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PREFACIO
ОглавлениеTrate a las personas como desean ser y les ayuda a convertirse en lo que son capaces de ser
JOHANN WOLFGANG VON GOETHE
Cuando pensé por primera vez en escribir un libro acerca de la dignidad, pensé que podría resaltar el rol que ésta tiene en asuntos internacionales. Como especialista en la resolución de conflictos, he trabajado como tercera parte, facilitando diálogos en algunos de los conflictos más inamovibles del mundo: Israel-Palestina, Sri Lanka, Colombia, Estados Unidos-Cuba, Irlanda del Norte, y otros. Una experiencia, ocurrida temprano en mi carrera, colocó a la dignidad en lo más alto de mi consciencia. Ocurrió en 1993, cuando pasé el verano en Camboya.
La Autoridad Transicional de las Naciones Unidas en Camboya se había establecido para ayudar a desarrollar la infraestructura social, política y legal del país luego del genocidio que había asolado al pueblo Khmer. Estaba involucrada con un proyecto desarrollado por Shulamuth Koenig, presidenta fundadora del Movimiento Popular para el Aprendizaje en Derechos Humanos, diseñado para informar a mujeres Khmer de sus derechos humanos básicos bajo la nueva Constitución camboyana.
Aprendí mucho acerca de la dignidad durante mi tiempo allí, pero tal vez aún más acerca de la humillación. Algunas de las historias que oí, contadas por mujeres, sobre sus experiencias bajo el régimen de Pol Pot me rompieron el corazón. Me encantaba ayudarles a conocer sus derechos humanos; se aprendieron de arriba a abajo la Declaración Universal de los Derechos Humanos proclamada por las Naciones Unidas en 1948, y la Convención para la Eliminación de la Discriminación Contra las Mujeres (CEDAW por sus siglas en inglés). Dedicamos mucho tiempo a conversar acerca del preámbulo de la Declaración Universal, que comienza con estas palabras: “Considerando que la libertad, la justicia y la paz en el mundo tienen por base el reconocimiento de la dignidad intrínseca y de los derechos iguales e inalienables de todos los miembros de la familia humana…”
Recuerdo haberme preguntado: ¿Cómo sería si nuestra dignidad inherente fuese reconocida diariamente? ¿Cumpliría, o más, con los principios enunciados en la CEDAW y en la Declaración Universal? ¿Y qué sucede con cómo nos tratamos los unos a los otros en nuestras interacciones de cada día?
Oír las dolorosas historias de las mujeres Khmer, y ver su júbilo cuando conocieron sus derechos bajo la nueva Constitución camboyana, dejaron una impresión imborrable en mí. Sentí el poder que está detrás de escuchar profundamente, y los poderosos efectos de ver, oír y aceptar a los demás por lo que han sufrido. Me di cuenta de que brindar cuidado y atención a quienes han sufrido atrocidades innombrables les ayudaba a recuperar el sentido de su propio valor. Ofrecer cuidado y atención está, pienso ahora, en el corazón de lo que significa tratar a otros con dignidad. Vi que si la humillación nos destroza, la dignidad nos puede reconstruir. La dignidad se volvió el lente a través del cual el mundo adquirió sentido para mi a partir de ese momento.
No debe sorprendernos, entonces, que llegué a comprender las experiencias traumáticas y emocionales de la guerra como ataques contra la dignidad de las personas. Pero lo que pronto descubrí es que las indignidades que las personas han sufrido no son las que enuncia la Declaración Universal ni otras convenciones de la ONU. Otras formas de violar la dignidad no se mencionan en esos profundos documentos. ¿Qué pasa con las maneras sicológicas en las que las personas experimentan heridas a su dignidad? ¿Qué pasa con ser excluido, incomprendido, tratado injustamente, menospreciado o considerado inferior sobre la base de algún aspecto de la identidad de uno acerca del cual uno no puede hacer nada?
Después de mi trabajo en Camboya, regresé a la Universidad de Harvard como Subdirectora del Programa para el Análisis y la Resolución de Conflictos Internacionales en el Centro Weatherhead de Asuntos Internacionales. Ahí, mientras continuaba con la estructuración de diálogos entre partes en guerra, los temas de la dignidad y la indignidad y humillación permanecían vivos en mi mente. Nunca dejó de asombrarme el hecho de que, aunque las personas que participaban en nuestros diálogos eran altamente inteligentes, eran finalmente incapaces de encontrar el camino a ponerles fin a las amargas confrontaciones que estaban devastando sus comunidades. Había algo más que les impedía resolver sus diferencias y dejarlas en el pasado.
Como sicóloga, yo gravitaba naturalmente hacia las conversaciones no verbales que estaban teniendo lugar en la mesa de negociación –o tal vez, bajo la mesa. Siempre se daba una corriente subterránea paralela a la conversación sobre los temas políticos, una fuerza tan poderosa que podía descarrilar la resolución productiva de problemas en cuestión de segundos. Contracorrientes emocionales hacían estragos en las personas y en los procesos de diálogo. Eventualmente concluí que la fuerza detrás de estas reacciones era el resultado de insultos fundamentales a la dignidad.
Sospecho que las indignidades no nombradas ni expresadas eran los eslabones que faltaban para que pudiésemos comprender qué es lo que mantiene vivos a los conflictos. Las personas encuentran difícil dejar ir el hecho de haber sido maltratadas. Y si las indignidades no son directamente nombradas, aceptadas y compensadas —lo cual raramente ocurre en una mesa de negociación— adquieren una energía invisible propia y se presentan como obstáculos a una acuerdo justo y equitativo. La gente necesita que se reconozca lo que han padecido. Y con lo comunes que son, las violaciones a la dignidad no han sido reconocidas adecuadamente como fuentes de sufrimiento humano.
Aunque comencé a escribir este libro pensando en mi comunidad de la resolución de conflictos, pronto se me hizo evidente que podría ser una guía útil para otros en el mudo de los negocios, las organizaciones, las escuelas y las familias –para cualquiera que esté interesado en mejorar la calidad de su vida y de sus relaciones.
Al investigar lo que se ha escrito sobre el tema de la dignidad y del rol que le corresponde en el deterioro de las relaciones, me encontré con que hay sorprendentemente poca información nueva. Algunos estudiosos han escrito exhaustivamente sobre el rol de la humillación en el contexto del conflicto internacional, y otros han conectado incorrectamente a la dignidad con el respeto, pero en ningún lado pude encontrar un análisis extenso del tema de la dignidad escrito para el lector general.
Mi tarea se vio dificultada aún más por la ausencia de una fuerte base teórica en la literatura desde la cual pudiera emprender mis investigaciones. Dado que no encontraba una base teórica, tuve que construir la mía propia. Una variedad de disciplinas contribuyó al desarrollo de lo que denomino el modelo de la dignidad, un enfoque a la comprensión del rol primario que tiene la dignidad en nuestras vidas individuales y en nuestras relaciones. Tomé ideas y percepciones de la sicología evolucionaria, el trabajo de William James, Immanuel Kant y otros filósofos, la neurociencia social, la sicología, la literatura sobre el trauma y la recuperación, y el campo de la resolución de conflictos. El resultado es una manera de comprender y de explicar por qué sentimos que la dignidad es tan importante para nosotros y por qué reaccionamos tan fuertemente cuando es violada.
He diseñado este libro para reflejar las tres partes esenciales del modelo de la dignidad. La primera parte del libro introduce los elementos esenciales de la dignidad: diez maneras de honrar la dignidad en nosotros mismos y en otros. Estos elementos son los bloques constitutivos de relaciones sanas y constructivas. Esta sección consta de diez capítulos, cada uno de los cuales ilustra uno de los elementos y cómo ponerlo en práctica.
La segunda parte del libro introduce las diez tentaciones: trampas que nos han puesto ciertos aspectos de nuestro legado evolutivo que nos colocan en riesgo de violar nuestra propia dignidad y la de otros. Los diez capítulos en esta sección se refieren a cada una de las tentaciones separadamente, explican la naturaleza de cada una y cómo manejarlas con efectividad.
La tercera parte ilustra cómo usar el poder de la dignidad para reconstruir relaciones que se han roto y cómo promover la reconciliación. Cuenta la notable historia de cómo dos hombres de un lado y del otro del conflicto en Irlanda del Norte se reconciliaron después de que uno casi mata al otro. Ofrece una alternativa al perdón para promover la reconciliación, que permite que las partes de ambos lados reparen su relación a través de brindarse, mutuamente, dignidad.
Aunque requiere esfuerzos aprender acerca de la dignidad y de cómo convertirla en un modo de vida, no puede haber mejor retorno sobre una inversión. He presentado el modelo a un suficiente número de personas en el mundo político internacional y en las comunidades de negocios, de la educación y religiosas como para saber que a todos nos preocupa ser tratados bien; cuando nos maltratan, sufrimos. Aprender a estar en relaciones en las cuales ambas personas sienten que se las ve, escucha, comprende, incluye y concede el beneficio de la duda puede volver fuerte una relación débil y hacer que una que funciona bien funcione aún mejor.
Es difícil de articular la sensación de bienestar que una persona deriva de comprender el poder de la dignidad y de poner en práctica esa comprensión – se tiene que experimentar. Los beneficios de saber cómo brindar dignidad a otros y cómo mantener nuestra propia dignidad no son fáciles de computar. Conocemos su valor total cuando vemos nuestra propia dignidad reflejada en los ojos de los demás.