarle peso a su afirmación, lo que menos quería era que se diera cuenta de los problemas que arrastraba con su mamá; fingí concentración en los titulares del periódico y le pedí que comiera, de lo contrario llegaría tarde.

—Quiero que se acabe el quimestre. Las clases son como una jornada de expiación. Me dan ganas de no asistir un día más.

—No digas eso ni en broma. —Sonrió al ver mi molestia—. Te faltan los dos últimos quimestres.

—¿Desde cuando eres literal, viejo? Fue un decir, ya me voy, no quiero decepcionarte y llegar tarde al centro del saber —ironizó, y lejos de causarme molestia me sacó una risa mañanera.

Guardó el periódico que estaba a un costado de mi plato y salió a toda prisa de la casa pendiente del reloj.

Descansé sobre el respaldar del asiento mientras dejé que mi mirada se perdiera por el espacio cuadrado. El silencio podía resultar agobiante. La discusión con mi esposa volvió a hacer eco en mi mente. ¿Estaba exagerando? Antes de darme una respuesta, Elizabeth se adueñó de mis pensamientos, recordé la cena y su ingenio. Me descubrí sonriendo. Moví la cabeza en un intento de esfumar su recuerdo y pasé ambas manos por mi rostro. No tenía sentido pensar en ella.

Alcancé el computador y, luego de confirmar la agenda del día, salí hacia la editorial. Ya era tarde.

—Esteban, hola, ¿todo bien? Es raro que llegues a esta hora. —Elizabeth guardó las llaves del carro en su cartera negra—. ¿No escuchaste la alarma?

—No fue eso, pensé que a estas alturas ya te encontraría en tu escritorio. Tienes que trabajar más en tus horarios.

—Lo sé. —Mantuvo su mirada sobre mí—. ¿Seguro que estás bien? No sé, parece que tienes un problema o algo te ha dañado la mañana.

—Me doy cuenta del nivel de tu suspicacia. No te equivocas, pero no es nada de qué preocuparse. Problemas típicos del matrimonio.

—¿Seguro? No fue por la cena o...

—¡La cena! En lo absoluto, mi invitación fue de protocolo, nada extraordinario —hablé a velocidad, así no se daría cuenta que mentía.

Sus ojos verdes se desorbitaron y sus labios rosas se entreabrieron como si fueran a decir algo, pero en su lugar retrocedió un par de pasos, como si no supiera exactamente qué hacer.

—Yo… No quise… Olvídalo, te veo adentro. Tengo algunos asuntos personales que terminar antes de empezar con el trabajo.

Sin esperar a que respondiera, cruzó la cartera alrededor de su cuerpo y se alejó a pasos firmes y coordinados. ¿La había lastimado con mi absurda respuesta?

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