Читать книгу Donde Se Oculta El Peligro - Desiree Holt, Desiree Holt - Страница 9

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Capítulo Dos

Su cuerpo se tensó y onduló bajo su tacto, ella se aferró con más fuerza a la tela de su chaqueta para evitar que se fuera. Ella quería a este hombre de formas que no había querido a nadie más. Formas que la sobresaltaron mientras su cuerpo reaccionaba de una manera desconocida. Casi cambió de idea, asustada por la explosión de deseo que la atravesaban, pero la determinación superaba la trepidación. Por todas las cosas que había perdido y por las que nunca había tenido, se merecía esto. Presionó su lengua contra su boca y, ya sea por la sorpresa o el deseo, él la abrió y ella lo saboreó. Whiskey y café y menta combinados para producir un sabor embriagador que tentaba sus sentidos. Le chupó la lengua, atrayéndolo a su boca en un beso más sensual de lo que jamás se habría permitido. O había querido.

Le agarró con fuerza la parte superior de los brazos, como si quisiera apartarla, pero ella se agarró a muerte a sus solapas. Estaba cansada de ser conservadora y obediente. La semana pasada se había deshecho de todas las bandas de acero que restringían su vida, y hoy terminaba el trabajo. Toda la obediencia había sido para nada. Ahora, quería algo salvaje, una noche que la ayudara a borrar todos los sentimientos oscuros que la invadían.

Con un gemido, el hombre la acercó. Introdujo su lengua en su boca, respondiendo a la suya, sin dejar ningún centímetro de la oscura humedad sin tocar. La leve aspereza de su piel rozaba sus tejidos sensibles, llamando a jugar a cada nervio oculto. Él presionó sus labios contra los suyos, que los deboraba, mientras le clababa los dedos en los hombros.

Se quedaron suspendidos en la oscuridad, las sensaciones del beso se dispararon a través de ella y provocaron reacciones de su cuerpo que llevaban mucho tiempo dormidas. Sus pezones hormigueaban y la humedad se colaba entre sus muslos. Ella hubiera dado lo que fuera para quedarse así para siempre, balanceandose en un precipicio.

Él fue el primero en separarse, mirándola con ojos brillantes. "Creo que has bebido demasiado."

Taylor estaba intentando encontrar su aliento, pero todo el aire había sido extraido de sus pulmones. El pulso que latía entre sus piernas resonaba en su interior. Ella sabía sobre "calentarse" y "humedecerse", pero esta fue la primera vez que un hombre la hacía sentirlo. La bebida no tenía nada que ver con lo que le estaba pasando. Era el hombre, un poderoso animal de la jungla que llamaba a la naturaleza oculta dentro de ella.

"Esto es cosa mía, no del whiskey." Tomó aire de nuevo y trató de arrastrar su cara hacia la suya.

Apretó las manos sobre los hombros de ella y un sonido estrangulado salió de su garganta. "Soy un extraño. No puedes simplemente traerme a tu habitación de esta forma. ¿No sabes que este tipo de cosas no son seguras?"

"No creo que vayas a hacerme daño," susurró ella. "No sé por qué, pero confío en ti."

Y no era del todo absurdo, ¿cuándo había confiado en nadie en toda su vida? Incluso así algo en él le dió sensación de seguridad, realmente algo insusual estando atrapada con una pantera enjaulada. "Por favor, no te alejes." Con dedos ligeramente temblorosos, le quitó la corbata y le desabrochó la camisa. Presionó su cuerpo contra el suyo, ruborizandose por la fuerte erección que las capas de ropa que había entre ellos no podían ocultar.

"Esto es una locura." Su voz era fuerte y provocadora, su agarre sobre ella se hacía más fuerte casi hasta el punto de dolor. "Hay cosas sobre mí que no sabes."

Taylor lamió la piel de su pecho que había expuesto y metió las manos en el interior de su camisa. El calor de su cuerpo casi la quemó. Bajo la caliente piel masculina, era más duro que el acero, con grandes musculos en forma de cuerda. Hizo bailar la punta de su lengua sobre su pecho y sonrió al oír su respiración entrecortada.

Levantó la mirada hacia él, teniendo problemas para decir algo. "¿Eres un criminal en captura? ¿Tienes alguna enfermedad mortal? ¿No? Entonces no me importa nada más." Su voz bajó hasta un susurro. "Quiero esto. Te quiero a ti."

"Escucha, tú no sabes... Dios mio, debería hacer que me miraran la cabeza. No puedo hacer esto."

¿Por qué?" Ella tiró de su corbata. "¿Tan repulsiva soy?" Dejó caer sus manos y se giró, consumida tanto por el deseo como por la vergüenza. Por supuesto. Está acostumbrado a mujeres con largas y gráciles piernas y pechos amplios, caderas diminutas y culos pequeños. Los de su tipo sólo se calientan con las mujeres delgadas como modelos. "Es eso, ¿verdad? Seguro que todas tus mujeres son rubias altas con vestidos de talla dos."

"Eso no es cierto. Para nada." La alcanzó y la hizo girar para que estuviera frente a él. "Es solo que..." Los músculos de su garganta trabajaron por reflejo mientras tragaba. "Tengo que irme de aquí."

Ella vió el calor en sus ojos, sintió el deseo que fluía de sus manos a su cuerpo y el whiskey la potenció. "Pero no es lo que realmente quieres, ¿verdad? O ya estarías fuera de la puerta." Alargó la mano y la apoyó en su entrepierna, un movimiento muy atrevido para ella. Acarició el duro e impresionante bulto a través de la tela del pantalon y lo apretó. "¿Ves? Tú también me deseas. Esto me lo confirma."

Dios mio, ¿estoy haciendo esto?

Él aspiró su aliento. Por un largo momento, se quedaron quietos, su mano encima de su entrepierna mientras esperaba que se resolviera la guerra que él estaba librando consigo mismo. Entonces, como si fuera una decisión espontanea, sacó sus manos de ahí y se sacó la chaqueta, la camisa y la corbata. "Seré condenado al infierno por esto."

Y la saliva de su boca se secó ante la amplia extensión del pecho y los suaves rizos que se extendían por él y descendían en forma de flecha hasta su ingle. Se quedó quieta, esperando que se quitara el resto de su ropa y preguntándose que hacer ahora.

Volvió a acercarse a ella y le pasó los labios por la frente. "No parece que este sea un baile familiar para ti. Última oportunidad para cambiar de opinión. De lo contrario, guiaré yo."

"No voy a cambiar de opinión." Quiero esto. Necesito esto. No te alejes de mi.

"Deberían dispararme." Su voz sonó fatigada. "Yo no..."

Impaciente por su desgana, agarró los bordes de la chaqueta y de la blusa y las abrió, haciendo saltar los botones al suelo. Después vino la falda, bajandola hasta sus pies. Dió un paso y la pateó, lo mismo con sus zapatos. Se alegraba de no haber llevado medias. Su abuela estaría tan escandalizada, lo que era la razón por la que lo había hecho.

Dio un respiro busco cuando su mirada se dirigió a sus pechos y sus pezones se endurecieron hasta convertirse en puntas afiladas.

Pasó un dedo por la parte superior de sus pechos, de un lado a otro, como si memorizara la textura de su piel. Cuando se acercó a ella por detrás y soltró el trozo de enclaje y seda, sus pechos se liberaron y él los cogió con las manos.

"Tienes unos pechos increibles." Su voz era de asombro. "Magníficos." Agachó la cabeza y se llevó un pico a la boca, tirando de él, bañandolo con el calor húmedo.

El calor se extendió directamente desde sus labios hasta su vientre. Cuando le mordió suavemente el pezón y le pasó la lengua encima, ella pensó que se iba a desmayar de placer. Sólo ese ligero roce de sus dientes y el tirón de su boca fueron suficientes para hacer que sus piernas se tambalearan.

Él se rio suavemente y la tomó en sus brazos. "Creo que estarías mucho mejor acostada, ¿no te parece?"

Retiró las sábanas de la cama y la acostó sobre el frescor de la cama. Su mano era cálida en su abdomen mientras lo acariciaba ligeramente antes de bajar con un suave deslizamiento. El tacto de cada uno de los dedos era como un fiero beso en su piel. Taylor se estremeció tanto por la antipación como por el miedo a lo desconocido. Ningún hombre la había mirado con una mirada tan devoradora. Cuando deslizó su mano dentro de sus bragas y se burló de sus rizos con los dedos, las palpitaciones en el interior de sus paredes vaginales aumentaron su ritmo.

Apenas tuvo un segundo para que su inseguro yo se preguntara si el tacto de ella le resultaba agradable y sus rizos suaves y atractivos. Entonces las bragas desaparecieron y ella quedó desnuda.

Cuando ella se acercó para apagar a lámpara de la mesa de noche, él negó con la cabeza y cerró los dedos alrededor de su mano. Habló con una voz cargada de deseo. "No voy a hacer esto a oscuras. Quiero ver cada centímetro tuyo."

Ella se estremeció bajo su mirada, apartando la cabeza de la luminosidad. Nadie la había visto nunca completamente desnuda, a parte de los doctores. Su pocos amantes habían estado más dispuestos a hacerlo en completa oscuridad. Su elección, pero ninguno había puesto pegas. La oscuridad le había dado sensación de refugio, escondiendo sus defectos y protegiéndola de la decepción que estaba segura de ver en los ojos de su pareja. Y eso es lo que habían sido todos—parejas. No amantes. Los amantes acariciaban y adoraraban. Sus torpes experimentaciones nunca habían incluido eso.

Pero él le pasó las manos por los brazos y las caderas como si acariciara una fina seda y su piel se estremeció bajo la intensidad de su mirada, el barrido de sus ojos la tocó como una caricia. No había nada de la esperada decepción, ninguna indicación de haber encontrado su cuerpo insuficiente. Eso en sí mismo alivió la dolorosa banda alrededor de su corazón. Sin apartar la mirada de ella, se deshizo de los zapatos y los calcetines, los pantalones y los calzoncillos. Cuando su polla se liberó, su visión hizo que la saliva se acumulara en su boca. Era enorme, latiendo orgullosamente erecta desde los pelos oscuros de su base. Debajo, sus pesados testículos descansaban en sus muslos. Ella tragó, preguntandose si cabría entera dentro de ella.

Como leyendole la mente, él diijo, "No te preocupes. Estarás bien. Te prometo que no te dolerá."

Bien. Qué palabra tan suave para describir lo que quería sentir.

Ella devoró su desnudo cuerpo con sus ojos. Él era un animal magnifico, su pantera. La lámpara de su cabecera se reflejaba en los músculos ondulados y la piel bronceada de su cuerpo esculpido. Guerrero. El cazador, no la presa. Él devoraría y la presa saborearía la devoración. Ella a penas podía respirar y pensó en ser capturada por él.

Él miró su cara con atención mientras se arrodillaba en el colchón a sus pies. Colocando sus manos sobre sus piernas, las dobló y las abrió, exponiéndola completamente. Se quedó sin aliento cuando él miró cada centímetro suyo. Nadie, ninguno de los decepcionantes hombres con los que había tenido sexo tan insatisfactorio, la habían expuesto a tal vergüenza o la había mirado de forma tan hambrienta. O había querido hacerlo.

Su primer instinto fue cubrirse a sí misma, asustada de la mirada que parecía ver dentro de ella. Pero el calor de sus ojos lo hizo desaparecer y, de repente, ella quiso más. Quería exponerse más. Sentir más. Con los ojos clavados en él, abrió más las piernas para ofrecerle un acceso aún mayor, sorpendida por la oleada de placer que le produjo.

"Te gusta, ¿verdad? Me pregunto que más habrá bajo ese correcto exterior tuyo." Su cara no delataba ada, pero sus ojos brillaban y acariciaba los labios de su sexo, tanteando suavemente. Cuando él hablo, su voz era casi reverente. "Dios, tu coño es precioso."

Ella se sacudió ligeramente por sus palabras y él soltó una suave risa.

"No estás acostumbrada a que la gente te llame preciosa? ¿O es llamárselo a un coño lo que pone esa mirada de asombro en tus ojos? ¿Ofende a tus sensibles orejas? Ve acostumbrándote. Cualquier tipo de sexo educado que hayas tenido hasta ahora está fuera de la ventana. Esta noche, voy a mirar cada centímetro de tu coño"—recalcó la palabra—“tu vagina. Voya poner mi boca en ti y voy a lamerte y despues meteré mis dedos dentro tuyo. Cuando estés bien y preparada, te meteré la polla y te follaré hasta que no sepas ni quién eres." Se inclinó hacia ella. "¿Podrás con ello, pequeña?"

Su voz era dura con un indefinido filo subyacente. ¿Fallaba algo? ¿Le había disgustado ya de alguna manera? Estaba atrapada en una mezcla de inexperiencia y necesidad incontenida, sin saber cómo tatar con un hombre tan complejo. ¿Qué esperaba que dijera?

"¿Podrás?" repitió él, sus ojos demandando una respuesta de ella.

"Sí," siseó al fin, empujándose hacia él. Más que asustarla, sus palabras la excitaron hasta un punto increible. Su cuerpo de repente no era el suyo, era in instrumento que el mundo estaba afinando para el expectáculo principal. "Y no soy pequeña. Nada de eso."

Él alargó un pulgar y un índice y le dio un ligero pellizco en el clítoris. "Ya veremos, ¿verdad, pequeña? Querías liberar la pantera. Esto es lo que obtienes."

"Taylor." Se esforzaba por aferrarse a los hilos de su mente, que se hundía rápidamente en una bruma.

"¿Qué?" Él frunció el ceño.

"Mi nombre es Taylor. Llamame Taylor, no 'pequeña'."

"De acuerdo, Taylor." Recalcó el nombre, con un tono ligeramente burlón. "Hora de sentir el mordisco de la pantera."

Su cuerpo se movió anticipando lo que sus palabras prometieron.

Se subió a la cama y le acunó los pechos con las palmas de las manos, frotando los pulgares y los índices sobre los pezones. Cuando tiró de ellos y los pellizcó, el agudo mordisco de dolor envió flechas de calor directamente a su vientre. Pero el calor de su boca los calmó mientras lamía lentamente. Con un movimiento lento, frotó las yemas de sus dedos hacia adelante y hacia atrás sobre los puntos calientes hasta que Taylor pensó que se correría sólo por su atención a sus pechos.

Se movió bajo él, deseando que la acariciara de nuevo entre las piernas, quiendo sentir sus manos tocándola de nuevo, tanteando, exprimiendo cada gota de líquido de ella. Esta era cada fantasía que había reprimido y que se hacía realidad con el tipo de hombre con el que había soñado pero que siempre estaba fuera de su alcance. Sus manos eran mágicas en ella, su lengua ardía donde sea que la tocara. Su cuerpo estaba tan excitado que no podía contenerse. Ella movió sus caderas y las empujó hacia él. Lo que sea que le impulsaba no importaba, sólo que le proporcionaba el placer prometido con cada toque de sus manos.

"Tócame como antes," suplicó, su voz venía de un lugar lejano. "Con tus dedos. Por favor."

"No me metas prisa." Dijo las palabras directamente frente a sus caderas, su voz se hizo líquida en su boca. "Planeo tomarme mi tiempo con esto. Un festín no debe ser apresurado. Debería ser saboreado y disfrutado lentamente, dejando que los sabores invadan tu cuerpo."

Cuando tocó su boca con la suya, su lengua metiendose dentro, el calor consumiéndola, sin dejar ningún hueco libre. Esto iba más allá de lo que nunca había experimentado, incluso de lo que nunca había soñado. Si le quedaba un pensamiento racional, el fuego lo consumió.

Taylor alargó la mano para desatar su insignia de civilización, la correa de cuero que le sujetaba el pelo recogido en la nuca, y su cabello caía suelto y espeso alrededor de los hombros. Pasó sus dedos a través, sintiendo la sedosa textura, y las hebras se desprendían fácilmente de su tacto. Se movió contra él, presionando su cuerpo hacia arriba contra su calor y su dureza. La hizo consciente de él de una manera que nunca había sido consciente de otro hombre, su poderosa fuerza la envolvía.

"Tranquila, Taylor." Con su gran mano, le acunó la cadera, tranquilizándola, con su voz de canturreo. "No queremos perdernos todo lo bueno."

Le besó la mandíbula, debajo de la oreja, por la columna de su cuello, pintando su piel con la lengua. Rozó con sus dientes la columna de su cuello y mordió suavemente el lugar donde se unían su cuello y su hombro. Entonces, en el siguiente momento, calmó el mordisco con un tierno movimiento de lengua.

Se estremeció y el fuerte latido dentro de su núcleo se intensificó.

Cuando volvió a sus pechos, se paró a lamer cada uno de nuevo, provocando pequeños gemidos en ella. Sentía el pecho hinchado y apretado y estaba segura de que sus pezones iban a estallar. Su barba raspaba contra la ternura de su piel, luego la sedosidad de su vello fluía sobre ella. Cuando estuvo segura de que se correría si él seguía así un minuto más, movió la cabeza y presionó su boca abierta sobre la suavidad de su vientre. La sensación hizo que los músculos de su vagina se contrajeran y la humedad brotara de ella, empapando los rizos que cubrían la abertura de su sexo. Dios, ella lo quería ahí. Que la tocara ahí.

Con una atención detallada que solo podía llamarse reverente, él la besó a lo largo de su cuerpo, lamiendo cada centímetro de piel que recorría con su boca. Por fin, se arrodilló y la atrajo hacia él con las piernas colgadas sobre sus muslos. Con sus pulgares, separó sus labios, mirando fijamente su coño abierto. Sin previo aviso, se inclinó y le pasó la lengua por la costura, para luego pasarla por su hinchado bulto. Su cuerpo se estremeció y casi se cayó de la cama. Lo habría hecho, si no fuera por la presión de él en el interior de sus muslos.

"Delicioso. Sabía que tendrías este delicioso sabor."

Él la lamió de nuevo y cuando al fin se sació, separo sus labios, deslizó un dedo largo y delgado dentro de ella y lo acarició de un lado a otro.

Su músculo interior se apretó de inmediato. Agarrando la sábana con los puños, empujó contra su mano, instándole a que explorara, queriendo sentirle más, más profundo. Dios, una simple exploración de su vagina y ella ya estaba preparada para volverse del revés para él. Ella quiso atraerlo a lo más profundo de su cuerpo. Cuando metió un segundo dedo junto al primero, los temblores la recorrieron.

"Apretado y húmedo. Podrías apretar mi polla hasta la muerte. No sé que hacer primero con semejante banquete extendido ante mí. Pero creo que voy a follarte con mis dedos, porque quiero ver ese increible coño cuando te corras. Por primera vez."

"Mmm," fue todo lo que logró decir mientras él deslizaba sus dedos dentro de su carne caliente y expectante.

Se inclinó hacia él, su cara llena de lujuria. "Mejor que tocarte tu misma, ¿verdad, pequeña? Mejor que tu vibrador." Cuando ella no respondió, apareció sorpresa en su cara, pero la borró casi de inmediato. Frunció el ceño. "Nunca has usado un vibrador, ¿no? Nunca te has tocado o usado tu mano para sentirte liberada?"

Bajó los parpados mientras trataba de ocultar su verguenza. Ella no podía decirle que en la casa donde creció, todo le estaba prohibido y nada era privado. No había dónde esconderse para darse placer o para ocultar los juguetes que necesitaba. No deja de ser asombroso que haya conseguido incluso las insatisfactorias y torpes incursiones en el sexo que ha logrado sin que sus abuelos vean el conocimiento revelador en sus ojos o estampado de alguna manera en su cara.

Ahora, quería todo eso. Todo. El destino había dejado caer a este hombre en su regazo. Después de esta noche, no lo vería nunca, así que era libre de entregarse a cualquier fantasía. Podía acutar con todo el abandono que quisiera y no temer la censura ni las habladurías.

Cuando se levantó de repente y abandonó su cuerpo, la ausencia de su tacto la perturbó. ¿Se iba? ¿Ahora? Seguramente no. "¿Está todo bien? ¿A dónde vas?"

"Está todo bien. Solo he visto algo que quiero. Recogió el espejo de mano que ella había colocado en el tocador y luego regresó, con las piernas de ella abiertas de nuevo sobre sus poderosos muslos. Apoyó el espejo contra su estómago para que estuviera de cara a Taylor. "Quiero que me mires, pequeña. Mira cómo se ve tu increible coño cuando meto y saco mis dedos." Su voz se hizo más gruesa. "Supongo que nunca te habías mirado en el espejo, ¿verdad? Quiero que veas lo que te has perdido todos estos años. Cómo es tener la mano de un hombre estirando estos pequeños y apretados músculos y esparciendo tus jugos en esa suave carne. Mírate mientras te doy placer, ve cómo tu cuerpo responde ante mí.

"Yo nunca..."

"No, estoy seguro de que nunca lo has hecho." Su voz estaba cargada de lujuria. "Pero, esta noche, lo harás."

Su piel se calentó cuando su mirada se dirigió automaticamente al espejo, y lo vio abrir su coño y deslizar dos dedos en su interior. Oscuros zarcillos de necesidad se enroscaron en su estómago y extendieron sus tentáculos a cada parte de su cuerpo. La bombardearon sensaciones desconocidas, despertando su sexualidad dormida.

"¿Quieres saber cómo te sientes, pequeña?" Su voz era gruesa con deséo. "Raso húmedo. Eres muy suave por dentro y muy húmeda. Resbaladiza. Pero ajustada. Muy ajustada. Veamos cómo de ajustada eres." Deslizó un tercer dedo y los flexionó juntos para estirarla.

Taylor no podía apartar la mirada del espejo, de sus dedos deslizandose dentro y fuera de ella, de la superficialidad que le decía lo humeda que estaba. Estaba fascinada por la vista de esos fuertes dedos masculinos golpeando fuera y dentro de su vagina, los nudillos rozando los rizos de su sexo, que estaban inundados por su humedad. Automaticamente, separó más sus piernas y se apoyó en los codos para tener una visión sin obstáculos del espejo de mano.

Mientras observaba el suave movimiento—dentro, fuera, dentro, fuera—el temblor en su vaina se hizo más rápido y más duro y se hizo eco en su cuerpo.

"¿Te gusta pequeña?" Su voz tenía un ligero temblor. "¿Te excita esto?"

No podía hablar, tan atrapada por el espectáculo erótico que tenía ante sus ojos que el habla era imposible. Pero cuando su otra mano se dirigió a su hinchado bulto y lo masajeó, ella quiso cerrar los ojos y dejarse llevar por la sensación.

"Abre los ojos, pequeña," ordenó él con una voz suave. "Los ojos bien abiertos. Pon tus pies en mis muslos y dobla las rodillas." Asintió cuando ella obedeció. "Así está bien."

Ahora ella podía verlo todo, su sexo entero, su núcleo, donde sus dedos seguían con su movimiento hipnótico mientras masajeaba su clítoris.

"Dios." La palabra se escapó de sus labios.

Sus ojos se clavaron en ella. "Te calienta, ¿verdad? Pensé que lo haría."

Taylor vagamente podía oirlo ahora, aunque él no debaja de hablarle meintras convertía su clítoris en un nudo palpitante de tejido y su vaina codiciosa. Queriendo más, necesitando más, movió sus manos a la parte interior de sus muslos, manteniendo sus piernas extendidas para no obstruir la vista del espejo.

Cada una de las sensaciones de su cuerpo se incrementaron, consumiendola hasta que no existiera nada más que un intenso orgasmo. Intentó apartarse de él, aterrorizada por un lugar en el que nunca había estado, pero con la necesidad de ir. Su cuerpo le dio la bienvenida mientras su mente lo combatía. Una fina capa de sudor la cubría y le costaba respirar.

"No lo combatas." Su voz era oscura y seductora. "Acompáñalo. Deja que venga."

Sin previo aviso, el orgasmo se apoderó de ella, un violento levantamiento y sacudida, olas de sensaciones que golpeaban su cuerpo, la lanzaban de un lado a otro y la golpeaban con una intensidad aterradora. Los espasmos la sorprendieron más allá de su control. Su sangre estaba caliente. No—templada. No—caliente.

Él movió una mano para presionar su abdomen y mantenerla en su sitio mientras su cuerpo se entregaba al orgasmo. "Mira," ordenó él. "No apartes la mirada."

Taylor quiso echar la cabeza atras y gritar con éxtasis, pero se obligó a mirar el espejo. Vio como las paredes de su coño agarraban sus dedos, palpitaban contra ellos y el líquido brotaba de ella hacia su mano. Sus ojos se centraron en su cara, mirando, tal vez midiendo la fuerza de sus espasmos. En su punto más alto, empujó con más fuerza dentro de ella y sus dedos rozaron el punto sensible que la hizo caer de nuevo, un juguete en el viento que la consumía.

Mantuvo sus dedos dentro de la vaina, acariciando la carne aún temblorosa hasta que la última réplica se apagó. Cuando los sacó, los llevó a su boca y lamió cada uno con cuidado. Sus ojos brillaron. "Dulce crema, pequeña. Muy dulce."

Apartando el espejo, también se movió hasta quedar tumbado junto a ella. Tiró de su cuerpo contra el suyo, todavía temblando por su climax. Le acarició la espalda, sus grandes manos la acariciaron y la sostuvieron mientras su respiración volvía a ser algo parecido a la normal.

Esto tiene que ser la cosa más loca que él haya hecho nunca. ¿Qué diablos estoy haciendo aquí? No tenía nada que hacer en esta habitación con esta mujer en particular. Un disparo sería demasiado generoso para él.

No era un hombre que se dejara llevar por su polla. Ni mucho menos. Y la pasión era una emoción prohibida en su vida. El pasado le había enseñado lo que podía ser una trampa. Le picaba y se rascaba. Cuando satisfacía sus necesidades sexuales, siempre era sincero con las mujeres que se llevaba a la cama. No esperes nada, les decía. No tenía nada que ofrecer.

Sin embargo, aquí estaba, incapaz de alejarse de esta mujer que le hacía sentir cosas muertas y enterradas desde hace tiempo. Una mujer con quien no tenía nada que ver en primer lugar.

Considerando su edad, era sorprendentemente inexperta, pero el fuego floreció bajo la piel de alabastro y se encendió en sus ojos verde esmeralda. Su falta de experiencia hacía que se calentara más que por la mujer en sí. Con cada respuesta que obtenía de ella, su propio cuerpo reaccionaba.

Sus ojos deboraron su desnudez, imprimiendo la imagen en su mente. Era una miniatura de Rubens que cobraba vida, todo curvas exuberantes y carne voluptuosa. Pechos que cabían bien en la palma de sus manos. Caderas y muslos con los que un hombre podía darse un festín. Su piel tan suave y satinada que al tocarla le calentaba la sangre y le palpitaba la polla.

Ella no se recortó ni se depiló el vello púbico y él se preguntó cómo sería ese tentador coño totalmente desnudo. Su polla se agitó cuando la visión se disparó en su cerebro.

La rabia irracional le arañó, el resentimiento hacia la mujer por hacerle sentir cosas cuando él quería que esto no fuera más que un acto de satisfacción física. Amargura que no podía apartar de ella, atraído por el tirón de un hilo invisible que ella, sin saberlo, ejercía sobre él. Sabía que la ira le había hecho comportarse de forma espantosa, pero no parecía poder hacer otra cosa.

Si hubiera tenido la fuerza de alejarse antes de que las cosas llegaran tan lejos. Pero no la había tenido entonces, no la tendría ahora. En vez de eso, había tratado de hacer que le despreciara utilizando palabras groseras y obligándola a hacer cosas como el truco del espejo. Sus gustos y hábitos sexuales estaban muy por encima de todo lo que Taylor Scott había experimentado nunca. Estaba seguro de ello. Las mujer que se llevaba a la cama sabían lo que era y lo que esperaba. No eran novatas a las que se pudiera asustar.

Y ella lo sería si esto llegaba a algún lado, si él dejara que las cosas se salieran de control otra vez. Taylor Scott no estaba en el tipo de juegos sexuales en los que él estaba. Tampoco era el tipo de mujer que un hombre se lleva a la cama para un polvo rápido. Sabía que el desbloqueo de su sexualidad esta noche había sido una reacción al caos de su vida. Ciertamente, nadie lo sabía mejor que él. Ella se merecía a alguien que la sedujera y engatusara, desenvolviendo cada capa con cuidado y atención. Él la estaba bombardeando, asaltando sus sentidos para levarla lejos.

Él tenía sus motivos. Esta mujer podía llegar a la superficie si él se lo permitía y eso no era una opción aceptable. Tenía que poner espacio emocional entre ellos. Recuperar su famoso control. Cuando esta noche terminara, esto tenía que instalarse en el fondo de su mente, no tentarla para encontrarla de nuevo, despojarla de su ropa y follarla sin sentido.

O admitir la duplicidad que le estaba ocultando, una verdad que seguramente proporcionaría aún más combustible para su ira.

Donde Se Oculta El Peligro

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