Читать книгу Donde Se Oculta El Peligro - Desiree Holt, Desiree Holt - Страница 8
ОглавлениеCapítulo Uno
Infierno y condenación.
Taylor Scott nunca maldecía, pero después de esta semana—este día—había adquirido una gran cantidad de palabras que no estaban antes en su vocabulario.
Sentó su cuerpo de metro sesenta y cinco con tacones en uno de los dos taburetes vacíos. Girándose, se miró en el espejo de detrás de la barra. Vio un mechón de pelo castaño y unos ojos color verde esmeralda. El conservador traje azul marino y la blusa de seda sólo presentaban un ligero desgaste tras el enfrentamiento del día. Los pesados aros de oro de sus orejas brillaban incluso en la tenue luz que la coctelería ofrecía.
Nada mal, pensó, evaluándose críticamente. No es un espectáculo. Pechos demasiado pequeños, caderas muy anchas, muslos un poco más gordos de lo que le gustaría. Pero hacía el mejor uso de sus atributos. Claramente no era alguien a quien dejar tirada en las calles, por así decirlo.
No le gustaba especialmente sentarse en los bares—ni siquiera visitarlos, a decir verdad—y hubiera querido una de las mesas pequeñas, pero estaban todas ocupadas. Pero necesitaba una bebida, algo que la hiciera olvidarse del hecho de que en el corto periodo de siete dias, ella había aprendido que su vida entera había sido una mentira. La carta de su abuela estaba doblada en el bolsillo de su chaqueta, una fina hoja de papelería llena de palabras que habían destruido todo lo que había creido sobre su vida hasta ahora.
"¿Qué puedo ofrecerle, señorita?"
Taylor levantó la cabeza. El camarero colocó una servilleta de cóctel en la barra en frente de ella. La esperó pacientemente, ese rubio fornido con ojos que decían que lo había visto y oido todo y una mirada expectante en su cara. ¿Qúe se bebía cuando querías emborracharte? Su experiencia estaba limitada a una pequeña seleccion de buenos vinos y Bloody Marys de los desayunos tardíos de los domingos. Espera. Los socios de la empresa de inversiones en la que trabajaba siempre bebían Jack Daniel's en las funciones corporativas. Negro, significara lo que significase. Dedujo que era tan buena elección como cualquiera.
"Jack Daniel’s Negro, por favor." Trató de que sonara autoriario.
"¿Piedras o limpio?"
Ella frunció el ceño. ¿Por qué tiene que ser tan complicado pedir una bebida? "Oh, esto, piedras por favor."
Era muy consciente de su alrededor. Las paredes del bar eran de un rico y pulido roble, como los paneles de la barra. Las mesas eran de tablas de roble, con sillas cubiertas de un cuero suave. La iluminación, discretamente empotrada, daba a los clientes la ilusión de un manto de oscuridad. Música suave salía de los altavoces escondidos, una efectiva pantalla de sonido para las parejas con las cabezas inclinadas hacia el otro de forma íntima.
"Su bebida, señorita."
El camarero colocó un vaso lleno de un líquido color ambar y cubitos de hielo en una pequeña servilleta, y puso un vaso de agua al lado.
"Por si quería un perseguidor." Le dedicó una media sonrisa.
Agarró el vaso con las dos manos y tomó un buen trago. La primera salpicadura del licor en su lengua era un agudo mordisco con un sabor ahumado, una sensación de ardor para la que no estaba preparada hizo que se le escaparan unas lágrimas y que tosiera.
"Si fuera tú, yo no lo bebería como si fuera limonada. Toma."
La voz era tan profunda y rica que hizo que unos dedos de calor recorrieran su espina dorsal y que pequeñas pulsaciones palpitaran en el corazón de su sexo. Una fuerte mano masculina le tendió un pañuelo blanco como la nieve que ella cogió sin pensar. Se secó los ojos y luego cogió su vaso de agua y bebió la mitad. Entonces levantó la mirada para ver quién había venido en su rescate.
Depredador. Esa es la primera palabra que se le vino a la mente. Una emoción desconocida de tentación prohibida le recorrió el cuerpo al ver al hombre sentado a su derecha. Anchos hombros y manos con dedos largos y delgados. Una cara llena de ángulos con una nariz recta y unos labios sensuales, pero una mirada totalmente ilegible. Ojos más oscuros que el carbón bajo unas pestañas mas gruesas que las suyas. Pelo negro y largo, atado por atras con una tira de cuero.
Había algo feroz con él. Salvaje. Indomable. Peligroso. Una poderosa energía radiaba de él y golpeaba contra su cuerpo, todo ello apenas domado bajo el manto civilizado de un traje a medida y una camisa de vestir de seda. Una imagen prohibida de él desnudo apareció en su mente, su largo pelo negro, los musculos de su bronceado cuerpo ondeando con la luz del sol. Una pantera, a eso le recordaba. Y por un momeno, ella quiso estar perdida en la jungla.
Él levantó una ceja. "¿Pantera? ¿Es eso una contraseña?"
Oh, Dios, ¿he dicho eso en voz alta? "No prestes atención a nada de lo que salga de mi boca esta noche." El calor subió por sus mejillas. "Mi mente no está funcionando correctamente."
Sus ojos se clavaron en ella y se estremeció. El sentido común le decía que debía alejarse lo máximo pasible de ese desconocido antes de verse en una situación que se estuviera fuera de su control. Sus amantes habían sido lamentablemente escasos y decepcionantes y ninguno había hecho que su sangre se calentara y se humedeciera entre sus piernas como lo había hecho este desconocido. Se preguntó como sería tener sexo caliente y sudoroso con él. Los músculos de lo profundo de su cuerpo se contrajeron.
Casi rió. Sus abuelos se revolcarían en sus tumbas si supieran que un pensamiento así había invadido su mente. Bien. Se merecen un poco de hervor en la tumba después de lo que me hicieron.
Taylor sabía que debería acabar su bebida, ir a su habitación y tratar de no pensar en como su vida había sido destruida en pequeños pedacitos. O en el episodio humillante de hoy. Pero el resentimiento había estado hirviendo en su interior durante una semana y lo que había pasado hoy había hecho que se juntara toda la amargura. La implacable disciplina que había permitido que le impusieran durante toda su vida había sido en vano. Por una mentira.
Cuando el abogado que se ocupaba de la herencia de su abuela le entregó la carta en la que se detallaba la monstruosa farsa que había estado viviendo, se llevó el susto de su vida. Nada había sido como ella pensaba. Ni siquiera era Taylor Scott en realidad. En este punto ella no sabía quien diablos era ella. Pero sí sabía quien no quería ser.
Tal vez ahora era el momento para descubrir que le ofrecía la vida. Para saborear la fruta prohibida que siempre se había negado a sí misma.
Devolvió el pañuelo de algodón, notando sus fuertes y delgados dedos mientras lo hacía. El breve contacto hizo que el calor se disparara a traves de ella. "Gracias. Yo, em, tragué más de lo que pretendía."
Él apuntó hacia su vaso. "Hay que sorberlo despacio, no tirarlo. Los buenos whiskeys están hechos para ser saboreados."
"Lo sé." Enderezó la espalda y se revolvió el pelo. "¿Crees que no sé cómo beber un buen whiskey?"
Pensó que se asomaba una sonrisa en su boca, pero el indicio de ello desapareció al momento.
"Creo que tus hábitos de bebida son asunto tuyo. Sólo estaba ofreciendo un amistoso consejo." Le hizo un gesto al camarero y levantó su vaso.
"Bueno, puedes quedarte el consejo, pero gracias por lo del pañuelo. Ahora estoy bien." ¡Mentira!
"Bien. Me alegra ser de ayuda."
Taylor acabó el resto de su bebida a trargos pequeños y trató de ignorar al hombre de su lado. El licor trazó fuego a través de su sangre pero dejó intacto el punto frío que se asentaba en su interior como un bloque de hielo. Levantó la mano y le hizo un gesto al camarero.
"¿Segura de que quieres otro de esos?" La profunda voz provocó otro destello de calor.
"Sí. Estoy segura. Y gracias por preocuparte, pero no necesito que alguien monitorice mis tragos."
Él se encogió de hombros. "Por mí bien." Levantó una ceja cuando el camarero sirvió otro vaso lleno en frente de ella. "¿Celebrando? ¿O ahogando tus penas?"
"Ninguna de las dos. Sólo..." Buscó la palabra correcta, pero no pudo encontrar ninguna. "Sólo bebo."
"Odio tener que decirtelo, pero no parece que lo estés disfrutando mucho."
Taylor se giró para mirarlo y se encontró capturada de nuevo por la oscuridad de sus ojos.
Ojos sin alma. Pero, ¿de dónde venía eso? "Al contrario. Me lo estoy pasando en grande." Tomó un buen trago de su nueva bebida y casi se atragantó de nuevo. Cogió su vaso de agua y bebió de él.
"Mm-hmm. Realmente veo placer en tu cara."
Estaba empezando a ponerle nerviosa. "Eres bastante entrometido." Tuvo que apartarse de su penetrante mirada. "Yo diría que es angustiante descubrir que después de treinta años tu vida ha sido una mentira, y que el único familiar que parece quedarte niegue tu existencia. Llévatelo. Los cuentos de hadas no son reales."
Él levantó una ceja. "Suena bastante serio."
La ira volvió a atravesarla. Serio no era la palabra exacta para describir su sentimiento de traición. Todos estos años de seguir la linea. De asfixiantes normas y poca flexibilidad. De una vida con pocos placeres, luchando por una aprobación que nunca llegó. De la profunda tristeza de su madre y del control autocrático de sus abuelos sobre su vida y la de su madre. Sentía como si alguien le hubiera robado los anteriores treinta años, años que se fueron para siempre. Ahora, ella quería rebelión y venganza.
"Me estoy despidiendo de mi pasado y dando la bienvenida al primer día del resto de mi vida. Creando la nueva yo."
Porque la antigua yo fue el producto de una mentira y muy aburrida.
Taylor resistió la tentación de meter la mano en el bolsillo de su chaqueta, sacar la hoja de papel y volver a leer las malditas palabras. No importaba Las tenía memorizadas.
Me doy cuenta ahora de que fue un error ocultarte esto durante todos estos años. Tienes que creer que nuestras intenciones fueron las mejores. Pero ya sabes lo que dicen de las buenas intenciones. Ciertamente, nos han allanado el camino al infierno a todos nosotros.
El hombre acabó su bebida y pidió que se la rellenaran. "No pareces alguien con un pasado del que necesite deshacerse."
"Demuestra lo mucho que sabes." Taylor tragó las ultimas gotas de su vaso y la tensión de su cuerpo se soltó un poco más. El whiskey estaba empezando a hacer su magia en ella. La ira seguia allí igulamente. Eso no se iría pronto.
"¿Qué te trae por San Antonio?"
Una mala decisión. No todos los días me echan de las oficinas de la empresa como si fuera una especie de criminal o un trozo de basuura.
"Es personal." Así que callate y déjame sola. Hizo un gesto al camarero para pedir otro trago. Tal vez, con el suficiente licor en su sistema podría olvidar todo su dolor.
"Supongo que las cosas no fueron bien." Él agarró su bebida fresca y la tomó de un trago.
"Podría decirse. De hecho, se podría decir que no ir bien es un gran eufemismo."
"Eso suena mal."
"Sí. Muy mal." El whiskey en el vaso chapoteó ligeramente cuando ella lo cogió y se lamió las gotas de la mano.
"Tal vez sea mejor que esa sea la última. Odiaría verte intentar conducir hasta casa después de tantas."
Ella volvió sus furiosos ojos hacia él. "Escucha, quienquiera que seas, soy lo suficientemente mayor como para saber cúanto beber. No necesito una niñera. Y me quedo aquí en el hotel, así que si me desmayo, no tengo que irme muy lejos." Lo miró fijamente, después sacudió la cabeza y se pasó los dedos por el pelo. "Perdona. Ha sido grosero por mi parte. Sólo estoy de mal humor esta noche."
Él alargó la mano para ponerla en su antebrazo e incluso a través de las capas de tela sus dedos se sintieron como hierros candentes en su piel. Una pequeña chispa electrica recorrió su cuerpo.
Estrechó la mirada. Ella vió que él tambien la había sentido. Se miraron por un largo momento. Él rompió el contacto visual primero. "Tal vez hablar con alguien ayude."
Sí. Hablame para que pueda descubrir que se pasa por esa bonita cabeza tuya.
Inclinó su vaso y dio otro trago a su gaseosa. Nada de alcohol para él esta noche. Tenía una misión, y no podía permitirse el lujo de tener sus sentidos debilitados. Si había algo que deseara, es que ella hubiera sido fea y abrasiva. Alguien que pudiera desagradarle facilmente. ¿Por qué tenía que ser tan atractiva?
Ya estaba lamentando su decisión de venir aquí. Había otras formas de conseguir lo mismo. Debería haberlas cogido. Las mujeres como ella eran peligrosas para él. Tan suave. Tan atractiva. Tan fácil de dejar pasar por debajo de las barreras. Y ahí estaba el desastre.
Ya pasó por esto una vez. Había sido suficiente para él. No, necesitaba dejar sus murallas aseguradas, y estar sentado aquí con esta mujer no era la manera de que eso pasara.
Acaba tu bebida y vete, quiso decir. Vete de este bar, de este hotel, de esta ciudad. Escóndete lejos de mi y no vuelvas nunca.
Por primera vez en años, se le antojó una bebida de verdad.
Ella tomó otro trago de whiskey. "No puedes hacer nada por los años que he perdido. O hacer que mi propia sangre me acepte."
"Entonces, ¿esto es por problemas familiares?"
Soltó una risa corta y amarga. "Lo sería si tuvieste familia." Acabó lo que quedaba de su bebida y pidió una más. Estaban bajando más fácil ahora.
"Sé que solo soy un desconocido en un bar," siguió, "y que no soy nadie de quien tengas que recibir órdenes, así que considera esto una sugerencia. Creo que deberías hacer de este próximo trago el último."
"Gracias, pero yo decidiré cuándo he tenido suficiente." Y eso podría ser más pronto que tarde.
Taylor se concentró en acabar la bebida, la carta todavía quemaba un agujero en su bolsillo. El hombre la miró con esos profundos ojos negros. Finalmente, tragó lo que quedaba de whiskey e hizo un gesto al camarero para pedir la cuenta. No tuvo problemas para pagar, pero cuando intentó moverse de su asiento casi se tiró al suelo.
Unas manos fuertes la cogieron y la levantaron. "¿Qué tal si te acompaño hasta el ascensor? Solo para asegurarme de que llegas a la recepción a salvo."
"No estoy borracha," insitió ella. "Sólo un poco... débil de rodillas." Y quiso que mantuviera esas manos encima suya, que la tocara, que volviera esa chispa eléctrica.
La mueca de una sonrisa apareció en su boca de nuevo. "Entendible si has tenido un mal día. Vamos. Déjame demostrar que la caballerosidad no ha muerto."
Agarró su brazo y la acompañó fuera del bar, por alguna razón, su impresionante altura hizo que se sintiera más segura. Caminaron hasta el ascensor con su brazo alrededor de ella, estabilizándola. Taylor se apoyó en él para captar su esencia, un aroma masculino que de alguna manera le recordaba a la jungla. O a lo que ella creía que olían las junglas. Pantera. Sintió los músculos tensos de su cuerpo a través de la ropa y se preguntó cómo sería él desnudo.
Tan pronto como le golpeó el pensamiento, intentó deshacerse de él. Taylor Scott no se entretenía con imágenes de hombres desnudos. Incluso había tenido sexo con las luces apagadas.
Si es que se le puede llamar sexo a los pocos torpes y embarazosos intentos de hacerlo.
"¿Qué piso?
"¿Hmm?" Levantó los ojos pesados hacia él.
"Piso. Donde está tu habitación. Quiero asegurarme de que llegas bien adentro."
"Cinco. Estoy en la quinta planta." Su cercanía la abrumaba, el masculino calor de su cuerpo la cubría como una manta. Él era todo lo que ella se había negado a sí misma toda su vida. Todo lo que le enseñaron a evitar. De lo que tenía que protegerse. Ahora esa vida estaba hecha trizas y quería lo que se había perdido. Lo quería a él.
¿Y por qué no? No lo volveré a ver nunca. Una noche. ¿Qué daño podría hacer?
En el camino a su habitación, la sostuvo contra él. En la puerta, abrió su bolso para sacar la tarjeta de la llave y tanteó tratando de introducirla en la cerradura.
"Trae. Déjame." Se la sacó de sus dedos de forma delicada, cambió y abrió la puerta. Dentro, pulsó el interruptor de la luz y se encendió una lampara. "Bueno, has llegado a tu habitación a salvo. Creo que puedes manejarte desde aquí."
Taylor tomó aire y durante un latido, trató de recuperar todas las inhibiciones que el whiskey había soltado. En treinta años, nunca había hecho algo de forma impulsiva. ¿La hacía ello disciplinada, o reprimida? Y si cedía ahora, ¿a quién le iba a importar? Su cuerpo brillaba con sensaciones desconocidas y una necesidad que apenas podía identificar se abría paso desde su núcleo.
Mañana, ella se habrá ido, de vuelta a lo que fuera que la esperaba ahora en su fragmentada vida. Esta noche, quería algo para ella. Algo peligroso, algo perverso.
El hombre se quedó ahi, mirandola, evanduándola como si intentara asegurarse de que era seguro dejarla. Con algo parecido a la desesperación, agarro el cuello de su traje y tiró hacia ella.
En un momento, vislumbró su cara de asombro. Lo siguiente, ella estaba presionando su boca contra la suya, y deseando que la abriera para poder ahogarse dentro.