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El Editor.

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Bastaria citar la advertencia que precede á la última edicion de esta obra hecha en Valencia, para acreditar que nos sirve de texto en la reimpresion de esta historia un ejemplar de los mas cuidadosamente impresos; pero no lo creemos necesario, cuando se deja entender facilmente que para hacer ventajosa nuestra edicion debíamos valernos de la mejor conocida. Son sin embargo demasiado buenas para omitidas las líneas siguientes.

«Preferí por lo mismo la última edicion de 1776 como el texto mas seguro y completo, si bien noté que no se habia guardado la exactitud debida al copiar los pasajes publicados por Iriarte; pues he tenido que verificar diez correcciones, algunas harto importantes, para restituirlos á su verdadera y genuina lectura. Tambien he observado en ella modernizadas algunas voces de la edicion primitiva, la cual ha llegado á mis manos, cuando esta andaba ya muy adelantada y no podia dejar de seguirse el plan adoptado desde el principio. Aprovecho esta ocasion para manifestar francamente, que en un texto de nuestra lengua, tan respetable por su antigüedad como por su diccion castiza, me sonarian mejor agora, antigo, auctoridad, baptizado, captivar, captivo, delictos, dubdoso, ducientos, escriptores, Filipe, fructo, impeto, mesmo, perjudicial, proprio, succeso, tiniendo y via, porque de este modo los pronunciaban Mendoza y muchos de sus contemporáneos. Con todo no ha sido inútil aquella adquisicion para rectificar algunos lugares de los dos libros últimos.»

«He colocado al fin los párrafos del conde de Portalegre con que se completaba en las cuatro primeras ediciones el libro III, á fin de que ni este trozo, que ahora ya no es necesario, se eche de menos en la presente. He resucitado además el prólogo de Luis Tribaldos, suprimido en la última, tanto por no privarle de la gloria de ser el primero que publicó la Historia de la guerra de Granada, como por explicarse allí los motivos de la tardanza en darla á luz y la escrupulosidad con que se siguió un manuscrito digno de toda fe. De los sumarios marginales, que no son parto de D. Diego de Mendoza ni aun de Tribaldos, solo he dejado, como notas al pie de las respectivas páginas, los pocos que sirven realmente para aclarar ó ilustrar la historia.»

«Hubiera sido de desear que el primer editor y los que le siguieron hubiesen tenido el cuidado de despejar algo, por medio de una buena puntuacion, la oscuridad á que da márgen frecuentemente el estilo cortado y conciso de nuestro historiador. «Ningun escritor» (observa con razon Capmany en el tomo III del Teatro histórico-crítico de la elocuencia española) «necesitaba de mayor exactitud en la puntuacion ortográfica, y cabalmente ninguno la ha merecido mas desatinada y monstruosa de sus editores, acabando por la impresion de Valencia de 1776, á pesar del esmero que allí se promete y no se cumple. Admira como se han hallado lectores que se confiesen enamorados de las ideas y estilo de este historiador; siendo imposible que leyendo las cláusulas desatadas ó confundidas por la perversa ortografía, comprendan claramente el sentido del escrito ni la mente del escritor.» Puedo decir con ingenuidad que he aspirado á reparar este daño; mas lejos de lisonjearme de haberlo conseguido cual quisiera, creo imposible lograrlo en muchos pasajes, á no alterar el texto. No debe olvidarse que la primera edicion se hizo á vista de una copia, y no del original, y que ó bien la muerte subrecogió á Hurtado de Mendoza cuando acaba de formar el bosquejo de su historia; ó pensando dejarla inédita, quedó sin aquella última mano, reservada á la lectura de las primeras y segundas pruebas de la impresion, y aun falta de la lima que suele dar el autor á sus escritos despues de concluidos. Como quiera, no nos es permitido tocar ahora en lo mas mínimo la produccion, ó el borrador, ó sean los primeros apuntes de aquel grande hombre. Descúbrense en ellos, á pesar de ciertos lunares, todas las dotes de un historiador sesudo é imparcial, el puro y enérgico lenguaje de nuestros mayores, y los golpes maestros que en tres ó cuatro palabras describen un hecho importante, ó caracterizan con igual precision los personajes de su historia. Al artista que contempla con asombro las formas, el sobresalto y el expresivo dolor de las varias figuras que componen el admirable grupo del Laocoonte, jamás le ocurre pararse en la cortedad de la pierna de uno de los muchachos; imperfeccion que siendo debida á falta del mármol, en nada rebaja el mérito del escultor griego. Así los que leen con ojos inteligentes esta historia, hallan sobradas bellezas que les arrebaten el ánimo, para hacer alto en lijeros descuidos, que solo procuran abultar los que nunca serán capaces de escribir el trozo mas débil de tan sublime modelo.»

Publicamos á continuacion de la Guerra de Granada la Vida del Lazarillo de Tormes que es sin disputa trabajo de nuestro autor, pues por tal le reconocen y han reconocido todos los literatos, si se exceptúa á Fr. José de Sigüenza, que como verá quien la vida de Mendoza leyere, lo atribuyó á un religioso gerónimo. Pero es de advertir que los frailes hacian como algunos maniáticos anticuarios, que para honrar el país en donde están ó en que nacieron se remontan á los siglos fabulosos, y á trueque de dar mayor antigüedad á una ciudad ó suponerla tal ó tal otro fundador, desmienten, niegan, critican y zahieren á diestro y á siniestro para ganar una honrilla ilusoria. Fraile ha habido que para dar prez á su órden habria hecho cristiano á Virgilio, y puéstole un sayal por añadidura para hacer la Eneida obra de un fraile. Dejemos pues aparte el voto de Sigüenza y no le quitemos á Mendoza el honor de haber dado á luz el Lazarillo. Obra amena y de agradable entretenimiento pertenece á otro género muy diferente y á otro estilo que la Guerra de Granada, y esta seria ya una razon para que la diésemos en el Tesoro, cuando no fuese la produccion segunda del autor en mérito y valor literario.

Guerra de Granada

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