Читать книгу Un beso atrevido - Las reglas del jeque - Эбби Грин - Страница 10
Capítulo Cuatro
Оглавление–No me puedo creer que estés trabajando el día de tu boda, señorita.
Karen miró de reojo desde detrás del mostrador a Mimi, la camarera pequeñita de pelo gris que tenía el mismo encanto que la atmósfera anticuada de la heladería.
–Ha sido sólo una ceremonia civil. Nada del otro mundo, sólo un acto para oficializar la relación.
Para Karen, todo el concepto de estar casada con Ash seguía sin parecerle oficial. Tal vez su impresión cambiara a partir de aquella noche, después de estar en la cama de Ash, entre sus brazos, haciendo el amor con él. Procreando, se recordó a sí misma. Haciendo un bebé, no haciendo el amor.
–Deberías estar disfrutando de tu luna de miel –insistió Mimi cerrando la caja registradora con un certero golpe de cadera–. Una no se casa todos los días. Tendrías que estar con tu hombre, y no aquí trabajando.
–No se puede decir que esté precisamente deslomándome –aseguró Karen tras echar un vistazo a la tienda vacía.
–Podrías hacerlo si te fueras a casa con tu recién estrenado marido –contestó la camarera con un guiño–. Si es como los demás hombres, debe estar esperando ansiosamente la noche para cabalgar con su esposa.
Ashraf Saalem no era como la mayoría de los hombres que Karen conocía, y eso ya era motivo suficiente para asustarla. Muchas veces no sabía lo que pensaba y tenía que reconocer que su aire misterioso la intrigaba. La idea del jeque esperando por ella en la suite del hotel, esperando para hacerle el amor, le aceleraba el pulso. Eso si Ash no le había retirado la palabra. No se había tomado muy bien que al final no hubiera arreglado las cosas para tomarse el día libre.
Pero con Maria camino de Montana la tienda se quedaba en cuadro. Y Karen había prometido cuidar del negocio en ausencia de su prima.
–Mimi, tú y yo sabemos que esta noche esto va a llenarse hasta la bandera.
–Por eso he llamado a Verónica, la del pelo teñido de platino. Es un poco lenta, pero a los hombres les encanta.
–Cierto, Verónica no es muy rápida. Por eso tengo que quedarme al menos un rato más. Te prometo que me marcharé a las ocho, cuando esto esté más tranquilo.
Para entonces tal vez estuviera preparada para reunirse con Ash. Estaría menos nerviosa. Tras acabarse la taza de capuchino que tenía entre las manos tendría probablemente la dosis de cafeína suficiente como para afrontar la situación.
En ese momento sonó el teléfono y Karen agradeció la oportunidad de distraerse de sus pensamientos.
–Baronessa –dijo descolgando el aparato.
–Me estoy empezando a preguntar si mi mujer se reunirá conmigo alguna vez.
Karen dejó la taza sobre el mostrador y agarró con fuerza el teléfono. Le sudaban las palmas de las manos.
–Creo que tardaré al menos un par de horas más.
–Eso es mucho tiempo para que un hombre espere en su noche de bodas –respondió Ash exhalando un suspiro que se escuchó desde el otro lado de la línea.
–Lo siento, pero va a empezar a llegar la gente y la situación se va a volver incontrolable.
–Espero que cuando llegues las cosas se vuelvan también por aquí un poco incontrolables. En un sentido placentero.
Karen no quería reaccionar ante la insinuación, pero no pudo evitar la mezcla de escalofrío y calor que le recorrió el cuerpo. Al menos él no parecía enfadado. Al menos le hablaba.
–Estaré allí lo más pronto que pueda.
–Espero que no tardes. El champán está enfriándose, pero me temo que el hielo se derrite a medida que pasa el tiempo.
Igual que le sucedía a Karen al escuchar su voz profunda y ronca.
–No creo que yo deba tomar champán. Se me sube a la cabeza.
–No tengo ninguna objeción en que se te suba un poco. Tengo que reconocer que yo me siento un poco así en estos momentos al imaginarme que te quito la ropa.
Karen miró por encima de su hombro a Mimi, que fingía no estar escuchando.
–¿Algo más?
–Sí. Quiero advertirte que yo ya me he desnudado por completo. Y que he encendido el fuego de la chimenea para que estemos más a gusto.
La imagen de Ash desnudo ante las llamas irrumpió en el cerebro de Karen como una bomba.
–Eso suena… interesante –aseguró exhalando una leve respiración.
–Estoy convencido de ello. Más interesante de lo que tú o yo podamos imaginar.
La concepción debía ser la única preocupación de Karen, pero no podía evitar pensar en el placer que Ash le estaba sugiriendo. Así que, ¿por qué no se dejaba llevar y disfrutaba del proceso? Después de todo, ella era una mujer y él un hombre. Un hombre viril, seductor y misterioso.
Aquella noche, y sólo por una noche, se permitiría a sí misma la libertad de perder un poco el control para conseguir satisfacción y con un poco de suerte un hijo. Aquella noche, y sólo por una noche, se entregaría por completo al jeque, al menos físicamente hablando. Emocionalmente tendría que mantenerse fuerte.
–Karen, ¿quieres que te cuente qué más he imaginado?
Ella volvió a mirar a Mimi, que no paraba de hacer gestos. Karen colocó la mano en la puerta de la nevera que albergaba los helados y la retiró inmediatamente. En caso contrario corría serio peligro de derretir hasta el último gramo.
–No es realmente necesa…
–Tengo gran curiosidad por sentir tu piel desnuda bajo las manos. Y en averiguar cómo sabrás. Toda tú. Y en cómo te rendirás cuando te lleve hasta…
–Tengo que colgar.
Karen colgó bruscamente el auricular y se giró de golpe al escuchar la risa cínica de Mimi.
–Vaya, vaya, señorita… o el teléfono quemaba o has decidido que de repente tienes mucha prisa en marcharte de aquí.
El único fuego que había estaba en el rostro de Karen.
–Ash ha preparado la cena –se disculpó sonrojándose–. Creo que no me gustaría hacerle esperar, y…
–Vamos, márchate –la interrumpió Mimi haciendo un gesto con la mano–. Nos las arreglaremos perfectamente, igual que tú te las arreglarás perfectamente con tu marido. De eso estoy segura.
Otra carcajada acompañó a Karen durante el trayecto hasta la puerta de Baronessa.
Durante todo el camino, Karen fue charlando con sus ovarios. Si decidían colaborar entonces terminaría el trabajo aquella misma noche. Pero en caso contrario tendría que seguir haciendo el amor con Ash un poco más.
¿Y por qué no le parecía aquello una perspectiva terrible? Karen sabía por qué. Durante la conversación telefónica había conseguido excitarla con un par de palabras bien escogidas pronunciadas en un tono de voz capaz de convencer a un santo para que pecara. Por supuesto, Ash podría ser todo palabras y nada de acción… y seguro que también alguien podía aparecer en la puerta de su casa para regalarle un millón de dólares.
Karen llegó al hotel considerablemente pronto teniendo en cuenta el tráfico denso y su incapacidad para concentrarse en la conducción. Al llegar a la puerta de la suite dudó unos instantes. ¿Y si Ash no hubiera estado bromeando? ¿Y si le abría la puerta desnudo como vino al mundo? Si eso ocurría, trataría de mantener la vista arriba y no desmayarse en el pasillo.
Exhaló un profundo suspiro e hizo el amago de llamar a la puerta. Entonces recordó que Ash le había dado una tarjeta para abrir la habitación. Revolvió su bolso hasta encontrarla al fin. Entonces la introdujo en la cerradura con dedos temblorosos y abrió la puerta. La habitación estaba en silencio y prácticamente en penumbra a excepción de la tenue luz de la chimenea que había en la zona de estar.
Karen siguió el fuego con la mirada hasta detenerla en el sillón que estaba colocado enfrente y en el que estaba sentado su marido. Su marido desnudo.
Tenía que reconocer que era un hombre de palabra. Un hombre de palabra con un cuerpo capaz de derretir la nieve de Montana.
Karen posó los ojos inmediatamente sobre su pecho desnudo, un territorio de bronces interrumpido únicamente por unos mechones de pelo oscuro que al descender se transformaba en un sendero viril que viajaba por su vientre hasta…
Karen no quería mirar más abajo pero eso fue exactamente lo que hizo mientras trataba de respirar con normalidad, algo que le resultaba imposible. Ash estaba sentado con las piernas estiradas, los tobillos cruzados, una copa de champán en la mano y una expresión burlona que demostraba que le divertía la incapacidad de Karen para apartar la vista. Parecía tan cómodo con su desnudez como incómoda estaba ella.
Pero incómoda no era la palabra. Karen estaba fascinada. Fascinada por la estampa tan sensual que él componía. Fascinada porque estuviera ya absolutamente excitado.
Dejó su bolso de viaje en el sofá y se dirigió al cuarto de baño.
–Necesito darme una ducha –murmuró pensando que lo que le hacía falta era un tanque de oxígeno.
–Te tendré lista una copa de champán para cuando regreses –dijo Ash sujetándola por una muñeca cuando pasó a su lado.
–Bien –respondió ella sin atreverse a mirarlo por miedo a olvidarse de la ducha–. ¿Y te importaría poner algo?
–¿Música?
–No. Algo de ropa encima de tu cuerpo.
–Si eso es lo que quieres, llevaré la bata puesta cuando regreses. Y me encantará que me la quites.
–Regresaré en unos minutos –dijo ella por toda respuesta.
Al llegar al dormitorio, Karen cerró la puerta y apoyó el cuerpo contra ella. Se abrazó a sí misma para controlar los escalofríos, pero fue inútil. Tampoco estaba muy segura de que las piernas le respondieran, pero tenía que moverse. Tenía que ducharse y prepararse para la concepción. Prepararse para lo que Ash le tenía dispuesto aquella noche, fuera lo que fuera.
Ash no entendía por qué Karen estaba tardando tanto en el baño. Suponía que tal vez estuviera nerviosa. Tal vez la había escandalizado sin pensarlo con su desnudez, aunque lo cierto era que le había advertido. Pero quizá no debería olvidar que todavía no tenían confianza, aunque él se encargaría de cambiar aquello cuando Karen regresara.
Lo cierto era que estaba experimentando una cierta sensación de incomodidad a pesar de que ver a Karen entrar por la puerta, aunque fuera completamente vestida, había avivado su deseo por ella.
Ash recorrió de arriba abajo la habitación pensando en la razón oculta de su propia intranquilidad. Normalmente no tenía ningún problema a la hora de hacer el amor. Había aprendido a una edad relativamente temprana a proporcionar placer a una mujer y a recibirlo durante el acto amoroso.
Pero aquella noche temía no ser capaz de derribar la resistencia de Karen y que ella estuviera dispuesta a recibir sin tabúes lo que él le ofrecía. Ash tenía miedo de que sólo viera el acto como un medio para conseguir un fin, que no fuera capaz de verlo de otro modo que no fuera como un semental haciendo un servicio. Y él deseaba que lo viera como un hombre, no como un príncipe. Un hombre que quería tenerla toda entera, incluidos su confianza y su respeto.
Aquello era muy importante para él, y era algo que no deseaba desde hacía muchos años. Quince años para ser exactos. Pero aquella noche no pensaría en ello. Volcaría toda su energía en las necesidades de Karen.
–¿Ash?
El jeque se dio la vuelta y se encontró con su esposa vestida con un camisón de encaje del color de la rosa del desierto que dejaba entrever las curvas de su cuerpo. Llevaba el cabello castaño suelto, enmarcándole el óvalo de la cara en suaves ondas.
La visión de Karen de espaldas a la luz del fuego y la certeza de que era suya, al menos por aquella noche, provocó que Ash se pusiera duro como el acero bajo la bata que se había puesto. Todos los músculos de su cuerpo se tensaron con el deseo de poseerla allí mismo.
Pero cuando vio la incertidumbre reflejada en los ojos de su esposa recordó que tenía que tranquilizarse, mantener el control y tratar de persuadirla suavemente, olvidando lo desesperado que estaba su cuerpo por vaciarse.
–Ven aquí –dijo estirando el brazo hacia ella.
Karen avanzó lentamente en su dirección y tomó la mano que le ofrecía. Cuando la condujo hasta el sofá y la sentó a su lado, ella frunció el ceño.
–¿Qué tiene de malo el dormitorio?
–Más tarde –aseguro Ash sirviéndole una copa de champán–. Tal vez deberíamos hablar un poco antes.
Cuando le ofreció la copa se dio cuenta de que a ella le temblaban ligeramente las manos. Él también experimentó un estremecimiento, pero no tenía nada que ver con los nervios. El suave pico de sus pezones se marcaba bajo la tela de encaje que cubría sus senos redondos. Ash se esforzó para ganar la batalla del control.
–¿De qué quieres hablar? –preguntó Karen mirando fijamente su copa de champán y recorriendo el vidrio suavemente con un dedo.
«De lo que voy a hacerte esta noche», pensó.
–Del día que has pasado –dijo moviéndose casi imperceptiblemente para guardar la distancia entre ellos y mantener atado su deseo–. Pareces cansada.
–Lo estoy –confesó Karen bebiendo un sorbo de champán–. Ha sido un día muy largo.
–Túmbate –dijo entonces el jeque sujetándole la copa.
–Ash…
–Sólo quiero ayudarte a que te relajes.
Los ojos de Karen, que parecían de oro bajo el reflejo del fuego, mostraban desconfianza cuando colocó la cabeza sobre el brazo del sofá y se cubrió los pechos con las manos. Ash le colocó las piernas encima de su regazo con cuidado de no acercarlas demasiado a su erección. El más mínimo contacto en aquella zona podría hacerle olvidar su voto de paciencia.
Comenzó entonces a masajearle los pies, aquellos pies tan finos con las uñas pintadas del mismo color rojo que el camisón. Trabajó el interior, los talones y aquellos pulgares delicados que encontraba tan intrigantes. Cuando comenzó a subir por las pantorrillas Karen se puso tensa. Y cuando le deslizó las yemas de los dedos en la cara interna de los muslos abrió los ojos de par en par.
–¿Estás más relajada? –preguntó Ash sin dejar de acariciarle las piernas con movimientos certeros.
–No exactamente.
–Dime qué puedo hacer para ayudarte.
–No lo estás haciendo mal –respondió Karen exhalando un medio suspiro cuando él subió los dedos unos milímetros.
¿Que no lo estaba haciendo mal? Aquello no iba para nada con Ash. Se bajó del sofá con gesto decidido y se puso de rodillas delante de ella. Tenía los labios dibujados de un rojo profundo parecido al de las uñas. Muy tentador, pero Ash no estaba todavía preparado para besarla. Al menos no allí.
–¿Qué hacemos ahora? –preguntó ella con incomodidad.
–Tienes que recordar dónde estás y disfrutar.
Ash le bajó uno de los tirantes y depositó suavemente los labios sobre el hombro desnudo. Luego procedió a hacer lo mismo con el otro tirante. Podía sentir el corazón de Karen latiendo con fuerza en el punto en que su pecho se encontraba con sus senos y supo que en cierto modo estaba triunfando con su seducción.
–Eres muy hermosa –susurró masajeándole suavemente los hombros desnudos–. ¿Estás más relajada?
–Me voy acercando –respondió Karen reprimiendo un gemido–. Lo estás haciendo muy bien.
Al menos sus esfuerzos habían pasado de no estar haciéndolo mal a hacerlo muy bien. Ash esperaba llegar a hacerlo maravillosamente pronto. Estaba deseando darle a Karen la satisfacción que se merecía, demostrarle que sus necesidades eran para él más importantes que las suyas propias. Pero todavía no. No hasta que supiera que ella estuviera completamente lista para él.
–¿Por qué te paras? –preguntó Karen desconcertada cuando Ash se fue al otro extremo del sofá.
–Necesitas descansar –aseguró él atrayéndola hacia sí y colocándole la cabeza sobre su hombro–. Cierra los ojos.
–Pero ¿y el bebé?
Tal y como sospechaba, concebir un hijo seguía siendo su prioridad. Y Ash pretendía desviar su atención de la concepción hacia el proceso de conseguir ese objetivo.
–Tenemos toda la noche. Ahora necesitas relajarte. Prefiero que estés bien despierta y cargada de energía antes de que vayamos más lejos.
–Bueno, si insistes… –accedió Karen reposando la cabeza sobre su hombro–. Pero no voy a dormirme.
Sin embargo, no pasó mucho tiempo antes de que la respiración calmada de Karen se escuchara en medio del silencio de la sala y Ash se diera cuenta de que estaba dormida. Había querido que se relajara, quizá no hasta ese punto, pero, como él mismo había dicho, la noche era muy larga.
Si por él fuera pasarían juntos todas las noches de su vida. Pero a menos de que pudiera convencer a Karen de que lo dejara tocarla después de concebir, que le permitiera quedarse con ella después de que naciera su hijo, aquellos serían los únicos momentos que tendrían para estar juntos. Y la intención de Ash era sacarles el mayor partido posible.
El tiempo estaba de su parte. Por el momento.