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Dos

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Antes de llevar a Rory al piso de Tippy en Manhattan, en el sur del distrito East Village, Cash paró un momento en el hotel donde había reservado habitación para registrarse y dejar las maletas.

Minutos después, aparcaban frente a la casa de pisos donde vivía Tippy. Llamaron al portero automático para que los dejara subir, y cuando llegaron arriba ella estaba esperándolos en la puerta. Cash apenas la reconoció, al verla allí de pie vestida con unos vaqueros y un suéter amarillo, y el largo cabello rubio rojizo cayéndole sobre la espalda.

Con aquel atuendo informal y sin maquillaje alguno, parecía una persona distinta de la sofisticada y deslumbrante actriz al estreno de cuya última película había ido Cash el mes anterior.

Se alisó nerviosa el cabello con una mano, y se echó hacia atrás sonriente, abriendo la puerta del todo.

–Pasad –les dijo–. Espero que traigáis hambre. He hecho ternera Stroganoff.

Cash enarcó las cejas.

–Es mi plato favorito. ¿Cómo lo sabías? –le dijo con una mirada maliciosa en sus ojos castaños.

Tippy se aclaró la garganta, y Rory intervino en su auxilio.

–También es el mío –dijo riendo–. Siempre me lo prepara para cenar el día que vuelvo a casa.

Cash se rió suavemente.

–¡Vaya manera de ponerme en mi sitio!

Tippy estaba mirando detrás de él.

–¿No traes maletas? Había preparado el cuarto de invitados.

–Gracias, pero he reservado una habitación en un hotel del centro; en el Hilton –contestó él con una cálida sonrisa–. Me gusta tener mi propio espacio.

–Oh. Entiendo –contestó ella, riéndose vergonzosa antes de volverse hacia Rory para darle un abrazo–. No sabes la alegría que me da tenerte en casa por Navidad –le dijo–. Me han dicho que has sacado muy buenas notas.

–Es verdad –asintió él.

–Y que te castigaron por pegarte con un compañero –añadió Tippy enarcando una ceja.

Rory carraspeó.

–Un chico mayor me llamó algo que no me gustó nada.

–¿Ah, sí?, ¿el qué? –inquirió ella, cruzando los brazos sobre el pecho y mirándolo sin parpadear.

Los ojos de Rory relampaguearon furiosos.

–Me llamó bastardo.

Los ojos verdes de Tippy relampaguearon también.

–Espero que ganaras la pelea.

Rory sonrió enseñando los dientes.

–Lo hice. Ahora somos amigos –dijo. Echó una mirada a Cash, que estaba siguiendo la conversación entre ambos con interés–. Ningún otro chico se había atrevido a plantarle cara. Iba camino de convertirse en un abusón, pero lo he salvado de ese terrible destino.

Cash se echó a reír.

–Bien por ti.

Tippy se echó el cabello hacia atrás.

–¿Qué tal si cenamos? –les propuso–. Hoy me he saltado el almuerzo y estoy muerta de hambre –añadió, llevándolos a la pequeña pero acogedora cocina, donde la mesa estaba ya dispuesta.

Sobre el mantel bordado había tres servicios con coloridos platos, elegantes copas de cristal y cubiertos de plata. Tippy sacó una jarra de leche del frigorífico, y llenó dos vasos.

–¿Podrías servirme otro a mí? –le pidió Cash, deteniéndose junto a una de las sillas–. Me gusta la leche.

Tippy dio un ligero respingo y se volvió para mirarlo.

–Iba a ofrecerte un whisky…

Las facciones de Cash se tensaron.

–No tomo bebidas fuertes. Jamás.

El desconcierto de Tippy no podría haber sido mayor.

–Oh –musitó aturullada, dándole de nuevo la espalda.

No había hecho más que meter la pata desde que Cash entrara por la puerta. Se sentía como una idiota. Sacó otro vaso y lo llenó con generosidad. Nunca llegaría a comprenderlo del todo, se dijo.

Cash esperó hasta que Tippy hubo llevado la comida a la mesa y se hubo sentado para tomar asiento él también. Aquella muestra de caballerosidad la hizo relajarse.

–¿Ves?, los buenos modales no tienen nada de malo –le dijo a Rory–. Tu madre debió de ser una mujer encantadora –añadió, volviéndose hacia Cash.

Él tomó un sorbo de leche antes de contestar.

–Sí, lo era –respondió, pero no elaboró aquel abrupto asentimiento.

Tippy tragó saliva. Si Cash seguía así de seco toda la noche, aquello podía ser un calvario. Christabel Gaines le había hablado en una ocasión de su pasado, de cómo el matrimonio de sus padres había sido destruido por una modelo, y según parecía los recuerdos todavía le causaban dolor.

–Rory, bendice la mesa –se apresuró a murmurar.

No le pasó desapercibida la sorpresa de Cash, pero hizo como si no la hubiera advertido y los tres inclinaron la cabeza. Sin embargo, cuando su hermano hubo terminado de recitar la breve plegaria, alzó el rostro y le lanzó una mirada divertida.

–Las tradiciones son importantes, y Rory y yo no teníamos ninguna –le explicó–, así que decidimos iniciar las nuestras, y ésta es una de ellas.

Le indicó a Cash con un ademán que se sirviera carne.

–¿Y cuáles son las otras?

Tippy le sonrió con timidez, y de pronto a Cash le pareció más joven de lo que era. No llevaba maquillaje, a excepción de un carmín suave, y el cabello, limpio y sedoso, le caía con sencillez sobre los hombros.

–Pues, por ejemplo, añadimos un adorno nuevo al árbol cada Navidad, y también le colgamos un pepinillo.

El tenedor de Cash se detuvo a medio camino de su boca.

–¿Un qué?

–Un pepinillo –repitió Rory–. Es una costumbre alemana que da buena suerte. Nuestro abuelo materno era alemán –explicó, tragando un trozo de carne con la ayuda de un sorbo de leche–. ¿De dónde era tu familia, Cash?

–De Marte, creo –respondió él muy serio.

Tippy enarcó las cejas.

–Seguro –dijo Rory riéndose.

Cash esbozó una sonrisa traviesa.

–La madre de mi madre era de Andalucía, una región del sur de España –le respondió, dejándose de bromas–, y por parte de padre tengo sangre cherokee y suiza.

–Curiosa mezcla –comentó Tippy.

Cash le dirigió una mirada especulativa.

–Vuestros antepasados debieron de ser irlandeses, o escoceses –dijo admirando su cabello rojizo.

–Eso pienso yo también –respondió ella, sin levantar la vista del plato.

–Nuestra madre es pelirroja –intervino Rory–. El color de Tippy es natural, como el suyo, pero mucha gente cree que es teñido.

Tippy tomó un buen trago de leche, y no dijo nada.

–Yo quería teñirme de morado, pero mi primo, el anterior jefe de policía, pensó que la gente pondría el grito en el cielo –les confesó Cash con un suspiro–. Y además me hizo quitarme el pendiente –añadió con indignación.

A Tippy casi se le atragantó la leche.

–¿Llevabas un pendiente? –exclamó Rory entusiasmado.

–Era sólo un aro de oro –explicó Cash–. En la época en la que empecé a llevarlo estaba trabajando para el gobierno, y el jefe que tenía era tan políticamente correcto, que llevaba una chapita en la que se disculpaba por matar a las bacterias que pisaba sin querer. Es verídico, lo juro –les aseguró asintiendo con la cabeza.

Tippy tuvo que secarse los ojos. Estaba riéndose con tantas ganas, que se le saltaban las lágrimas. Hacía años que no se sentía tan distendida, y que le estuviera ocurriendo con Cash, a pesar de que hubieran empezado con mal pie, era casi un milagro.

–Mi hermana no se ríe muy a menudo –le comentó Rory a Cash con una sonrisa maliciosa–. Y menos cuando tiene que rodar exteriores o posar al aire libre. De hecho, odia a los fotógrafos desde que uno la hizo sentarse en bikini sobre unas rocas y la picoteó un charrán.

–Aquel pájaro estúpido bajó en picado sobre mí cinco veces –le confesó Tippy–, ¡y en la última me arrancó parte del cuero cabelludo!

–Deberías contarle lo que te hicieron las palomas durante aquel rodaje en Italia –la instó Rory.

Tippy se estremeció delicadamente.

–Todavía estoy intentando olvidarlo. Antes me gustaban las palomas.

–A mí me encantan las palomas –dijo Cash sonriendo malicioso–. No sabréis lo que es un bocado delicioso hasta que hayáis comido pichón envuelto en masa de hojaldre y frito en aceite de oliva…

–¡Salvaje! –lo reprendió Tippy.

–¿Qué pasa? También como serpientes y lagartijas, no sólo palomas.

Rory estaba desternillándose de la risa.

–¡Dios, Cash, éstas van a ser las mejores Navidades de nuestra vida!

Tippy pensaba lo mismo. El hombre que estaba sentado frente a ella se parecía muy poco al hostil policía que había conocido durante el rodaje de su última película en Jacobsville, Texas. La gente del lugar definía a Cash Grier como un tipo misterioso con el que no se debía jugar, pero nadie le había dicho que tuviera un sentido del humor tan increíble.

Al advertir su perplejidad, Cash se inclinó hacia Rory y le dijo en un susurro audible:

–Está confusa. En Texas le dijeron que guardaba bajo llave en un fichero documentos militares secretos sobre platillos volantes.

–En realidad me dijeron que lo que escondías eran alienígenas –murmuró Tippy, reprimiendo una sonrisa.

–¡Por amor de Dios!, ¿cómo voy a tener escondido a ningún alienígena en el fichero? –dijo él indignado. Sin embargo, un minuto después asomó a sus ojos castaños un brillo travieso–. Los tengo en un armario de casa.

Rory se rió, y Tippy también.

–Y yo que creía que los actores estábamos locos… –comentó ella con un suspiro.

Después de la cena, Cash propuso ir a dar un paseo por Central Park. Tippy se puso un traje de chaqueta y pantalón verde esmeralda, se hizo una trenza, y dio un ligero toque de color a su rostro ovalado.

La casa de pisos de dos plantas donde vivía Tippy estaba en una calle tranquila, bordeada de árboles. En apenas una década el barrio había pasado de ser relativamente inseguro a convertirse en un área residencial de clase media. Las reformas que se habían acometido en los edificios eran notables, sobre todo en la casa de pisos de Tippy, donde sendas barandillas de hierro negro forjado flanqueaban los escalones de piedra de la entrada.

Durante su época de modelo le había sobrado el dinero, y había estado viviendo durante un tiempo en Park Avenue, pero, tras el año que había pasado apartada de la profesión, le había costado volver a conseguir trabajo, y había tenido que apretarse el cinturón. Fue entonces cuando se mudó allí, justo antes de empezar el rodaje de aquella película en Jacobsville que de repente había relanzado su carrera.

Probablemente con lo que ganaba como actriz podría permitirse algo mejor, pero se había encariñado con los vecinos, y con aquella calle tranquila en la que vivía. Bajando había una librería, justo en la esquina, un poco más allá un mercado, y también una pequeña cafetería donde servían el mejor de los cafés. Y aunque en invierno, la estación en la que estaban, los árboles habían perdido todo su follaje y la ciudad tenía un aspecto frío y gris, en primavera el barrio era un sitio realmente precioso.

El Jaguar rojo de Cash estaba aparcado justo delante de la fachada de la casa de pisos de Tippy. Cuando sus ojos se posaron sobre él, la joven no podía creer lo que estaba viendo, pero no hizo comentario alguno. Rory se sentó detrás, y ella delante, con Cash. En sólo unos minutos habían llegado.

Cuando iban caminando por la acera, pasando los bonitos carruajes que esperaban clientela, Rory le preguntó a Cash si no le preocupaba que pudieran robarle el coche.

–Creía que este lugar era peligroso –comentó.

Cash se encogió de hombros.

–Central Park es mucho más seguro de lo que solía serlo, pero si alguien intenta robármelo, tendrá que ser muy listo para burlar a mi serpiente de cascabel.

–¿Tu qué…? –exclamó Tippy, mirándose alarmada los tobillos, como si esperara encontrar un ofidio enroscado allí.

Cash sonrió travieso.

–Mi sistema de alarma. Es así como lo llamo. Tengo instalado un sistema electrónico de localización en un sitio oculto del motor. Si alguien intentara hacer un puente para arrancar el coche, o lo robara, a la policía no le llevaría más de diez minutos encontrarlo, incluso aquí en Nueva York –explicó muy ufano.

–Así se entiende que estés tan tranquilo –dijo Rory–. Desde luego, es un coche alucinante –añadió con envidia.

–Lo es –asintió Tippy–. Yo conduzco, pero en esta ciudad no resulta muy práctico tener un coche –dijo señalando con un ademán la cantidad de taxis que subían y bajaban por las calles–. Cuando alguna agencia de modelos me llamaba para un trabajo no tenía tiempo de buscar un sitio libre donde aparcar. Nunca hay suficientes. Los taxis y el metro son el medio más rápido de moverte cuando vas con prisa.

–Es cierto –asintió Cash, admirando fascinado lo hermosa que era aun sin apenas maquillaje–. ¿Dónde estáis rodando la película? –le preguntó.

–Principalmente aquí, en la ciudad –respondió ella–. Es una comedia entremezclada con una trama de espionaje. Tengo que luchar con un agente extranjero en una escena, y perseguir a un tipo con una pistola en otra –añadió contrayendo el rostro–. Apenas acabábamos de empezar el rodaje antes de este descanso por vacaciones, pero tengo cardenales por todo el cuerpo por los ensayos de las coreografías de lucha. Incluso tengo que aprender aikido para la película.

–Un arte marcial muy útil –comentó Cash–. Fue una de las primeras que aprendí.

–¿Cuántas conoces? –le preguntó Rory de inmediato.

Cash se encogió de hombros.

–Karate, tae-kwon-do, hapkido, kung-fu, y otras cuantas menos conocidas. Nunca sabes cuándo tendrás que recurrir a ellas, pero vienen muy bien para el trabajo policial, ahora que no estoy todo el día detrás de una mesa.

–Judd me dijo que trabajabas en la oficina del fiscal del distrito en Houston –intervino Tippy.

Cash asintió con la cabeza.

–Estaba especializado en ciberdelitos, pero acabó por resultarme aburrido. Quería algo menos rutinario y menos estructurado.

–¿Y qué haces en Jacobsville? –quiso saber Rory.

Cash se rió suavemente.

–Huir de mis secretarias –le confesó avergonzado–. El mismo día que llamé a tu hermana para decirle que iba a venir a Nueva York por Navidad, la secretaria nueva que tenía dimitió, y me vació una papelera sobre la cabeza –añadió poniendo mala cara y tocándose el oscuro cabello–. Todavía estoy quitándome posos de café del pelo.

Los ojos verdes de Tippy se abrieron como platos. Se detuvo, y alzó la vista hacia Cash, sin poder dar crédito a lo que estaba oyendo. No había olvidado la eficiencia con que había parado los pies al ayudante de dirección de su primera película para que no volviera a ponerle las manos encima después de que ella se hubiera quejado de las confianzas que se tomaba.

Rory estaba riéndose.

–¿En serio? –le preguntó a Cash.

–No estaba hecha para el trabajo de oficina. Era incapaz de teclear y hablar por teléfono al mismo tiempo.

–Pero ¿por qué…? –comenzó Tippy.

Cash terminó la pregunta por ella:

–¿…me vació una papelera encima? ¡Y yo qué sé! Le dije que no tocara en el fichero, pero no me hizo caso y forzó la cerradura. No es culpa mía que Mikey, mi cría de pitón, saltara fuera del cajón y se le echara encima. Asustó al pobre animal, y ahora tiene una crisis nerviosa.

Tippy y Rory se detuvieron, y se quedaron mirándolo de hito en hito. Cash suspiró.

–¿Verdad que resulta incomprensible que haya personas que se pongan nerviosas al ver una serpiente? –inquirió él filosófico.

–¿Tienes una serpiente llamada Mikey? –exclamó Tippy.

–Cag Hart tenía una pitón macho albina y se la dio a un criador después de casarse. El criador la cruzó con una hembra que tuvo una camada de preciosas crías, y yo le pedí una. Lo que ocurrió fue que, el día que me la dio, no pude llevármela a casa porque estaba de servicio, así que la puse temporalmente en el fichero, en un pequeño acuario de plástico, con agua y una rama para que trepara por ella. Y estaba tan tranquila… hasta que mi secretaria forzó la cerradura. Según parece, Mikey se había salido del acuario, y estaba encima de las carpetas.

–¿Y qué pasó? –preguntó Rory.

Cash frunció el ceño.

–Pues que le dio al pobre animalito un susto de muerte –masculló–. Estoy seguro de que tendrá secuelas por el trauma psicológico que le ha causado durante el resto de su…

–¡No, qué pasó después! –lo interrumpió Rory.

Cash enarcó las cejas.

–¿Después de que chillara hasta casi dejarme sordo y me tirara unas esposas a la cara, quieres decir?

Tippy no dijo nada; sino que se quedó mirándolo con un brillo divertido en sus ojos verdes.

–Entonces fue cuando me volcó la papelera sobre la cabeza. En fin, en el fondo ha sido un alivio que haya dimitido. Tenía el cabello corto y de punta, piercings con aros de plata en cada centímetro de piel visible, y llevaba las uñas y los labios pintados de negro. Mikey todavía no se ha repuesto del susto. Ahora ya la tengo en casa.

Tippy no podía hablar de la risa. Rory sacudió la cabeza.

–Yo una vez casi tuve una serpiente.

–¿Casi? ¿Y eso? –le preguntó Cash.

–Ella no me dejó comprarla –suspiró Rory, señalando a su hermana.

–¿No te gustan las serpientes, hmm? –dijo Cash, lanzando a Tippy una mirada maliciosa.

–No fue porque me diera miedo, sino porque Rory no podía llevársela a la academia con él, y yo no estaba en casa el tiempo suficiente como para ocuparme de ella. Pero si necesitas una secretaria, tan pronto como acabe la película que estoy haciendo, me haré un piercing en la nariz, y me cortaré el pelo y me lo pondré de punta –le dijo ella con mucha guasa.

Cash sonrió, mostrando sus perfectos y blancos dientes.

–No sé… ¿Eres capaz de mascar chicle y teclear a la vez?

–No sabe escribir a máquina, y sí que le dan miedo las serpientes… –intervino Rory malicioso.

–Ni una palabra más –lo reprendió Tippy–. Y no dejes que Cash te soborne, o le contaré cuál es tu punto débil –le advirtió.

Rory alzó ambas manos.

–De acuerdo, de acuerdo… lo siento. En serio.

Tippy frunció sus carnosos labios.

–Está bien.

–¡Mira! ¡Está allí el tipo de la gaita! –exclamó de pronto Rory, señalando a un hombre con falda escocesa que se hallaba frente a un hotel cerca del parque. Estaba tocando Amazing Grace–. ¿Me dejas dinero, Tip?

Tippy sacó un billete de veinte dólares de su monedero y se lo tendió.

–Toma. Te esperaremos aquí –le dijo con una sonrisa.

Cash siguió al chico con la mirada mientras se alejaba, y finalmente sus ojos se posaron en el gaitero.

–Toca bien –comentó.

–Rory quiere una gaita, pero no creo que el comandante lo dejara practicar en su dormitorio.

–Yo tampoco –dijo Cash, sonriendo melancólico mientras escuchaba la evocadora melodía–. Ese hombre… ¿Lo veis aquí a menudo? –le preguntó a Tippy.

–La verdad es que nos lo hemos encontrado por todo el barrio –contestó ella–. Es uno de los sin techo más agradables de la zona, y siempre que puedo le doy algo de dinero para que pueda comprarse una manta, o comer caliente. Muchos de los que vivimos por aquí le tenemos cariño. Tiene un verdadero don para la música, ¿no te parece?

–Sí que lo tiene. ¿Sabes algo de él? –le preguntó Cash, impresionado por la caridad de la joven para con un extraño.

–No mucho. Dicen que toda su familia murió, pero nadie sabe cómo ni cuándo… ni siquiera por qué. No habla demasiado –murmuró, observando a Rory tenderle el billete al músico, y recibir una leve sonrisa a cambio–. Nueva York está llena de indigentes. La mayoría de ellos tienen un talento u otro, una manera de ganar algo de dinero, y puedes verlos durmiendo entre cajas de cartón, o buscando restos de comida en los contenedores de basura –sacudió la cabeza–. Y se supone que somos el país más rico de la tierra…

–Te sorprendería ver cómo vive la gente en los países del Tercer Mundo –dijo Cash.

Tippy lo miró.

–Una vez tuve que ir a Jamaica para una sesión de fotos, cerca de Montego Bay –recordó–. Nos alojábamos en un hotel de cinco estrellas sobre una colina, con loros en jaulas y una enorme piscina, y todos los lujos imaginables, pero, en la ladera, a unos pocos metros había un poblado de chabolas hechas con planchas onduladas de hojalata en medio del fango.

Cash entornó los ojos y asintió lentamente con la cabeza.

–Yo he estado en Oriente Medio. Allí mucha gente vive en casas de adobe sin electricidad, sin agua corriente, sin ningún tipo de comodidades. Se hacen ellos mismos la ropa, se desplazan en carros tirados por burros. Nuestro nivel de vida los dejaría pasmados.

Tippy aspiró bruscamente.

–No tenía ni idea.

Cash paseó la mirada por los alrededores.

–Allá donde iba era bien recibido, y las familias más pobres insistían en compartir conmigo lo poco que tenían. En general son buena gente, gente amable –bajó la vista hacia Tippy–, aunque como enemigos son temibles.

Tippy estaba observando las cicatrices que marcaban sus recias facciones.

–El comandante Marist me contó que te torturaron –recordó quedamente.

Cash asintió, y sus ojos buscaron los de ella.

–No me gusta hablar de eso. A pesar de que ya han pasado muchos años, todavía tengo pesadillas.

Tippy lo miró con curiosidad.

–Yo también suelo tenerlas –murmuró distraídamente.

Los ojos de Cash escrutaron los suyos, intentando desentrañar el enigma que aquella joven era para él.

–Según tengo entendido, estuviste viviendo mucho tiempo con un hombre mayor que tú, un actor que tenía fama de ser el tipo más licencioso de Hollywood –dijo Cash de pronto, en un tono algo abrupto.

Tippy giró la cabeza hacia Rory, que se había sentado en un banco a escuchar al gaitero, que había empezado a tocar otra canción. Se rodeó el cuerpo con los brazos, y bajó la vista.

Cash se puso frente a ella, dejando muy poco espacio entre ellos, y Tippy se sorprendió al comprobar que su proximidad no la intimidaba. Alzó el rostro hacia él, y la intensidad que había en los ojos de Cash casi la dejó sin aliento.

–Puedes contármelo –le dijo suavemente.

Tippy no fue capaz de resistirse a aquella amabilidad en su voz. Inspiró profundamente, y comenzó a hablar.

–Me escapé de casa a los doce años. Iban a mandarme a un hogar de acogida, pero me aterraba la idea de que mi madre pudiera sacarme de allí y obligarme a volver con ella… para vengarse de que hubiera llamado a la policía después de que su novio… –se quedó callada.

–Continúa –la instó Cash.

–Después de que me violara reiteradamente –dijo Tippy con un hilo de voz, incapaz de mirarlo–. Prefería morirme de hambre antes que volver con ella, así que empecé a mendigar por las calles de Atlanta, porque no tenía otro modo de conseguir dinero para poder comprar algo de comida –contrajo el rostro al recordar aquellos días.

Las facciones de Cash estaban tensas. Por lo poco que sabía sobre su vida, había sospechado que debía de haberle ocurrido algo así.

–Se me acercó un hombre atractivo y bien vestido. Quería llevarme a su casa –cerró los ojos–. Yo estaba hambrienta, tenía frío, y estaba muy asustada. No quería ir con él, pero había tal amabilidad en su mirada… –tragó saliva en un intento por deshacer el nudo que se le había hecho en la garganta–. Me llevó a su hotel. Tenía una suite enorme, y tan lujosa que podría haber sido el aposento de un rey. Cuando pasamos dentro, se rió por lo nerviosa que estaba, y me prometió que no me haría daño, que sólo quería ayudarme. Yo estaba tan asustada que me derramé un vaso de agua por la pechera de la camisa –sonrió levemente–. Creo que no olvidaré la expresión de asombro de su rostro mientras viva. Yo tenía el cabello corto, y aunque nunca he tenido mucho pecho… y menos entonces, que era una niña, pero con la camisa mojada… –alzó el rostro hacia Cash, que estaba escuchándola atentamente–. Claro que él no estaba interesado en mí en ese sentido…

–¿Me estás diciendo que Cullen Cannon, el que tenía fama de donjuán en todo el mundo, era homosexual? –preguntó Cash atónito.

Tippy asintió con la cabeza.

–Lo era, pero lo ocultó siempre con la ayuda de amigas. Era un hombre bueno y amable –recordó con añoranza–. Le dije que no me parecía bien abusar de su generosidad, que creía que debía arreglármelas por mí misma, pero no me lo permitió. Me dijo que se sentía muy solo. Su familia no quería saber nada de él, y no tenía a nadie, así que me quedé con él. Me compró ropa, me pagó los estudios, y me protegió del pasado para que mi madre no pudiera encontrarme –se le humedecieron los ojos–. Yo lo quería –susurró–. Le habría dado cualquier cosa. Pero él sólo quería ayudarme –se rió–. Supongo que luego, cuando fui un poco más mayor y me inscribió en una escuela de modelos aquí, en Nueva York, me retuvo a su lado porque le gustaba la imagen que le daba el tener a una joven bonita viviendo con él, no sé… el caso es que seguí con él hasta que murió.

–Los medios de comunicación dijeron que fue un ataque al corazón.

Tippy sacudió la cabeza.

–Murió de sida. En el último momento sus hijos fueron a verlo, y enterraron el pasado. Al principio habían creído que estaba con él porque quería quedarme con su dinero, pero supongo que acabaron por darse cuenta de lo mucho que lo quería –le dijo sonriendo–. Cuando murió insistieron en que me quedara con su piso, e incluso se ofrecieron a hacerme una cuenta fiduciaria con parte de lo que les había dejado en herencia porque cuidé de él durante su último año de vida, pero rehusé.

–Por eso no hiciste ningún trabajo como modelo durante un año, hasta que te ofrecieron hacer tu primera película… –murmuró Cash–. Dijeron que habías tenido un accidente y que tenías que reponerte.

A Tippy la halagó que recordara aquello, teniendo en cuenta que, durante el tiempo que había estado rodando en Jacobsville, la había odiado literalmente.

–Cullen no quería que nadie supiese la verdad…, ni siquiera cuando se estaba muriendo.

–Pobre diablo.

–Era el hombre más bueno que he conocido en mi vida –dijo Tippy con tristeza–. Me salvó, y sigo yendo a poner flores en su tumba.

–¿Y el tipo que te violó? –inquirió Cash con crudeza.

Tippy giró la cabeza para mirar a Rory, que estaba charlando con el gaitero. La expresión de su rostro era de auténtico tormento.

–Según mi madre es el padre de Rory –dijo cuando logró recobrar el habla.

Cash aspiró bruscamente.

–Y a pesar de eso… tú lo quieres.

Tippy se volvió hacia él.

–Con toda mi alma –se reafirmó–. Mi madre sigue con ese bastardo, Sam Stanton, o más bien lo dejan y vuelven, lo dejan y vuelven… una y otra vez. Discuten, él la golpea, y ella llama a la policía, pero al final siempre vuelven. Los dos son drogadictos.

–¿Y cómo acabaste haciéndote cargo de Rory? –inquirió Cash.

–El policía que me salvó la última noche que pasé en casa de mi madre, cuando Sam me violó, me llamó un día, cuando Rory sólo tenía cuatro años. Su padre le había dado una paliza, y estaba en el hospital. Yo todavía estaba viviendo con Cullen, y me acompañó a verlo. Mi madre se quedó muy impresionada con Cullen –recordó con ironía–, y después de que le dieran el alta a Rory vino con él al hotel donde estábamos alojados, en busca de dinero. Cullen se ofreció a comprar a mi hermano, y nos lo vendió –añadió en un tono gélido–; por cincuenta mil dólares.

–Dios del cielo –masculló Cash–. Y yo que creía que lo había visto todo…

–Rory ha estado conmigo desde entonces –le dijo Tippy–. Para mí es como si fuera mi propio hijo.

–¿Y nunca te quedaste embarazada?

Tippy sacudió la cabeza.

–Fui una flor tardía. No tuve mi primera regla hasta que cumplí los quince. Qué suerte, ¿eh? –dijo con amargura, apartando de su rostro un mechón rojizo–. Una suerte increíble…

–Pero ahora tu madre quiere recuperar a Rory –adivinó Cash.

–El dinero se le acabó hace años. Ha tenido que ponerse a trabajar en un establecimiento de platos preparados para conseguir más, y no le gusta nada. Sam trabaja cuando le parece, y por lo que tengo entendido nada de lo que hace es legal. El año pasado mi abogado tuvo que darle dinero a mi madre para que nos dejara tranquilos. Me había amenazado con acudir a la prensa amarilla y decirles que estaba tratándola de un modo denigrante –dijo Tippy, resoplando y sacudiendo la cabeza–. «Rica estrella de cine permite que su pobre madre viva en la miseria mientras ella va de un lado a otro en limusina»… –añadió sonriendo con cinismo–. Supongo que puedes imaginártelo.

–En tecnicolor –asintió Cash indignado.

–Y ahora, como tú has dicho, quiere recuperar a Rory. Envió a Sam a la academia militar para que intentara sacarlo de allí, pero Rory le dijo al comandante lo que le había hecho, y lo que me había hecho a mí. El comandante llamó a la policía, pero esa sabandija escapó antes de que llegaran.

–Bien por el comandante.

–Sí, pero temo que estén planeando secuestrar a Rory –respondió Tippy–, porque saben que pagaría cualquier rescate con tal de recuperarlo. No duermo muy bien últimamente pensando en ello –añadió–. Sam tiene un primo que vive cerca de aquí, en una de las peores zonas de la ciudad, que está metido en un montón de asuntos sucios.

Cash estaba haciendo equilibrios mentales para seguirla.

–¿Y Rory siente algún tipo de cariño por su padre o por vuestra madre?

–Odia a nuestra madre –contestó Tippy–. Y no sabe que Sam Stanton es su padre.

–¿No se lo has dicho?

–No he tenido valor para hacerlo –le explicó ella–. Además, el psicólogo me dijo que le quedarán secuelas por el resto de su vida por la paliza que le dio esa rata.

–¿Y tú?

–Bueno, he logrado sobrevivir –murmuró ella–. De vez en cuando los fantasmas del pasado vuelven para atormentarme, pero ahora soy más fuerte.

–No tanto como sería deseable –dijo él–, pero lo serás si pasas conmigo el tiempo suficiente.

Tippy alzó el rostro hacia él, y esbozó una sonrisa traviesa.

–¿Y tendré esa oportunidad?

Cash se encogió de hombros.

–Eso depende de ti. Pero tengo que advertirte que tengo unas cuantas rarezas.

–También yo –replicó ella–, …además de otras tantas inhibiciones –añadió.

Cash se metió las manos en los bolsillos y escrutó su rostro en medio del ruido del tráfico de Nueva York.

–No me gustan las ataduras. Y no voy a comprometerme a nada. Me gustaría que nos viéramos mientras esté aquí. Eso es todo.

–Veo que no te andas por las ramas.

Cash asintió con la cabeza, y Tippy lo miró a los ojos.

–No te encuentro repulsivo como a la mayoría de los hombres –le dijo de sopetón–, y eso es algo nuevo para mí, pero aún tengo heridas que no se han cerrado, y aunque puedo resultar convincente interpretando el papel de vampiresa, no es más que eso, un engaño. Nunca he tenido relaciones sexuales consentidas.

Cash dejó escapar un silbido.

–Eso es cargar a un hombre con una gran responsabilidad.

Tippy asintió con la cabeza, y una sonrisa se dibujó lentamente en los labios de Cash.

–Bueno, entonces supongo que tendremos que recurrir al «abecé de las relaciones personales».

Tippy se rió.

–No me lo había planteado de esa manera.

–Iremos paso a paso –le dijo Cash, girándose al ver que Rory regresaba con ellos–. Has tardado –le dijo al chico.

–Quería que le hablara de la escuela militar a la que voy. ¿Sabéis qué? Me ha contado que luchó en Vietnam –dijo el chico contrayendo el rostro–. Qué triste, ¿verdad?, que haya acabado como ha acabado.

Había angustia en los ojos de Cash cuando volvió el rostro y observó al hombre, que levantó una mano y la agitó en su dirección antes de ponerse a tocar de nuevo.

–Por desgracia, demasiados ex combatientes acaban así –comentó con voz queda.

–Pero a ti no te pasó –replicó Rory con orgullo.

Cash le sonrió y le revolvió el cabello.

–No, a mí no. Bueno, ¿qué os parece si vamos a la Estatua de la Libertad? Ya estará cerrada para subir, pero podemos verla por fuera. ¿Os apetece?

–¡Muéstranos el camino! –contestó Rory riendo.

Cash tomó la fina mano de Tippy en la suya, y al entrelazar sus dedos con los de ella los notó fríos y ligeramente temblorosos. Parecía que sólo con tocarse saltasen chispas de electricidad entre ellos. A la joven se le cortó el aliento, y alzó el rostro hacia él, mirándolo fascinada. Por un instante le había parecido como si la tierra se hubiese tambaleado bajo sus pies. ¡Era pura magia!

Cash se miró en sus ojos.

–Lección primera, página uno: tomarse de la mano –le susurró cuando Rory se paró frente a un escaparate.

Tippy dejó escapar una risa vergonzosa, que sonó como campanillas de plata.

Corazones heridos - Un hombre inocente

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