Читать книгу Cinco escritos sobre el uso de Ayahuasca en Psicoterapia - Domingo Nanni - Страница 13
0.3. El uso de Ayahuasca en el contexto de la psicoterapia psicoanlítica
Оглавление“El análisis por el análisis no significa nada para mí. Yo analizo porque eso es lo que el paciente necesita. Si el paciente no necesita un análisis, entonces hago otra cosa.”
D. W. Winnicott
“No sugiero suspender voluntariamente la incredulidad para siempre; sólo sugiero suspender la incredulidad hasta haber captado lo que la otra persona tiene que ofrecer. En otras palabras: no formular objeciones hasta haber escuchado en alguna medida a la otra persona.”
H. Kohut
“Para ser sincero, hay que hablar en primera persona.”
M. Masud R. Khan
A finales de la década de los años sesenta y principios de los setenta, en mi propio tratamiento psicoterapéutico, tuve la oportunidad de experimentar el uso reiterado de drogas alucinógenas. En aquel entonces, las drogas –de gran pureza química– se importaban de los laboratorios Merck y Sandoz, en sus formas inyectable (intramuscular) y en la forma de grageas (ingesta oral).
De las experiencias de aquellos años conservé siempre un grato recuerdo. Bajo su efecto pude experimentar muy vívidamente fantasías, sentimientos, emociones, sensaciones corporales, y evocar recuerdos significativos de mi historia familiar. En mi caso personal, creo que yo no hubiese podido acceder a muchas de esas vivencias de no mediar el empleo de esas sustancias.
En algunas ocasiones me han preguntado en qué consistía la experiencia, en qué me beneficiaba. Confieso que para mí, no es fácil dar una respuesta. Pero entre los recuerdos que tengo de aquellas experiencias y que puedo relatar, hay uno que me parece puede condensar –en alguna medida– ambas respuestas.
Trabajando en una sesión bajo el efecto –en esa oportunidad– de Mescalina, mi terapeuta consideró conveniente hacer uso de la música (en las sesiones con alucinógenos se incluía regularmente en algún momento de la sesión, música grabada). Se levantó de su sillón y se dirigió hacia su escritorio, en el que se hallaba ubicado un sencillo aparato “tocadiscos”. Recostado en el diván, yo podía observarlo de espaldas. Colocó el disco e intentó –fallidamente– una y otra vez, haciendo uso del automático, iniciar la reproducción musical. He sido toda mi vida muy aficionado a la música, y conocía muy bien ese inconveniente en esa clase de aparatos; obviamente, conocía también muy bien cómo resolver de inmediato el problema. Recuerdo perfectamente lo que ocurrió en forma simultánea: en el mismo momento que observaba su accionar reiteradamente fallido, comencé a observar también cómo el techo del consultorio comenzaba a curvarse progresivamente hacia abajo, o sea a experimentar un notorio abombamiento. Sin tener conciencia de lo que pensaba y decía, en forma “automática” comencé a decir: “pero qué abombado está el techo… qué abombado está el techo”… en forma insistente. En el preciso instante que pude percibir el sentido de lo que estaba experimentando, remitió la vivencia alucinatoria.
Yo sentía un especial cariño por mi terapeuta y también lo valoraba mucho. Es evidente que por diversos motivos, yo experimentaba una gran inhibición para sentir y eventualmente expresar verbalmente esos sentimientos de desvalorización y desprecio. Pero la experiencia nos permitió poder ponerlos en evidencia, y desde ahí, relacionarlos con otras situaciones con él, y con otras personas. Mis colegas reconocerán seguramente en este sencillo episodio algo de aquello que denominamos “transferencia negativa”, de carácter hostil.
Estoy casi seguro que más de un colega pensará que el des-cubrimiento de esa clase de “ideas-sentimientos” es posible realizarlo también sin el empleo de sustancias alucinógenas. Estoy totalmente de acuerdo. Han sido también para mí mucho más reiterados esa clase de episodios –tanto en lo personal como desde el rol de psicoterapeuta con un paciente– sin el uso de un psicoactivo. De hecho, no estoy intentando con este ejemplo justificar el uso de psicoactivos en los tratamientos psicoterapéuticos en general. El ejemplo no es más que eso: una ilustración del beneficio que –a mi criterio– tuvo para una persona en ese tratamiento en particular, en ese caso específico.
Desde un punto de vista materialista-occidental, científico, el uso que puede hacerse de Ayahuasca en el contexto de la psicoterapia psicoanalítica, es análogo al uso de las drogas alucinógenas que se hacía en otros tiempos en nuestro país, es decir, al modo de “coadyuvante” de los procesos psicoterapéuticos.
Su ingesta se recomienda únicamente en aquellos casos en los que se considera que puede ser beneficiosa en el trabajo psicoterapéutico que se está realizando. Esto implica entonces por lo menos tres condiciones: la primera, que la persona se halle en tratamiento; en general, no comparto la idea de “hacer una experiencia para ver de qué se trata” (No obstante, pienso que ese motivo, aparentemente “por simple curiosidad”, encubre regularmente otro más profundo, más íntimo, no consciente, que suele ser –en última instancia– determinante). Otra, que se esté desarrollando un proceso terapéutico; desde mi punto de vista resulta contraindicado el empleo de cualquier psicoactivo sea cuando el proceso no se ha instalado, o bien, cuando el tratamiento se halla en un período de detención (impasse). Me parece importante que el uso de un psicoactivo “participe” en el proceso a modo de un “catalizador” (tomando como modelo el uso de un catalizador en una reacción química), pero que, en ningún caso, reemplace al terapeuta y su actividad. En todos los casos, la responsabilidad del proceso terapéutico recae en la persona del profesional. La tercera condición consiste en la indicación. Aunque en todos los casos carecemos de la “certeza infalible” respecto del –relativo– beneficio de nuestras indicaciones, es muy necesario que seamos sumamente cuidadosos a la hora de sugerir a un paciente la ingesta de un psicoactivo. Como mínimo, resulta sumamente “descorazonador”, sumamente frustrante para una persona abrigar esperanzas de resultados beneficiosos para su vida personal y, por el contrario, tener una experiencia vitalmente no significativa.
Respecto de las preocupaciones habituales acerca de los posibles perjuicios (iatrogenia) tanto en lo físico como en lo anímico por el empleo de Ayahuasca, mi propia experiencia personal como profesional, coincide en término generales con los comentarios que he escuchado como así también con los de la bibliografía especializada. Personalmente, no conozco ningún caso de daño orgánico ni psicológico a raíz de la ingesta ocasional o reiterada de Ayahuasca. Puedo en cambio, afirmar lo contrario. Es cierto, sí, que muchas veces la persona que ingiere Ayahuasca puede llegar a quejarse de la experiencia realizada. Es común en estos casos concluir en que “la experiencia no fue agradable”. Lo cierto es que no ingerimos Ayahuasca para pasar un momento agradable (aunque esto, desde luego, puede ocurrir); mucho menos por “diversión”. Solemos decir muy habitualmente que “Ayahuasca nos da aquello que necesitamos”; es decir, que tiene el poder de activar en nosotros aquello que necesitamos activar y que en condiciones ordinarias de consciencia, puede resultar tan difícil de activar (como en el ejemplo expuesto más arriba). De hecho, en principio, si se trata de la dificultad de “traer” algún contenido a la consciencia, es porque dicho contenido puede llegar a despertar preocupación, temor, angustia… y, en consecuencia, ha sido apartado de la consciencia y mantenido alejado de ella (defensa); desde ya, entonces, que su emergencia puede generar –o genera– alguna forma de sufrimiento emocional.
Otra razón común por la cual la ingesta de Ayahuasca puede dar lugar a una experiencia en principio no agradable, es debido a que puede producir vómitos y diarrea, en un estado de franca descompostura gastrointestinal, que suele acompañarse de mareos y sensaciones corporales de asco y náuseas. Llamativamente, toda esta serie de efectos orgánicos, pueden variar de una ingesta a otra, en una misma persona, con idéntico preparado de Ayahuasca, en igual dosis cada vez… lo que pone de manifiesto que esos efectos dependen fundamentalmente del estado psicológico de la persona de que se trata. Indudablemente que no existe una relación de “causa-efecto” motivada simplemente por factores químicos exclusivamente.
El uso de psicoactivos en un proceso psicoterapéutico parece estar motivado por lo que suele denominarse “estado modificado de consciencia”. Es un estado psicológico que aunque descrito por diversos autores de muy diversas formas, entiendo que resulta muy difícil lograr una caracterización precisa. En general se lo suele describir a partir de una de sus potencialidades más notables, la “ampliación del campo de la consciencia”. Resulta evidente esta característica de hacer posible una captación sensible y nítida de estados emocionales, afectos, sensaciones corporales, evocación de recuerdos… Pero es indudable que con esta caracterización no basta, no resulta suficiente. Algunos autores han intentado definir como su aptitud más importante el hecho de habilitar “un diálogo interior con uno mismo”. Esta es, sin lugar a dudas, otra potencialidad notoria de la mayor importancia. A mi criterio, como mínimo, conviene tener en cuenta la acción presente e incrementada, de aquello que solemos denominar “yo observador”. Dicho de un modo muy sencillo y esquemáticamente: creo que lo que llamamos estado modificado de consciencia, se corresponde con la actividad conjunta de un incremento muy significativo de sensaciones corporales, estados anímicos en general… como así también por la activación de contenidos psicológicos tanto del presente como del pasado, que quedan expuestos a la captación reflexiva del yo observador. Pero no solo eso. Resulta evidente también la activación de formas de funcionamiento de diversos niveles del psiquismo allende la consciencia. Este hecho resulta observable si tenemos en cuenta los muy obvios estados regresivos tan comunes en esta clase de experiencias. (Una simple aclaración sobre este punto. Es habitual que cuando se piensa en “estados regresivos”, se piense en estados psíquicos “inferiores”, de menor importancia que los de la consciencia, estado psicológico este último que se supone “más elevado”. Por ejemplo: es habitual que cuando nos referimos a estados regresivos, pensemos entonces en el comportamiento de los niños, o sea, en comportamientos “infantiles”, con la connotación muy común de algo “sub-estimable”. Mi punto de vista no solo no es este, sino que en cierto modo, ocupa el lugar de las antípodas. Hay fenómenos regresivos que posibilitan experiencias de gran riqueza psicológica, de enorme importancia teniendo en cuenta el punto de vista de la terapia y los objetivos deseables de la clínica psicoanalítica; por ejemplo, resultados de integración y de integración de psique y cuerpo). Este fenómeno entonces –la regresión– a mi entender, posibilita clínicamente hablando, un muy importante enriquecimiento vivencial, dando lugar así a uno de los mayores beneficios que tiene lugar en el trabajo psicoterapéutico. Este tema en particular merece un trato profundo y extenso, tal que excede los límites de este escrito.
Para concluir quiero expresar mi convicción personal y profesional acerca de la enorme importancia de “Ayahuasca como instrumento de sanación”, al decir de nuestros “hermanos” originarios de pueblos latinoamericanos. Ellos, así lo sienten y así lo piensan. Mi punto de vista –muy discutible– es que nosotros, los que hemos nacido y durante años nos hemos nutrido en el contexto del pensamiento materialista-occidental, con el respeto profundo que enraíza en la experiencia, en el reconocimiento y la valoración de su potencialidad psicoactiva, tenemos el derecho de hacer el intento por lograr una posible y enriquecedora integración de prácticas, al incluirla en nuestra actividad psicoterapéutica, en mi caso, de fundamentación psicoanalítica.
Este hecho crea en muchos de nosotros un problema de conciencia. Ayahuasca no es esencialmente una “droga alucinógena”, aunque desde la psicofarmacología convencional pueda ser así calificada a partir de uno de sus varios efectos. Tuvo su origen y se desarrolló en la selva amazónica, de la mano de los habitantes de esa región tan importante del planeta –por distintos motivos– quienes la han empleado durante milenios hasta nuestros días como una de las expresiones más sagradas de su cosmovisión espiritual. Su descontextualización no es inocua. Esto, por supuesto, puede ser discutido, cuestionado. Es muy comprensible que desde el punto de vista de la psicofarmacología convencional se pueda pensar que “es lo mismo”, que sus efectos son los mismos, si la ingesta de una sustancia por parte de una persona tiene lugar en una maloca en medio de la selva amazónica, en el contexto de una Ceremonia a cargo de un curador (Sanador, “jampicuj”, taita, chaman). que en el medio de una ciudad, en la habitación de un departamento, en el contexto de un tratamiento psicoterapéutico, en presencia de un psicoterapeuta. Durante muchos años esa forma de pensar (“es lo mismo”) formó parte de mis creencias. Y no se trata solamente de tener en cuenta los factores subjetivos, en contraposición a los “materiales”, objetivos. Desde hace ya mucho tiempo que hemos aprendido que el cosmos no está formado solamente por aquello que podemos ver, oler o tocar. ni siquiera contando con los muy sofisticados instrumentos de nuestra era actual que han logrado ampliar el horizonte de nuestros conocimientos hasta límites insospechados de lo grande como de lo pequeño, de lo simple como de lo complejo. Todo esto merece y exige la reflexión profunda y el estudio cuidadoso por parte de todo aquel que se interese en la experiencia y en el tema del uso de Ayahuasca.