Читать книгу Objetivo Principal: La Forja de Luke Stone — Libro n° 1 - Джек Марс - Страница 6

CAPÍTULO UNO

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16 de marzo de 2005

14:45 Hora de Afganistán (5:15 Hora del Este)

Base Aérea de Bagram

Provincia de Paruán, Afganistán

—Luke, no tienes que hacer esto —dijo el Coronel Don Morris.

El Sargento de primera clase Luke Stone se mantuvo en calma dentro de la oficina de Don. La oficina en sí estaba dentro de una gloriosa choza Quonset de metal corrugado, no lejos de donde comenzaba la nueva pista de aterrizaje.

La base aérea era un país de las maravillas con un sonido constante: había excavadoras cavando y pavimentando, trabajadores de la construcción que martilleaban cientos de barracones de madera contrachapada, para reemplazar las tiendas de campaña donde las tropas destacadas aquí habían vivido anteriormente y, por si eso no fuera suficiente, había ataques con cohetes talibanes desde las montañas circundantes y terroristas suicidas en motocicleta que se lanzaban sobre las barreras delanteras.

Luke se encogió de hombros. Su pelo era más largo que el permitido por las directrices militares. Tenía una barba de tres días. Llevaba un traje de vuelo sin ninguna indicación de rango.

—Sólo estoy siguiendo órdenes, señor.

Don negó con la cabeza. Su pelo era negro, entremezclado entre gris y blanco. Su rostro parecía haber sido tallado en granito. De hecho, todo su cuerpo podría haberlo sido. Sus ojos azules eran profundos e intensos. El color de su cabello y las líneas en su rostro eran las únicas señales de que Don Morris había estado vivo en la Tierra durante más de cincuenta y cinco años.

Don estaba empaquetando los escasos enseres de su oficina. Uno de los fundadores legendarios de las Fuerzas Delta se retiraba del Ejército de los Estados Unidos. Había sido seleccionado para fundar y administrar una pequeña agencia de inteligencia en Washington, DC, un grupo semiautónomo dentro del FBI. Don se refería a él como unas Fuerzas Delta civiles.

—No te atrevas a llamarme señor, —dijo— y si sólo estás siguiendo órdenes, entonces sigue esta: rechaza la misión.

Luke sonrió. —Me temo que ya no eres mi oficial al mando. Tus órdenes no tienen demasiado peso ya. Señor.

Los ojos de Don se encontraron con los de Luke. Los mantuvo allí un largo rato.

—Es una trampa mortal, hijo. Dos años después de la caída de Bagdad, el esfuerzo de guerra en Irak es una cagada total. Aquí, en el país de Dios, controlamos el perímetro de esta base, el aeropuerto de Kandahar, el centro de Kabul y poco más. Amnistía Internacional, la Cruz Roja y la prensa europea, todos están armando jaleo sobre los puntos negros y las prisiones de tortura, incluso aquí mismo, a trescientos metros de donde estamos. Los jefazos sólo quieren cambiar el relato. Necesitan una victoria en mayúsculas. Y Heath quiere una pluma en su gorra. Eso es todo lo que siempre ha querido. Por nada de eso vale la pena morir.

—El Teniente Coronel Heath ha decidido dirigir la incursión personalmente, —dijo Luke. —Me informaron hace menos de una hora.

Los hombros de Don se desplomaron. Luego asintió.

—No me sorprende. —dijo—¿Sabes cómo solíamos llamar a Heath? Capitán Ahab. Se fija en algo, algo así como una ballena y la perseguirá hasta el fondo del mar. Y estará feliz de llevarse a todos sus hombres con él.

Don hizo una pausa. Suspiró.

—Escucha, Stone, no tienes nada que demostrarme; ni a mí, ni a nadie. Te has ganado un permiso. Puedes rechazar esta misión. Demonios, en un par de meses, podrías dejar el Ejército si quisieras y unirte a mí en Washington DC. Eso me gustaría.

Ahora Luke casi se rió. —Don, no todos aquí son de mediana edad. Tengo treinta y un años. No creo que un traje y una corbata y el almuerzo en mi escritorio, sea lo mío todavía.

Don sostenía una fotografía enmarcada en sus manos. Se cernía sobre una caja abierta. La miró fijamente. Luke conocía bien la foto. Era una instantánea de color descolorido de cuatro jóvenes sin camiseta, Boinas Verdes, haciendo muecas a la cámara antes de una misión en Vietnam. Don era el único de esos hombres que todavía estaba vivo.

—Tampoco es lo mío, —dijo Don.

Miró a Luke de nuevo.

—No mueras allí esta noche.

—No pienso hacerlo.

Don miró de nuevo la foto. —Nadie lo hace, —dijo.

Por un momento, miró por la ventana los picos nevados del Hindú Kush que se alzaban alrededor de ellos. Sacudió la cabeza. Su amplio pecho subía y bajaba. —Tío, voy a echar de menos este lugar.

* * *

—Caballeros, esta misión es un suicidio, —dijo el hombre al frente de la sala. —Y es por eso que envían a hombres como nosotros.

Luke se sentó en una silla plegable, en la sala de reuniones hecha de bloques de cemento; otros veintidós hombres estaban sentados en las sillas a su alrededor. Eran todos operarios de las Fuerzas Delta, lo mejor de lo mejor. Y la misión, como la había entendido Luke, era difícil, pero no necesariamente suicida.

El hombre que daba esta última sesión informativa era el Teniente Coronel Morgan Heath, un comandante tan práctico y entusiasta como el que más. Aun con cuarenta años, estaba claro que las Delta no eran el final del camino para Heath. Se había posicionado en su rango actual y sus ambiciones parecían apuntar hacia un perfil más alto. Política, tal vez un contrato para un libro, quizá una temporada en la televisión como experto militar.

Heath era guapo, estaba muy en forma y era excesivamente ​​impaciente. Eso no era inusual en un miembro de las Delta. Pero también hablaba mucho. Y eso no era típico de las Delta en absoluto.

Luke lo había visto una semana antes, concediéndole una entrevista a un reportero y a un fotógrafo de la revista Rolling Stone y adiestrando a los muchachos sobre las avanzadas capacidades de navegación y sigilo de un helicóptero MH-53J (no era necesariamente información clasificada, pero definitivamente no era el tipo de cosas que quieres compartir con todos).

Stone casi le instó a que lo hiciera. Pero no lo hizo.

No lo hizo, no porque Heath estuviera por encima de él (eso no importaba en las Delta o no debería importar), sino porque se podía imaginar de antemano la respuesta de Heath:

—¿Crees que los talibanes leen revistas de pop americanas, Sargento?

Ahora, la presentación de Heath era tecnología de última generación, comparada con los diez años anteriores, un PowerPoint sobre fondo blanco. Un joven con turbante y barba oscura apareció en la pantalla.

—Todos ustedes conocen a su hombre, —dijo Heath. —Abu Mustafa Faraj al-Jihadi nació en algún momento alrededor de 1970 entre una tribu de nómadas al este de Afganistán o en las regiones tribales del oeste de Pakistán. Probablemente no tuvo educación formal de la que hablar y su familia posiblemente cruzó la frontera como si ni siquiera hubieran estado allí. Al Qaeda corre por sus venas. Cuando los soviéticos invadieron Afganistán en 1979, según todos los informes, se unió a la resistencia como un niño soldado, posiblemente tendría como unos ocho o nueve años. Después de todo este tiempo, décadas de guerra sin descanso y, por alguna razón, todavía respira. Demonios, todavía está vivito y coleando. Creemos que es el responsable de organizar al menos una veintena de importantes ataques terroristas, incluidos los ataques suicidas del pasado octubre en Mumbai y el atentado al USS Sarasota en el puerto de Adén, en el que murieron diecisiete marineros estadounidenses.

Heath hizo una pausa para provocar efecto. Miró a todos en la habitación.

—Este tipo es una mala noticia. Cogerlo será la mejor alternativa para derribar a Osama bin Laden. ¿Queréis ser héroes? Esta es vuestra noche.

Heath hizo clic a un botón en su mano. La foto en la pantalla cambió. Ahora era una imagen dividida: a un lado del borde vertical había una toma aérea del complejo de al-Jihadi, justo a las afueras de una pequeña aldea; al otro lado había una representación tridimensional de lo que se creía que era la casa de al-Jihadi. La casa tenía dos pisos, estaba hecha de piedra, construida contra una colina empinada; Luke sabía que era posible que la parte posterior de la casa estuviera conectada a una red de túneles.

Heath inició una descripción de cómo iría la misión. Dos helicópteros, doce hombres en cada uno. Los helicópteros se instalarían en un campo, justo por fuera de las paredes del complejo, descargarían a los hombres, luego despegarían nuevamente y proporcionarían apoyo aéreo.

Los doce hombres del Equipo A, el equipo de Luke y Heath, derribarían las paredes, entrarían en la casa y asesinarían a Al-Jihadi. Si era posible, se llevarían el cuerpo en una camilla y lo devolverían a la base. Si no, lo fotografiarían para su posterior identificación. El Equipo B se quedaría a cargo de defender los muros y del acceso al complejo desde el pueblo.

Los helicópteros volverían a aterrizar y recogerían a ambos equipos. Si por alguna razón los helicópteros no pudieran aterrizar de nuevo, los dos equipos se dirigirían a una antigua base de artillería estadounidense abandonada, en una ladera rocosa a menos de medio kilómetro fuera de la aldea. La recogida se llevaría a cabo allí, o los equipos se mantendrían en la antigua base hasta que la extracción pudiera llevarse a cabo. Luke se sabía todo esto de memoria, pero no le gustaba la idea de atrincherarse en esa antigua base de artillería.

—¿Y si esa base de artillería está comprometida? —dijo.

—¿Comprometida en qué sentido? —dijo Heath.

Luke se encogió de hombros. —No lo sé, dígamelo usted. Una trampa explosiva, custodiada por francotiradores talibanes o utilizada por pastores de ovejas como un lugar para reunir su rebaño.

Alrededor de la sala, algunas personas se rieron.

—Bueno, —dijo Heath —las imágenes más recientes de nuestros satélites muestran el lugar vacío. Si hay ovejas allí arriba, entonces habrá ropa de cama agradable y mucha comida. No se preocupe, Sargento Stone, esto va a ser un ataque preciso de decapitación. Dentro y fuera, desaparecemos casi antes de que se den cuenta de que estamos allí. No vamos a necesitar la antigua base de artillería.

* * *

—Madre de Dios, Stone, —dijo Robby Martínez. —Tengo un mal presentimiento sobre esto, tío. Mira esta noche, no hay luna, el viento corre frío, aullador. Vamos a morder el polvo, seguro. Vamos a ver el infierno esta noche, lo sé.

Martínez era pequeño, delgado, de semblante afilado. No había una pizca de carne desperdiciada en su cuerpo. Cuando hacía ejercicio con pantalones cortos y sin camisa, parecía un dibujo de la anatomía humana, cada grupo de músculos cuidadosamente delineado.

Luke estaba revisando e inspeccionando su mochila y sus armas.

—Siempre tienes un mal presentimiento, Martínez, —dijo Wayne Hendricks. Estaba sentado al lado de Luke. —Por la forma en que hablas, cualquiera pensaría que nunca antes has visto un combate.

Hendricks era el mejor amigo de Luke en el ejército. Era grande y de cuerpo grueso, como los campesinos del centro-norte de Florida, donde había crecido cazando jabalíes con su padre. Le faltaba el diente delantero derecho: le dieron un puñetazo en una pelea en un bar de Jacksonville cuando tenía diecisiete años y nunca lo reemplazó. Él y Luke no tenían casi nada en común, excepto el fútbol: Luke había sido quarterback en su equipo de la universidad, Wayne había jugado como tight end. Aun así, encajaron en el mismo instante en que se vieron por primera vez en el comando 75.

Parecía que lo hacían todo juntos.

La esposa de Wayne estaba embarazada de ocho meses. La esposa de Luke, Rebecca, estaba de siete meses. Wayne tenía una niña en camino y le había pedido a Luke que fuera su padrino. Luke tenía un niño en camino y le había pedido a Wayne que fuera el padrino del niño. Una noche, mientras se emborrachaban en un bar a las afueras de Fort Bragg, Luke y Wayne se cortaron las palmas de la mano derecha con un cuchillo serrado y se dieron la mano.

Hermanos de sangre.

Martínez sacudió la cabeza. —Sabes dónde he estado, Hendricks. Y sabes lo que he visto. De todos modos, no te estaba hablando a ti.

Luke miró por el portón abierto. Martínez tenía razón, la noche era fría y ventosa. El polvo helado soplaba a través de la plataforma, cuando los helicópteros se preparaban para el despegue. Las nubes se deslizaban por el cielo, iba a ser una mala noche para volar.

De todos modos, Luke se sentía confiado. Tenían lo que necesitaban para ganar esta batalla. Los helicópteros eran MH-53J Pave Lows, los helicópteros de transporte más avanzados y potentes del arsenal de los Estados Unidos.

Tenían un moderno radar de seguimiento del terreno, lo que significaba que podían volar muy bajo. Tenían sensores infrarrojos para poder volar con mal tiempo y alcanzar una velocidad máxima de 165 kilómetros por hora. Estaban blindados con una armadura, para repeler todo lo que no fuera la artillería más pesada que pudiera tener el enemigo. Y los transportaba el 160º Regimiento de Aviación de Operaciones Especiales del Ejército de EE.UU., de nombre en clave Cazadores Nocturnos, las Fuerzas Delta de pilotos de helicópteros, (probablemente, los mejores pilotos de helicópteros del mundo).

La redada estaba programada para una noche sin luz de luna, de modo que los helicópteros pudieran acceder al área de operaciones a ras de suelo, sin ser detectados. Los helicópteros iban a utilizar el terreno montañoso y las técnicas de contorno táctico para llegar al complejo sin aparecer en el radar y alertar a cualquier persona hostil, (especialmente a los servicios militares y de inteligencia pakistaníes, que se sospechaba que cooperaban con los talibanes para ocultar el objetivo).

Con amigos como los pakistaníes...

Los edificios bajos de la base aérea y la torre de control de vuelo se encogieron ante el asombroso telón de fondo de las montañas cubiertas de nieve. Cuando Luke miró por la compuerta, dos aviones de combate despegaron a medio kilómetro de distancia, el rugido de sus motores era casi ensordecedor. Un momento después, los jets rompieron la barrera del sonido en algún lugar en la distancia. Los despegues fueron ruidosos, pero los estallidos sónicos fueron silenciados por el viento a gran altura.

El motor del helicóptero cobró vida. Las hélices del rotor empezaron a girar, al principio lentamente, luego con una velocidad creciente. Luke miró a lo largo de la línea. Diez hombres con monos y cascos, sin incluirse a sí mismo, estaban revisando y repasando compulsivamente su equipo. El duodécimo, el Teniente Coronel Heath, estaba recostado en la cabina, en la parte delantera del helicóptero, hablando con los pilotos.

—Te lo estoy diciendo, Stone, —dijo Martínez.

—Te he oído la primera vez, Martínez.

—La buena suerte no dura para siempre, tío, los buenos días se acaban.

—No me preocupo porque, en mi caso, no es suerte, —dijo Wayne. —Es habilidad.

Martínez se burló de eso.

—¿Un gran bastardo gordo como tú? Tienes suerte cada vez que una bala no te atraviesa. Eres la cosa más grande y lenta que hay aquí.

Luke reprimió una carcajada y volvió a centrarse en su equipo. Sus armas incluían un rifle de asalto HK416 y un MP5 para peleas cuerpo a cuerpo. Las armas estaban cargadas y tenía munición adicional metida en los bolsillos. Tenía una pistola SIG P226, cuatro granadas, una herramienta para cortar y romper y unas gafas de visión nocturna. Este dispositivo de visión nocturna en particular era el GPNVG-18, mucho más avanzado y con un campo de visión mucho más amplio que las gafas de visión nocturna estándar que se ofrecían a los típicos militares.

Estaba listo para la fiesta.

Luke sintió que el helicóptero despegaba. Miró hacia arriba, estaban en movimiento. A su izquierda, vio el segundo helicóptero, también dejando su plataforma.

—Vosotros dos sois los hombres vivos más afortunados, en lo que a mí respecta, —dijo.

—¿Ah, sí? —dijo Martínez. —¿Eso por qué?

Luke se encogió de hombros y sonrió. —Estás montando conmigo.

* * *

El helicóptero voló bajo y rápido.

Las colinas rocosas zumbaban debajo de ellos, tal vez sesenta metros más abajo, casi lo suficientemente cerca como para tocarlas. Luke observó la profunda oscuridad a través de la ventana. Supuso que se estaban moviendo a más de cien kilómetros por hora.

La noche era negra y volaban sin luces. Ni siquiera podía ver el segundo helicóptero ahí fuera.

Parpadeó y, en su lugar, vio a Rebecca. Ella sí era algo que merecía la pena contemplar. No tanto por los detalles físicos de su rostro y su cuerpo, que eran realmente hermosos, sino por su esencia. En los años que habían estado juntos, él había llegado a ver más allá de lo físico. Pero el tiempo pasaba muy rápido. La última vez que la vio, ¿cuándo fue eso, hace dos meses? Su embarazo acababa de empezar a notarse.

Necesito volver.

Luke miró hacia abajo, a su MP5, que estaba sobre su regazo. Por una fracción de segundo, casi parecía estar viva, como si de repente decidiera comenzar a disparar por su cuenta. ¿Qué estaba haciendo con esta cosa? Tenía un hijo en camino.

—¡Caballeros! —gritó una voz. Luke casi se salió de su cuerpo. Levantó la vista y Heath se paró frente al grupo. —Nos acercamos al objetivo, tiempo estimado unos diez minutos aproximadamente. Acabo de recibir un informe de la base. Los fuertes vientos han levantado un montón de polvo, nos vamos a encontrar con un poco de mal tiempo desde aquí hasta el objetivo.

—Fantástico —dijo Martínez. Miró a Luke, con ojos significativos.

—¿Qué se supone que significa eso, Martínez? —dijo Heath.

—¡Me encanta el clima, señor! —gritó Martínez.

—¿Ah, sí? —dijo Heath. —¿Y eso por qué?

—Aumenta el peligro hasta doce veces. Hace la vida más emocionante.

Heath asintió. —Buen chico. ¿Quieres emoción? Pues parece que podríamos estar aterrizando en condiciones cero-cero.

A Luke no le gustó cómo sonaba eso. Cero-cero significaba cero cielo, cero visibilidad. Los pilotos se verían obligados a dejar que el sistema de navegación del helicóptero les hiciera el avistamiento. Eso estaba bien, lo peor era el polvo. Aquí, en Afganistán, era tan fino que fluía casi como el agua. Podía aparecer a través de las grietas más pequeñas. Podía entrar en los engranajes y en las armas. Las nubes de polvo podían causar apagones, ocultando por completo cualquier obstáculo hostil, que pudiera estar esperando en la zona de aterrizaje.

Las tormentas de polvo acechaban las pesadillas de cada soldado aerotransportado en Afganistán.

Como si fuera una señal, el helicóptero se estremeció y recibió un golpe de viento lateral. Y así, se metieron de lleno dentro de la tormenta de polvo. El sonido fuera del helicóptero cambió; hacía un momento, todo lo que se podía oír era el fuerte zumbido de los rotores y el rugido del viento. Ahora, el sonido del polvo arremolinándose y golpeando el exterior del helicóptero competía con los otros dos sonidos. Sonaba casi como la lluvia.

—¡Informe del polvo! —gritó Heath.

Los hombres estaban en las ventanas, mirando hacia fuera, a la nube que echaba chispas.

—¡Polvo en la rueda de la cola! —gritó alguien.

—¡Polvo en la compuerta de carga! —dijo Martínez.

—¡Polvo en el equipo de aterrizaje!

—¡Polvo en la puerta de la cabina!

En segundos, el helicóptero fue engullido. Heath repitió cada intervención en sus auriculares. Ahora estaban volando a ciegas, el helicóptero atravesaba un cielo espeso y oscuro.

Luke se quedó mirando la arena que golpeaba las ventanas. Era difícil creer que todavía estuvieran en el aire.

Heath se llevó una mano al casco.

—Pirata 2, Pirata 2… sí, copia. Adelante, Pirata 2.

Heath tuvo contacto por radio con el otro equipo de la misión, por dentro de su casco. Al parecer, el segundo helicóptero lo estaba llamando por la tormenta.

El escuchó.

—Negativo a lo de regresar a la base, Pirata 2. Continua según lo planeado.

Los ojos de Martínez se encontraron con los de Luke de nuevo. Sacudió la cabeza. El helicóptero se sacudió y se bamboleó. Luke miró a los hombres en línea. Eran luchadores endurecidos, pero ninguno de ellos parecía ansioso por continuar esta misión.

—Negativo el aterrizaje forzoso, Pirata 2. Te necesitamos en esto...

Heath se detuvo y escuchó de nuevo.

—¿Mayday? ¿Ya?

Esperó. Ahora miraba a Luke, sus ojos eran estrechos y duros. No parecía asustado, parecía frustrado.

—Los he perdido. Ese era nuestro apoyo. ¿Alguno de vosotros puede verlos ahí fuera?

Martínez miró por la ventana. Gruñó. Ya ni siquiera era de noche. No había nada que ver fuera, sólo polvo marrón.

—Pirata 2, Pirata 2, ¿me recibes? —dijo Heath.

Esperó un momento.

—Adelante, Pirata 2. Pirata 2, Pirata 2.

Heath hizo una pausa. Ahora escuchaba.

—Pirata 2, informe de estado. Estado…

Sacudió la cabeza y miró a Luke de nuevo.

—Se han estrellado.

Escuchó de nuevo. —Sólo lesiones menores. Helicóptero desactivado, motores muertos.

De repente, Heath golpeó la pared cerca de su cabeza.

—¡Maldita sea!

Miró a Luke. —Hijo de puta. Los muy cobardes, han abandonado. Sé que lo han hecho. Qué casualidad que sus instrumentos han fallado, se han perdido en la tormenta y se han estrellado a siete kilómetros de un campamento de la División de la Décima Montaña. Qué oportuno, van a caminar hasta allí.

Hizo una pausa. Se le escapó un suspiro. —¿No es el colmo? Nunca pensé que vería a una unidad de Fuerzas Delta hacer “DD” en una misión.

Luke lo miró. Las siglas DD corresponden a done deal. Significaba desaparecer, esconderse, retirarse. Heath sospechaba que los del Pirata 2 pusieron fin a la operación por su cuenta. Tal vez lo habían hecho, tal vez no. Pero podría estar en lo cierto.

—Señor, creo que deberíamos dar la vuelta —dijo Luke. O tal vez deberíamos aterrizar. No tenemos unidad de apoyo y creo que nunca he visto una tormenta...

Heath negó con la cabeza. —Negativo, Stone. Continuamos con unas pequeñas modificaciones: un equipo de seis hombres asalta la casa y otro equipo de seis hombres contiene los alrededores.

—Señor, con el debido respeto, ¿cómo va a aterrizar y despegar de nuevo este helicóptero?

—No hay aterrizaje —dijo Heath. —Nos vamos a deslizar por una la cuerda hacia abajo. Entonces el helicóptero podrá volar en vertical y encontrar la parte más alta de esta tormenta, dondequiera que esté. Podrán volver cuando tengamos el objetivo asegurado.

—Morgan... —comenzó Luke, dirigiéndose a su oficial superior por su nombre de pila, una concesión que sólo podría permitirse en algunos lugares, uno de ellos las Fuerzas Delta.

Heath negó con la cabeza. —No, Stone, quiero a al-Jihadi y voy a cogerlo. Esta tormenta duplica nuestro elemento sorpresa: nunca se esperarán que salgamos del cielo en una noche como esta. Recuerde mis palabras, vamos a ser leyendas después de esto.

Hizo una pausa, mirando directamente a los ojos de Stone. —Tiempo estimado cinco minutos. Asegúrese de tener listos a sus hombres, Sargento.

* * *

—Está bien, está bien —gritó Luke sobre el rugido de los motores, las hélices del helicóptero y la arena que chocaba contra las ventanas.

—¡Escuchad! —las dos líneas de hombres lo miraban fijamente, con sus trajes y cascos, con las armas listas. Heath lo miraba desde el otro extremo. Eran los hombres de Luke y Heath lo sabía. Sin el liderazgo y la cooperación de Luke, Heath podría tener rápidamente un motín encima. Durante una fracción de segundo, Luke recordó lo que Don había dicho:

Solíamos llamarlo Capitán Ahab.

—El plan de la misión ha cambiado. Pirata 2 está jodido cien por cien. Pasamos al Plan B. Martínez, Hendricks, Colley, Simmons. Venís conmigo y con el Teniente Coronel Heath, somos el Equipo A. Nos meteremos en la casa, eliminaremos cualquier oposición, identificaremos el objetivo y lo eliminaremos. Nos vamos a mover muy rápido, así que estad preparados, ¿entendido?

Martínez, como siempre: —Stone, ¿cómo planeas hacer de esto un asalto de doce hombres? Es uno de veinticuatro hombres...

Luke lo miró fijamente. —He dicho: ¿entendido?

Varios gruñidos y murmuraciones indicaron que lo entendían.

—Nadie se nos resistirá —dijo Luke. —Si alguien dispara, o siquiera enseña un arma, están fuera de juego. ¿Copia?

Miró por las ventanas. El helicóptero luchaba a través de una tormenta de mierda marrón, moviéndose rápido, pero muy por debajo de su velocidad máxima. La visibilidad de ahí fuera era cero, menos que cero. El helicóptero se estremeció y se sacudió como confirmando esa evaluación.

—Copia —dijeron los hombres a su alrededor. —Entendido.

—Packard, Hastings, Morrison, Dobbs, Murphy, Bailey. Vosotros sois el Equipo B. Equipo B, nos apoyáis y nos cubrís. Cuando bajemos, dos de vosotros protegéis el lugar de aterrizaje, dos controláis el perímetro cerca de las compuertas. Cuando entremos, dos avanzan y protegen el frente de la casa. También seréis los últimos hombres en salir. Agudizad los ojos, andaos con cuidado. Nadie se mueve contra nosotros. Eliminad toda resistencia, cualquier enemigo posible. Este lugar está destinado a ponerse más caliente que el infierno. Vuestro trabajo es enfriarlo.

Los miró a todos.

—¿Os ha quedado claro?

Le siguió un coro de voces, cada una de diferente profundidad y timbre.

—Claro.

—Claro.

—Claro.

Luke se agachó en la bodega de la tropa. Sintió ese conocido hilo de miedo, de adrenalina, de emoción. Se había tragado una Dexedrina justo después del despegue y estaba empezando a surtir efecto. De repente se sentía más agudo y más alerta que antes.

Conocía los efectos de la droga. Su ritmo cardíaco aumentaba, sus pupilas se dilataban, dejaban entrar más luz y mejoraban su visión. Su audición era más aguda, tenía más energía, más resistencia y podía permanecer despierto durante mucho tiempo.

Los hombres de Luke se sentaban en el filo de sus bancos, los ojos puestos en él. Sus pensamientos iban por delante de su capacidad para hablar.

—Niños —dijo. —Tened cuidado. Sabemos que hay mujeres y niños en el complejo, algunos de ellos familiares del objetivo. No vamos a disparar a mujeres y niños esta noche. ¿Copia?

Voces resignadas respondieron.

—Entendido.

—Copia.

Era inevitable en estas incursiones, el objetivo siempre vivía entre mujeres y niños. Las misiones siempre ocurrían de noche. Siempre había confusión, los niños tendían a hacer cosas impredecibles. Luke había visto a hombres dudar si matar a niños y luego pagar el precio, cuando los niños resultaban ser soldados que no dudaban en matarlos a ellos. Para empeorar las cosas, sus compañeros de equipo luego matarían a los niños soldados, diez segundos demasiado tarde.

La gente moría en la guerra. Morían repentinamente y con frecuencia por las razones más extravagantes, como no querer matar niños, que morían un minuto más tarde de todos modos.

—Dicho esto, no muráis ahí fuera esta noche. Y no dejéis morir a vuestros hermanos.

El helicóptero siguió avanzando, pasando a través de la oscuridad, que bufaba y chillaba. El cuerpo de Luke se mecía y rebotaba con el helicóptero. Fuera, había suciedad y arena volando alrededor de ellos. Estarían ahí fuera en unos momentos a partir de ahora.

—Si cogemos a estos tipos durmiendo, podríamos tener las cosas fáciles. Seguro que no nos esperan esta noche. Quiero dejarme caer, atrapar al objetivo en diez minutos y subir de nuevo en quince minutos.

El helicóptero se mecía y se sacudía; luchaba por permanecer en el aire.

Luke hizo una pausa y cogió aire.

—¡No dudéis! Tomad la iniciativa y mantenedla. Presionadlos y apretadlos. Haced que tengan miedo, haced las cosas con naturalidad.

Esto después de decirles que vigilaran a los niños. Estaba enviando mensajes contradictorios, lo sabía. Tenía que ceñirse al guión, pero era difícil. Una noche oscura, una tormenta de polvo perturbadora, un helicóptero que se había venido abajo antes de que comenzara la misión y un oficial al mando que no daría media vuelta.

Un pensamiento pasó por su mente, rápido como un láser, tan rápido que casi no lo reconoció.

Abortar. Abortar esta misión.

Miró a las dos líneas de hombres. Ellos le devolvieron la mirada. El entusiasmo normal que estos tipos mostraban estaba ausente. Un montón de pares de ojos miraban por las ventanas.

La arena se esparcía contra el helicóptero. Era como si el helicóptero fuera un submarino bajo el agua, excepto que el agua estaba hecha de polvo.

Luke podía abortar la misión, podía anular a Heath. Estos tipos le seguirían por encima de Heath; eran sus hombres, no los de Heath. La recompensa sería el infierno, por supuesto. Heath iría a por él y Don trataría de proteger a Luke.

Pero Don sería un civil.

Los cargos serían, en el mejor de los casos, una insubordinación y, en el peor, un motín. Un juicio militar estaba prácticamente garantizado. Luke conocía los precedentes: una orden lunática y suicida no era necesariamente una orden ilegal. Perdería cualquier caso de juicio militar.

Seguía mirando a los hombres. Todavía lo estaban mirando. Podía verlo en sus ojos, o pensaba que podía:

Cancélalo.

Luke se sacó eso de la cabeza.

Miró a Wayne. Wayne arqueó las cejas y se encogió de hombros.

Depende de ti.

—Está bien, muchachos —dijo Luke. —Golpead fuerte y rápido esta noche, sin perder el tiempo. Entramos, hacemos nuestro trabajo y volvemos a salir. Confiad en mí, esto no dolerá mucho.

Objetivo Principal: La Forja de Luke Stone — Libro n° 1

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