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6. [formalidades rechazadas]

Areum

—Antes de que vuelvas a abrir esa boca necesitada de mordaza, te enseñaré algo más –cubrió mi boca para que no le interrumpiera, y ahí me quedé patidifusa. Abrió un cajón y sacó la misma carpeta azul del otro día, haciéndome desfallecer cuando vi más fotos mías con Kohaku–. ¡Mira lo que tengo! –exclamó con exagerado júbilo, como si quisiera hacerme llorar.

Me incliné a verlas. Estas fotos no eran vandalizando calles, sino simplemente de esa misma mañana en el patio del instituto, cuando estaba acostada de forma cariñosa sobre mi amigo.

Ya era suficientemente aterrador no tener claro lo que estaba pasando con Kohaku, y que Takashi tuviera cámaras sobre mí...no me permitía nada de libertad y/o privacidad. Si el muy desgraciado compartía esto con la prensa...

¿Habría ido a mi instituto solo para tomar más fotos? ¿Cuántas más tendría y llegará a tener?

—¿C-cómo has...–

—Solo por si acaso te olvidabas del poder que tengo, reservado solo para ti –acarició mis brazos en dirección norte, intentando reconfortarme en vano.

Llegué a la conclusión de que si quería proteger a Kohaku y mantener las fotos ocultas, debería cooperar con Takashi.

—¿De qué normas hablabas antes? –dejé la mirada gacha en mis zapatos–. Quiero acabar con esto cuanto antes.

—No te costaba tanto estar calladita y escucharme, ¿a que no? –me sorprendió al hundir los dedos en mi pelo y acariciar de forma dulce, casi una recompensa por mi pasividad. Sentí sus voluptuosos labios rozar contra mi oreja, y la indiferencia no me dejó llorar, ¿de qué serviría?–. A lo mejor al final acabas dándome tu sumisión y todo, quién sabe... –abrazó mi cintura, y movió la pierna como si estuviera ansioso–. Tú y yo nos lo pasaríamos muy bien, Areum.

Lo dudaba mucho

—Las normas son sencillas, pero si tienes alguna duda no dudes en preguntarme; te enseñaré la respuesta encantado –no me gustó cómo su voz se hacía más oscura conforme hablaba–. Te dirigirás a mí con honoríficos y solo toleraré que me llames Señor Takashi, por algo no te he dado mi nombre –susurró tétrico, abrazándome contento–. Quiero que ese traje kilométrico lo quemes como has hecho con mi pañuelo, ya sabes que prefiero el uniforme. Hoy lo dejaré pasar por ser tu primer día. Y no me hagas repetir las cosas.

Asentí no muy convencida, y recibí una palmada en el muslo, una llamada de atención.

—Responde con palabras, nena.

—Llevaré el uniforme para usted –soné tan muerta que me di miedo a mí misma. Oí su sonrisa sin necesidad de mirarle, y qué impotencia me daba ver sus ojos triunfales.

—Joder –dijo áspero, moviendo la pierna con un tic más fuerte, moviéndome a mí también–, no sabes lo que me pone cuando te comportas así –me rodeó el cuello hasta acercarlo a él, y se tomó su tiempo en aspirar y reconocer la colonia que llevaba–. Una última cosa antes del contrato –alertó–. No me importa que te juntes con el niñato de tu amigo, pero si por algún imprevisto mete las narices en nuestro acuerdo, me enfadaré –memoricé sus palabras sin querer–. Me enfadaré mucho, Areum; no aviso dos veces.

—¿Acuerdo? ¿Qué acuerdo? –me giré a verle, y me sujetó el mentón con una delicadeza agradable y nueva. Nuestras respiraciones se mezclaron, la mía muriendo con cada palabra que Takashi decía.

—El mismo que formaliza todo lo que te acabo de decir, dulzura –retiró un mechón detrás de mi oreja con tal de provocarme algo, pero fue un intento fallido. Hacía tiempo que no sentía nada más que un vacío existencial interior, tal vez estaba perdida.

Busqué en su escritorio algún tipo de documento como el que decía, y me dio una punzada cuando vi a los dos adolescentes de la foto, ignorantes de que estaban siendo fotografiados. Kohaku estaba sonriendo, y me encargaría de que así fuese siempre, aún si eso significa entregarme a Takashi.

Me entregó un papel que cogí con manos temblorosas, y me apretó contra él con tal de intentar disminuir mis nervios. Cuando no me trataba de forma abusiva, las caricias que me daba se sentían bien, incluso calmantes.

Intenté leerlo, porque no se podían firmar contratos sin ser leídos a menos que quisieses cavar tu propia tumba; pero Takashi me distraía cada vez que me acariciaba la mejilla, intentando acostumbrarme a su toque o distraerme del papel, cualquiera podría ser.

—¿Qué repercusión tiene este contrato en mí? –me envalentoné para mirarle, su cara a centímetros de la mía. Esto no podía estar bien, esta falta increíble de profesionalidad por su parte no era normal, pero tampoco parecía que fuese la primera vez que lo hacía.

—Esto es un cambio en nuestra relación –me cogió el mentón y alzó ambas cejas con un aire casual. Sus ojos lucían oscuros, justo como había dicho Kohaku–. Una sexual.

Aquello no fue ninguna sorpresa por cómo me estaba tocando estos días, pero sí pareció notar que me quedé perturbada, porque comenzó a acariciarme el pelo de forma reconfortante. Intenté no cerrar los ojos del placer, auto convenciéndome de que estaba aterrada.

¿Qué enferma manía tenía de tocarme como si fuese una muñeca?

—Cuando firmes te explicaré cosas de menor importancia –prosiguió, olvidándose de que en un contrato debían estar escritas absolutamente todas las cláusulas.

—¿Cómo qué?

—Mis fetiches, y tú me hablarás de los tuyos –sus toques de porcelana surcaron por la fina piel bajo mis ojos, tal vez solo encubriendo su discurso. Y lo peor es que me derretí por dentro.

Definitivamente no, esto se acababa aquí.

—No puedo hacer esto –despegué su mano para poder pensar con claridad–. Búsquese a otra, Señor Takashi.

La mandíbula se le tensó, y me levanté de sus piernas temblando para sentarme en la silla de enfrente. Estaba enfadado, conteniendo todas sus emociones, y yo estaba a punto de llorar de ansiedad y pánico.

¿Cómo iba a firmar ese contrato si era virgen? Mi primera vez tendría que ser con alguien con quien estuviese cómoda, y definitivamente no iba a ser con alguien como él, ni muerta.

¿Aquel hombre no tenía moral? Sabía que era menor de edad, y claramente yo no era su tipo de mujer ideal. Él las quería sumisas, que le besasen la punta de los zapatos arrodilladas en frente de él. Obedientes incluso si iba en contra de sus propios valores. Quería idólatras.

Fingí leer los informes del GPS para evitar su mirada penetrante, era patético pretender ignorar lo que había pasado hace segundos pero igualmente lo hice.

—¿Estás segura de que no vas a firmar el contrato? –entrelazó sus dedos y apoyó la cabeza entre estos, sus ojos desprendiendo llamas.

—No, no estoy preparada –apoyé las manos en la mesa para evitar que se viese lo mucho que temblaban las hojas de papel.

—¿Mental o físicamente? –lució como un villano en esa pose. Acababa de preguntarme si era virgen.

—No voy a firmar, Señor Takashi. No lo intente más –recalqué y me levanté con cuidado para que no me fallaran las piernas. Señalé la montaña de papel que había traído, desmotivada–. Mañana cerraremos el asunto del GPS.

Silencio, silencio de cementerio.

Recogí mi bolsa del perchero dispuesta a volver a casa, pero cuando fui a abrir la puerta una mano la volvió a cerrar. Había sido sigiloso, y me estaba comenzando a hacer una idea de lo silencioso e invisible que podía llegar a ser cuando quería conseguir cosas a su favor, como las fotos.

—Es tarde, debo volver a casa –argumenté, intentando escapar.

Oí su risa seca directa en mi oído, y sus manos no tardaron en serpentear mi piel y retirar el pelo a un lado. Me hacía una idea de lo que iba a hacer, por lo que ya estaba preparada físicamente, pero no emocionalmente.

—Si te doy un adelanto de lo que podrías disfrutar conmigo... –su nariz analizó mi piel como si no la conociese ya, y comenzó a dejar besos húmedos en los que su respiración alterada se dejaba escuchar–, ¿...firmarás el contrato?

—No –rodeé mi cuello con las manos para protegerlo, todavía tenía los chupetones y no quería más. Gruñó cuando aparté su boca, y me escabullí de la espalda que me presionaba contra la puerta.

Sorprendentemente no actuó ni me gritó, y aquel indescifrable hombre permaneció en silencio, mirándome durante los segundos más largos de mi vida. Y eso es lo que me dio miedo: todo lo que se ocultaba detrás de esa faceta actualmente callada.

A veces el silencio era una de las peores manifestaciones, e ignoré que esta fue una de ellas.

Sugar, daddy

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