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Vida de Dositeo79
Оглавление1. Abba Doroteo, hombre verdaderamente bienaventurado, abrazó la soledad con Dios, se retiró al cenobio del abad Séridos. Encontró allí varios grandes ascetas que vivían como hesicastas, entre los cuales descollaban dos ancianos: el muy santo Barsanufio y su discípulo, en verdad compañero de esfuerzos, el abad Juan, llamado el Profeta por el don de discernimiento que había recibido de Dios. Doroteo se entregó a ellos con total confianza: se comunicaba con el Gran Anciano por medio del Abad Séridos, y fue encontrado digno de asistir al abad Juan el Profeta. Los santos Ancianos decidieron que construyera allí una enfermería, y que él mismo cuidara de ella, pues, en efecto, los hermanos sufrían mucho cuando enfermaban porque no había quien los atendiese. Con la ayuda de Dios construyó la enfermería, con la cooperación económica de su propio hermano según la carne, que era un varón amante de Cristo y amigo de los monjes. El mismo abad Doroteo, como ya dije, con otros hermanos temerosos de Dios, curaba a los enfermos y tenía la responsabilidad de la casa.
2. Un día, el higúmeno, Abad Séridos, lo mandó llamar. Fue, y encontró junto a él a un joven, con uniforme militar, delicado y de aspecto agradable, que acababa de llegar al monasterio con algunos amigos del abad80, que eran soldados del Duque. Cuando se presentó el Abad Doroteo, el abad lo llamó aparte y le dijo: “Estos hombres han traído al joven, diciendo que quiere quedarse en el monasterio. Pero yo temo que pertenezca a uno de los grandes señores, y esté huyendo de él a causa de algún robo, y nosotros nos encontremos luego en dificultades. No tiene el aspecto ni la actitud de quien desea hacerse monje”.
3. Era paje de un general y había vivido con mucha delicadeza, -los pajes de esta gente son siempre muy delicados- y no había oído nada acerca de Dios. Pero algunos soldados del general le hablaron sobre la Ciudad Santa y tuvo deseos de verla. Pidió al general que lo enviase a visitar los Santos Lugares, y Éste, que no quería entristecerlo, encontró a un amigo que iba para allí y le dijo: “Por favor, toma contigo a este joven para que recorra los Santos Lugares”. El que había recibido al muchacho del general, lo trató con consideración y atención y lo hizo comer con él y con su esposa. Cuando hubieron llegado a la ciudad y venerado los lugares santos, fueron a Getsemaní. Había allí una representación de los castigos (del infierno). Estaba el joven mirando con atención y sorpresa, cuando vió junto a sí una mujer de aspecto venerable, vestida de púrpura, que le daba explicaciones sobre cada uno de los condenados y le instruía sobre otros puntos. El muchacho escuchaba admirado, casi sin respirar, pues, como ya dije, no había oído hablar a Dios ni decir que hubiera un juicio. Le preguntó: “Señora, ¿qué debo hacer para evitar estos castigos?”. Ella le respondió: “Ayuna, no comas carne y reza continuamente y de esa manera escaparás de los castigos”. Después que le hubo dado estos tres preceptos, se volvió invisible. El muchacho quedó lleno de compunción y guardó los mandamientos que habla recibido. El amigo del general, al verlo ayunar y abstenerse de carne, se preocupó por el general, pues sabía que éste le apreciaba mucho. Por su parte, los soldados que lo acompañaban, viéndolo comportarse así, le decían: “Hijo, esto que haces no conviene a uno que desea permanecer en el mundo. Si quieres practicarlo, vete a un monasterio y salva tu alma”81. Pero él no sabía nada acerca de Dios ni qué era un monasterio, solamente observaba lo que le había dicho la Señora. Les contestó: “Llévenme adonde ustedes saben, porque yo no sé adonde ir”. Algunos de ellos eran amigos del Abad Séridos y se dirigieron a su monasterio, acompañados por el muchacho.
4. Como el abad había deputado al bienaventurado Doroteo para que hablara con él, lo examinó cuidadosamente; el joven no decía más que: “Quiero salvarme”. Volvió, pues, y dijo al abad. “Si quieres recibirlo, no temas. No hay nada malo en él. El abad le dijo: “Hazme la caridad de tomarlo contigo, para que se salve, porque no quiero que esté junto con los hermanos”. Doroteo se excusó largamente y dijo: “Recibir esta carga supera mi condición: no es a mi medida”. El abad replicó: “Yo llevo, tu carga y la de él, no te aflijas”. Entonces dijo Doroteo: “Puesto que lo quieres tanto, consulta al Anciano”. Y le respondió: “Está bien, le hablaré”. Fue a decirlo al Gran Anciano y éste manifestó la revelación siguiente acerca de Doroteo: “Acéptalo, por ti lo salvará el Señor”. Lo recibió entonces con alegría y lo tuvo consigo en la enfermería. Su nombre era Dositeo.
5. Cuando fue la hora de comer, le dijo Doroteo: “Come hasta saciarte, tan sólo dime lo que comes”. Vino luego y le dijo: “Comí un pan y medio”. El pan era de cuatro libras82. Doroteo le preguntó: “¿Estás bien, Dositeo?”. “Sí, señor” -respondió- “estoy bien”.
- “¿No tienes hambre?”.
- “No maestro, no tengo hambre”.
- “Entonces -continuó Doroteo- comerás un solo pan y la cuarta parte del otro. Partirás el otro cuarto en dos partes, comerás una y dejarás la otra”.
Así lo hizo. Después le preguntó Doroteo: “¿Tienes hambre, Dositeo?”. “Si, señor, un poco”, le respondió.
Unos días más tarde, Doroteo lo interrogó nuevamente: “¿Como te va, Dositeo? ¿Sigues con hambre?”.
- “No, señor, gracias a tus oraciones estoy bien”.
- “Deja la otra mitad del cuarto de pan”.
Así lo hizo. Pocos días después le preguntó nuevamente. “¿Cómo estás? ¿No tienes hambre?”.
- “Me va bien señor”.
- “Parte en dos el otro cuarto, come la mitad y deja la otra mitad”.
Lo hizo así. De esta manera, con la ayuda de Dios fue descendiendo de seis libras a ocho onzas83, porque hay costumbre también en la comida.
6. El joven era muy suave y gentil en todo lo que hacía. Servía a los enfermos en la enfermería, y estaban satisfechos con su servicio, pues todo lo hacía pulcramente. Si se impacientaba con uno de los enfermos y le decía alguna palabra fuerte, dejaba todo y se iba llorando al depósito. Cuando los otros que atendían la enfermería entraban para consolarlo y no lo conseguían, decían al Abad Doroteo: “Señor, ten la caridad de ver qué tiene este hermano, porque está llorando y no sabemos por qué”. Entraba y lo encontraba sentado por tierra, llorando. Le preguntaba: “¿Qué pasa, Dositeo? ¿Por qué lloras?”. Respondía: “Perdóname, señor, pero me enojé y hablé mal a mi hermano”. Y le decía: “Ah, Dositeo! ¿Así que te enojas, y no te avergüenzas de airarte y hablar mal a tu hermano? ¿No sabes que él es Cristo y que obrando así, entristeces a Cristo?”. El muchacho bajaba los ojos llorando, sin decir palabra. Cuando veía Doroteo que ya había llorado bastante, le decía: “Dios te perdone. Levántate, comencemos de nuevo a partir de ahora. Estemos atentos y Dios nos ayudará”. Apenas oía esto, se levantaba y corría alegremente a su trabajo, creyendo verdaderamente que había recibido el perdón de Dios.
Los de la enfermería que conocían su costumbre, cuando lo veían llorar se preguntaban: “¿Qué tiene Dositeo? ¿En qué habrá faltado?”. Y avisaban al bienaventurado Doroteo: “Señor, ve al depósito, porque hay trabajo para ti”. Al entrar, y ver al joven sentado en el suelo y llorando, comprendía que había pronunciado alguna palabra inconveniente, y le decía: “¿Que hay, Dositeo? ¿Has entristecido a Cristo otra vez? ¿Te has enojado nuevamente y no te avergüenzas? ¿No vas a corregirte nunca?”. El muchacho seguía llorando abundantemente. Cuando veía que estaba saciado de llorar, le decía: “Levántate, Dios te perdone. Comencemos otra vez desde el principio, pero corrígete al fin”. Y enseguida dejaba la tristeza, con fe e iba a su trabajo.
7. Dositeo preparaba muy bien la cama para los enfermos. Estaba libre de prejuicios y revelaba sus pensamientos, de manera que, a menudo, cuando pasaba el bienaventurado Doroteo mientras él hacía las camas con atención, le decía: “Señor, señor, mi pensamiento me dice: Haces bien la cama”84. Doroteo le respondía: “¡Ah sí, señor! Eres entonces un buen servidor, un buen trabajador, pero ¿eres buen monje?”. Tampoco le permitia apegarse a ningún objeto. Recibía todo con alegría y confianza, y obedecía en todo con buen ánimo. Cuando necesitaba ropa, Doroteo se la daba, y Dositeo apartándose, la arreglaba con cuidado. Cuando había terminado, le decía Doroteo: “Dositeo, ¿has reparado el vestido?”. “Sí, señor” -respondía- “y lo he arreglado bien”. “Dáselo entonces a tal hermano o a tal enfermo”. Iba y lo daba con gusto. Recibía después otro y, de la misma manera, cuando lo había remendado con esmero, le decía: “Dáselo a tal hermano”. Y lo entregaba enseguida, sin entristecerse en absoluto ni decir: “Después del esfuerzo de arreglarlo, me lo quita y se le da a otro”, sino que se esforzaba por poner en práctica todo lo que oía de bueno.
8. En otra oportunidad, un comisionista trajo un cuchillo muy hermoso, de buena factura. Lo tomó Dositeo y se lo llevó al Abad Doroteo, diciendo: “Un hermano ha traído este cuchillo, y lo he tomado, si lo permites, para que lo tengamos en la enfermería, pues corta bien la miga de pan”. Mas el bienaventurado no adquiría jamás nada para la enfermería que fuera más hermoso de lo conveniente. Le dijo: “Tráelo, para que vea si es bueno”. Se lo entregó diciendo: “Sí señor, es bueno para miga”. Vio Doroteo que era bueno para el uso, pero como no quería que el joven estuviese apegado a ningún objeto, no quiso que lo guardase. Le dijo.: “Dositeo, ¿tanto te gusta? ¿Quieres ser servidor de este cuchillo y no servir a Dios? ¿Te gusta y te atas a él? ¿No te avergüenzas de querer que te domine este cuchillo y no Dios?”. El otro escuchaba sin reaccionar, y bajaba los ojos en silencio. Después de hablarle largamente, Doroteo concluyó: “Déjalo y no lo toques más”. Dositeo observó la orden de manera que no lo tocaba ni siquiera para dárselo a otro, mientras que los demás servidores lo utilizaban, sólo él no lo tocaba, y jamás dijo: “Por qué yo entre todos?”, sino que hacía con alegría todo lo que oía.
9. De esta manera pasó el breve tiempo que vivía en el monasterio, -fueron unos cinco años-, y se perfeccionó en la obediencia, sin hacer nada según su deseo en ninguna cosa ni obras por pasión. Cuando enfermó y empezó a escupir sangre (pues murió tisico), oyó decir que los huevos pasados por agua son buenos para los que escupen sangre. El bienaventurado Doroteo también lo sabía, pero a causa de sus preocupaciones no había pensado en ello, a pesar de que atendía con gusto al enfermo. Dositeo le dijo: “Señor, quiero decirte que he oído de una cosa que me haría bien, pero deseo que no me la des, pues me obsesionan los pensamientos”.
- “Dime de que se trata, Dositeo”.
- “Prométeme que no me la darás, porque, como dije, mi pensamiento me molesta”.
- “Bueno, haré lo que quieras”.
- “Oí decir a algunos que los huevos pasados por agua son buenos para los que escupen sangre. Por el Señor, ya que no se te ha ocurrido dármelos, no me los des ahora, a causa de mi pensamiento”.
Le respondió Doroteo: “Bueno, ya que no quieres, no te daré, no te aflijas”. Doroteo se esforzaba por darle otras cosas que le hicieran en vez de los huevos, porque había dicho: “Me obsesiona mi pensamiento a causa de los huevos. Aun en semejante enfermedad luchaba contra su voluntad propia.
10. Conservaba en todo momento el recuerdo de Dios, pues su maestro le había trasmitido el repetir continuamente: “Señor Jesucristo ten piedad de mi”, y otras veces: “Hijo de Dios ayúdame”85. Esta era su plegaria constante. Cuando cayó enfermo, Doroteo le dijo: “Dositeo, a la oración, mira de no perderla” Le respondió: “Sí, señor, ruega por mí”. Otra vez, cuando estaba un poco más afligido por el mal, le preguntó: “¿Cómo va la oración? ¿Está todavía?” -”Sí, señor” -contestó- “gracias a tus plegarias”. Cuando estuvo aún más enfermo -su debilidad llegó a tanto, que tenían que llevarlo sobre una sábana-, le preguntó: “¿Cómo va la oración, Dositeo?”. “Perdóname, señor” -respondió- “pero ya no tengo fuerzas para mantenerla”. Le dijo entonces: “Deja pues la oración, conserva solamente el recuerdo de Dios y piensa que está ante ti”.
Sufría mucho y mandó decir al Gran Anciano: “Despídeme, déjame partir porque no puedo más.” El Anciano le respondió: “Soporta, hijo, pues la misericordia de Dios está cerca”. El bienaventurado Doroteo veía que sufría mucho y le preocupaba que el muchacho pudiera sufrir detrimento. Otra vez, unos días después, se dirigió Dositeo al Anciano: “Maestro, estoy sin fuerzas”. El Anciano le respondió: “Vete en paz, ocupa tu lugar cerca de la Santa Trinidad y reza por nosotros”.
11. Cuando oyeron los hermanos la respuesta del Anciano, comenzaron a enojarse y dijeron: “¿Qué ha hecho éste? ¿Cuál ha sido su práctica para merecer oír esas palabras?” En verdad, no le veían ayunar día por medio, como algunos de ellos, ni velar antes del oficio nocturno, además para este oficio se levantaba sólo después de dos nocturnos86. No lo veían hacer una sola ascesis, sino que lo veían comer, a veces, un poco de la comida de los enfermos o, si sobraba, una cabeza de pescado u otra cosa por el estilo. En cambio, había algunos que, como dije, ayunaban día por medio desde hacía tiempo, y duplicaban sus vigilias y se ejercitaban en la ascesis. Cuando oyeron la respuesta enviada por el Anciano a un joven que llevaba sólo cinco años en el monasterio, se indignaron, porque desconocían su obra: la obediencia en todo, de manera que ni una sola vez había hecho su voluntad, y una obediencia tan libre de propio juicio que si el bienaventurado Doroteo le daba una orden en broma, se alejaba corriendo y la ponía en práctica. Un caso: al principio y por costumbre hablaba con rudeza. Una vez el bienaventurado Doroteo le dijo en broma: “Necesitas pan con vino, Dositeo, está bien, toma pan con vino”. Al oír esto, trajo un recipiente con vino y pan, y lo presentó a Doroteo para que lo bendijese. Este, que no comprendía, se volvió hacia él, y le preguntó asombrado: “¿Qué quieres?”. Le respondió: “Me mandaste tomar pan con vino, ahora dame la bendición”. Doroteo le dijo: “¡Necio, vociferas como un godo! -los godos se irritan y vociferan- por eso te dije: “Toma pan con vino, porque gritas como un godo”. Al oír esto, se postró, fue a dejar el recipiente.
12. En otra ocasión a Doroteo sobre una palabra de la Santa Escritura. Comenzaba, en efecto, a comprender algo de la Escritura por su pureza. Pero el santo no quería que se dedicara entonces a ello, sino que se conservara en la humildad. Por eso, respondió a la pregunta diciendo. “No sé”. Sin pensar, Dositeo volvió a interrogarlo sobre otro capítulo. Le respondió: “No sé, pero ve y pregúntale al abad”. Sin sospechar nada fue, pero antes Doroteo había advertido al abad, a escondidas de Dositeo: “Si Dositeo viene a preguntarte algo sobre la Escritura, castígalo un poco”. Cuando llegó, pues, y le interrogó, comenzó a hacerle reproches: “¿No te quedas en paz, ignorante? ¿Te atreves a hacer tales preguntas y no piensas en tu impureza?”. Le dijo otras cosas por el estilo y lo despidió dándole dos bofetadas. Volvió Dositeo adonde estaba el abad Doroteo y le mostró las mejillas enrojecidas por las bofetadas, diciendo: “Las tengo, ¡y sólidas!”. Pero no dijo: “¿Por qué no me corregiste tú mismo, en vez de enviarme al abad?”. No dijo nada de esto, sino que aceptaba todo lo que venía de su maestro con fe, y lo guardaba de manera que no volvía otra vez sobre el mismo pensamiento.
13. Como he dicho, murmuraban algunos de la despedida pronunciada por el Anciano, porque ignoraban su práctica admirable (de la obediencia). Pero Dios quiso manifestar la gloria que le había reservado a causa de su santa obediencia, y el carisma que tenía el bienaventurado Doroteo, todavía discípulo para salvar almas, él, que había encaminado a Dositeo hacia Dios.
Poco tiempo después87 de su feliz fin, un santo y gran anciano, huésped del monasterio, deseó ver los santos que allí descansaban, y pidió a, Dios le concediera esta visión. Y los vio a todos juntos, como en el coro, y entre ellos había un joven. Preguntó: “¿Quién es, el joven que he visto entre los Padres?”. Describió sus características y todos reconocieron a Dositeo. Y glorificaban a Dios, admirándose que de una vida como la que llevaba anteriormente, alcanzara semejante perfección en tan poco tiempo, por la aplicación a la obediencia y al quebranto de su voluntad propia.
79 Traducción de Martín de Elizalde, osb. Tal como afirma la Carta de Presentación del recopilador de las conferencias de Doroteo, primero debe leerse la Vida de Dositeo. El motivo parece ser doble. En primer lugar, todo el relato está construido como una gran inclusión que busca resaltar la figura de Doroteo, como aquél que supo guiar, según Dios, a Dositeo a la santidad en poco tiempo, imitando a Cristo por la renuncia a su voluntad. Sin embargo, en los episodios que el autor presenta, es Doroteo quien parece aprender de Dositeo. Es en él en quien Doroteo vio un ejemplo vivo de la doctrina que desarrollará luego en su didascalia a sus monjes. Y es por ello que hará mención de él en forma explícita y también velada. Y, en segundo lugar, porque la concepción que tiene Doroteo de la vida del monje como ofrenda, no sólo de sí mismo, sino de todo lo que se tiene y de lo que más se ama, está reflejando lo que en verdad fue, para Doroteo, la muerte de Dositeo: la ofrenda de los más precioso y “entrañable” que Dios lo podía pedir, un verdadero “holocausto espiritual” (cf. Conf. 177).
80 Frecuentemente se encuentra en los escritos que componen el “corpus” de Doroteo este uso particular de “abbas” (con articulo y sin nombre propio), como sinónimo de higúmeno, muy raro entre los bizantinos.
81 “Salvar el alma” es la expresión clásica en la literatura más antigua para significar el motivo por el cual se abraza la vida monástica. La expresión se repite constantemente en los Apotegmas, por ej. “¿Cómo me salvaré? “, en Apotegma Macario 23; cf. Arsenio 1 y Macario 28, etc.
82 Son libras romanas de 12 onzas, es decir 327 gramos. Un pan tenía unos 1.300 gramos. Dositeo comió casi 2 kg.
83 Estas 8 onzas son 218 gramos.
84 Los pensamientos tentadores (logismoì) que los monjes del desierto atribuían a la sugestión de los demonios y que deben manifestarse al maestro espiritual para que él los juzgue.
85 La “oración de Jesús”, que las traducciones recientes de la Filocalia griega y rusa y los simpáticos “Relatos de un peregrino ruso” han popularizado en nuestro tiempo, tiene aquí uno de sus primeros testimonios, si no el más antiguo. Sobre la oración de Jesús, véase: I. HAUSHERR: Noms du Christ et voies d’oraison, en OCA 157, Roma, 1960.
86 El término griego es akoluthía y designa aquí el conjunto de salmos, lecturas, versículos, responsorios, etc. que constituyen un oficio o parte de un oficio litúrgico. En Occidente hablamos de la misma manera a propósito de los nocturnos de nuestros Maitines.
87 Este relato final, propio de la hagiografía patrística, tiene por objeto señalar que, conforme a su vida santa, Dositeo fue recibido en la gloria y vive en comunión con Dios y los santos.