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INTRODUCCIÓN

La Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC, por sus siglas en inglés) señala que el cáncer es la primera o segunda causa de muerte antes de los 70 años en 112 de 183 países, y ocupa el tercer o cuarto lugar en otros 23 países. El cáncer de cuello uterino ocupa el cuarto lugar en frecuencia y constituye la cuarta causa de muerte por cáncer en mujeres, con un estimado de 604 000 nuevos casos y 342 000 muertes en todo el mundo en 2020 [1]. La tasa de incidencia de este cáncer es de 15,6 y la de mortalidad de 8,8 por cada 100 000 mujeres [2].

La tasa de incidencia y mortalidad del cáncer de cuello uterino ofrece una gran disparidad alrededor del mundo. En 2020, la región oriental de África presentó la mayor incidencia (39 por cada 100 000 mujeres) y mortalidad (27,3 por cada 100 000 mujeres), mientras que el sur y este de Asia, para ese mismo año, presentaron la menor incidencia (14,3 por cada 100 000 mujeres) y mortalidad (8,7 por cada 100 000 mujeres). América del Sur se posicionó en el noveno lugar en incidencia (14,7 por cada 100 000 mujeres) y mortalidad (7,1 por cada 100 000 mujeres) [3]. En las mujeres de Ecuador, para el año 2020, el cáncer de cuello uterino ocupó el segundo lugar en incidencia (16 por cada 100 000 mujeres) y el tercer lugar en mortalidad (8,2 por cada 100 000 mujeres) [2].

La historia del inicio de la recolección de los datos sobre cáncer cervical se remonta al año 1920, con el doctor George Nicholas Papanicolaou, quien propone el estudio de la citología cervical; sin embargo, el tamizaje poblacional a escala global empieza 40 a 60 años después [4], por el poco interés que tuvo el mundo en las observaciones de Papanicolaou. Para esa época, la estadística del cáncer dependía de las posibilidades económicas de cada país y no existía un organismo observador internacional; hasta que, en 1946, con la Conferencia de Copenhague, Dinamarca, se recomienda la creación de registros estadísticos para el cáncer en el mundo. La entidad que establece las pautas para el desarrollo e implementación de estos registros se creó en 1966, con el nombre de Asociación Internacional de Registros de Cáncer, como parte de la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer [5].

El primer país de América Latina en establecer un registro para el cáncer fue Puerto Rico en 1950, seguido por Colombia, que lo implementó en 1962. La República del Ecuador contaba con varios organismos encargados de generar estadística y censos hasta el 7 de mayo de 1976, año en el cual, mediante decreto 323, se crea el Instituto Nacional de Estadística y Censos, por la fusión del Instituto Nacional de Estadística y la Oficina de los Censos [6]. Hasta 1980, el perfil epidemiológico de la población ecuatoriana estaba predominantemente conformado por enfermedades infecciosas que afectaban en mayor cuantía a la población infantil. Para el año 1980, el cáncer representaba el 6% de las defunciones en el país [7]. En 1984, se creó el Registro Nacional de Tumores, mediante un acuerdo ministerial, y se delegó a la Sociedad de Lucha contra el Cáncer (SOLCA) la tarea de crear un sistema de información encargado de recoger, almacenar e interpretar los datos de los pacientes con cáncer, bajo la rectoría de la Agencia Internacional de Registros de Cáncer (IARC). En años posteriores, se crean registros poblacionales en Manabí, Loja, El Oro, y en las ciudades de Cuenca y Guayaquil. La cobertura de los registros alcanza al 45% de la población nacional, con estimaciones de calidad [8]. Realizando un análisis de la curva de incidencia y mortalidad del cáncer de cérvix en Ecuador, se observa que, durante el período comprendido entre 1985 y 1988, la incidencia era de 31,0 por cada 100 000 mujeres, con una mortalidad de 8,6 por cada 100 000 mujeres. El período de menor incidencia se encuentra entre 1999 y 2003, con una cifra de 9,5 por cada 100 000 mujeres, mientras que la menor mortalidad, con una cifra de 8,2 por cada 100 000 mujeres, se registra durante el período 2009-2013, lo que pone en evidencia que los programas de detección oportuna han logrado disminuir tanto la incidencia como la mortalidad. El último reporte, realizado en el año 2018, señaló una incidencia de 17,8 por cada 100 000 mujeres y una mortalidad de 9,0 por cada 100 000 mujeres [5], lo que implica que nuevamente se presenta una elevación con respecto al período de menor incidencia y mortalidad.

Actualmente, en Ecuador, la atención en salud se encuentra divida en tres niveles. Los establecimientos públicos de primer nivel de atención tienen que cumplir con las actividades de promoción y consulta preventiva, dentro de la cual se contempla la detección oportuna del cáncer de cuello uterino, que se realiza a través de la citología cervicovaginal. El segundo nivel de atención también contempla la realización del tamizaje cervicouterino y el tercer nivel se reserva para la resolución y seguimiento de la patología cervical propiamente dicha. En el ámbito privado, los establecimientos de salud no ofrecen información estadística en cuanto a las actividades preventivas relacionadas con el cáncer de cuello uterino y realizan distintas formas de tamizaje, de acuerdo con la escuela en donde se hayan formado los galenos.

La supervivencia después del diagnóstico de cáncer de cuello uterino responde al grupo socioeconómico al que pertenezca la persona diagnosticada. En los países de bajos recursos, una posición socioeconómica baja se relaciona con una vivienda en áreas desfavorecidas, dificultad de acceso y cumplimiento del cribado, así como con comorbilidades y un mayor estadío al momento del diagnóstico [9]. Esta disparidad, sumada a la falta de datos fiables provenientes de los registros de muerte por cáncer en los países con un bajo o medio índice de desarrollo, que refleja la falta de reconocimiento a la importancia que tienen los registros, la falta de recursos y de personal calificado, y la ausencia de priorización de la “inclusión del cáncer” entre una de las muchas necesidades de los ya limitados servicios de atención médica, nos permite conocer una carga de mortalidad por cáncer probablemente subreal [10].

La necesidad de la unificación de criterios en cuanto a tamizaje, diagnóstico, tratamiento y seguimiento de las lesiones premalignas y del cáncer de cuello de útero in situ en el país es el propósito fundamental para la implementación de esta guía, que pretende ofrecer recomendaciones basadas en la mejor evidencia disponible, con el fin de estandarizar las acciones en Ecuador.

Guía de práctica clínica SEPTGIC-NP para prevención, diagnóstico y tratamiento de las lesiones precursoras de cáncer de cuello uterino

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