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Capítulo 1

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CAROL Kyle pensó que seducir a su ex marido no iba a resultar nada fácil, pero estaba convencida, decidida. Y nadie mejor que Steve Kyle sabía lo testaruda que ella podía llegar a ser cuando deseaba algo.

Y Carol deseaba un bebé.

Naturalmente, no tenía intención de dejar que él interfiriese en sus planes. Cuanto menos supiera Steve, menos sufriría. Su matrimonio había durado cinco años buenos y seis meses malos. Según la manera de pensar de Carol, que en ese momento era un poco retorcida, Steve le debía al menos un embarazo.

Cumplir los treinta la había hecho darse cuenta de que las medidas drásticas eran necesarias. Tenía las hormonas revolucionadas, pidiéndole una oportunidad a la maternidad. Su reloj biológico seguía corriendo y Carol juraría que podía oírlo. Allá donde miraba, siempre veía a una mujer embarazada, que le servía para darse cuenta de que el tiempo se acababa. Si leía una revista, siempre había un artículo sobre algún aspecto de la paternidad. Incluso sus personajes favoritos de las series de la televisión estaban embarazados. Cuando se encontró a sí misma deambulando por la sección de niños de su tienda favorita, Carol se dio cuenta de que tenía que tomar medidas drásticas.

Hacer el contacto inicial con Steve no había resultado fácil, pero sabía que el primer movimiento tenía que salir de ella. Ponerse en contacto con su ex marido después de más de un año de silencio le había supuesto dos semanas de preparación. Pero había conseguido tragarse el orgullo y hacerlo. Al oír a una mujer contestar al teléfono, Carol había visto cómo sus planes se iban por la borda, hasta darse cuenta de que la mujer era Lindy, la hermana de Steve.

Su antigua cuñada parecía contenta de saber de ella, y le había dicho algo que hizo que Carol recuperara la esperanza: Lindy decía que Steve la echaba terriblemente de menos. Esperaba que eso fuera cierto. De ser así, significaría que no salía con nadie. Habría complicaciones si Steve estaba implicado con alguna otra mujer. Por otra parte, también podría haber problemas si no salía con nadie.

Carol sólo lo necesitaba para una noche tempestuosa y luego, si todo salía según sus planes, Steve Kyle desaparecería de su vida una vez más. Si no se quedaba embarazada… bueno, ya se enfrentaría a ese problema cuando llegara.

Carol le había dejado un mensaje a Steve una semana antes y él no le había devuelto la llamada. No estaba muy preocupada. Conocía bien a su ex marido; lo sopesaría cuidadosamente antes de volver a ella. Querría que sufriera durante un tiempo primero. Carol había contado con el factor tiempo para su plan.

Su cena hervía en la cocina, y Carol bajó el fuego tras echarles un vistazo a los boniatos con un tenedor de cocina. Miró los tubérculos con odio y suspiró. Cuando se quedara embarazada, no volvería a comer un boniato en su vida. Un reciente informe decía que aquel tubérculo asqueroso ayudaba a incrementar los niveles de estrógeno en el cuerpo de la mujer. Con esa información, Carol llevaba comiendo boniatos todos los días desde hacía dos semanas. Debía de haber suficientes hormonas en su cuerpo para engendrar trillizos.

Al notar que los boniatos ya estaban tiernos, les quitó el agua y los metió en el vaso de la batidora. Entonces una sonrisa asomó a sus labios. Comer boniatos era un pequeño precio para conseguir un bebé precioso… el bebé de Steve.

—¿Le has devuelto ya la llamada a Carol? —le preguntó Lindy Callaghan a su hermano mientras entraba en la pequeña cocina del apartamento de dos habitaciones que compartía con su marido y con Steve.

Steve Kyle la ignoró hasta que no sacó la silla y se sentó frente a él al otro lado de la mesa.

—No —admitió secamente. No veía razón para darse prisa. Ya sabía lo que Carol iba a decirle. Lo había sabido desde que salieron del juzgado con los papeles del divorcio. Iba a volver a casarse. Bueno, pues no pensaba quedarse sentado y viendo cómo se lo restregaba por las narices.

—Steve —insistió Lindy—. Podría tratarse de algo importante.

—Me has dicho que no lo era.

—Claro, eso es lo que dijo Carol, pero… No sé. Tengo la sensación de que debe de serlo. No creo que te haga ningún daño devolverle la llamada.

Metódicamente, Steve pasó la página del periódico de la tarde y lo dobló por la mitad antes de dejarlo a un lado. Era lógico que Lindy y Rush, su marido, no comprendiesen su reticencia a la hora de llamar a su ex mujer. No les había contado los detalles que habían llevado al divorcio. Prefería mantener los recuerdos de aquella relación desastrosa fuera de su mente. Había muchas cosas que podría haber perdonado, pero no lo que Carol había hecho, no la infidelidad.

Siendo capitán de fragata a bordo del Atlantis, Steve pasaba en el mar seis meses al año. Desde el principio, a Carol no había parecido importarle mucho que se fuera. Incluso solía bromear con ello contándole todos los planes que tenía para cuando él estuviera en el mar, y diciéndole lo contenta que estaba de quitárselo de encima durante un tiempo. Cuando él regresaba, ella siempre parecía feliz de que estuviera en casa, pero no exuberante. Si había pasado algo durante su ausencia, ella se había ocupado de todo y apenas lo había mencionado.

Steve estaba tan enamorado de ella por aquel entonces, que no había comenzado a captar los pequeños detalles hasta mucho después. Se había engañado a sí mismo ignorando lo evidente. La necesidad física que sentían el uno por el otro había acabado con sus dudas. Hacer el amor con Carol era una de las experiencias más calientes que había tenido. Hacia el final, ella se había mostrado ansiosa por acostarse con él, pero no tan entusiasta como al principio. Steve se había mostrado confiado, ciego e increíblemente estúpido en lo que respectaba a su ex mujer.

Entonces, por accidente, descubrió por qué ella se mostraba tan indiferente ante sus idas y venidas. Cuando Steve abandonaba la cama, su esposa infiel lo reemplazaba con su jefe, Todd Larson.

Era incluso sorprendente que Steve no se hubiera dado cuenta antes, pero, aun así, pensando en ello, casi podía averiguar el día exacto en que había comenzado la aventura de su mujer.

—¿Steve?

La voz de Lindy irrumpió en sus pensamientos. Steve levantó la vista y la miró a los ojos, que parecían llenos de preocupación. Se sintió culpable al pensar en el modo en que había reaccionado ante el matrimonio de su hermana con Rush. Al enterarse de que su mejor amigo se había casado con su única hermana tras sólo dos semanas saliendo, Steve se había puesto furioso. Se había mostrado claro a la hora de explicarles cómo se sentía al respecto. Ahora se daba cuenta de que su propia experiencia matrimonial había influido en sus pensamientos, y hacía tiempo que se había disculpado. Era evidente que estaban locos el uno por el otro y Steve había permitido que su propia miseria influyera en su reacción ante la noticia.

—De acuerdo. Le devolveré la llamada a Carol —contestó. Sabía que Lindy quería que arreglase las cosas con Carol. Lindy era feliz, auténticamente feliz, y se sentía disgustada al ver que la vida de su hermano era tan desastrosa.

—¿Cuándo?

—Pronto —prometió Steve.

En ese momento se abrió la puerta de la entrada y Rush entró en el apartamento con los brazos cargados de paquetes de Navidad. Se detuvo en la cocina e intercambió una mirada sensual con su mujer. Steve contempló aquella mirada acalorada y fue como si le tirasen ácido ardiendo en las heridas a medio curar. Aguardó un momento hasta que el dolor disminuyó.

—¿Cómo han ido las compras? —preguntó Lindy con voz sedosa y cargada de deseo al ver a su marido.

—Bien —contestó Rush fingiendo un bostezo—, pero me temo que me han dejado agotado.

Steve miró hacia el techo, se puso en pie y se dispuso a abandonar el apartamento.

—¡No me digáis que vais a echaros otra cabezadita!

Lindy se sonrojó y miró para otro lado. En los últimos días, los dos habían echado más cabezaditas que un recién nacido.

—De acuerdo —añadió Steve alcanzando su chaqueta de cuero—. Os dejaré algo de privacidad.

Una mirada de Lindy le indicó que se sentía agradecida. Rush detuvo a Steve de camino a la puerta y sus ojos revelaron una gran apreciación.

—Hemos decidido buscar un lugar para nosotros inmediatamente, pero no creo que podamos mudarnos hasta principio de año. Sé que es una inconveniencia que tengas que marcharte, pero…

—No te preocupes —dijo Steve riéndose y dándole una palmadita a su amigo en la espalda—. Yo también fui un recién casado una vez.

Steve trató de sonar indiferente al decir aquello, pero no creyó conseguirlo. Estar expuesto constantemente al amor que había entre su amigo y su hermana era difícil, porque comprendía su necesidad demasiado bien. Había habido un tiempo en que una sola mirada entre él y Carol bastaba para hacer saltar chispas. Su deseo parecía prenderse fuego con sólo un roce y no les daba tiempo ni a llegar a la cama. Steve había estado locamente enamorado de ella. Carol había despertado todos sus sentidos, encendiendo su deseo de poseerla por completo. Las únicas veces en las que sentía que había conseguido eso era cuando hacían el amor. Sólo entonces, Carol había sido enteramente suya. Y esas veces habían sido demasiado breves.

En la calle, el cielo estaba oscuro y cubierto de nubes grises. Steve comenzó a andar y se dirigió hacia el centro comercial. No tenía muchas compras navideñas que hacer, pero le parecía tan buen momento como cualquier otro para realizar esa tarea.

Dudó un instante frente a una cabina telefónica y dejó escapar un suspiro. Sería mejor que llamara a Carol y zanjara todo el asunto. Quería regocijarse delante de él, y se lo permitiría. Al fin y al cabo, era una época para ser caritativo.

El teléfono sonó cuando Carol entraba por la puerta. Se detuvo, dejó el bolso sobre la encimera de la cocina y observó el aparato. El corazón le latía con tanta fuerza que tuvo que pararse y aclarar sus ideas. Era Steve. Era como si el teléfono estuviera deletreando su nombre en código Morse.

—¿Sí? —dijo al contestar finalmente.

—Lindy me ha dicho que habías llamado —dijo él secamente y sin emotividad alguna.

—Sí, te llamé —murmuró ella.

—¿Quieres decirme por qué voy a tener que adivinarlo? Confía en mí, Carol, no estoy de humor para jugar a las adivinanzas contigo.

Aquello no iba a ser fácil. Steve sonaba frío y distante. Ya lo había imaginado, pero eso no disminuía el efecto que le producía.

—Pensé que… que podríamos hablar.

—Te escucho —dijo él tras un silencio.

—Preferiría que no lo hiciéramos por teléfono, Steve —dijo ella suavemente, pero no porque hubiera planeado que su voz sonara suave y sedosa. Sus cuerdas vocales estaban agarrotadas y había acabado sonando así. Tenía los nervios a flor de piel y el corazón le palpitaba en el oído como una locomotora.

—De acuerdo —contestó él.

—¿Cuándo? —miró el calendario. El momento era sumamente importante en su plan.

—¿Mañana? —sugirió él.

Carol cerró los ojos aliviada. Su mayor preocupación era que sugiriera quedar después de las fiestas, pero entonces sería demasiado tarde y tendría que cambiarlo todo a enero.

—Sería perfecto —dijo finalmente—. ¿Te importaría venir a casa? —la casa de dos habitaciones había sido puesta a su nombre como parte del acuerdo de divorcio.

—De hecho, sí me importaría.

—De acuerdo —contestó Carol recomponiendo sus ideas con rapidez. El hecho de que no quisiera ir a casa no debería haberla sorprendido—. ¿Qué te parece quedar a tomar café en Denny’s mañana por la tarde?

—¿A las siete?

—De acuerdo. Te veré entonces.

La mano aún le temblaba tras colgar el teléfono. Desde el principio había imaginado que Steve no se metería en su cama si no lo instaba a ello de manera sutil, pero, a juzgar por su tono seco y cortante, probablemente eso resultara completamente imposible… aquel mes. Eso la molestaba. Su principal objetivo era que todo ocurriese con rapidez. Una noche de cegadora pasión podría olvidarse con facilidad. Pero, si tenía que seguir invitándolo una noche al mes durante varios meses, quizá Steve acabara por darse cuenta de lo que se proponía.

Aun así, cuando se trataba de interpretar sus acciones en el pasado, Steve había mostrado una sorprendente falta de perspicacia. Por suerte, sus problemas siempre se habían quedado fuera del dormitorio. Su relación matrimonial había sido un mar de dudas y malentendidos, de acusaciones y arrepentimientos, pero su vida sexual siempre había sido potente y lujuriosa hasta el divorcio, por sorprendente que pudiera parecerle en ese momento.

A las siete en punto de la tarde siguiente, Carol entró en el restaurante Denny’s del barrio de Capitol Hill, en Seattle. Durante el primer año de matrimonio, Steve y ella solían ir a cenar allí una vez al mes. El dinero era escaso en su momento, porque tenían que pagar la casa, de modo que una noche fuera, incluso en Denny’s, siempre había sido un lujo.

Tras dar dos pasos, Carol divisó a su ex marido sentado en uno de los asientos junto a la ventana. Se detuvo y experimentó tal emoción, que avanzar un paso más habría resultado imposible. Steve no tenía derecho a tener tan buen aspecto, mucho mejor de lo que ella recordaba. En los trece meses que hacía que no lo veía, había cambiado considerablemente. Había madurado. Sus rasgos eran más agudos, más claros, más intensos. Su atractivo era más prominente, sus rasgos masculinos, vigorosos y bronceados incluso en diciembre. Unas hileras de pelo gris adornaban su sien, dándole un aire distinguido.

En ese momento la miró, y Carol tomó aliento antes de decidirse a avanzar hacia él con pasos temblorosos. Observó que lo que más había cambiado en él eran sus ojos. Una vez habían sido cálidos y cariñosos, pero en ese momento parecían fríos y calculadores.

Carol experimentó un momento de pánico cuando Steve pareció despojarla de su orgullo con la mirada. Le costó un gran esfuerzo sonreír.

—Gracias por venir —dijo ella sentándose frente a Steve.

La camarera apareció con una cafetera de cristal y Carol dio la vuelta a su taza, la cual la mujer llenó de café antes de dejar los menús en la mesa.

—Hace tanto frío que podría nevar —añadió Carol tratando de comenzar una conversación. Era extraño que hubiera estado casada con Steve y, sin embargo, le pareciese un completo extraño. Aquel hombre duro e impasible era uno al que no conocía tan bien como a aquél que había sido su amante, su amigo y su marido.

—Pareces en forma —dijo Steve finalmente.

—Vaya, gracias —contestó ella con una débil sonrisa—. Tú también. ¿Cómo te trata la Armada?

—Bien.

—¿Sigues en el Atlantis?

Steve asintió.

Silencio.

—Fue una sorpresa descubrir que Lindy está viviendo en Seattle —añadió Carol tratando de seguir con la conversación.

—¿Te dijo que se casó con Rush?

Carol observó cómo Steve fruncía el ceño y su rostro se oscurecía al mencionar el tema.

—Ni siquiera sabía que Lindy conociera a Rush —dijo ella antes de dar un sorbo al café.

—Se casaron tan sólo dos semanas después de conocerse. Aún no me lo creo.

—¿Dos semanas? Eso no parece típico de Rush. Recuerdo que era muy metódico en todo.

—Al parecer, se enamoraron.

Carol conocía a Steve demasiado bien como para no reconocer el tono sarcástico en su voz, como si le estuviera diciendo lo absurdo que era ese sentimiento. En su caso, había sido un sentimiento malgastado. Tristemente malgastado.

—¿Son felices? —eso era lo importante, en lo que a Carol respectaba.

—Tuvieron un periodo difícil hace un tiempo, pero, desde que el Mitchell amarró, parecen haberlo arreglado.

Carol se quedó mirando la taza al sentir cómo la realidad la golpeaba en el corazón.

—Eso es más de lo que hicimos nosotros.

—Como recordarás —dijo él en voz baja—, en nuestro caso no había nada que arreglar. La noche que comenzaste a acostarte con Todd Larson, destruiste nuestro matrimonio.

Carol no aceptó el desafío, aunque aquello había sido como una bofetada en la cara. No había nada que pudiera decir para exculparse, y había dejado de intentar explicar los hechos hacía más de un año. Steve había elegido creer lo que quería. Ella lo había intentado. Todd había sido su jefe y su amigo, pero nada más. Carol le había rogado a Steve una y otra vez, pero de nada había servido. Volver a tener la misma discusión no iba a servir de nada.

El silencio se extendió entre ellos, y fue roto por la camarera, que se acercó a su mesa para tomarles nota.

—¿Saben ya lo que van a tomar?

—¿Tienen pastel de boniato? —preguntó Carol sin ni siquiera mirar la carta.

—No, pero el de pacana es la especialidad este mes.

Carol negó con la cabeza ignorando la extraña mirada de Steve.

—Entonces sólo café.

—Lo mismo para mí —dijo Steve.

La mujer les rellenó las tazas y se marchó.

—¿Y cómo está el bueno de Todd?

Su pregunta carecía por completo de interés real, y Carol ya había decidido que su antiguo jefe era un tema que sería mejor evitar.

—Bien —mintió. No tenía ni idea de cómo le iba a Todd, dado que llevaba más de un año sin trabajar en Artículos de Deporte Larson. Le habían ofrecido un trabajo mejor en Boeing y llevaba trabajando allí desde antes de que el divorcio fuera oficial.

—Me alegra oírlo —dijo Steve—. Supongo que me has hecho venir para decirme que vais a casaros.

—No. Steve, por favor. No te he llamado para hablar de Todd.

—Me sorprende. ¿Qué pasa? ¿La esposa número uno sigue dándole problemas? ¿Vas a decirme que no han llevado a cabo su divorcio?

—Preferiría no hablar de Todd ni de Joyce.

—De acuerdo. ¿De qué quieres hablar? —preguntó él mirando su reloj, como indicando que tenía muchas otras cosas que podría estar haciendo en ese momento y que no quería perder su preciado tiempo con ella.

Carol había planeado detalladamente todo lo que iba a decir. Había ensayado cada frase varias veces en su mente, pero en ese momento parecía tan ridículo, que se sentía incapaz de decir palabra.

—¿Y bien? —insistió Steve—. Dado que no quieres restregarme en las narices que te vas a casar con Todd, ¿de qué podrías querer hablarme?

—Es Navidad —murmuró ella.

—Enhorabuena, veo que has mirado el calendario recientemente —contestó él con sequedad.

—Pensé que… bueno, ya sabes, que podríamos dejar de lado nuestras diferencias durante un tiempo y ser civilizados el uno con el otro.

—¿Qué razón podría haber para que quisiéramos tener algo que ver el uno con el otro? —preguntó él entornando los ojos—. No significas nada para mí, y estoy seguro de que el sentimiento es mutuo.

—Fuiste mi marido durante cinco años.

—¿Y?

—Hubo un tiempo en que nos queríamos —dijo ella tras una larga pausa.

—También hubo un tiempo en que quería a mi perro —respondió él—. ¿Qué tiene que ver que nos quisiéramos hace tiempo con el hecho de que estemos aquí?

Carol no podía responder a su pregunta. Sabía que el divorcio lo había convertido en una persona amarga, pero había imaginado que, durante todo ese tiempo, algo de su animadversión hacia ella habría pasado.

—¿Qué hiciste el año pasado en Navidad? —preguntó, negándose a discutir con él. No iba a permitir que le hiciera perder los nervios. Ya había utilizado ese truco demasiadas veces, y estaba prevenida.

—¿Qué más te da cómo pasé las pasadas Navidades?

Aquello no iba bien. No estaba saliendo en absoluto como lo había planeado. Steve parecía pensar que ella quería que admitiera lo miserable que se sentía sin ella.

—Yo pasé sola la pasada Navidad —dijo ella suavemente. Su divorcio se había hecho oficial tres semanas antes de las fiestas y Carol se había sentido incapaz de enfrentarse a las tradiciones de dichas fechas.

—Yo no estuve solo —respondió Steve con una sonrisa burlona que sugería que, fuera quien fuera con quien hubiera estado, había sido una compañía agradable y que no la había echado de menos en lo más mínimo.

Carol no sabía cómo alguien podía parecer tan insolente y tan sensual al mismo tiempo. Era sumamente duro mantener la barbilla levantada y mirarlo a los ojos, pero lo consiguió.

—Así que estuviste sola —añadió Steve—. Eso es lo que pasa cuando te lías con un hombre casado, querida. Por si no lo sabes ya, la mujer y la familia de Todd siempre serán lo primero. Eso es lo triste para la otra mujer.

Carol se quedó de piedra. Casi no podía respirar, no se movía, ni siquiera parpadeaba. El dolor se extendía por su cuerpo, aferrándose a su garganta, luego a su pecho, bajando hacia el abdomen. La habitación comenzó a dar vueltas, y lo único que supo fue que tenía que salir del restaurante. Y rápido.

Los dedos le temblaban cuando abrió el monedero. Depositó unas monedas junto a la taza de café y se levantó del asiento.

Sin decir nada, Steve observó cómo Carol salía del restaurante y se maldijo a sí mismo. No había pretendido decir todas esas cosas. No quería fustigarla de ese modo, pero no había podido evitarlo.

También había mentido, en un esfuerzo por salvaguardar su orgullo. Había mentido en vez de darle a Carol la satisfacción de saber que había pasado la anterior Navidad solo y sintiéndose miserable. Habían sido las peores fiestas de su vida. El dolor del divorcio era por aquel entonces demasiado intenso, y el hecho de que todo el mundo a su alrededor estuviese feliz no había conseguido sino amargarlo más. Ese año tampoco parecía que fuese a ser muy feliz. Lindy y Rush preferirían pasar el día solos, aunque habían hecho todo lo posible por convencerlo de lo contrario. Pero Steve no era estúpido y ya había hecho otros planes. Se había ofrecido voluntario para trabajar el día de Navidad para que un oficial amigo suyo pudiera pasar tiempo con su familia.

Volviendo a pensar en Carol, Steve experimentó una sensación de arrepentimiento por el modo en que se había comportado con su ex mujer.

Admitió que Carol tenía buen aspecto, mejor de lo que él había deseado. Desde que se habían reencontrado, había sentido la energía que irradiaba de ella. Trece meses separados no habían cambiado eso. Había sido consciente del momento en que Carol había entrado en Denny’s; había sentido su presencia desde el momento en que se abriera la puerta. Su pelo rubio estaba más corto de lo que recordaba, con las puntas hacia dentro. Como siempre, sus ojos azules parecían magnéticos, atrayendo su mirada irremediablemente. Parecía pequeña y frágil, y el deseo de protegerla y amarla lo había invadido con toda la fuerza de un tornado. Sabía que no era así, pero aquello no parecía haber cambiado el modo en que se sentía. Carol lo necesitaba casi tanto como la Armada necesitaba el agua del mar.

Steve se levantó del asiento, depositó un billete sobre la mesa y se marchó. Fuera, el viento del norte soplaba con fuerza, subiéndole por los brazos mientras se dirigía hacia el aparcamiento.

La sorpresa hizo que se detuviera al divisar a Carol apoyada contra el guardabarros de su coche. Tenía los hombros caídos y la cabeza agachada, como si soportase una enorme carga.

Una vez más, Steve se sintió arrepentido. No había logrado averiguar la razón por la que lo había llamado. Comenzó a caminar hacia ella sin saber lo que pretendía hacer o decir.

Carol no levantó la cabeza cuando llegó a ella.

—No me has dicho por qué llamaste —dijo él tras un momento de silencio.

—No es importante… ya se lo dije a Lindy.

—Si no era para decirme que te ibas a casar de nuevo, entonces es porque quieres algo.

Carol levantó la mirada y trató de sonreír, y aquel esfuerzo hizo que Steve se olvidara de su decisión de fingir que jamás la había amado. Era inútil intentarlo.

—No creo que funcione —dijo Carol con tristeza.

—¿El qué?

Ella negó con la cabeza.

—¡Si necesitas algo, pídemelo! —gritó él, utilizando su rabia como mecanismo de defensa. Rara vez había querido Carol algo de él. Debía de ser importante, si se había puesto en contacto con él, sobre todo después del divorcio.

—La Navidad —susurró ella finalmente—. No quiero pasarla sola.

Un mar de nostalgia

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