Читать книгу Objetivo Principal: La Forja de Luke Stone — Libro n° 1 - Джек Марс - Страница 10
CAPÍTULO CINCO
Оглавление14 de abril
9:45 Hora del Este
Centro de Atención Médica del Departamento de Asuntos de Veteranos (VA) de Fayetteville
Fayetteville, Carolina del Norte
—¿Por qué estás aquí, Stone?
La voz sacudió a Luke de cualquier ensueño en el que pudiera estar perdido. A menudo vagaba solo a través de sus pensamientos y los recuerdos de estos días, y después no podía recordar en qué había estado pensando.
Miró hacia arriba.
Estaba sentado en una silla plegable entre un grupo de ocho hombres. La mayoría de los hombres estaban sentados en sillas plegables, dos iban en silla de ruedas. El grupo ocupaba un rincón de una sala abierta, grande pero triste. Las ventanas de la pared opuesta mostraban un día soleado de principios de primavera. De alguna manera, la luz del exterior no parecía entrar en la habitación.
El grupo estaba colocado en un semicírculo, frente a un hombre barbudo de mediana edad, con una barriga grande. El hombre llevaba pantalones de pana y una camisa de franela roja. La barriga sobresalía hacia afuera, casi como si se hubiera escondido una pelota de playa debajo de la camisa, excepto que la parte frontal era plana, como si el aire se estuviera escapando. Luke sospechaba que, si le golpeaba en el estómago, estaría tan duro como una sartén de hierro. El hombre era alto y se inclinaba hacia atrás en su silla, con sus delgadas piernas en línea recta delante de él.
—¿Disculpe? —dijo Luke.
El hombre sonrió, pero no había humor en ello.
—¿Por qué... estás... aquí...? —dijo de nuevo. Lo dijo lentamente esta vez, como si estuviera hablando con un niño pequeño o con un imbécil.
Luke miró a los hombres a su alrededor. Era la terapia de grupo para los veteranos de guerra.
Era una pregunta razonable, Luke no tendría que estar aquí. Estos chicos estaban destrozados, físicamente desarmados y traumatizados.
Algunos de ellos parecía como si no fueran a regresar nunca más. Un tipo llamado Chambers era probablemente el peor. Había perdido un brazo y ambas piernas. Su rostro estaba desfigurado, la mitad izquierda estaba cubierta por vendas, una gran placa de metal le sobresalía por debajo, estabilizando lo que quedaba de los huesos faciales de ese lado. Había perdido el ojo izquierdo y todavía no se lo habían reemplazado. En algún momento, después de terminar de reconstruirle su orificio orbital, iban a ponerle un nuevo ojo falso.
Chambers había viajado en un Humvee que había pasado por encima de un artefacto explosivo improvisado en Irak. El dispositivo era una innovación sorprendente: una carga hueca, que penetró hacia arriba a través del tren de aterrizaje del vehículo y luego por encima de Chambers, separándolo de abajo arriba. El ejército estaba modernizando los viejos Humvees con una armadura pesada y rediseñando los nuevos, para protegerse contra este tipo de ataques en el futuro, pero eso ya no iba a ayudar a Chambers.
A Luke no le gustaba mirar a Chambers.
—¿Por qué estás aquí? —dijo el líder una vez más.
Luke se encogió de hombros. —No lo sé, Riggs. ¿Por qué estás tú aquí?
—Estoy tratando de ayudar a hombres a recuperar sus vidas —dijo Riggs. Lo dijo sin alterarse. O bien era una respuesta estándar que guardaba para cuando la gente lo retaba, o realmente lo creía. —¿Qué hay de ti?
Luke no dijo nada, pero todos lo miraron fijamente. Rara vez decía algo en este grupo. Él, posiblemente, muy pronto dejaría de asistir. No creía que le estuviera ayudando. La verdad sea dicha, pensaba que todo era una pérdida de tiempo.
—¿Tienes miedo? —dijo Riggs. —¿Ese es el motivo por el que estás aquí?
—Riggs, si piensas eso, es que no me conoces bien.
—Ah —dijo Riggs y levantó un poco sus manos carnosas. —Ahora estamos llegando a alguna parte. Eres un tipo duro, eso ya lo sabemos, así que hazlo. Da el paso, cuéntanoslo todo sobre el Sargento de Primera Clase Luke Stone, de las Fuerzas Especiales del Ejército de los Estados Unidos. Delta, ¿verdad? De mierda hasta el cuello, ¿verdad? ¿Uno de los tipos que fue a esa misión fallida para matar al hombre de Al Qaeda, el tipo que supuestamente perpetró el atentado contra el USS Sarasota?
—Riggs, yo no sé nada sobre ninguna misión como esa. Una misión como esa sería información clasificada, lo que significaría que si cualquiera de nosotros supiera algo al respecto, no estaríamos en libertad...
Riggs sonrió e hizo un movimiento de giro con la mano. —Para discutir un asesinato premeditado, tan importante y crucial como este que nunca ha existido, en primer lugar. Sí, sí, sí. Todos sabemos lo que se dice, ya lo hemos escuchado antes. Créeme, Stone, no eres tan importante. Cada hombre en este grupo ha visto un combate. Todos los hombres de este grupo son íntimamente conscientes de que...
—¿Qué tipo de combate has visto tú, Riggs? —dijo Luke. —Estabas en la Marina, en un destructor en medio del océano. Has estado detrás de un escritorio en este hospital durante los últimos quince años.
—Esto no va sobre mí, Stone, sino sobre ti. Estás en un hospital de Veteranos, en la sala de psiquiatría, ¿verdad? Yo no estoy en la sala de psiquiatría, tú sí. Yo trabajo en la sala de psiquiatría y tú vives allí. Pero no estás obligado, estás aquí voluntariamente. Puedes salir de aquí cuando quieras, incluso en medio de esta sesión, si lo deseas. Fort Bragg está a cinco o seis kilómetros de aquí. Todos tus viejos amigos están allí, esperándote. ¿No quieres volver junto a ellos? Te están esperando, tío. Rock and roll. Siempre habrá otra misión clasificada FUBAR (Estropeado Hasta Lo Irreconocible, por sus siglas en inglés) en la que enrolarse.
Luke no dijo nada, se limitó a mirar a Riggs, que estaba fuera de sí. Él era el que estaba loco, ni siquiera era capaz de mantener la calma.
—Stone, os veo de vez en cuando aquí, a los chicos Delta. Nunca tenéis un rasguño encima. Sois como, sobrenaturales. Las balas, de alguna manera, nunca os dan. Pero estáis asustados, quemados. Habéis visto demasiado, habéis matado a demasiada gente. Tenéis su sangre en vuestras manos. Es invisible, pero está ahí.
Riggs asintió para sí mismo.
—Tuvimos un chico Delta por aquí hace tres años, de tu edad más o menos, él insistió en que estaba bien. Acababa de regresar de una misión secreta en Afganistán. Aquello había sido un matadero, por supuesto, pero él no necesitaba toda esta cháchara. ¿Te suena a alguien conocido? Cuando salió de aquí, se fue a su casa, mató a su esposa, a su hija de tres años y luego se metió una bala en la cabeza.
Una pausa se extendió entre Luke y Riggs. Ninguno de los otros hombres dijo una sola palabra. El tipo era un aprieta-botones. Por alguna razón, entendió que ese era su trabajo. Era importante que Luke se mantuviera fresco y no permitiera que Riggs se metiera bajo su piel, pero a Luke no le gustaban este tipo de cosas. Sintió una oleada levantándose dentro de él. Riggs se estaba moviendo en territorio peligroso.
—¿Es eso de lo que tienes miedo? —dijo Riggs. —Te preocupa ir a casa y esparcir los sesos de tu esposa por todo el...
Luke se levantó de su silla y cruzó el espacio entre él y Riggs en menos de un segundo. Antes de que supiera lo que había sucedido, agarró a Riggs, le dio una patada a la silla que tenía debajo y lo arrojó al suelo como si fuera una muñeca de trapo. La cabeza de Riggs chocó con las baldoses de piedra.
Luke se agachó sobre él y levantó su puño.
Los ojos de Riggs estaban muy abiertos y por una fracción de segundo el miedo cruzó su rostro. Entonces su actitud tranquila volvió.
—Eso es lo que quiero ver —dijo. —Un poco de entusiasmo.
Luke respiró hondo y dejó que su puño se relajara. Miró a los otros hombres a su alrededor, ninguno de ellos había hecho un movimiento. Sólo se quedaron mirando de manera indiferente como si, que un paciente atacara a su terapeuta, fuera una parte normal de su día.
No, no era eso, se quedaron mirando como si no les importara lo que sucediera, como si se hubieran quedado sin fuerzas.
—Sé lo que estás intentando hacer —dijo Luke.
—Estoy tratando de sacarte de tu caparazón, Stone. Y parece que finalmente está empezando a funcionar.
* * *
—No te quiero aquí —dijo Martínez.
Luke se sentó en una silla de madera junto a la cama de Martínez. La silla era sorprendentemente incómoda, como si hubiera sido diseñada para desalentar la vagancia.
Luke estaba haciendo lo que había evitado durante semanas: estaba haciéndole una visita a Martínez. El hombre estaba en un edificio diferente del hospital, sí. Pero era todo un paseo de doce minutos desde la habitación de Luke. Hasta ahora no había sido capaz de enfrentarse a ese paseo.
Martínez había emprendido un largo camino, un camino por el que parecía no tener interés en pasar. Sus piernas habían sido destrozadas y no se pudieron salvar. Una la tuvieron que cortar por debajo de su pelvis, la otra por debajo de la rodilla. Todavía podía mover los brazos, pero estaba paralizado justo desde debajo de su caja torácica en adelante.
Antes de que Luke entrara, una enfermera le susurró que Martínez pasaba la mayor parte del tiempo llorando. También pasaba mucho tiempo durmiendo, estaba tomando una gran dosis de sedantes.
—Sólo he venido a decirte adiós —dijo Luke.
Martínez había estado mirando por la ventana el día brillante de fuera. Ahora se había vuelto para mirar a Luke. Su cara estaba bien, siempre había sido un chico guapo y todavía lo era. Dios, o el Diablo, o quienquiera que estuviera a cargo de estas cosas, le había perdonado la cara al tío.
—Hola y adiós, ¿vale? Me alegro por ti, Stone. Todos estáis de una pieza, saldréis caminando de aquí, probablemente obtendréis una medalla, algún tipo de mención. Nunca veréis otro minuto de combate porque estabais en la sala de psicología. Montad un despacho, ganad más dinero, enviad a otros chicos. Bien por ti, tío.
Luke se sentó en silencio. Cruzó una pierna sobre la otra y no dijo una palabra.
—Murphy estuvo aquí hace un par de semanas, ¿lo sabías? Le pregunté si iba a ir a verte, pero me dijo que no, que no quería verte. ¿Stone? Stone le sigue la corriente a los jefazos. ¿Por qué debería ver a Stone? Murphy dijo que se iba a subir a un tren de carga y a viajar por todo el país, como un vagabundo. Ese es su plan. ¿Sabes lo que pienso? Creo que se va a pegar un tiro en la cabeza.
—Siento mucho lo que pasó —dijo Luke.
Pero Martínez no estaba escuchando.
—¿Cómo está tu esposa, tío? ¿El embarazo va bien? ¿El pequeño Luke junior está en camino? Eso es muy bonito, Stone, me alegro por ti.
—Robby, ¿te he hecho algo? —dijo Luke.
Las lágrimas comenzaron a correr por la cara de Martínez. Golpeó la cama con los puños. —¡Mírame, tío! ¡No tengo piernas! Voy a estar orinando y cagando en una bolsa el resto de mi vida, ¿de acuerdo? No puedo caminar, nunca más voy a caminar. No puedo...
Sacudió la cabeza. —No puedo...
Ahora Martínez comenzó a llorar.
—Yo no he hecho esto —dijo Luke. Su voz sonaba pequeña y débil, como la voz de un niño.
—¡Sí! ¡Lo hiciste! Tú hiciste esto. Fuiste tú, era tu misión, éramos tus hombres y ahora estamos muertos, todos menos tú.
Luke sacudió la cabeza. —No, era la misión de Heath. Yo sólo estaba…
—¡Bastardo! Sólo estabas siguiendo órdenes, pero podrías haber dicho que no.
Luke no dijo nada. Martínez respiró profundamente.
—Te dije que me mataras —él apretó los dientes. —Te dije… que… me… mataras. Ahora mira esto... este lío. Sólo tú podías. —él negó con la cabeza. —Podrías haberlo hecho, nadie lo hubiera sabido.
Luke lo miró fijamente. —No podía matarte, eres mi amigo.
—¡No digas eso! —dijo Martínez. —Yo no soy tu amigo.
Volvió la cabeza hacia la pared. —Vete de mi habitación.
—Robby...
—¿A cuántos hombres has matado, Stone? ¿A cuántos, eh? ¿Un centenar? ¿Doscientos?
Luke habló apenas por encima de un susurro. Respondió honestamente. —No lo sé, perdí la cuenta.
—¿No podías matar a un hombre como un favor? ¿Un favor para tu supuesto amigo?
Luke no habló. Tal cosa nunca se le había ocurrido antes. ¿Matar a su propio hombre? Pero ahora se daba cuenta de que era posible.
Por una fracción de segundo, estuvo de vuelta en aquella ladera esa fría mañana. Vio a Martínez tendido de espaldas, llorando. Luke se acercó a él. No quedaba munición. Todo lo que Luke tenía era la bayoneta retorcida en su mano. Se agachó junto a Martínez, la bayoneta sobresalía de su puño como un pico. La extendió hacia arriba, sobre el corazón de Martínez, y...
—No te quiero aquí —dijo Martínez ahora. —Te quiero fuera de mi habitación. Vete, ¿vale, Stone? Vete ahora mismo.
De repente, Martínez comenzó a gritar. Cogió el botón de llamada a la enfermera desde su cama y comenzó a apretarlo con el pulgar.
—¡Te quiero fuera! ¡Sal! ¡Fuera!
Luke se puso de pie. Levantó las manos. —Está bien, Robby, está bien.
—¡FUERA!
Luke se dirigió a la puerta.
—Espero que te mueras, Stone. Espero que tu bebé se muera.
Entonces Luke salió al pasillo. Dos enfermeras venían hacia él, caminando, pero moviéndose rápido.
—¿Está bien? —dijo la primera.
—¿Me has oído, Stone? Espero que tu...
Pero Luke ya se había tapado los oídos y corría por el pasillo. Corrió por el edificio, ahora dándose prisa, jadeando en busca de aire. Vio la señal de SALIDA, se volvió hacia ella y atravesó las puertas dobles. Luego corrió por los terrenos a lo largo de un camino de hormigón. Aquí y allá, la gente se volvía para mirarlo, pero Luke siguió corriendo. Corrió hasta que sus pulmones empezaron a arder.
Un hombre venía por el otro lado. El hombre era mayor, pero ancho y fuerte. Caminaba erguido con aire militar, pero llevaba vaqueros azules y una chaqueta de cuero. Luke estaba casi encima de él antes de darse cuenta de que lo conocía.
—Luke —dijo el hombre. —¿Hacia dónde corres, hijo?
Luke se detuvo. Se inclinó y puso sus manos sobre las rodillas. Su aliento llegaba como ásperas limas. Luchaba en busca de unos pulmones más grandes.
—Don —dijo. Don, tío, no estoy en forma.
Se puso recto. Extendió su mano para estrechar la mano de Don Morris, pero en lugar de eso, Don lo envolvió en un abrazo de oso. Lo sintió... Luke no tenía palabras. Don era como un padre para él, los sentimientos surgieron. Se sintió seguro, aliviado. Se sentía como si durante mucho tiempo, hubiera estado guardando tantas cosas dentro de él, cosas que Don sabía intuitivamente, sin tener que decírselas. El abrazo de Don Morris parecía como estar en casa.
Después de un largo momento, se separaron.
—¿Qué estás haciendo aquí? —dijo Luke.
Imaginó que Don había venido desde Washington para reunirse con los oficiales de Fort Bragg, pero Don disipó esa idea en unas pocas palabras.
—He venido a buscarte —dijo.
* * *
—Es un buen trato —dijo Don. —Lo mejor que vas a conseguir.
Estaban conduciendo por las calles adoquinadas del centro de Fayetteville en un sedán de alquiler indescriptible. Don estaba al volante, Luke en el asiento del copiloto. Había gente sentada en las cafeterías y restaurantes al aire libre a lo largo de las aceras. Era una ciudad militar, muchas de las personas que iban de un lado a otro estaban erguidas y en forma.
Pero además de estar saludables, también parecían felices. En este momento, Luke no podía imaginar cómo era sentirse así.
—Explícamelo otra vez —dijo.
—Tú sales con el rango de Sargento Mayor. Una baja honorable, efectiva al final de este año civil, aunque puedes pedir un permiso indefinido esta tarde. La nueva paga entra en vigencia de inmediato y continúa hasta tu baja. Tu registro de servicio está intacto y tu pensión de veterano de guerra, así como todos los demás beneficios permanecen en su sitio.
Sonaba como un buen trato, pero Luke nunca había considerado dejar el Ejército hasta este momento. Todo el tiempo que había estado en el hospital, había esperado reincorporarse a su unidad. Mientras tanto, entre bastidores, Don había estado negociando una salida para él.
—¿Y si quiero quedarme? —dijo.
Don se encogió de hombros. —Has estado en el hospital durante casi un mes. Los informes que he visto sugieren que has progresado poco o nada en la terapia y eres considerado un paciente poco cooperativo.
Él suspiró. —No te van a dejar que regreses, Luke, piensan que eres mercancía caducada. Si rechazas el paquete que te acabo de describir, planean librarse de ti con un alta psiquiátrica involuntaria con tu rango y paga actual, con un diagnóstico de trastorno de estrés postraumático. Estoy seguro de que no tengo que decirte el tipo de perspectivas a las que se enfrentan los hombres con una baja en esas circunstancias.
A Luke nada de esto le supuso una gran sorpresa, pero aun así era doloroso escucharlo. Él sabía cuál era el trato. El Ejército ni siquiera había reconocido formalmente la existencia de las Fuerzas Delta. La misión fue clasificada, nunca sucedió. Así que no esperaba recibir una medalla durante una ceremonia pública. En las Delta, no ingresabas por la gloria.
Aun así, aunque esperaba que lo ignoraran, no se esperaba que lo tiraran al montón de la chatarra. Se había entregado mucho al Ejército y estaban listos para deshacerse de él después de una mala misión. Es cierto, la misión salió peor que mal. Fue un desastre, una debacle, pero no fue por su culpa.
—Me están echando de cualquier manera —dijo. —Puedo irme en silencio o puedo irme dando patadas y gritando.
—Así es —dijo Don.
Luke suspiró pesadamente. Vio pasar el viejo pueblo. Salieron del distrito histórico y entraron en una calle más moderna con centros comerciales. Llegaron al final de un largo bloque y Don giró a la izquierda en el aparcamiento de Burger King.
La vida civil vendría, le gustara o no a Luke. Era un mundo que había dejado hacía catorce años. Nunca había esperado verlo de nuevo. ¿Qué había pasado en ese mundo?
Vio a una joven pareja con sobrepeso caminar hacia la puerta del restaurante.
—¿Qué voy a hacer? —dijo Luke. —¿Después de fin de año? ¿Qué tipo de trabajo civil puedo obtener?
—Eso es fácil —dijo Don. —Vas a trabajar para mí.
Luke lo miró.
Don se detuvo en un lugar cerca de la parte trasera. No había otros coches. —El Equipo de Respuesta Especial está listo para despegar. Mientras estabas acostado en la cama, mirándote el ombligo, he estado luchando con los burócratas y preparando papeles. He consolidado los fondos, al menos hasta fin de año. Tengo una pequeña sede en los suburbios de Virginia, no lejos de la CIA. Están pegando las letras en la puerta mientras hablamos. Conozco al director del FBI y hablé por teléfono, brevemente, debería agregar, con el Presidente de los Estados Unidos.
Don apagó el coche y miró a Luke.
—Estoy listo para contratar a mi primer agente. Eres tú.
Señaló con su cabeza un letrero grande cerca de la parte delantera del aparcamiento. Luke miró hacia donde Don le estaba indicando. Justo debajo del logotipo del Burger King había una serie de letras negras sobre un fondo blanco. Si se juntaban todas, las letras deletreaban un mensaje sombrío.
Tenemos vacantes de empleo. Pregunta dentro.
—Si no quieres unirte a mí, apuesto a que se te presentan muchas otras oportunidades.
Luke sacudió la cabeza. Luego se echó a reír.
—Este ha sido un día extraño —dijo.
Don asintió. —Bueno, está a punto de volverse aún más extraño. Aquí va otra sorpresa, esta es un regalo. No quería dártelo en el hospital porque los hospitales son lugares horribles. Especialmente los hospitales de la VA (Asociación de Veteranos).
De pie frente al coche había una hermosa joven, con cabello largo y castaño. Miró a Luke con lágrimas en los ojos. Llevaba una chaqueta ligera, abierta para revelar una camisa premamá. La mujer estaba muy embarazada.
Del hijo de Luke.
Luke tardó una fracción de segundo en reconocerla, algo que nunca le revelaría a nadie, ni siquiera bajo pena de tortura. Su mente no había funcionado bien en las últimas semanas y ella estaba fuera de lugar en este terreno baldío de unos aparcamientos. No esperaba verla aquí. Su presencia era irreal, de otro mundo.
Rebecca.
—Oh, Dios mío —dijo Luke.
—Sí —dijo Don. —Tal vez quieras ir a saludarla antes de que ella encuentre a alguien mejor. ¿Por aquí? No tardará mucho.
—¿Por qué... por qué la has traído aquí?
Don se encogió de hombros. Miró alrededor del aparcamiento del Burger King.
—Es más romántico que reunirse con ella en la base.
Luke salió del coche, parecía ir flotando hacia ella. Se abrazaron y él la abrazó durante mucho rato, de forma interminable, no quería dejarla ir.
Por primera vez, Luke sintió que las lágrimas corrían por su propia cara. Respiró profundamente. Se sentía muy bien abrazándola. No habló, no podía pensar en una sola palabra que decir.
Ella lo miró y le limpió las lágrimas de la cara.
—¿No es genial? —dijo ella. —Don ha dicho que vas a trabajar para él.
Luke asintió sin hablar. Parecía que se había resuelto, entonces. Don y Becca habían tomado la decisión por él.
—Te quiero tanto, Luke —dijo ella. —Estoy muy contenta de que esta vida militar haya terminado.