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AGRADECIMIENTOS

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Escribir este libro demandó más de lo que yo era capaz por mí misma. Innumerables personas han tenido algo que ver en ello, generosamente brindándome percepciones, aliento y apoyo y, tal vez lo más valioso, compartiendo mi fe en el poder de la dignidad.

Tengo deudas de gratitud con las escritoras profesionales que me han ayudado en el camino – Rebecca Edelson, Patti Marxsen, Lisa Tener y Martha Murphy. También agradezco a amigos y colegas que han leído y releído múltiples versiones del libro. Sousan Abadian, José María Argueta, Susan Muzio Blake, Steven Bloomfield, Brian Butler, Carolyn Lazar Butler, Lisa Chambers, Amanda Curtin, Richard Curtin, Rebecca Dale, Wendy Denn, Paula Gutlove, Susan Hackley, Maria Hadjipavlou, Linda Hartling, Evelin Lindner, Rhoda Mergesson, Susan Colin Marks, Leonel Narvaez, Dave Nicoll, Win O’Toole, Tim Phillips, Jeff Seul y William Weisberg. De no haber sido por mis dos pasantes, Alesandra Molina y Catherine Smail, no estoy segura de que la idea del libro hubiese despegado. También tengo una enorme deuda de gratitud con Adam Levy por su asistencia en las investigaciones.

Sería imposible agradecer adecuadamente a mi agente, Colleen Mohyde, por todo lo que ha hecho. Durante casi tres años, ha permanecido a mi lado, con frecuencia sosteniéndome cuando el peso del proyecto parecía demasiado grande. Nunca puso en evidencia la menor duda, ni de mí, ni del libro. Sharon Hogan, mi editora independiente, también merece mi profundo agradecimiento. Con sus abundantes habilidades de escritora y su sensibilidad al tema, me ayudó a convertir el manuscrito en algo de lo cual estoy inequívocamente orgullosa. Brindo un especial agradecimiento a Jean Thomson Black y a Mary Pasti, mis editoras en Yale University Press, cuyas contribuciones mientras preparaba el manuscrito final fueron invalorables.

Permítaseme también brindar un especial agradecimiento a Herbert Kelman, no solo por su apoyo a mi trabajo en el libro sino por haber hecho posible que me convierta en la profesional en resolución de conflictos que soy. Su sabiduría, guía e indeclinable dedicación a encontrar caminos a la paz me han inspirado desde el inicio de mi carrera y siguen haciéndolo hasta el momento actual. También estoy agradecida con el Arzobispo Emérito Desmond Tutu por su generoso apoyo a mi trabajo. Durante mucho tiempo, él comprendió lo que yo quería hacer, no solo porque cree en el poder de la dignidad, sino porque para él, la dignidad es un modo de vida. Estaré siempre agradecida con su colega Dan Vaughn. A Shulamuth Koenig, con su pasión por la dignidad, le estaré siempre agradecida por haberme iniciado en el camino. Agradezco a mi familia —mi madre Wanda Hicks, mis hermanas, Linda Hicks, Debi Cascio, Brenda Browdy y Sherri Barbour— por su amor y aliento. Y le agradezco infinitamente a mi esposo, Rick Castino, quien ha leído y comentado cada palabra que he escrito acerca de la dignidad, ha dejado todo, más de una vez, para ayudarme a superar dificultades, y me ha proporcionado la seguridad económica, emocional y espiritual que me ha permitido realizar el deseo de toda una vida, y de haberlo hecho en favor de la dignidad.

La dignidad

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