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Introducción

Las líneas que siguen se dirigen específicamente a aquellos católicos que, más o menos directamente, se ocupan de ciencias experimentales, formales (lógica, matemática, informática…) o aplicadas (ingeniería, ciencias biomédicas…). Existen ya numerosas publicaciones que tratan acerca de los problemas de las relaciones entre la ciencia y la fe, destinados al gran público o a los teólogos. Sin embargo, hay muchos menos escritos que se dirijan directamente a los católicos que trabajan en laboratorios científicos o que enseñan ciencias en las universidades, en las grandes escuelas o en la enseñanza secundaria. Este público se enfrenta a problemas peculiares, importantes, que es necesario traer a la luz y para los cuales es necesario pergeñar al menos un esbozo de solución. Hay, naturalmente, problemas comunes a toda vida activa: por ejemplo, cómo mantener una vida de oración en medio del vértigo de la actividad profesional desbordante y en un mundo que no tiene relación con la Iglesia o con una fe religiosa. Pero hay también problemas más específicos ligados a la manera de gestionar orientaciones de investigación que sean compatibles con la enseñanza moral de la Iglesia, o con el modo de testimoniar y de ser coherentes con la propia fe en ambientes que relegan a la esfera puramente privada toda cuestión religiosa. Y están también todas las dificultades intelectuales que pueden surgir cuando se trata de establecer la articulación entre la visión teológica acerca del hombre o la naturaleza y la que nos proporcionan los científicos, algunas veces sutilmente mezclada con presupuestos filosóficos que se revelan incompatibles con una teología de la creación o con una antropología cristiana.

Las páginas que siguen se dirigen a un público que toma las ciencias naturales en serio. No se trata aquí de hacer la menor concesión a posiciones que pretenden deformar o aprovechar las ciencias por razones religiosas. Una verdad científica, adquirida honesta y seriamente, no puede sino ser aceptada humildemente. Nos ubicamos, pues, en una oposición neta a cualquier veleidad de tipo «creacionista» o «neoconcordista». Pero nuestra intención es, además, tener totalmente en cuenta la enseñanza de la Iglesia y el contenido de la fe católica. Y es precisamente a quienes se esfuerzan por tomar en serio la ciencia y la fe católica a quienes se dirige este libro, basándose con optimismo en el principio según el cual no puede haber verdadera disensión entre la fe y la razón. No se hallará pues, en estas páginas, un regreso a una «ciencia católica» (que ni existe ni puede existir), ni la voluntad de transformar la ciencia en una espiritualidad, ni tampoco un intento de mostrar que la ciencia de hoy está más cerca de lo espiritual que la de ayer (pues no lo está). La ciencia es la que es, tanto para un católico como para un no católico. Sin embargo, en cuanto a las preguntas acerca del sentido y de los valores que plantean las actividades y los contenidos científicos (y que las ciencias, en cuanto tales, no pueden resolver), el católico no podrá evitar hacer intervenir las luces de la revelación y las enseñanzas del Magisterio sobre la creación y sobre el hombre que busca la pertinencia universal de tales cuestiones y las pone de manifiesto. Si bien es cierto que no hay una biología católica, pongamos por caso, no es menos cierto que el católico no podrá permanecer indiferente, en nombre de la antropología cristiana, a la cuestión de la manipulación de embriones humanos que tuviera lugar en su laboratorio. Si bien es claro que no hay una neurofisiología cristiana, no se sigue de ahí que el católico no pueda contestar la pertinencia de una filosofía que buscaría reducir totalmente la conciencia moral a simples cuestiones de neuronas y de química… Este libro desearía ayudar a los católicos que, respetando los diferentes niveles de discurso y de actividades, desean respetar también plenamente su vida espiritual y el contenido de su fe en el contexto de sus investigaciones o de sus enseñanzas científicas1.

Pero, ¿se puede ser científico y creyente, ejercer las ciencias y creer, como creyente? La historia pasada y reciente ofrece numerosos ejemplos que nos permiten responder afirmativamente. Baste pensar en Copérnico, Gregor Mendel, Pierre Teilhard de Chardin, el Abate Breuil o Georges Lemaître o, más cercanos a nosotros todavía, Jérôme Lejeune, Enrico Medi o Xavier Le Pichon y podremos darnos cuenta de que, en efecto, la ciencia, lejos de ser un obstáculo para una vida de fe profunda, puede revelarse como un estímulo poderoso. Sin embargo, estos ejemplos vivientes muestran que el lazo entre la ciencia y la fe no siempre es fácil de mantener y de vivir en la vida cotidiana.

La cuestión que nos va a ocupar a lo largo de estas páginas es saber cómo vivir concretamente y cómo practicar efectivamente la ciencia siendo creyentes. Para ser más directos, el problema que desearíamos plantear es saber si existe una manera específica de vivir y de mantener de manera precisa una vida de fe intensa en los laboratorios, en los centros de investigación públicos o privados, o en la enseñanza superior, universitaria o no. Al mismo tiempo, nos gustaría abordar las dificultades particulares que pueden surgir en esos ambientes por el hecho mismo de un compromiso vivo y profundo de fe.

Elaboraremos nuestra reflexión siguiendo cuatro ejes principales. En primer lugar, afrontaremos el tema del estudio. Practicar concretamente las ciencias significa entrar en una perspectiva de estudio. Pero el creyente que trata de decir y decirse su fe de una manera inteligible, tiene que afrontar una profundización, un estudio de la Palabra de Dios y de la doctrina. Cuando el creyente quiere pensar realmente un diálogo entre los estudios científicos y los que tratan de dar razón de la fe surgen ciertas dificultades. Tendremos que abordar aquí una de las facetas del célebre problema de las relaciones entre las ciencias y la teología, proponiendo un acercamiento a ellas que quiere ser respetuoso tanto con los contenidos científicos como con los de la doctrina católica. En efecto, veremos que el tipo de relación «ciencia-fe» depende estrechamente del contenido de la teología de la creación. A partir de ahí, es importante ser prudente, pues elegir un modelo específico de relación entre ciencias y fe puede revelarse completamente incoherente con las exigencias de tal teología. Esperamos poder mostrar, por ejemplo, por qué los tipos de relación «ciencia-fe» llamados «concordismo» o «discordismo» no son satisfactorios desde el punto de vista de una teología católica de la creación. Vivir la ciencia como creyente es, por tanto, integrar progresivamente un tipo de relación «ciencia-fe» determinada. Esto explica por qué nos dedicaremos a este tipo de problema en las páginas que siguen.

El segundo eje de reflexión que nos guiará es el de la vida en la comunidad científica. La ciencia es también, de forma concreta, una cuestión de relaciones entre personas y un fenómeno social. Al crear comunidades, la ciencia es un factor real de unidad entre los hombres que no deja de interpelar al creyente. Creando un lenguaje y unas estructuras que permiten el acercamiento, por encima de las divisiones, de personas de todas las lenguas, religiones y nacionalidades, la ciencia edifica un mundo que posee un profundo valor teológico. Por su parte, la fe del científico puede ser un factor real de humanización y de constante atención al respeto por lo humano en su ambiente. Naturalmente, nos las tendremos que ver con la dificultad, señalada con frecuencia, de que una fe particular podría ser un factor de división o de diferencia entre los hombres. Diremos por qué no es así y cómo una fe profundamente vivida puede ser el fermento de una unidad sólida entre las personas y en particular entre quienes practican la ciencia.

El tercer eje que sirve de orientación a nuestra reflexión es el de la vida de oración. Trataremos de mostrar que, para el creyente, la ciencia puede convertirse progresivamente en un lugar de auténtica alabanza, de asombro y de acción de gracias. Al contrario, lejos de ser un obstáculo para la fe y gracias a las maravillas que descubre la ciencia, puede convertirse en un trampolín espiritual. La fe y la vida de oración pueden contribuir, por su parte, a sostener el esfuerzo y el entusiasmo necesario en toda investigación, con un sano optimismo nacido de la confianza en la inteligibilidad profunda de un mundo empapado del Logos divino. La fe es también el lugar de la ofrenda por la que el mundo construido y descubierto por los científicos regresa al Creador, como en una «Misa en el Mundo». En este contexto, no podremos olvidar las dificultades que el científico, como todo creyente, halla en una vida activa, en la que la atención concentrada en lo inmanente puede hacer olvidar pronto la trascendencia. ¿Cómo conservar una atmósfera de oración y la atención a Dios en la vida de investigador o de profesor? ¿Cómo rezar cuando se pasa más tiempo en el laboratorio que en el oratorio? Estas cuestiones no son simples, pero son cruciales en la vida de los creyentes implicados en actividades científicas.

Terminaremos siguiendo el eje del testimonio. El punto central aquí será afrontar la manera en que un científico puede, en su medio de trabajo, dar testimonio de su fe y dar razón de ella cuando se le pregunte. La cuestión es espinosa, pues, por definición, el ambiente científico se coloca a priori y metodológicamente fuera de toda alusión a cualquier proclamación de fe. Pero esta no pasa necesariamente por la mediación de una palabra o de una argumentación. Puede realizarse a través de una simple presencia, de una simple actitud de apertura o de atención al otro en sus gozos y en sus tristezas. No evitaremos tampoco las dificultades que pueden encontrarse los científicos creyentes cuando se ven ante las críticas de sus colegas o estudiantes acerca de la Iglesia y su doctrina. Esta situación se vuelve particularmente dolorosa en ciertos ambientes médicos, por ejemplo, donde las prácticas y las discusiones rechazan explícitamente las enseñanzas del Magisterio, con las mejores intenciones del mundo.

El creyente tiene que dar razón de su fe, de su pertenencia a la Iglesia y a sus enseñanzas, sin entrar en polémicas estériles y sin utilizar pseudoargumentos inevitablemente defectuosos, que lo desacreditarían. ¿Pero es esto pensable, realizable? Es lo que tendremos que analizar a continuación.

Este pequeño libro se debe a la experiencia sobre el terreno de sus autores, investigadores y profesores en instituciones científicas. Al seleccionar algunas dificultades con las que ellos mismos se han ido encontrando y proponer, modestamente, algunas soluciones, no pretenden sino ayudar a aquellos creyentes que se hallan inmersos en la investigación o la docencia de las ciencias, con el mayor respeto hacia quienes no comparten con ellos el gozo de creer.

Científico y creyente

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