Читать книгу El misterio de Riddlesdale Lodge - Дороти Ли Сэйерс, Дороти Сэйерс - Страница 7
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Manchas de sangre y manchas de barro
ОглавлениеOtras muchas cosas son buenas en sí, pero dame sangre… Decimos: “¡Aquí está! ¡Es sangre!”, y es un hecho real. Lo apuntamos. No admite duda… Por tanto, necesitamos sangre, ¿comprendes?
David Copperfield.
– Hasta el presente – dijo lord Peter, siguiendo penosamente la pista de Calzado Cuarenta y dos por el bosquecillo —, siempre he sostenido que los criminales que siembran su camino de pequeños objetos personales eran una invención cómoda de la literatura policíaca para beneficio del autor. Me doy cuenta de que aún tengo que aprender mucho sobre mi trabajo.
– En realidad, no hace mucho tiempo que lo ejerces – declaró Parker —. Además, ignoramos si este gato pertenece al asesino, a un miembro de tu familia, o a ese tipo que está en América, el dueño actual de la finca, o bien a su anterior propietario. A lo mejor, lleva aquí desde hace años… Mira, aquí hay una rama rota que tuvo que romper nuestro amigo…
– Preguntaré a la familia – dijo lord Peter y haremos investigaciones entre las gentes del pueblo a ver si alguien ha perdido este gatito. Las piedras son buenas. No es una alhaja que se pierde sin revolver el cielo con la tierra… He perdido por completo el rastro de Calzado Cuarenta y dos.
– No te preocupes… Ya lo he encontrado yo. Tropezó con una raíz.
– ¡Maldita sea! – exclamó con rabia lord Peter, irguiéndose —. El cuerpo humano no está hecho para esta labor de perro pachón. Si se pudiera andar a cuatro patas y se tuviesen ojos en las rodillas, sería mucho más práctico.
– Estoy completamente de acuerdo contigo – dijo Parker —. Mira: aquí tenemos ya la tapia del parque.
– Y por aquí fue por donde la franqueó – respondió lord Peter, señalando con el dedo un lugar donde las puntas de hierro que coronaban la empalizada estaban rotas —. Y aquí es donde se arrojó. Se ven las marcas de sus tacones, de sus manos y de sus rodillas. ¡Hum! Ayúdame a izarme, viejo. ¡Gracias! La brecha es antigua. El propietario de esta finca debería cuidar mejor sus tapias. El otro se habrá destrozado, por lo menos, el impermeable. Veo en estas puntas algunos trozos de su Burberry. Al otro lado de la tapia hay un foso profundo en donde voy a dejarme caer.
El ruido de una caída anunció que Peter había puesto en práctica su proyecto. Parker, al verse abandonado, miró a su alrededor y, al darse cuenta que la verja de entrada se hallaba solamente a unos cien metros echó a correr hacia ella y buscó a Hardraw, el guardabosque, el cual salió amablemente a abrirle.
– A propósito – le dijo Parker —, ¿descubrió usted algún indicio de que hubiera cazadores furtivos por este lugar el miércoles por la noche?
– En absoluto – respondió el hombre —. Ni siquiera un conejo muerto. Reconozco que milady se equivocó. Me apuesto a que el tiro que yo oí fue el que mató al capitán.
– Seguramente – dijo Parker —. ¿Sabe usted desde cuando están rotas las puntas de hierro de la empalizada?
– Desde hace un mes o dos. Ya deberían estar reparadas; pero el obrero que tenía que hacerlo se puso enfermo.
– Supongo que la verja se cierra con llave por las noches, ¿verdad?
– Sí.
– Si alguien deseara entrar, tendría que despertarle a usted, ¿no?
– Sí.
– ¿No ha visto usted rondando a lo largo de la empalizada a algún sospechoso el miércoles pasado?
– No, señor; tal vez mi mujer viera algo… ¡Eh, ven aquí!
Mistress Hardraw, llamada de tal forma, apareció en la puerta del cottage con un niño agarrado a sus faldas.
– ¿El miércoles? – preguntó —. No, no vi a nadie. Estoy siempre pendiente de los vagabundos. Este lugar es muy solitario… ¿El miércoles?.. Ahora recuerdo que ese fue el día que vino aquel joven en motocicleta.
– ¿Un joven en motocicleta?
– Dijo que había pinchado y me pidió un cubo con agua.
– ¿Fue eso todo lo que dijo?
– Preguntó cuál era el nombre de la propiedad y el de su dueño.
– ¿Le dijo usted que aquí vivía el duque de Denver?
– Sí, señor; y dijo que suponía que habría mucha gente reunida aquí para la caza.
– ¿Indicó adónde se dirigía?
– Me dijo que venía de Weirdale y que iba a hacer un recorrido por todo Cumberland.
– ¿Cuánto tiempo estuvo aquí?
– Una media hora. Cuando terminó de arreglar la rueda, puso en marcha la moto y le vi alejarse hacia King's Fenton.
Señaló con el dedo hacia la derecha, donde se veía a lord Peter gesticulando en el centro de la carretera.
– ¿Qué clase de hombre era?
Como la mayoría de la gente, mistress Hardraw carecía de precisión. Creía que era bastante joven, más bien alto que bajo, ni rubio ni moreno, y con una pelliza larga de esas que usan los motoristas, con cinturón.
– ¿Era un caballero?
Mistress Hardraw titubeó y míster Parker clasificó, mentalmente, al desconocido como individuo de la clase media.
– ¿Observó, por casualidad, la matrícula de la moto?
– No. Pero me di cuenta de que tenía sidecar.
Las gesticulaciones de lord Peter se hacían más violentas, y Parker se apresuró a reunirse con él.
– ¡Date prisa, vago! – exclamó lord Peter, injustamente —. Este foso es magnífico.
Desde un foso como este,
cuando la brisa acariciaba los árboles
y no hacían ruido; desde un foso como este
nuestro amigo, al parecer, escaló las murallas de Troya
y puso sus plantas sobre el herbáceo campo.
¡Mira mis pantalones!
– Es difícil escalar por este lado – opinó Parker.
– Sí. Puso el pie en esta hendidura y una mano en lo alto de la empalizada para izarse. Calzado Cuarenta y dos tiene una estatura, una fuerza y una agilidad excepcionales. A mí me ha sido imposible hacerlo y mido un metro setenta y cinco… ¿Quieres intentarlo tú?
Parker tenía un metro ochenta y dos, pero apenas llegaba con la mano a lo alto de la tapia.
– Lo haría si estuviera en plena forma, por un motivo adecuado… o tras un estimulante adecuado.
– ¡De acuerdo! – exclamó Peter —. Así, pues, deducimos de esto que Calzado Cuarenta y dos tiene estatura y fuerza excepcionales.
– Sí – respondió Parker —. Es un poco desafortunado que, hace un instante, llegáramos a la conclusión de que era bajo y débil.
– Tienes razón. Como bien dices, es un poco desafortunado… que lo creyéramos.
– Ahora sabemos ya a qué atenernos. ¿Y no tendría un cómplice que le echara una mano o le ayudara a izarse?
– No, porque ese cómplice no tendría entonces pies ni nada para sostenerle – respondió lord Peter, señalando las dos solitarias huellas de los zapatos de Calzado Cuarenta y dos —. A propósito, ¿cómo en la oscuridad se dirigió directamente hacia el sitio en que no había puntas de hierro? Diríase que es de la vecindad o que reconoció el terreno por adelantado.
– En apoyo de tal hipótesis, voy a hablarte de la agradable conversación que acabo de sostener con mistress Hardraw – dijo Parker.
– ¡Caramba! – exclamó Wimsey al final del relato —, eso es interesante. Será preciso que hagamos investigaciones en Riddlesdale y King's Fenton. Mientras tanto, ya sabemos de dónde venía Calzado Cuarenta y dos; pero, ¿adónde fue después de dejar el cadáver de Cathcart junto al pozo?
– Las pisadas entran en el coto vedado – dijo Parker —. Allí las perdí. Hay una buena alfombra de hojas secas y helechos.
– Es inútil que nos metamos en ese berenjenal – objetó su amigo —. El individuo entró y, como es de suponer que no se encuentre aún aquí, tuvo que salir otra vez. No salió por la verja, porque Hardraw le hubiera visto. No salió por el mismo camino que entró, porque hubiera dejado algún rastro de su paso. Sin embargo, tuvo que salir por alguna parte. Recorramos la empalizada.
– Entonces, vayamos hacia la izquierda – dijo Parker —, puesto que es hacia donde cae el coto vedado, el cual habrá atravesado con toda seguridad.
– Vamos, pues… Atención, ahí regresa Helen de la iglesia. Procura que no te vea, viejo.
Abandonaron la carretera, pasaron el cottage y se metieron en una pradera para seguir la empalizada. Muy pronto encontraron lo que buscaban. Una cinta de tela colgada tristemente de una punta de hierro. Con la ayuda de Parker, Wimsey escaló la empalizada y consiguió cogerla. Peter se hallaba en un estado de exaltación casi lírica.
– ¡Ya la tenemos! – exclamó —. ¡Es el cinturón de un Burberry! Ninguna preocupación por aquí. Veo las pisadas de un hombre que galopaba para salvar su vida. Se ha quitado de prisa su impermeable Burberry; ha saltado… una, dos, tres… quizá más veces para arrojarlo sobre la empalizada. Supongamos que a la tercera vez lo ha sujetado a las puntas de hierro. Valiéndose de pies y manos para subir, ha hecho largos rasguños en la madera. Ha llegado a lo alto… ¡Ah! Una mancha de sangre en esta grieta. Se ha debido pinchar la mano. Baja de un salto. Tira violentamente del impermeable y deja el cinturón enganchado…
– Me gustaría que te bajaras – gruñó Parker —. Me estás destrozando la clavícula.
Lord Peter obedeció y permaneció inmóvil, dando vueltas al cinturón entre las manos. Sus ojillos grises no dejaban de recorrer febrilmente el campo. De repente, agarró a Parker del brazo y lo arrastró hacia el extremo de la empalizada. En este lugar se alzaba un muro bajo de piedras secas como se ven con frecuencia en el campo. Allí se puso a buscar como un terrier