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NOTICIAS
DE LA VIDA
DE D. DIEGO HURTADO DE MENDOZA.

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Índice

Siendo las vidas de los varones ilustres eficacísimos ejemplares, que persuaden prácticamente á la imitacion de sus acciones, determiné escribir la de D. Diego Hurtado de Mendoza, excelente escritor y discretísimo político; para que al mismo tiempo que de su historia de Granada, se tenga noticia de sus estudios, aplicacion y manejo en los negocios públicos, que fueron los que le proporcionaron para escribir con tanto acierto.

Nació en la ciudad de Granada á fines del año 1503, ó principios del siguiente: su padre, uno de los mas célebres generales que sirvieron á los Reyes Católicos en la conquista de aquel reino, fue D. Iñigo Lopez de Mendoza, segundo conde de Tendilla, y primer marqués de Mondejar, hijo del conde de Tendilla, que fue hermano entero del duque del Infantado, D. Diego Hurtado de Mendoza, y ambos hijos del célebre D. Iñigo de Mendoza primer marqués de Santillana; su madre D.ª Francisca Pacheco segunda mujer del marqués, é hija de D. Juan Pacheco marqués de Villena, y primer duque de Escalona[1]. Fue el quinto entre sus hermanos, que todos han merecido loable recomendacion en nuestra historia: D. Luis el primogénito, capitan general del reino de Granada, y despues presidente del Consejo: D. Antonio virey en ambas Américas: D. Francisco obispo de Jaen; y D. Bernardino de Mendoza, general de las galeras de España: consta tambien que tuvo dos hermanas, Doña Isabel, que casó con D. Juan Padilla, y Doña Maria, mujer de D. Antonio Hurtado, conde de Monteagudo[2].

No hay pruebas para persuadir naciese en Toledo, como quiso D. Tomás Tamayo de Vargas, y consta que sus padres permanecieron en Granada todos aquellos años, por ser necesaria su presencia en ciudad recien conquistada, inquieta y sospechosa, y que con motivo del excesivo celo del cardenal Jimenez por la conversion de los mahometanos, se levantó al fin en el mes de diciembre de 1499, y duraron los movimientos de aquel reino casi dos años[3].

No es creible que por huir de aquel peligro, se retirase á Toledo la marquesa, heroina de ánimo tan varonil, que en la fuerza del alboroto del Albaicin, luego que el marqués llegó á sosegar los sediciosos, se quedó con sus hijos pequeños, en una casa junto á la mezquita mayor, á manera de rehenes[4].

Logró D. Diego particular instruccion en su niñez, y verosimilmente la mayor parte de ella de Pedro Mártir de Angleria; pues habiendo este instruido á todos los magnates de aquel tiempo, viviendo en Granada, y estando tan obligado á los Mendozas, que el primer conde de Tendilla le trajo á España, y mantuvo estrecha comunicacion con el padre de D. Diego[5], franquearia á este la instruccion que con menor obligacion habia comunicado á los demás. Aprendió allí gramática, y algunas nociones de la lengua arábiga, que cultivó toda su vida. Pasó despues á Salamanca, donde estudió las lenguas latina y griega, filosofía y derecho civil y canónico. En aquel tiempo fue cuando parece escribió por entretenimiento, y como descanso de mas graves estudios, La vida del Lazarillo de Tormes, obra ingeniosa, de buen lenguaje, y singular invencion: Fr. Josef de Sigüenza afirma que el autor del Lazarillo fue Fr. Juan de Ortega, religioso gerónimo, pero generalmente se cree que fue D. Diego de Mendoza.

Inclinado por su genio á engolfarse en acciones de mayor estrépito y renombre, pasó á Italia, y militó muchos años. No constan en particular las guerras, ni batallas en que se halló, pero hablando él mismo del mal aparejo y desórdenes que veía en la guerra de Granada, los compara con los numerosos ejércitos en que yo me hallé, dice, guiados por el emperador D. Cárlos, y otros por el rey Francisco de Francia; de donde se puede conjeturar se halló en el ejército que sitió á Marsella en 1524, y en la batalla de Pavía, en que afirma Sandoval se distinguió la compañía de D. Diego de Mendoza, que es favorable conjetura para creer fuese nuestro autor; si bien eran algunos los que en aquel tiempo se conocian con el mismo nombre y apellido, que no se puede afirmar por cosa cierta.

Igualmente es verosímil que concurrió á la guerra que se hizo contra Lautrec sobre el ducado de Milan, y á la batalla de la Bicoca en 1522, así como á la entrada de Cárlos V en Francia el año 1536. Lo cierto es, que aun siguiendo la inquietud y estruendo de las armas, manifestaba su ardiente inclinacion á la literatura, y en el tiempo del invierno en que aquellas regularmente permitian mas descanso y ociosidad, dejaba los cuarteles y pasaba á las mas célebres universidades, como Bolonia, Padua, Roma y otras, para aprender de los maestros de mayor mérito, matemáticas, filosofía y otras ciencias[6]. Oyó entre otros á Agustin Nifo y á Juan Montesdoca, famoso filósofo sevillano, muy aplaudido y premiado en las universidades de Italia, y que murió en 1532[7].

Sus talentos, aplicacion y distinguida estirpe le hicieron tan recomendable á Cárlos V, que formando concepto muy sublime de las prendas de D. Diego, le apreció mucho en tiempo de su imperio, y le confió los negocios y embajadas mas críticas de su reinado. En 1538 se hallaba ya de embajador en Venecia. El año antes habia hecho la liga santa contra el turco, el papa, el emperador, y los venecianos; y no correspondiendo las ventajas á los deseos de la señoría, desconfiaba ya, y temia mayores pérdidas: y como las instrucciones del embajador tenian por objeto mantenerla firme contra el turco, y que no se aliase con la Francia; luego que advirtió D. Diego las zozobras de los senadores, y que habian destinado á Constantinopla á Lorenzo Gritti para tratar de paces, hizo presente en una audiencia secreta con elocuente vehemencia, aunque con igual modestia, sabia que la república intentaba ajustar paces sin incluir á su soberano, que estaba dispuesto á continuar la guerra, y aun asistir en la armada[8]. Pintó la incierta fe de los bárbaros diferentes en costumbres, religion, en leyes, y enemiguísimos de los cristianos, el sincero objeto de los aliados, por defender la iglesia, y oprimir á sus enemigos; que si en la pasada campaña no se habian logrado las esperanzas que esperaron se podian resarcir los daños en la primera ocasion, humillar al enemigo comun, y recobrar muchas de sus conquistas. Que si hacian las paces, y el emperador quedase en guerra, no disminuirian gastos, pues debian mantenerse armados, y perdian la esperanza de la mejora que podian tener, perseverando en la alianza. Concluyó que confiaba en la prudencia del senado, no querria buscar pretexto para abandonar la liga, ni preferir á esta las paces siempre peligrosas con el turco. Fue la respuesta, que habiendo sido infructuosa la liga años anteriores, y habiendo propuesto el rey de Francia una tregua general á todos los príncipes cristianos en Constantinopla, seria muy útil su aceptacion, para que el César se dispusiese á las expediciones que meditaba en Levante. Alcanzó en efecto Gritti con gran trabajo treguas por tres meses, sin quedar esperanza de la tregua universal, cuyo nombre aborrecian los turcos por el odio que tenian á Cárlos V. Ajustaron paces despues, y para ellas influyó mucho Francisco I, rey de Francia, que por contrarestar á Cárlos V estaba coligado con el turco, y entre otros le envió dos embajadores, César Fragoso, genovés, y Antonio Rincon, español, que muertos en el Pó por soldados españoles, y registrados, les encontraron las instrucciones, y entre ellas muchas concernientes á Venecia, y contrarias á sus intereses[9]. Dirigiólas el marqués del Basto á D. Diego, y este las hizo presentes al senado, para que comprendiese las potencias en que debia fiarse, y cuan gran yerro habia cometido en abandonar la liga del emperador, procurando mantener y afianzar la amistad del rey de Francia, que como constaba en aquellas instrucciones, no cuidaba de los intereses de la república.

Además de desempeñar la embajada con esplendor, perseveró con teson en el estudio, y sobre todo puso particular esmero en juntar manuscritos griegos, en hacerlos copiar á gran costa, buscarlos y traerlos de los mas remotos senos de la Grecia; de suerte que envió hasta la Tesalia y monte Athos á Nicolás Sofiano, natural de Corcira, á investigar y copiar cuanto hallase recomendable de la erudicion griega. Valióse tambien de Arnoldo Ardenio, doctísimo griego, para que le trasladase con extraordinarios gastos muchos códices manuscritos de varias bibliotecas, y particularmente de la que fue del cardenal Besarion.

Por su medio logró la Europa muchas obras que aun no habia visto, y quizás no veria, de los mas célebres autores griegos, sagrados y profanos, como son san Basilio, san Gregorio Nacianceno, san Cirilo Alejandrino, todo Arquimedes, Heron, Apiano, y otros[10]. De su biblioteca se publicaron las obras completas de Josefo; pero lo que principalmente la ha hecho memorable fue el regalo que le hizo el gran turco Soliman, por haberle enviado un cautivo, que amaba con extremo, libre y sin rescate, aunque Don Diego lo compró á gran precio de los que le habian hecho prisionero. El gran señor queria manifestar su agradecimiento con dones correspondientes á su grandeza, pero D. Diego admitió solo una recompensa propia de la nobleza de su nacimiento, y del desinterés de un ministro público. La señoría de Venecia se hallaba con extrema escasez de granos, y por sacarla de tan estrecho ahogo, pidió á Soliman permitiese á los vasallos de Venecia comprar libremente trigo en los estados turcos, y conducirlo á los de la república. Logró esta súplica, y otra segunda, que fue la remision de muchos manuscritos griegos, que preferia á los mas ricos tesoros. Varian mucho los autores sobre el número de ellos: Andrés Escoto no duda asegurar, que recibió una nave cargada de manuscritos: Claudio Clemente copia las mismas palabras en la historia de la biblioteca del Escurial: Ambrosio de Morales y D. Nicolás Antonio aseguran que fueron seis arcas llenas: últimamente D. Juan de Iriarte en la Biblioteca de los manuscritos griegos de la librería real de esta corte, obra recomendable por su mérito y por las muchas noticias que da de varios escritos apreciables de célebres autores aun no publicados, rebaja extraordinariamente el número de volúmenes; y persuadido del catálogo de los manuscritos griegos de D. Diego que copió de un códice propio de la librería del duque de Alba, asegura que no fueron mas que treinta y un volúmenes; cuyo catálogo inserta en dicha biblioteca.

Esta es la noticia que nos queda de tan celebrado don, y no es difícil resolver cual de las relaciones sea la verdadera; pues aunque de una parte es inmenso el número que dan á entender Andrés Escoto y Claudio Clemente, por otra es muy diminuto el que asigna el mencionado catálogo; ni sabemos quien le formó, ni si copió todos los que vinieron de Constantinopla: pudo tal vez elegir los mas selectos, ó aquellos de quien tuvo noticia, sino es que creamos lo hizo cuando ya estaba deshecha la librería de D. Diego, y solo numeró los códices que restaban. Parece pues mas verosímil y cierta la relacion de Don Nicolás Antonio; y así creemos que ni fue tanta la copia que pondera Escoto, ni tan pequeña como expresa el catálogo, que á la verdad ni corresponde al eco que corrió y corre en toda la Europa del mencionado regalo; ni á la grandeza de Soliman, que no sabemos fuese avaro de estas riquezas que poseia en tanta abundancia y que tan poco le servian. Sobre todo deja fuera de duda la verdad de la relacion de Morales, el haberla hecho este en una dedicatoria dirigida al mismo D. Diego, á quien conocia, y á quien trataba; á quien consultaba, y á quien habria oido muchas veces la verdadera narracion.

De la diligencia de D. Diego en adquirir los manuscritos se convence la extravagante y atrevida maledicencia de Schochio, que fingió que para juntar la biblioteca que meditaba, hurtó los manuscritos griegos que dejó el cardenal Besarion á la república de Venecia, con tal sutileza, dice, que no se puede pensar mayor. Asegura que ya se habia venido á España cuando se advirtió que en lugar de aquellos habia puesto otros libros vulgares de igual volúmen, para que de ese modo no se descubriese tan facilmente el hurto. ¿Pero de quién habla este beocio? ¿Juzga acaso este tardo aleman que D. Diego de Mendoza era algun Glareano, algun Sciopio, ú otro oscuro gramático? Hay mucha diferencia entre los sabios: el nacimiento y la crianza dan ideas muy diferentes: el empleo y las riquezas de D. Diego le facilitaban la ejecucion de sus designios. ¿Qué particular hizo mayores gastos? ¿Quién tuvo valor para enviar á sus expensas á buscar manuscritos en los mas retirados senos de la Grecia? ¿Ni quién logró circunstancias mas oportunas? Además de esto se mantuvo muchos años en Venecia, incierto si permaneceria ó no en aquella ciudad; ¿pues cómo podria cometer tal desacierto sin exponerse á que lo descubrieran antes de retirarse? ¿Y qué pruebas expone Schochio? ¿qué autores cita para apoyar proposicion tan atrevida? Quede pues por cierto que afirma lo que él seria capaz de cometer, y que creyó era algun Schochio el embajador de Cárlos V.

Era su casa la mansion de las personas eruditas, trataba á los sabios de Italia con la estimacion de hombre que lo era. En el senado era un Demóstenes, y un Sócrates en casa. En aquel admiraban el torrente de su elocuencia los senadores; y en esta embelesaba con su erudicion, con sus noticias y discursos filosóficos, á los cardenales, obispos, nobles y literatos que con gran frecuencia le visitaban.

Buen testigo es Paulo Manucio, celebérrimo humanista, que en aquel tiempo le dedicó las obras filosóficas de Ciceron, corregidas con sumo esmero; si bien dice, que ya D. Diego con su continua lectura y perspicacia habria hecho las mismas ó mas enmiendas. De aquella dedicatoria sabemos que se aplicaba principalmente á la filosofía; que tuvo una hermana sabia, muy instruida en la lengua latina, é igualmente valerosa, y que el dictámen de D. Diego en órden á la enseñanza de la juventud, era que gastasen el largo tiempo que dedican á la lengua latina, en aprender las ciencias en la lengua materna, como lo persuadió antes el cardenal Alcolti, que posaba en casa D. Diego. Favoreció á muchos griegos que llegaban huyendo de la penosa esclavitud del turco. Lázaro Bonamico le dirigió por este tiempo, ó poco despues una carta latina en verso heróico, en que describiendo el método de vida y estudios que él disfrutaba, le persuade se entregue á su genio, esto es, al estudio y consideracion de la naturaleza; realza su aplicacion á la filosofía, su vigilancia en procurar los intereses del César, y resistir al turco, enemigo comun, pondera su elocuencia, la estimacion que de su persona hacian los senadores, el socorro de trigo que por su causa evitó una horrible hambre en los estados venecianos, su generosidad en enviar á la Grecia personas que trajesen antiguos monumentos; y últimamente lo acepto que era á Cárlos V, y como se aprovechaba del valimiento, para que perdonase á unos, y favoreciese á otros.

En estas ocupaciones pasaba, cuando le nombró el César gobernador de la república de Sena, sin que dejase, á lo que parece, la embajada de Venecia. Es Sena una ciudad de Toscana á cinco leguas de Florencia, rica, populosa, amiga de su libertad, que conservó por muchos siglos como república independiente; la discordia al fin dividió sus habitantes, que por último recurso acudieron al emperador, á quien pidieron patrocinio para poner freno á algunos ciudadanos turbulentos. Condescendió Cárlos V y envió á D. Diego de Mendoza, que informado de todas las disensiones, del orígen de ellas, y de los intereses particulares que movian á los seneses, procuró vencer por buenos términos todos los inconvenientes, y mantener los ciudadanos en tranquilidad[11]. Sin duda manifiesta el afecto que tenia á aquella república en una representacion vehemente que hizo al emperador cuando pasó por la Italia el año de 1543, para asegurar aquellas costas del desembarco é invasion que amenazaba el turco, movido por Francisco I rey de Francia.

Hallábase el César exhausto de dinero; tomó del rey de Portugal cuantiosas sumas, vendió á Cosme de Medicis, duque de Florencia, las fortalezas de Florencia y Liorna en ciento y cincuenta mil ducados, y estuvo en Bugeto con el pontífice, que vino á verle con el pretexto de ponerle en paz con el rey de Francia, y de adelantar el concilio tridentino; pero principalmente con el designio de comprar los estados de Milan y Sena para su nieto Octavio de Farnese. La escasez de dinero con que se hallaba el emperador le hacian, aunque con alguna repugnancia, dar oidos á estas cosas, y sin duda se hubiera efectuado la venta, á no haberle hecho D. Diego de Mendoza una representacion[12], en que exponia al emperador el deshonor que le resultaba de efectuar esta contrata, como lo mal que habia hecho en lo antecedente de las fortalezas de Florencia y Liorna: extendíase despues sobre la conducta del pontífice, sobre los trabajos que habia ocasionado al emperador, y como movió al rey de Francia, y consiguientemente al turco. Esta representacion tuvo el efecto que deseaba el autor de ella: desistió el emperador, pasó á Alemania dejando á D. Diego las instrucciones que debian dirigirle en la asistencia al concilio tridentino, que á grandes distancias de la cristiandad, y principalmente del emperador, habia convocado el papa Paulo III en bula de 22 de mayo de 1542. Despues de muchas dilaciones, inconvenientes y dudas sobre el lugar en que debia celebrarse, se habia elegido á Trento, ciudad que parte los términos de Italia y Alemania, y sujeta á Cristóbal Madrucci, obispo de ella, y poco despues cardenal.

Ya el emperador habia expedido sus poderes desde Barcelona en 18 de octubre de 1542, nombrando sus embajadores al gran canciller Granvela, su hijo el obispo de Arras, y D. Diego de Mendoza, quienes llegaron á Trento en 8 de enero de 1543; pues aunque el marqués de Aguilar embajador en Roma estaba tambien nombrado, no se apartó de aquella capital[13]. Daba el emperador á todos cuatro en comun, y á cada uno en particular, poder y autoridad, para que representasen su persona, defendiesen y promoviesen sus derechos, y mantuviesen sus prerogativas, tanto como emperador, cuanto como rey de España, y señor de sus restantes dominios. Visitaron los embajadores á los legados, que eran los cardenales Moron, Paris y Polo, y extrañando la poca concurrencia de padres, preguntaron si las demás naciones habian prometido su asistencia al concilio, y en que términos debian ejercer la autoridad de embajadores en aquel congreso; evacuadas ambas preguntas, quiso el gran canciller exponer en la iglesia mayor con toda solemnidad los poderes que traía del emperador, y manifestar los motivos de no asistir personalmente. Resistiéronse los legados, hubo amargas quejas; pero en fin se convino en que fuesen recibidos al siguiente dia públicamente en casa del legado Paris, el mas antiguo de los tres cardenales. El obispo de Arras expuso en una larga oracion, y ante gran concurso de gentes, los deseos y diligencias del emperador porque se celebrase el concilio: exhibieron sus poderes, é instaron en que se acelerase la venida de los prelados y teólogos italianos, y se estimulase á los franceses, pues ellos estaban prontos á permanecer allí, ó pasar á solicitar los obispos de Alemania. En efecto, Granvela por dar mayor calor á la celebracion del concilio, pues veía los pocos prelados que habian concurrido, daba á entender seria mas conveniente un concilio nacional en Alemania; proposicion que alteraba en extremo á los legados y á la corte romana. Al fin padre é hijo pasaron á la junta de Norimberg, y D. Diego quedó algunos meses en Trento. En este tiempo hizo la representacion mencionada sobre la venta de Milan, y viendo que los obispos de España no concurrian tan presto, y que muchos de los que vinieron á Trento se habian retirado, se volvió á su embajada de Venecia con grande sentimiento de los legados y del papa, que se quejó al emperador, pero al fin se aprobó su conducta, y expidió una bula, en que exponiendo las discordias sobrevenidas entre el rey Francisco y Cárlos V, y juntamente el terror que infundia en toda la Italia el turco con sus armas, retardaba el concilio á tiempo mas oportuno[14].

En 24 de agosto del año 1534 dirigió un diploma á Cárlos V exhortándole á la paz, que efectuada con Francia proporcionó la nueva indiccion del concilio para 15 de mayo de 1545, aunque se prorogó el principio de él hasta 13 de diciembre. Por marzo volvió D. Diego de Venecia á Trento; y ajustadas las ceremonias con que se le habia de tratar, pretendió exponer en la iglesia mayor, lugar destinado á las sesiones del concilio, las cartas que le autorizaban, pero se convino en presentarlas en casa de los legados cardenales del Monte y Santa Cruz, donde manifestó sus poderes, y juntamente expuso en una oracion latina las intenciones del César, y el sincero ánimo en que se hallaba de concurrir por su parte á dar cumplimiento á los deseos de toda la cristiandad[15]. Halláronse presentes el cardenal Madrucci, en cuya casa habitaban los legados y los obispos que hasta entonces habian concurrido, que fueron Tomás Copeggi de Feltre, Tomás de San Félix de la Cava, y Fr. Cornelio Muso, franciscano, obispo de Bitonto, y el mas elocuente predicador de su tiempo. Á 8 de abril llegaron los embajadores del rey de romanos; celebróse una solemne congregacion para recibirlos; y en ella pretendió D. Diego preceder al cardenal Madrucci, y sentarse despues de los legados, alegando que pues representaba al emperador, debia tener asiento en el mismo lugar que ocuparia S. M. Cesárea. Urgia el tiempo, y por no ser molesto, ni inutilizar aquella junta, convino en colocarse de modo, que ni cedia ni tomaba precedencia alguna.

Volvió en otra ocasion á instar sobre lo mismo, diciendo que si se hallasen juntos el padre santo y el emperador, ninguno podia pretender ponerse en medio, y que lo mismo debian observar las personas que los representaban; añadiendo que obraba con el parecer y consejo de hombres doctos. Respondieron los legados en términos generales se hallaban dispuestos á dar á cada uno su debido lugar; pero que por sí mismos no tomaban resolucion sobre sus pretensiones; y que era necesario aguardar la respuesta de Roma sobre ellas. Convino gustoso el embajador, porque como sabia la grande autoridad que los emperadores habian tenido siempre en los concilios, esperaba se hallasen en los archivos romanos documentos incontestables que autorizasen su preeminencia: añadió estaba pronto á ceder fuera del concilio á cualquier sacerdote, pero en él, nadie despues del papa tenia mayor autoridad y preeminencia que su príncipe[16].

Los legados deseaban principiar el concilio; pero el corto número de obispos que hasta entonces habian llegado, y otros motivos que tenia el emperador, obligaban á D. Diego á detenerlo con sus justos y fundados reparos.

Ocupábase entre tanto en sus estudios; buscaba el trato de las personas sabias, y ofreciéndose celebrar el nacimiento del infante de España el príncipe D. Cárlos, acaecido en 8 de julio de 1545, dispuso tres solemnes fiestas, en que oraron el obispo de San Marcos, napolitano, sabio en latin y griego, Fr. Domingo Soto, y el elocuente fray Cornelio Muso.

Los cuidados, la aplicacion, ó la mudanza de aires alteraron su salud, y comenzó á padecer unas cuartanas, que le obligaron á retirarse á Venecia, y le molestaron muchos meses; pero no por esto dejó de cuidar de Sena, de su embajada de Venecia, y de lo del concilio, donde pasaba algunas veces. Al fin celebrado el congreso de Worms, le ordenó el emperador asistiese en Trento, porque no se dijese quedaba por sus ministros dar principio al concilio. En 13 de diciembre de 1545 se hizo la abertura tan deseada, con la mayor solemnidad, y se celebró la primera sesion, y en 7 de enero de 1546 la segunda, á las que no pudiendo asistir D. Diego por hallarse enfermo en Venecia, envió su secretario Alonso Zorrilla, para que hiciese presente su indisposicion[17]. La sesion tercera se tuvo en 4 de febrero del mismo año, y despues de la cuarta llegó á Trento D. Francisco de Toledo, embajador de Cárlos V, porque reconociendo D. Diego la terquedad de su indisposicion, y cuan necesaria era la asistencia de los embajadores imperiales, habia suplicado al César enviase otro en su lugar, como se le concedió, con la circunstancia de que el compañero ejerciese por sí solo las funciones de la embajada, ó en compañía de D. Diego, si la salud de este lo permitiese. D. Francisco pasó despues de cuatro dias á Padua á visitar á su compañero, para que le enterase á fondo de las instrucciones del emperador, de las de los legados, y del método que era menester seguir en un congreso tan sagrado y de tan delicadas circunstancias[18].

Aun sin estar libre de sus cuartanas, que fueron tan perniciosas que se llegó á temer de su vida, pasó de Padua á Trento á instancias de D. Francisco de Toledo, que volvió á visitarle, y del doctor Paez de Castro, que vino en su compañía; y juzgaron los padres tan necesaria su asistencia á la congregacion general que precedió á la sesion quinta, que la difirieron un dia, porque en el que se habia de celebrar, era el mismo en que sobrevendria la fiebre á D. Diego. Queriendo los legados proceder á la decision de los dogmas, D. Diego aconsejó á Don Martin Perez de Ayala (que habia llegado á Trento en el mes de setiembre de 1546, y le habia aposentado despues de muchos ruegos en su propia casa, tanto por el aprecio que hacia de sus virtudes y literatura, como porque habia sido confesor de su hermano el obispo de Jaen, ya muerto desde el año de 43), que como tan instruido en la materia de justificatione, que á la sazon querian decidir, manifestase el modo de pensar de los herejes, y notase las decisiones que pretendian hacer los legados por diminutas, y que no comprendian todos los errores de los protestantes. D. Martin Perez de Ayala pidió audiencia, peroró en ella una hora, expuso la materia, y de tal modo pintó sus consecuencias, que se examinó la doctrina mas de otros cuatro meses[19]. Aunque D. Diego rara vez concurria á las congregaciones particulares á causa de su indisposicion, quiso no obstante asistir á aquella en que fueron recibidos los embajadores de Francia, por dar mas solemnidad al acto, y manifestarles su buen ánimo, y la armonía que deseaba entablar, y mantener con ellos[20].

Por estos dias se publicó impresa en Venecia la Suma de los Concilios de fray Bartolomé Carranza, dominicano, famoso por su valimiento y su caida, dedicada á D. Diego, que respondió al autor en una carta latina aunque breve, elocuente y nerviosa. Juan Paez de Castro, célebre doctor cronista y capellan de honor de Felipe II, habia pasado á aquella ciudad recomendado á D. Diego por Gerónimo de Zurita, exacto historiador de Aragon, y por Gonzalo Perez, secretario de Felipe II, conocido por la traduccion de la Odisea, y mucho mas por los excesos de su hijo Antonio Perez. Procuró D. Diego adelantarle, comunicóle sus libros, quiso llevarle á vivir consigo, animóle á estudiar con teson, y á trabajar principalmente en la inteligencia y restitucion de los autores antiguos. Consta por las cartas de aquel sabio escritas á Gerónimo de Zurita, que habia leido la traduccion al castellano de la mecánica de Aristóteles hecha por D. Diego, quien tambien le habia hecho glosas: «Es tan bueno y tan humano, dice hablando de D. Diego, que puede V. decir: Nil oriturum alias, nil ortum tale fatentes. Su erudicion es muy varia, y extraña; es gran aristotélico y matemático; latino y griego, que no hay quien se le pare; al fin es un hombre muy absoluto. Los libros que aquí ha traido son muchos, y son en tres maneras: unos de mano griegos en gran copia; otros impresos en todas facultades; otros de los luteranos: todos estos están públicos para quien los pide, si no son los luteranos, que no se dan sino á los hombres que tienen necesidad de los ver para el concilio. Ha sido tan gran cosa esta, y tan grandemente dispuesta, que allende de grandes costas que ha excusado, ha dado gran luz á todos, que ni supieran que libros eran necesarios, ni de donde se habian de traer; á lo menos yo no sabia que hacerme en este lugar. Tienen todos creido que medrará mucho concluido este concilio, y que S. M. le hará obispo, y su santidad cardenal: plega á Dios que sea así, y en él estará todo bien empleado[21].» Así se explica aquel sabio aragonés, testigo ocular de las ocupaciones de D. Diego; y lo mismo aseguran cuantos eruditos le trataron. Eran por cierto necesarios testimonios tan irrefragables para creer que un político entregado á conocer, y manejar los intereses y ánimos de los soberanos, encargado de negocios gravísimos, atento á tantas formalidades como la vanidad ha introducido en aquella carrera, tuviese el tiempo, la aficion, y la abstraccion que se requiere para estudios tan profundos. El mismo D. Diego dice en una carta que en su vejez escribió á Zurita: «Estoy maravillado de los muchos libros que hallo leidos habiendo aprendido tan poco de ellos[22].» Anotaba lo que leía, y como los viajes le imposibilitaban llevar consigo su librería, le acaeció ilustrar tres y cuatro diferentes ejemplares manuscritos, ó impresos de un mismo autor. Agregaba la curiosidad de las monedas antiguas, de que habia hecho un gran tesoro. Ocurria á tantos gastos la liberalidad de Cárlos V, que por este tiempo le libró 9,000 ducados de ciertas cuentas, y le añadió una pension de 1,500 con el fin, segun parece, de destinarle embajador á Roma.

Á este tiempo declaró el emperador la guerra á los protestantes: toda Alemania se conmovió, algunos padres del concilio meditaban ausentarse, y aun los legados juzgaban oportuna la traslacion ó interrupcion del concilio, asustados del riesgo en que creían hallarse, por estar tan inmediato Trento á los paises enemigos. D. Diego sintió en extremo esta resolucion de algunos; hizo presente, que habiendo emprendido el emperador aquella guerra á favor de la religion, y principalmente á favor del concilio, le seria muy dolorosa la retardacion de este, y que no era buena correspondencia que el César emprendiese guerra de tanta consecuencia por mantener el concilio, y se disolviese este por causa de la misma guerra[23]. Pasó poco despues á Venecia, y antes se despidió de los padres dia 17 de julio por la tarde, en que se celebró junta con el motivo de la alteracion que habia ocurrido por la mañana, entre Dionisio Sanetin, obispo de Chiron, y el obispo de la Cava[24].

En Venecia se quejó amargamente á aquella señoría de las desconfianzas que habian tenido del emperador, y de que en fuerza de ellas hubiesen sospechado que Cárlos V intentaba sujetar toda la Alemania con pretexto de religion; por cuya causa habia procurado la señoría disuadir al pontífice la confederacion con el César, y habia recibido embajadores de las potencias enemigas. La respuesta fue excusar la señoría lo que se decia haber efectuado, y aparentar grande adhesion á los intereses del emperador.

Regresó á Trento, y volvióse á tratar de la traslacion del concilio, ya porque los legados recelaban de la inmediacion de los enemigos, ya porque se hallaban disgustados en Trento. D. Diego, á quien habia escrito el César su voluntad, expuso en una junta cuanto resistía este á la traslacion, de suerte que ninguna cosa podian proponerle mas repugnante, que la ejecucion de tales designios: manifestó con brio y elocuencia cuantas consecuencias podian resultar[25]. Poco despues se retiró D. Diego á Venecia, y D. Francisco de Toledo á Florencia, dejando en su lugar á los cardenales Madrucci y Pacheco, que siguieron con teson el empeño del César, aunque no con mucha felicidad, pues se celebró la sexta sesion el 13 de enero de 1547, y se publicó el decreto sobre la justificacion; y aunque D. Diego facilmente podia volver á Trento desde Venecia, se mantuvo en esta capital.

El emperador creyó que enviando á la corte de Roma á D. Diego, que la conocia exactamente, aceleraria las cosas del concilio. En efecto pasó de embajador al pontífice en 1547 llevando en su compañía á D. Martin Perez de Ayala. Pasó por Venecia, Bolonia, Florencia, Capilla, Risa, Luna, donde se detuvo el mes de febrero y marzo, muy cortejado del duque de Pomblin, con quien tenia que tratar varios encargos del emperador. Por pascua de resurreccion entró en Roma con el mayor triunfo y pompa que hasta allí habia entrado embajador alguno[26]: hizo poco despues presente al pontífice en un escrito las razones del emperador á favor del concilio, y los motivos que tenia para oponerse á la traslacion, ó suspension. El pontífice respondió apoyando la traslacion del concilio; y entre tanto se celebró la séptima sesion en 3 de marzo de 1548, é insistiendo los romanos en la traslacion, se valieron de la casualidad de haber muerto dos prelados, y algunos familiares de los legados para aparentar que habia peste. Opusiéronse con ardor los españoles, principalmente el cardenal Pacheco, pero al fin se resolvió la traslacion á Bolonia en la octava sesion celebrada en 11 de marzo, prevaleciendo cuarenta y cuatro votos contra doce que se opusieron, casi todos españoles. Estos dieron inmediato aviso al emperador, que cuatro horas despues de sabida la noticia, envió una posta á Roma, para que antes que el papa confirmase la traslacion, y se estableciesen los padres en Bolonia, se volviesen á Trento. Entre tanto habia vuelto á Roma D. Diego de Mendoza, y con su gran teson y eficacia logró se detuviesen todas las determinaciones en Bolonia. Mandó el pontífice á los legados no declarasen por legítima la traslacion, sino que prorogasen la sesion, como la prorogaron en la que se celebró el 21 de abril[27].

Empeñado Cárlos V en que el concilio volviese á Trento, mandó al cardenal Madrucci, que habia pasado á verle á Alemania, fuese á Roma, y de acuerdo con D. Diego de Mendoza persuadiesen al pontífice el restablecimiento del concilio por todos los medios que pudiesen. Dióle varias instrucciones para que las pusiese en ejecucion D. Diego, en caso que el papa no asintiese á peticiones tan justas. En efecto todo fue en Roma en vano, pues aunque D. Diego proponia que volverian á la ciudad de Plasencia, que por aquellos dias habia sacudido el yugo de los Farneses, pedia que primero se diese gusto al emperador trasladando el concilio. El pontífice juntó los cardenales, manifestó su agradecimiento al celo y buenos oficios del emperador, pero rehusó volver el concilio á Trento; y preguntándole al cardenal Madrucci, si queria oir el dictámen de los cardenales sobre la materia, respondió Madrucci: que D. Diego de Mendoza tenia que exponer aun á su beatitud y al sacro colegio otras órdenes del emperador. Cinco dias despues se presentó D. Diego, pidió pública audiencia, y que asistiesen á ella los embajadores de otros príncipes, para hacer una protesta con toda formalidad; expuso en ella la necesidad de volver el concilio á Trento, y los gravísimos inconvenientes que se originarian de la tardanza: interrumpióle el pontífice muchas veces, imputó la culpa á los padres de Trento, y añadió que deliberaria con los cardenales la respuesta: retiróse D. Diego, y convinieron en consultar á los padres de Bolonia, quienes respondieron no rehusarian la traslacion á Trento; pero que era exponer la iglesia universal á mayores perturbaciones: manifestaban la conveniencia y facilidad de que los de Trento volviesen á Bolonia; y en resolucion dejaban las cosas en el mismo estado, y la determinacion en la voluntad del pontífice[28].

Informado por D. Diego el emperador de las intenciones de la corte romana, ordenó á Francisco de Vargas y á Martin Soria Velasco, sus procuradores, protestasen tambien en Bolonia, como lo ejecutaron con todas las formalidades de derecho; pero no recibiendo sino respuestas generales, se ausentaron de Bolonia al siguiente dia[29].

Todas estas contestaciones fueron leves respecto de la protesta que volvió á hacer en Roma D. Diego, luego que tuvo noticia de la que acababan de hacer los procuradores. Pidió audiencia pública al pontífice, asistencia de los cardenales, el concurso de todos los embajadores, y se presentó con toda ceremonia en aquel silencioso congreso, é hincado de rodillas con la gravedad de su carácter leyó en nombre del emperador una vehementísima protesta, y acabada se volvió á los cardenales, y les intimó lo mismo, caso que el pontífice no pusiese remedio: añadió las fórmulas del derecho, puso por testigos á todos los presentes, y pidió á todos los secretarios pusiesen en las actas su protesta. Oyóse con gran silencio el discurso, nadie le interrumpió, y en todos hizo la impresion que se deja entender, de un emperador tan poderoso é irritado[30].

El pontífice dijo á D. Diego se le daria respuesta en el inmediato consistorio, en el que se leyó una compuesta por el cardenal Polo, en que repetia las razones generales, celo del papa, trabajo, y peligro del concilio, y tomaba por medio en ella imputar á excesos del embajador las proposiciones mas vehementes de la protesta; de suerte que decia ser írrita, porque el encargo que el emperador habia hecho á D. Diego era, no de entablar contestacion alguna con el papa, sino de quejarse ante su beatitud como juez de los padres de Bolonia: refutó pues las razones del embajador, quien al acabar de oir la respuesta, volvió á protestar, negó haberse excedido, y pidió que de lo actuado no parase perjuicio á su soberano[31]. Sentido el papa, y confiado en la liga con Francia, y en otros tratados políticos, respondió en otra ocasion á varias instancias de D. Diego, «parase mientes en que estaba en su casa, y que no se excediese:» á lo que respondió: «era caballero, y su padre lo habia sido, y como tal habia de hacer al pie de la letra, lo que su señor le mandaba, sin temor alguno de su santidad, guardando siempre la reverencia que se debe á un vicario de Cristo, y que siendo ministro del emperador, su casa era donde quiera que pusiese los pies, y allí estaba seguro.»

En los quince dias inmediatos se proyectaron varios medios para la reconciliacion, particularmente por los italianos, que temian mas ruidoso rompimiento; pero manteniéndose D. Diego firme, nada se efectuó. En situacion tan difícil eligió el papa suspender el concilio: D. Diego se opuso con la mayor eficacia; intimó al papa protestaria mas fuertemente; pensáronse varios medios para restablecer la paz; todo tenia sus inconvenientes, nada se efectuó, y en tan congojosa incertidumbre murió Paulo III, á 10 de noviembre de 1549. Ascendió al pontificado en 7 de febrero del siguiente año el cardenal Juan Maria de Monte, que habia sido legado del concilio[32], quien tenia muy conocido el mérito de D. Diego, y le estimaba tanto, que ya por su amistad, ya porque esperaba llegaria por él á restablecer la buena armonía con el César, y á recaudar los derechos de la Santa Sede sobre Parma y Plasencia; concedió por solas sus súplicas el perdon á Ascanio Colona, y le volvió todos los lugares y honores de que le habia despojado muchos años antes su antecesor[33]. Pero en lo que mas se conoció su amistad, ó su celo, fue en rendirse á las repetidas instancias que le hizo para restablecer el concilio. Determinóse á ejecutarlo así, y acelerar la determinacion, principalmente porque D. Diego le hizo presente que el emperador pedia pronta respuesta sobre este punto, significando que las resoluciones que habia de tomar en la dieta de Augusta, asignada para 24 de junio, serian adversas ó favorables segun la resolucion del papa. En efecto este expidió un diploma, para que se diese principio al concilio en 1.º de mayo de 1551, y así se ejecutó, asistiendo de embajador del César D. Francisco de Toledo, que llegó á Trento en 29 de abril del mismo año[34].

Por este tiempo se mantenia D. Diego en Sena, cuyos habitantes de dia en dia se precipitaban mas. Habia en la ciudad dos bandos principales, el de Danove afecto á los españoles; y el restante pueblo muy adverso; y comprendiendo el gobernador por las enemistades de los particulares, la imposibilidad de sujetarlos por la via de la moderacion y buen término, como habia procurado en los principios, se arrimó á los primeros, y cargó reciamente la mano sobre los contrarios para sujetarlos. Habia edificado una fortaleza junto á la puerta Camoria, camino de Florencia, y mandó que todo el pueblo condujese allí sus armas, tratándolos con gran severidad y absoluto despotismo; pues aquellos ánimos enconados requerian remedios mas fuertes que su encono: estaban sumamente cansados de los españoles, y resueltos á sacudir el yugo; buscaron el apoyo de los franceses, que le concedieron con gran prontitud y complacencia, persuadidos les seria aquella ciudad un seguro puerto, desde donde se extenderian á toda la Italia, como pretendia Enrique II. Exasperados los seneses mas y mas, y llenos de audacia con la proteccion de los franceses, hacian cuanto daño podian á los españoles; y un dia que D. Diego paseaba á caballo al rededor de la fortaleza, dispararon contra él y le mataron el caballo. No se atemorizó por esto: pasó á Roma, y para conservar á Sena, y lo demás que pudiese, pues sabia la venida de la armada turquesca contra las costas de Italia, levantó tres mil italianos, los entregó al conde Petillano, su íntimo amigo, disimulado enemigo de los españoles. En conclusion Sena se levantó, sitiaron la fortaleza, levantaron tropa, recibieron socorros y capitanes de Francia, y D. Diego, luego que tuvo la noticia, se valió de Ascanio de la Corna, nepote del pontífice, y llevándole consigo fue á Perugi, y al castillo de la Piebe, confinantes á Sena, para proveer de allí lo que fuere conveniente; pero considerando las muchas fuerzas de los seneses, dejó allí á Ascanio, pasó á Liorna, y en naves del duque de Florencia se fue á Orbitelo, adonde juzgaba querian dirigirse los enemigos. Al fin el marqués de Mariñano, general de los imperiales, venció á Pedro Stroci, general enemigo, sitió á Sena, y á los quince meses de sitio la rindió con condiciones muy humanas y decorosas al emperador en 22 de abril de 1555[35].

Viendo el César que se necesitaba de mas continuo cuidado, nombró por gobernador de Sena y sus dependencias al cardenal D. Francisco de Mendoza, que como pariente de D. Diego habia contribuido mucho para enviar socorros, y para que el duque de Florencia se resolviese á defender el partido del emperador. D. Diego parece habia vuelto á Roma á continuar su influjo sobre el concilio; y allí ocurrió que habiendo faltado al respeto debido al emperador el barrachelo ó alguacil cabeza de los esbirros, le hizo castigar; por lo que indignado el pontífice, dió quejas al emperador, quien sabia muy bien no gustaba aquella corte de D. Diego, porque la tenia muy comprendida; y así resolvió apartarle de aquella embajada, y á principios del año 1551 habia enviado por embajador extraordinario á Roma á D. Juan Manrique de Lara, hijo de los duques de Nájera, con órden de que si no se hallaba en aquella capital D. Diego, pasase por Sena donde estaria, y le comunicase las instrucciones, para que como informado en los negocios, le advirtiese y dirigiese en el manejo necesario y ejecucion de las órdenes que llevaba. En el mismo año volvió otra vez Manrique á Roma, y escribiendo al César el pontífice, le dice entre otras cosas, que no diese oidos á malas lenguas que no comprendian las entradas de su corazon, ni él se las queria descubrir; que no decia esto por D. Diego de Mendoza, á quien queria mucho por su valor é ingenio, y depositaba en él la misma fe que S. M.; pero que donde se trataba el interés público, el particular y privado podian poco con él[36]. Esto fue en el tiempo en que se ocupaba D. Diego de Mendoza en levantar gente en la Romanía, tanto para defender las costas de Italia de los turcos, como para enviar á las de África amenazadas por este enemigo comun, y así remitió mil italianos y muchos pertrechos con Antonio Doria y D. Berenguer de Requesens.

Parece se volvió á España por los años 1554, donde se mantuvo en el consejo de estado, y acompañó á Felipe II en la gran jornada de San Quintin el año 1557, como él mismo da á entender ponderando el número, provision y buen órden de aquel ejército. Vuelto á la corte de España se mantuvo en ella, no con la aceptacion de político tan sabio como era, y de quien habia hecho tanta estima Cárlos V, ya porque su conducta en la Italia no agradó á Felipe II, ó ya, porque como él mismo decia quien decae en el valimiento, decae muchos grados.

Algun tiempo antes escribió dos célebres cartas críticas, agudas, elocuentes, y llenas de los mas delicados primores del lenguaje castellano sobre la Historia de la guerra de Cárlos V contra los luteranos, que publicó en folio en 1552 Pedro Salazar. Tomó el disfraz del bachiller Arcade: en la primera le critica abiertamente; y en la segunda aparenta que le excusa, pero le agrava con igual acrimonia sus yerros[37].

Acaecióle tambien, que hallándose en palacio tuvo palabras muy pesadas con cierto caballero, de suerte que se vió en la necesidad de quitarle un puñal, y arrojarlo por un balcon. Desagradó mucho al rey D. Felipe este hecho ruidoso; parece le mandó prender, como se infiere de algunos lugares de sus poesías, y aun salió desterrado de la corte en la edad de 64 años que habia gastado en importantes servicios de la corona. No quebrantó su constante ánimo esta desgracia, y procuró justificarse en una carta escrita á un ilustrísimo señor que quizá seria D. Diego de Espinosa, obispo de Sigüenza y presidente de Castilla, de que hay copia entre los manuscritos de Alvar Gomez de Castro en la Biblioteca Real. En ella se mencionan varios lances mucho mas pesados que el suyo, sin que se hubiese procedido contra los que los cometieron con tanto rigor, y acaba así: «Pudiera traer muchos ejemplos demás de estos de hombres que se ha disimulado con ellos, ó han sido restituidos brevemente, y no fueron tenidos por locos; solo D. Diego de Mendoza anda por puertas ajenas, porque de 64 años tornando por sí, echó un puñal en los corredores de palacio, sin poder excusarlo, ni exceder de lo que bastaba. Y porque no me tengan por historiador, dejo de poner otros muchos ejemplos, y si estos no bastaren, allá irá mi mudo que hablará por todos.»

No bastaron sus disculpas para aplacar el ánimo de Felipe II: se retiró despues á Granada donde vivió tranquilamente en el estudio, separado de los negocios públicos, aunque previendo las alteraciones que sobrevendrian en aquel reino por causa de los moriscos, y poca armonía del capitan general y presidente de la chancillería, como se vió en el año de 1568, 69 y 70 que principió y duró aquella guerra, parte de la cual vió D. Diego y parte oyó de las personas que en ella pusieron las manos y el entendimiento: así la escribió con verdad y con tan útiles reflexiones, que con dificultad se hallará otra en castellano que la iguale, y ninguna que la exceda.

Mantúvose en Granada todos aquellos años entregado á sus estudios, sin que dejase la diversion de la poesía, como se ve en la cancion que dirigió á D. Diego de Espinosa, presidente de Castilla, celebrando el capelo que la Santidad de Pio V le confirió en marzo de 1568: en ella le trata como amigo é insinua en la última estrofa lo que padecia desterrado. Allí era consultado de los sabios sobre las ciencias, principalmente sobre las antigüedades de España, como consta de Ambrosio Morales en la dedicatoria que dirigió á D. Diego, donde confiesa su extraordinaria erudicion en la geografía, y su gran juicio y exactitud en averiguar qué sitios y pueblos modernos corresponden á los nombres de los lugares y ciudades antiguas, para lo cual hacia muy útil uso de las lenguas griega, hebrea y árabe, que nunca dejó de cultivar; y en este tiempo particularmente se dedicó á investigar las antigüedades arábigas, convidado de los muchos monumentos que se encontraban en Granada. Juntó mas de cuatrocientos códices árabes de erudicion muy recóndita, como lo aseguró á Gerónimo de Zurita con quien tuvo particular amistad, y á quien habia servido con fineza, procurando vencer los obstáculos que los émulos de aquel historiador opusieron á los Anales de Aragon. Comunicóle tambien algunas noticias para ellos con deseo de que insertase su nombre en aquella historia cuando ya casi iba á cumplir setenta años, como lo dice en carta de 9 de diciembre de 1573: de donde se infiere con certeza el tiempo de su nacimiento[38].

Por este tiempo en que la avanzada edad y enfermedades le iban postrando el ánimo, buscó consuelo en la comunicacion con Santa Teresa de Jesus, que le escribió una respuesta complaciéndose la santa, y otras religiosas que nuestro autor comunicaba, por la resolucion que habia tomado de aspirar á la virtud; nota en la misma carta que era muy conocido y estimado del padre fray Gerónimo Gracian, que acompañó á la santa en el restablecimiento de su reforma, que segun se infiere del contexto de ella, habia pedido D. Diego en dia determinado particulares oraciones, y la santa le responde, tenian concertado comulgar todas aquel dia por D. Diego, y ocuparlo lo mejor que pudiesen[39]. No vivió mucho tiempo despues de esta comunicacion. Parece que Felipe II le permitió venir á la corte, ó para justificarse, ó para liquidar algunos asuntos pendientes. Encomendó á Zurita le buscase vivienda proporcionada, é inmediata á la suya: juntó sus libros que ofreció al rey[40]: se puso en camino; á pocos dias de haber llegado á Madrid le acometió la última enfermedad, procedida del pasmo de una pierna, y le acabó la vida en abril de 1575, aunque Chacon en su Biblioteca afirma murió en 1577.

En 1610 publicó en un tomo en cuarto impreso en Madrid algunas de sus poesías Fr. Juan Diaz Hidalgo, del hábito de San Juan, que las escogió entre otras muchas del autor con este título: Obras del insigne caballero D. Diego de Mendoza, embajador del emperador Cárlos V en Roma, y le dedicó á D. Iñigo Lopez de Mendoza, cuarto marqués de Mondejar. Dejó de publicar otras muchas, ya por lo raro de las materias de que tratan, ya porque no son para que vayan en manos de todos.

Pero lo que mas crédito le ha dado entre los sabios es la Historia de la guerra de Granada, de la cual, si se hubiese de hacer una analísis exacta, era menester dilatarse mucho; con todo no podemos dejar de notar que nuestro autor refiere en ella, no solo las acciones, sino que copia con viveza los ánimos, caractéres, é intenciones de los personajes; descubre las causas de las resoluciones, ó diferentes, ó encontradas; nota las competencias fútiles é intempestivas y los intereses particulares; é internándose en los corazones, los delinea con tanta exactitud, que en vista de los sucesos convence no podian pensar de otra manera. Pinta los enemigos como fueron, pero confiesa nuestro descuido y pérdidas, reconoce sus yerros, pero manifiesta los excesos de nuestras tropas: alaba á los moros cuando lo merecen, y vitupera los defectos en que alguna vez incurrió su mismo hermano. En fin yo no encuentro quien haya imitado con mas acierto á Salustio y á Tácito, á quienes imita en las sentencias y estilo: la proposicion es imitacion de la historia de Tácito, la oracion del Zaguer es elocuentísima, concisa, muy nerviosa, cortada al aire de Demóstenes. Las digresiones, aunque son en gran número, ganan la atencion por su novedad, y porque toca en ellas muchos usos de nuestra antigua milicia. El lenguaje y estilo son á juicio de D. Juan de Palafox lo mejor que tenemos en castellano, y D. Nicolás Antonio coloca su elocuencia inmediata á la verbosidad de fray Luis de Granada. Verdad es que algunos le notan de que se vale de términos muy latinizados, ó muy oscuros; pero esto puede ser porque así se usasen en su tiempo, ó porque los creía mas puros mientras menos apartados de su orígen.

Por los hechos y escritos referidos, se puede hacer juicio de su ánimo y carácter; tuvo religion sin mezcla de supersticiones; fue tenaz y constante en los empeños que emprendia; resuelto é incapaz de miedo en la ejecucion de ellos, zeloso del bien público que defendia, aun exponiendo su persona; diestro en el manejo de los negocios, perspicaz en el conocimiento de las personas, de las que se valia el tiempo que le aprovechaban. Esto como ministro público. Como particular era afable, humano, amigo y protector de los sabios, inclinado á honestas diversiones, á la conversacion de hombres doctos, los que trató como amigos. Declinaba tal vez en algunas chanzas y agudezas satíricas, como lo manifiestan muchas de sus poesías inéditas, y algunas impresas. Aun hablando del gravísimo empleo de embajador, se burla delicadamente, y escribe así á D. Luis de Zúñiga:

¡O embajadores puros majaderos!

Que si los reyes quieren engañar,

Comienzan por nosotros los primeros.

La gloria inmortal con que este grande hombre corrió la carrera militar, política y literaria, merece sin duda un elogio histórico mas bien acabado que el que le hemos dado; mas por ahora solo puede satisfacerse á los curiosos con este leve diseño: tal vez otro pincel mas diestro nos dará con el tiempo retrato mas vivo de las prendas que adornaron á este excelente escritor y discretísimo político.

Guerra de Granada

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