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4. [castigo de novata]

Areum

Sin opción, caminé detrás del Señor Takashi con miedo, cogiéndome las manos nerviosa, en silencio para no molestarle.

—Levanta esos papeles de ahí –su venosa mano señaló una ligera pila de folios, y los aparté, revelando una carpeta azul acartonada–. Ábrela, estoy ansioso de verte la cara.

Me quedé a su lado, él prácticamente riéndose de mis trémulos dedos.

Abrí la carpeta de mala gana, y los ojos casi se me salen de las cuencas cuando vi aquellas imágenes comprometedoras. Fotos de la noche de graffitis con Kohaku, los dos en escena y con las mascarillas bajadas en un oportuno momento de carcajadas histéricas.

Había otra imagen de mí, pintando la pared del callejón y vestida con la chaqueta de Kohaku. Otra foto, le captaba más en detalle a él, sonriendo y también vandalizando el callejón.

Y cada vez que pasaba las fotos, surgían otras peores. La más comprometedora, sin duda, era una en la que los dos estábamos abrazados. No se nos veían las caras por completo, pero había que ser tonto como para no conectar los hilos.

La enemistad empresarial no nos permitía la amistad, y sobra decir que si esto salía a la luz,la prensa nos molestaría por semanas, por no hablar de nuestros padres.

—¿Has hecho esto tú? –pregunté apática, segundos antes de romper las fotos por la mitad, rompiendo el silencio de aquel despacho rojo infernal–. Fuiste tú quien avisó a mi madre de que estaba con Kohaku, ¿verdad?

Podría pegarle un bofetón como mínimo, pero una rabia más profunda se instaló dentro de mí. ¿Por qué había violado así mi privacidad?

—No te preocupes, tengo varias copias de seguridad –se pegó a mí por detrás, las manos apoyadas en el escritorio y hablando sereno–, una para tu madre, otra para la prensa, otra para ti de recuerdo, para tu amiguito...las que quieras, cielo.

Apreté las manos a los lados, prácticamente al borde de un ataque de ansiedad.

—¿Qué quieres de mí...? –fingí debilidad anímica, mientras enfocaba la vista en las tijeras del portalápices–. Esto ya no es gracioso, Señor Takashi –cogí el objeto como arma, girándome y apuntándole violenta al cuello. No se movió ni un centímetro y cubrió una extraña mueca/sonrisa enternecida, pero después de recomponer la postura, retrocedió un paso. Qué mal rollo no saber qué significaban sus expresiones.

—¿Que qué quiero de ti? Hmmn... –pensó en voz alta, haciéndose el interesante y también dándome tiempo para alejarme–. De momento que te estés quietecita de una puta vez, ¿qué te parece eso? –el tono tan seco de su voz me perturbó, como si se hubiera cansado de ser “simpático”.

—No avances más –me temblaron las manos y las piernas, llegando a un punto de descontrol que nunca había experimentado. Que me sintiera tan vulnerable y amenazada delante de este hombre solo me hundía más, ¿cómo serían los siguientes seis meses de la colaboración?

Se le veía, que disfrutaba destrozándome los esquemas y haciéndome dudar, que no era un hombre bueno.

—Nena...¿tijeras de punta redonda? –miró enternecido las tijeras y luego a mí, como si fuera inferior–. Creía que ibas a tener algo mejor preparado para mí –su gélida risa sonó seca, diciéndome en silencio lo patética que veía en sus ojos, que no era rival para él.

Noté mi máscara quebrarse, pero por motivos de orgullo no dejé caer las lágrimas cuando su cuerpo me acorraló contra una esquina.

—Dame eso antes de que te hagas daño, anda –sujetó mi muñeca y yo no me resistí, y el tono paternal de su voz se me clavó en el subconsciente.

Sin mucho esfuerzo, arrojó las tijeras a una esquina perdida y me inmovilizó ambas muñecas.

—Señor Takashi, me quiero ir a casa.... –me sorprendí de lo apagada que sonó mi voz, pero a él pareció gustarle que ya no tuviera fuerzas–, mañana tengo instituto.

—Ni siquiera hemos empezado a negociar –me alzó el mentón para que le mirara, y me tembló el labio de humillación. No quería mirarle, quería irme de aquí–. ¿Vas a llorar, nena?

Esa falsa dulzura de sus ojos vacíos era solo era para provocar, y apreté los ojos para no llorar ahí mismo.

Pensé en cosas agradables como las meriendas con Kohaku, o en un profundo y agradable sueño en mi mullida cama.

—¿Qué pasa si le enseño las fotos a tu madre y le cuento que haces graffitis por las calles de Tokio? O mejor, ¿a la prensa?

Realmente no podía pensar en las consecuencias de aquellas imágenes, mi cerebro no podía procesar la información debido al nulo espacio personal que tenía. Era como si me quisiera anular con su presencia.

—No solo te causaría problemas a ti –apartó un mechón de mi cara–, a tu amiguito del alma también. Estás jodidísima Areum, tengo el poder para acabar contigo en mis manos, literalmente... –remarcó lo último rodeando mi garganta, dando un apretón que finalmente me hizo sollozar como un niño.

—¿Q-Qué quieres de mí? –le hablé con lágrimas precipitándose por mi cara–. Te puedo dar todo el dinero que quieras, solo tengo que...–

—Nena, creo que no lo estás entendiendo –apoyó la frente en la pared acristalada, respirando en mi cuello profundamente–. ¿Tú crees que de verdad quiero dinero? –se rio contra mi oído–. Más bien, yo diría que me he encaprichado contigo. Tú sí que me haces falta, Areum –suspiró nostálgico–. Todo hubiese sido más fácil si no hubieses llegado el primer día con ese uniforme arrancable...

—¿No puedes marear a cualquier otra chica? –inquirí, ya que verdaderamente Takashi era atractivo, tendría más de una a la cola, seguro–. ¿O es que eres tan gilipollas que ninguna quiere estar a tu lado?

—Hmmn...¿te intimido y me sigues vacilando? –algo antinatural en su voz me alarmó–. ¿Te voy a tener que castigar, Areum? No puedo permitir que una coreanita me sea tan insolente... –me empujó con menosprecio contra la pared, como si no fuera más que un simple trapo.

—¿”Castigar”? –repetí, con una idea ambigua en mi cabeza. ¿Acaso no era suficiente castigo haber invadido mi privacidad con fotos infraganti?–. Dime qué quieres. Pero promete dejarme tranquila si te lo doy.

—Quiero que firmes algo más –me dejó de tocar, como si se hubiera dado cuenta de que no quería su contacto–. Tu sumisión.

—¿Pero qué estás diciendo?, ¿mi sumisión? –hice una mueca confundida y asqueada, pero ni siquiera le afectó, se quedó recto y observador, calculando fríamente desde la distancia de medio metro–. No sabía que era de ese tipo de hombres, Señor Takashi –expresé con desdén–. Aunque lo tendría que haber sabido desde que comenzó a mirarme así. Desde luego, se lo diré a m...–

Cerré la boca de forma natural, no había nadie a quien pudiese contactar para sacarme de esta. ¿Mi madre? Probablemente no me creería, el heredero era más mayor y la clave de la colaboración. ¿Los medios de comunicación? Escandalizarían cualquier cosa con tal de causar polémica y atención. Y a Kohaku...realmente no veía el momento ni el porqué de contarle esto.

—Dime, ¿a quién se lo dirás? –repitió cruel, sonriendo satisfecho con mi repentina mudez–. Olvidaba que estás totalmente sola en esto, es una verdadera casualidad que solo me tengas a mí, ¿no crees?

Ya harta, me despegué del cristal para rehuir, pero no le costó nada clavarme a la pared por los hombros. Me sentí mentalmente exhausta, y esto solo era la segunda reunión con él.

—¿Te rindes ya o voy a tener que usar la fuerza? –se inclinó autoritario contra mí, y bajó las manos a mi blusa cuando no me moví. Sus dedos irrumpieron contra uno de los botones, y reaccioné.

—No, ¡por ahí sí que no! –levanté la mano, y sin pensarlo demasiado, le crucé la cara de un bofetón. Hubo un silencio sepulcral, ese que hay antes de una tormenta. Y...¡mierda! No tendría que haberle pegado–. He tenido suficiente con usted, no voy a permitir que un degenerado me acose.

Yo no era una persona violenta, por lo que ya me había quedado suficientemente conmocionada por mi propia acción; situación que él no desaprovechó para nada.

Regresó la mirada a mí con una lentitud demasiado cruel, acondicionando el ambiente tenso para una película de terror, un lado de su comisura elevándose falsamente antes de que el caos se desatara.

—No digas que no te lo advertí, te has metido tú solita en esto y tú misma lo vas a arreglar –su invasiva boca rozó el cartílago de mi oreja, su voz demasiado tranquila para el bofetón que le había dado–. Te voy a castigar como te lo mereces, no me volverás a faltar al respeto mientras yo viva.

Tiró mis muñecas a los lados de mi cuerpo, y ahí las dejó aprisionadas durante todo el tiempo que pasé entre la pared acristalada y su cuerpo. También clavó una de sus fuertes piernas entre las mías temblorosas, e hice una mueca sin mirarle a los ojos, con miedo.

—Apárt... –cubrió mi boca, silenciándome sin darme más opciones.

—Te juro –prometió, apretando la mano en mi cara, mis ojos abiertos como dos platos–, que como hables sin permiso te voy a coser la boca con hilo de metal.

Nunca me habían dicho algo así, y aunque no creía que realmente me fuese a coser la boca, tampoco quise averiguarlo de verdad; porque hasta cierto punto, sí le veía capaz de hacerlo.

Su recta nariz trazó un sendero por mi mandíbula y se hundió sin previo aviso en mi hombro, abrió los primeros botones de la blusa a la fuerza. Intenté por todos los medios no llorar, estar callada y cerrar los ojos, y no sé cómo permanecí así cuando mordía con tanta fuerza mi cuello.

Reconocía ese movimiento de labios y succión fuerte que no necesitaba el uso de dientes, me estaba haciendo chupetón. Y había mordido simplemente por la diversión de hacerme daño.

El agarre en mis muñecas desapareció cuando estuve quieta durante un rato, y lo trasladó a mi cintura, cogiendo de una forma que no era cariñosa, sino más bien como si fuese una marioneta.

Succionó muy fuerte y en diferentes lugares, llegando a un punto en el que me hizo daño. Se notaba a leguas que era para darme una lección, y apenas moví la cadera en protesta y agobio, presionó más su muslo en mi entrepierna con rudeza.

—Me duele –gruñí cuando volvió a clavar los dientes, sus labios curvados hacia arriba.

—Esto ni siquiera son los preliminares –frenó para recobrar el aliento, escrutando mi mirada sombría con una sonrisa satisfecha–. ¿Vas a llorar, Areum? ¿No te gusta que te castigue?

¿Qué había hecho yo para merecer algo así? No había sido tan mala con los herederos, ni con nadie. Apoyé la mejilla en la pared cuando sentí que mi cuerpo se rendía, lo había hecho hace tiempo, pero solo notaba lo muerto que estaba ahora.

No llores, no llores, no llores

—¿No te he dicho que no me gusta repetir las cosas dos veces? –espetó dictatorial–. Y me gusta que me mires cuando te hablo –me cogió bruscamente de la mandíbula y me obligó a mirarle, sus dedos apretando con la misma fuerza con la que su boca succionó.

Mis pestañas estaban húmedas, y una vez hice contacto visual con él, las lágrimas cayeron una detrás de otra, mojando sus nudillos. No hubo freno para las cascadas ni tampoco para su mirada sádica y satisfecha, para el sentimiento de vacío en mi interior, para lo humillada que me sentí bajo él.

—¿Interpreto que eso es tu rendición? –miró el recorrido de las lágrimas, sonriendo satisfecho al notar sus dedos humedecidos. Era un sádico.

Mi teléfono volvió a vibrar en mi bolsa antes de que le diese tiempo a hundirse en mi cuello.

—Continuamos esto mañana, ¿te parece? Todavía no he acabado mi obra de arte y detesto las prisas –pellizcó la enrojecida piel, y apreté los labios para no sollozar más cuando se autoconcedió el permiso de acariciarme la mejilla con mimo–. No puedes estar así de destrozada en media hora, así no durarás nada.

En solo media hora había sufrido lo que no había sufrido en muchos años.

—Por favor apártese –eché la cabeza hacia atrás para apartarme de su bífido toque, y esa vez lo dejó pasar. Mientras esperaba a que Takashi se alejase de mí aunque fuese un centímetro, vi de reojo cómo se quitaba el pañuelo de seda que llevaba al cuello.

Necesitaba mi espacio personal de vuelta cuanto antes, por mi seguridad mental.

Me tensé al sentir de nuevo sus manos en mi cuello, y cuando pensé que me iba a ahogar, envolvió la base con su suave pañuelo, para tapar la escena del crimen. Iba a quemarlo cuando llegase a casa.

No pude mover el cuerpo incluso cuando caminó hacia su escritorio antípodo, mi cuerpo seguía temblando y frío, tal vez así se sentía una degradación.

—Nos vemos mañana para establecer una serie de normas de convivencia –oí el tintineo de llaves cuando abrió la puerta, él impasible como siempre–. ¿Areum?

—¿Sí?

—Si vienes con tu uniforme escolar... –me dedicó una mirada que a sus ojos fue jovial, pero a los míos solo era mofa–, te prometo que estaré de buen humor la próxima vez.

Apagó las luces para darme privacidad, y me dejé caer al suelo cuando por fin escuché la puerta cerrarse, y sollocé miserable en un despacho oscuro entre los miles de rascacielos de Tokio.

En vez de ayudarme a prosperar, ya deduje que esta colaboración acabaría conmigo.

Sugar, daddy

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