Читать книгу Cinco escritos sobre el uso de Ayahuasca en Psicoterapia - Domingo Nanni - Страница 11
0.1. Un poco de historia
Оглавление“Feliz el que no insiste en tener razón, porque nadie la tiene o todos la tienen.”
J. L. Borges
…”podemos muy bien decir que una teoría es, en primer lugar, una manera de formarse una idea, es decir, una manera de mirar el mundo, y no una forma de conocimiento de lo que es el mundo.”
David Bohm
En las décadas de los cincuenta y sesenta y unos pocos años de los setenta –algo que es desconocido por muchos médicos y psicólogos argentinos– en nuestro país, un grupo de psicoanalistas (María Luisa Alvarez de Toledo, Alberto Fontana, Alberto Tallaferro… entre otros) incluyeron en su trabajo clínico el uso de algunas drogas alucinógenas como coadyuvantes de los tratamientos psicológicos que llevaban a cabo (LSD, Mescalina, Psilocibina) tanto en contextos individuales como en contextos grupales. En aquél entonces, las autoridades de la institución a la que pertenecían, les dieron a optar por seguir perteneciendo a la institución abandonando la actividad psicoterapéutica con el empleo de drogas, o bien, renunciar a la institución. Algunos de ellos, se alejaron de la institución, continuando con sus actividades clínicas y de investigación. Esta actividad tocó su fin cuando el ministro de Bienestar y Acción Social de la Nación, Francisco Manrique, en el año 1971, decretó la prohibición del uso de drogas alucinógenas en el contexto psicoterapéutico, entiendo que haciéndose eco de idéntica medida tomada en los Estados Unidos. (Una brevísima reflexión: más allá de los diversos motivos invocados para tomar tal decisión, ¿qué hubiese ocurrido de tomar idéntica determinación con el uso del Clorhidrato de Cocaína en la práctica quirúrgica oftalmológica, o de la Morfina en el tratamiento del dolor en pacientes terminales?).
Aunque el uso de alucinógenos era ampliamente conocido desde mucho tiempo atrás (milenios) en diversas regiones del mundo y en todos los tiempos, fue Stanislav Grof quien en los comienzos de la década de los años sesenta popularizó su empleo sistemático –en el mundo occidental– en lo que podemos llamar un “contexto psicoterapéutico”, en los Estados Unidos, país al que había emigrado desde Checoslovaquia, su país natal.
Mientras tanto, el mundo occidental, que no ignoraba el uso de plantas psicoactivas por pueblos originarios en contextos ceremoniales, como parte importante de sus muy arraigadas creencias espirituales (ingesta de peyote, hongos psilocíbicos, Ayahuasca, etc.), prácticamente se había negado y se negaba a reconocer las similitudes de ambas prácticas: la que tenía lugar en el “contexto ceremonial” (chamánico) y la que tenía lugar en el “contexto psicoterapéutico”. Es más: al mismo tiempo que se hacía lo posible por fundamentar el uso de sustancias psicoactivas en el campo de la psicoterapia psicoanalítica (entre otros), simultáneamente, se rechazaba, se criticaba su empleo en contextos ceremoniales; o se intentaba sostener una actitud “comprensiva” –desde una posición de superioridad intelectual– frente a costumbres. “inocuas”, en el mejor de los casos. Un sencillo ejemplo: desde el pensamiento occidental se puede considerar que el uso de psicoactivos está en condiciones de contribuir nítidamente a una saludable apertura de la conciencia, de la vida anímica de las personas, a sus “realidades psíquicas”, y en consecuencia, a la “salud mental” y la madurez personal; todo esto –y más– basado en nuestras propias “creencias”, en nuestras propias teorías, que en cierta medida suponemos bien fundadas. Simultáneamente, desde nuestro propio punto de vista (científico, “occidental”) hemos considerado –y en alguna medida seguimos considerando– que el uso de psicoactivos por parte de pueblos originarios (aquí cabría decir lisa y llanamente “primitivos”, con toda la carga de subestimación y descalificación que el término puede connotar) es falaz, desacertado, en la medida que persigue fines que, nosotros occidentales, suponemos completamente “ilusorios”, ajenos, “contrarios a la realidad” material y psicológica que tenemos a partir de nuestra propia cosmovisión. Para dar un solo ejemplo: esto resulta evidente en un tema tan controvertido como lo es la actitud hacia la propia muerte. Dicho de un modo totalmente esquemático (pero que merece una reflexión profunda): en tanto que el uso de sustancias psicoactivas podría tener por finalidad contribuir a la “lógica aceptación” de nuestra propia finitud física, psicológica y espiritual en el contexto de prácticas psicoterapéuticas, en el contexto de prácticas ceremoniales, desde nuestro punto de vista occidental, el uso de sustancias psicoactivas parecería apuntar –por el contrario– a la “negación”, a la no admisión de la muerte personal como un hecho definitivo e irreversible, lo que es concebido entonces, como una muestra objetiva y palpable de un error al servicio de una vida basada en la ilusión, no en “la realidad”; en definitiva, en distorsiones de la vida psicológica de las personas, limitadas o carentes de las suficientes capacidades para reconocer y aceptar lo que de hecho, deberían estar en condiciones de poder reconocer y de aceptar. Dicho sea de paso, este punto de vista (haciendo uso del esquema “evolutivo” que define y caracteriza los estadios animista, religioso y científico) correspondería al llamado “punto de vista científico” en occidente, supuestamente más avanzado y “superador” de la mentalidad animista, “primitiva”.
Esto es, como mínimo, injusto… e ingenuo. Que los occidentales hagamos uso de sustancias psicoactivas para “descubrir”, para reconocer en nosotros mismos nuestras propias creencias, para reafirmar nuestras propias creencias, no tiene ninguna diferencia con el intento de pueblos originarios (y de muchísimas personas en nuestra propia civilización) por reafirmar sus propias creencias en la existencia de un “más allá”, de mundos y de submundos poblados de seres espirituales… etc. (Concretamente, ¿en qué difiere llegar a la conclusión y decir, en el contexto psicoterapéutico, “el inconsciente existe”, o bien, en el contexto chamánico, llegar a la conclusión y decir “los espíritus existen, y son el motivo de tal o cual fenómeno?”). En este caso concreto, conviene admitir que, ambas prácticas, en principio, no difieren. En ambos contextos, “sagrado” y “profano”, parecería ser que lo que pretendemos es poder llegar a vivir en un sincero y sentido acuerdo con nuestras propias creencias (lo que podemos considerar saludable para todos y para cualquiera), lo que, además de no conflictivo desde el punto de vista personal, reconcilia con la identidad y la pertenencia a la comunidad en la que nos hallamos inmersos. (Aquí, una breve reflexión: ¿no percibimos acaso la tensión en la que muchos de nosotros –no digo todos– nos encontramos tantas veces entre lo que llegamos a considerar “irreconciliables” sentimientos religiosos, espirituales, y nuestros (también) “sentimientos-pensamientos” provenientes del llamado discurso científico?).
Entiendo que en la base de todo este “malentendido”, se encuentra otro malentendido fundamental. Me parece que, en general suele denominarse “creencia” a aquellos conocimientos que se consideran “no probados”, en contraste con aquellos otros conocimientos que se suponen “probados” y que denominamos, en consecuencia, “científicos”. Probados o no probados, lo que llamamos conocimientos, todos sabemos que forman parte en primer lugar de lo que, en rigor, son “creencias”. Esto resulta muy evidente si conseguimos “tomar distancia temporal” de lo que concebimos como propio del conocimiento científico. Todos sabemos –pero a veces podemos “olvidar”– que lo que fue “conocimiento científico” hace tal o cual cantidad de años. hoy, en nuestra época, dejó de serlo. Y no tenemos motivos fundados para pensar que esto no seguirá siendo así con el correr de los años. Lo que hoy consideramos “conocimientos científicos probados”, seguramente dejarán de serlo en un futuro más o menos lejano. o cercano. Uno de los motivos, sí, que sostiene tamaña pretensión de permanencia eterna de los conocimientos llamados científicos, es nuestra propia necesidad muy humana por cierto, de vivir allende del misterio, de las incertidumbres.