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CAPÍTULO 2 LA PROFECÍA
ОглавлениеNélida, Gudy y Circe andaban sobre un carretón de ruedas tambaleantes en medio del bosque. Los pájaros principiaban a anunciar la alborada ocultos en el follaje. Amanecía. La tierra estaba vegosa, llena de ardillas zigzagueantes.
La brisa ondeó el cabello de la chica mientras ella observaba su contorno con ojos pensativos. No comprendía nada. ¿Quiénes eran realmente ese enano y esa señora de blanco? ¿Por qué la ayudaron a escapar? Además, tampoco entendía quién era Corvus. ¿Por qué quería matarla? Todas esas preguntas perturbaban su mente. ¿Y ahora qué ocurrirá? ¿Qué pensarán las personas del orfanato? ¿La creerían secuestrada? ¿Y Corvus? ¿Estaría muerto? ¿Era ella una asesina? Mientras más cavilaba más nerviosa se ponía. Ya no podía contener tantas interrogantes.
—¿Dónde estamos? —preguntó.
—Cerca de tu nuevo hogar —contestó Nélida—. No te impacientes. Espera.
Recorrían un sendero pedregoso flanqueado de árboles; algunos floridos, otros marchitos, unos altos y espinosos, con frutos, sin ellos, de hojas pardas, otros de corteza escamosa, e incluso, conoció una variedad que, según el ángulo de su mirada, sus hojas cambiaban de tonalidad. No existía semejanza alguna en relación con el bosque visitado en sus excursiones.
—En este minuto estás confundida, es comprensible. Cuando lleguemos a la Casa de las Patentes podrás aclarar tus dudas con el director.
—Discúlpeme, señora, ni siquiera le he preguntado cómo se siente después del encuentro con su hermano.
Nélida bajó la mirada.
—¡Cómo podría sentirme! Corvus es mi hermano menor. Siempre fuimos muy unidos…
—Entonces, ¿qué pasó? ¿Por qué la odia tanto?
—El poder, mi niña. El poder lo transformó en ese ser despreciable que es hoy… Yo recuerdo que desde su adolescencia procuraba ser líder entre sus amigos. Ansiaba sentirse poderoso, ocupar un trono y ser servido por muchos súbditos. Intenté que desistiera de esa locura y le propuse que se uniera a mis investigaciones científicas, pero nunca logré persuadirlo... Un día misteriosamente desapareció…
—¿Así, sin más?
—Así, sin más... Al cabo de largos años de incesable búsqueda oí unos rumores de un hombre que había hecho un pacto con una criatura espantosa y que esta alianza solo se quebraría con su muerte. Al instante supe que se trataba de mi hermano… —hizo una pausa—. Estuve indagando sobre esta criatura, pero hasta el día de hoy no tengo una noción clara de su identidad. Lo único que sé es que dotó a Corvus de habilidades increíbles, aunque al mismo tiempo volvió su corazón de piedra. Mi hermano nunca me hubiera lastimado, ¡créelo! Él no lo hubiera hecho. —Sus ojos estaban llorosos. Se esforzaba por mantener controladas sus emociones.
—No se ponga así, señora. Debe haber algo que usted pueda hacer.
—Precisamente ese «algo» no consigo descubrirlo. He buscado sin encontrar al causante de este cambio en mi hermano.
—Pues si realmente lo ama, continúe buscando, porque el que busca, halla; al que llama le es abierto y al que pida, se le dará. —Nélida se sorprendió.
—Claro —añadió Circe—, si sabe buscar correctamente, tocar en la puerta precisa y pedir a la única persona en quien a ojos cerrados se puede confiar.
—Tus palabras me son difíciles de entender.
Ella asintió.
Continuaron avanzando en silencio hasta que Circe otra vez habló:
—Quiero darles las gracias a ambos, por haberme rescatado. Tú, hombrecito, me defendiste como todo un gigante.
—Siempre que lo necesites podrás contar conmigo. —Gudy la miró con los inconfundibles destellos de la curiosidad—. Ahora solo dime una cosa. ¿Cómo es posible que prevalecieras ante Corvus?
La pregunta turbó a Circe.
—En mi mente surgió una voz… —recordó— y en un abrir y cerrar de ojos ya había trazado un plan. Tenía que hacer algo, Corvus iba a matarnos. ¡Créanme! ¡Yo no quería hacerlo! ¡No quería convertirme en una asesina!
—No te angusties, mi niña. —Gudy sacó un pañuelo—. Corvus no está muerto. Su derrota no será tan simple.
—¡No está muerto! ¡Pero esa lámpara…!
—¡Esa lámpara no es suficiente para acabar con el líder del Ejército Oscuro! Corvus, no sabemos cómo, dejó de ser una persona común y corriente.
—Lo que sí sabemos —puntualizó Nélida— es que no descansará hasta tenerte. Por eso te llevaremos a un lugar seguro.
Las palabras de Gudy tranquilizaron su alma. No era una asesina. Sin embargo, el comentario de Nélida perpetró una preocupación mayor. Si Corvus vivía no estaba a salvo. Aún corría peligro de muerte.
Pensando en esto arribaron a las fronteras de un poblado. Un cartel gigantesco rezaba: «Bienvenidos a Rimbaut, la ciudad de la ciencia». La carreta prosiguió por una superficie de adoquines.
Muy pronto comenzaron a ver las casas, diferentes en absoluto a las de cualquier comunidad. Una parecía un melón, en derredor tapiada; otra una bota; las siguientes eran cúbicas y esféricas; unas encimas de árboles; otras subterráneas; unas pocas como dulces; otras como panes. Todas celosamente adornadas. El césped de los jardines crecía como alfombra verde retoño y las flores germinaban de cuantos colores y tamaños existen.
—Te noto observadora —le dijo Gudy—. ¿Te gusta la ciudad?
—Sí, me gusta. —Miró a su alrededor con entusiasmo—. Un lugar hermoso para vivir.
—Sí, pequeña. Tú te mereces una vida mejor. ¡Eres tan joven! Debe haber sido difícil para ti haber vivido tantos años en un orfanato.
—Teodoro piensa lo mismo —intervino Nélida—. Lamento mucho la pérdida de tus padres.
—Cuando conozcas al director Teodoro verás que es una estupenda persona.
—Sí, de hecho, él nos está esperando —recalcó Nélida—. Apresura el paso, Gudy. ¡Parece que nos llevan hormigas en vez de caballos!
Circe detuvo el pensamiento en aquella anciana. Ciertamente era presumida. Traía atuendos finos y llevaba el cabello peinado con esmero. A cada tramo se empolvaba el rostro y sacaba un espejo de bolsillo para contemplarse. También bruñía sus prendas como quien se rehúsa a tener parte con la mugre ni afinidad con la vejez.
Luego tornó los ojos hacia las personas en las calles. Había quienes vestían traje y corbata, otros jeans y camisa; turbantes, velos y sombreros anticuados. Le maravillaba ver cómo los niños corrían de aquí para allá y de allá para acá libremente. No había autos, ni trenes, ni siquiera un bus de recorrido. Su carreta los hacía el centro de atención. Destacaban por ser el tono discordante. Finalmente se detuvo la carreta. Unas escaleras se desplegaban hasta lo alto de la Casa de las Patentes.
—Cuando hables con Teodoro pregúntale todo lo que necesites saber. No existe alguien mejor para aclarar tus dudas —aseguró Gudy.
—Por supuesto que lo haré
Se apeó. En el portal de la Casa de las Patentes dos estatuas custodiaban la puerta de entrada. Después de estas iniciaba un salón, donde sus figuras quedaban reflejadas en lo pulido del piso. En los flancos se erguían diminutas estatuas incandescentes y había puertas de oficinas y salones.
—¿No hay nadie aquí? El edificio está desolado —dijo Circe, quien esperaba ver a muchas personas de un lado para el otro.
—Hoy es domingo. El personal está de descanso. Solo el director está aquí, justo detrás de esa puerta. —Los tres se detuvieron frente a una puerta acristalada—. Es hora de que conozcas a Teodoro… Adelante, entra. —Nélida la condujo por el brazo.
Antes de que pudiera reaccionar ya la puerta se había abierto y ella estaba dentro. Volvió los ojos cuando esta nuevamente se cerraba.
Se trataba de una oficina humilde y pequeña el despacho del director, llena de estantes y libros; solo dos sillas y una mesa sobre la que garabateaba su firma un señor de espejuelos y sombrero redondos. A pesar del sonido del llavín al trancarse, el anfitrión proseguía en sus quehaceres como si no hubiera notado su presencia.
—Buenos días, señor. —El director dejó a un costado el bolígrafo y calmadamente se irguió a su estatura completa.
—No me llames señor. Soy Teodoro Rabintoon. Si te parece bien puedes llamarme profesor Rabintoon, después de todo quizás aprendas algunas cosas de mí.
—Estoy convencida de eso, profesor: Ahora si me permite, quisiera hacerle varias preguntas.
—Como desees, toma asiento.
—Está bien. —Se sentó—. Ahora dígame, ¿por qué quieren matarme? —El director se ciñó el sombrero y la miró fijo.
—Verás, Circe, tú eres la chica de la que habla la profecía.
—¡La profecía! ¿Qué profecía?
—Sí, señorita Grimell. —Colocó un pisapapeles sobre los documentos donde antes estuvo trabajando—. La profecía más conocida en Rimbaut fue proclamada por un viajero que al parecer vino de muy muy lejos. Este hombre era un estudioso consagrado y asombraba a los más grandes sabios de la región con sus enseñanzas. Pero la gente no simpatizó con su doctrina y lo expulsaron de la ciudad. Antes de marcharse, él aseguró que vendría en pos de Rimbaut un ejército poderosísimo al cual no podríamos vencer jamás con armas y tecnología, mas la Palabra que él portaba era viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos… Entonces presagió el advenimiento de una joven que derrotaría a este ejército con la eficacia de esta misma Palabra…
—No entiendo, profesor.
—Sí, es complicado de entender. Trataré de explicarte… Sabemos que Corvus está al mando de este ejército, pero no conocemos quién es su máximo líder. También tenemos constancia de que tú eres dicha joven, pero no comprendemos a ciencia cierta el significado de: «Una palabra viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos filos». Especulamos que es la antítesis del vacío y la oscuridad. Pensamos que tiene un sentido metafórico, evidentemente es improbable considerar que la Elegida, en este caso tú, pueda disuadirlos con palabras. «Una Palabra» alude a la esencia de esta arma o antídoto, por llamar de algún modo a la contrapartida de Corvus y «viva y eficaz» significa que es real y que se conoce su efectividad.
—Volviendo atrás —dijo Circe, retomando lo que más le preocupaba—. ¿Cómo de seguros están de que yo soy esa chica? Podría ser cualquier otra.
—Lo podría, es cierto. —Volvió a ajustarse el sombrero—. El profeta dio algunas referencias sobre la Elegida, y todas coinciden contigo. A pesar de ello, nuestra mayor certeza surgió cuando un infiltrado nos dijo que Corvus te tenía en la mira. Debes saber que él conoce todo cuanto acontece en esta ciudad, como quien posee una fuente misteriosa de información de esas cuya exactitud desconcierta…
—O sea, hizo suya la certeza de Corvus.
—Podríamos decirlo así... Escucha, míralo como un juego de ajedrez. Si das jaque mate al rey, ganas. Es lo mismo. Esta arma misteriosa parece ser fulminante para quien está por encima de Corvus. Fuera este, se termina el partido y ganamos. Es la única forma que creo posible que una jovencita pueda vencer a todo un ejército... Por eso dime, ¿qué sabes? ¿Qué resulta tan letal al punto de remover cielo y tierra para silenciar tus labios?
—No tengo la menor idea. Me parece que no soy esa que puede ayudarlos. Pero está bien, le diré qué creo: Ese profeta pudo haberles dicho hace años lo que hoy quieren oír de mí. Sucede que ahora mismo no entiendo mucho de lo que me está hablando. ¡Qué puedo decirle! Nada más que cada cosa en esta vida tiene su tiempo —puntualizó resueltamente Circe—. Por lo que acaba de decir, el conocimiento del mensaje que portaba el viajero parece ser en sí la verdadera arma, algo inmaterial. Me huele a que él traía al descubierto el misterio que envuelve a este ejército.
—Me agrada tu franqueza, muchacha —expresó el director al percibir la vehemencia de la joven—. Me cuesta verlo de ese modo, aunque… por otro lado, no entiendo cómo siendo tú la Elegida no portes el mismo mensaje profético.
—La verdad es que no estoy segura de ser la Elegida, como dicen.
—Pues debes estarlo, en cuanto a eso no hay duda alguna.
—Está bien, creeré que tiene razón. Entonces, dígame, ¿de ahora en adelante qué pasará?
—¿Qué quieres saber exactamente?
—Si yo no conozco nada sobre el mensaje de este viajero y, aun así, soy quien dicen, ¿de qué vale?
—Vale mucho. Que estés aquí con vida es nuestra primera victoria. Tal vez todavía no sea la hora de develar este polémico mensaje. Tú crees no conocer al respecto, pero a lo mejor guardas las bases de este argumento en tu corazón y con el tiempo te podrás encaminar a la edificación de toda una verdad.
—No estoy segura.
—Bueno, no te preocupes, este asunto se resolverá.
—¿Y qué se supone que debo hacer? ¿A qué debo esperar? Recuerde, no tengo casa, ni familia. ¿Dónde viviré entretanto?
—Eso ya fue resuelto. Irás para la Gran Institución. Es el mejor colegio especializado de Rimbaut. Allí aprenderás mucho sobre nosotros, nuestras creaciones y nuestras costumbres. ¡Ya verás lo rápido que te familiarizarás! —El director enrolló uno de los papeles en pila y se lo ofreció a Circe.
—¿Qué es esto, profesor Rabintoon? —preguntó mientras lo observaba entre sus dedos.
—Son sugerencias mías y algunas modificaciones para un nuevo proyecto de estudio. Entrégaselo a Nélida.
Ella se puso en pie.
—Que tenga un buen día.
—No, no te marches todavía. —Teodoro se levantó del asiento, caminó rumbo a unos estantes y extrajo una pequeña colección de libros—. Estos ejemplares te resultarán útiles.
Circe se apresuró en tomarlos. El primero portaba una carátula aterciopelada con letras gruesas que rezaban: Inventos Novedosos. El próximo era un mamotreto: Ciencia y Tecnología Avanzadas. Asimismo, prosiguió leyendo los títulos, uno por uno. Luego los guardó en una bolsa de cuero que el director también le ofreció.
—¡Estás lista! Ve con Nélida a la Gran Institución. Todo cuanto necesitas lo tendrás… Pronto nos veremos nuevamente. —Agarró sus manos en un gesto fraternal—. Verás cómo las cosas marcharán bien.
Ella asintió y, después de que le hubo liberado las manos, se retiró de la oficina.