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CAPÍTULO 3 LA GRAN INSTITUCIÓN

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Afuera estaba Nélida, esperándola. Gudy, sin embargo, ya no se encontraba a su lado.

—Eres una chica hermosa en verdad —la elogió, al tiempo que le amoldaba el cabello—. Así era yo de delgada y bella, con esa misma mirada inocente. ¡Qué tiempos aquellos!

—Gracias.

Circe percibió un movimiento casi inapreciable dentro de una oficina. Se asomó al cristal. Unas extensiones conectadas a la electricidad portaban un sinnúmero de bolígrafos que escribían simultáneamente los documentos apilados en la mesa.

—¿Cómo fue la charla?

La chica devolvió la mirada.

—Bien, me fue bien.

—¿Y qué tal? —preguntó Nélida con interés.

—¡Y qué tal!

—¡Estás en las nubes, jovencita! Háblame del asunto que nos trajo aquí.

—¡Oh, sí!... El director Teodoro fue muy gentil conmigo. Me contó acerca de la profecía y de las intenciones de Corvus —suspiró—. La verdad es que me he quedado igual de preocupada, profesora.

—Es natural que estés preocupada.

Circe volvió la mirada hacia el interior de la oficina.

—¿Qué será lo que escriben?

—Aquí el quehacer es imparable. Únicamente el personal descansa hoy domingo. Así que utilizan esta máquina para adelantar el trabajo.

—¡Ah, profesora, lo había olvidado! El director me mandó a entregarle esto.

La señora de blanco desenrolló el documento.

—Sí, llevo días esperando esta resolución. —La guardó en un bolsillo—. Será mejor marcharnos. Debemos llegar a la Gran Institución.

Caminaron en busca de la salida trasera de la Casa de las Patentes, bordearon un pequeño jardín interior con varios arbustos y una fuente de mármol blanco que, para el asombro de Circe, no contenía agua cristalina como pensó, sino una superficie de vidrio y debajo había carpas de todos los colores posibles. Más adelante giraron a un largo corredor de alfombras púrpuras. Las paredes estaban abarrotadas de condecoraciones, afiches y pinturas. A Circe le pareció ver entre los óleos a Rabintoon en su juventud. Quiso detenerse un instante, pero Nélida ya la superaba unos metros. Se apresuró para alcanzarla en las afueras del edificio. Descendieron por las escaleras hasta llegar a la calle.

Por los alrededores no se veía ninguna casa, solo matorrales y unas pocas aves de corral.

—Profesora Nélida, disculpe mi curiosidad…

—¡Anda, dime! —Se detuvo.

—¿Dónde está Gudy? ¿Por qué se fue?

—Fue a una encomienda mía al centro de la ciudad. Seguro que estará con nosotras pronto.

Nélida, sin más, retomó el andar. Sus pasos eran rápidos y certeros, evadía los desniveles y se abría trecho en lo precario del camino. Su rumbo sugería como destino una choza de viejas tejas asfaltadas, hecha de costaneras de pino y con la fachada agujereada. Así de común en las casuchas centenarias y abandonadas.

No se veían convivientes, incluso la perrera, los corrales y las jaulas del traspatio se encontraban vacíos.

—¿Qué buscamos aquí, profesora? —Quiso saber.

Nélida no le respondió y continuó su curso hasta la puerta.

—Escarabajo negro —murmuró en tono claro y pausado.

Al instante las bisagras traquearon como si hubieran estado esperando aquella contraseña. Nélida empujó la puerta y entró.

El recinto estaba en penumbras, sin más que un par de taburetes y un estante al fondo. Ella corrió unas cortinas polvorientas y halló un postigo de hierro. Los dedos de la profesora hundieron un par de teclas, y luego tres más, y por último otras dos. La puerta chirrió.

—Ven, apresúrate. —Nélida tiró de su brazo y cuando Circe vino a reaccionar ya estaba del otro lado, en un suntuoso vestíbulo de paredes azules.

Dos espejos de marcos de oro colgaban, uno frente a otro, y el techo sugería un arcoíris radiante de brillos dorados.

—Espérame un instante. Enseguida regreso —le pidió Nélida antes de alejarse por aquel piso de losas negras y blancas.

La chica volvió la mirada a lo alto. Se preguntaba qué tipo de lámpara podría despedir tanta luz.

En los arquitrabes, decenas y decenas de soles destellaban una luminosidad blanca perlada. Era increíble. En un rincón reposaba un búho cenizo con pintas oscuras. Cambió la vista en torno a un espejo para observarse. Se avergonzó al ver que aún llevaba el pijama rosa y las pantuflas de lentejuelas. No estaba para nada vestida como debería estarlo a media mañana en un lugar donde no conocía a nadie.

—¡Yo he caminado así por toda la ciudad! ¡No lo puedo creer! ¡Qué vergüenza! —se dijo a sí misma.

—Acércate, por favor —Nélida la llamó desde el otro extremo del vestíbulo—. Ya inició el discurso de bienvenida. ¿Crees estar preparada para conocer tu nuevo colegio?

—¡Claro! Aunque creo que esta no es la ropa adecuada.

—Sí, ya me percaté de eso. Toma este atuendo y estos zapatos. Si mis cálculos son correctos te quedarán perfectos.

Circe cogió el vestuario que Nélida le ofrecía. Parecía ser el uniforme de la institución. Se trataba de un conjunto grisáceo: saya, blusa y una cinta para el cabello. El calzado era negro, de corte cerrado y las medias largas.

—¿Dónde puedo cambiarme, profesora?

—Ven, aquí mismo. —La condujo a una habitación diminuta con los utensilios de limpieza—. Vístete rápido, estamos retrasadas.

La chica se cambió la ropa a la velocidad de un rayo. Estaba ansiosa por conocer su nueva escuela y desde ahora su casa. Nélida le estiró el cabello y acto seguido la tomó del brazo. Ambas atravesaron la puerta a la sala de ceremonias.

Había dos escaleras de acceso a los pisos superiores, un ventanal abierto y muchas plantas de decoración. Al final se veía una muchedumbre de jóvenes uniformados escuchando las palabras de inauguración. La exponente hablaba sobre una plataforma. Era una señora de poca estatura; no lucía obesa pero tampoco delgada.

—... Como he dicho antes, este es un gran día para todos nosotros. Es el comienzo de una etapa de aprendizaje sin precedentes, cuyo objetivo es formarlos como auténticos guerreros y defensores de la soberanía de nuestra ciudad, y por ende… —La profesora parlante vio incorporarse a Circe al grupo de estudiantes y entonces hizo una pausa en su mensaje. La miró fijamente, como si hubiera aguardado largo tiempo para verla y, ahora enfrente, no lo podía creer.

El tumulto enfocó la vista hacia Circe, tanto así que ella se sobrecogió de la pena. La profesora Nélida se abrió paso entre el alumnado para alcanzar el micrófono de las manos de la señora de túnica verde.

—Atiendan, por favor, no se distraigan.

Una a una las miradas retomaron su enfoque hacia delante.

—Como decía mi colega la profesora Hallton, en la Gran Institución aprenderán las técnicas para ejecutar nuevos sistemas de protección, para maniobrar máquinas de defensa, para encubrir conocimientos y crear ilusiones ópticas; todo en pos de salvaguardar nuestras familias, nuestro patrimonio, nuestras costumbres. Es una ola de discordia y sufrimiento la que se avecina, pero no podemos rendirnos, sino que debemos perseverar hasta las últimas consecuencias… Cada uno de ustedes fue elegido para esta importantísima misión con el consentimiento de sus padres, pero aprobados por méritos propios. Desde hoy mismo engrosan las filas del ejército de la ciudad, respaldados por el Gobierno y apoyados…

—¿Siempre son así los discursos de bienvenida? —preguntó la chica a su lado—. Se extienden y se extienden, y no tienen para cuándo acabar.

—Es lo habitual.

Su compañera tenía ojos color miel y una hermosa cabellera dorada.

—Me llamo Margarita.

—Y yo me llamo Circe.

—Lo sé —susurró a su oído—. Todos aquí sabemos quién eres. Es un privilegio conocerte.

—¡Qué dices! ¡No exageres!

—Hablo en serio. Las noticias no han hablado de otra cosa si no de tu búsqueda…

—Silencio allá atrás, por favor. Hallton leerá el reglamento.

Las dos chicas callaron.

—Primero: Está terminantemente prohibido salir del colegio sin la autorización de un profesor.

»Segundo: El vestuario para asistir a clases es irremplazable.

»Tercero: Hembras y varones dormirán en habitaciones diferentes, por lo cual obtendrá un severo castigo quien no se halle en el dormitorio que le corresponde.

»Cuarto: Prohibido el uso de las técnicas, métodos y herramientas disponibles contra sus compañeros.

»Quinto: Es inaceptable el consumo de bebidas alcohólicas, estupefacientes y cigarrillos dentro de la institución. —Respiró—. Estas son solo las reglas más importantes, el resto podrán encontrarlas en los murales de la biblioteca. También quería informarles que los dormitorios están en el tercer piso y las aulas en el segundo. Los demás compartimientos los irán encontrando en su recorrido por el edificio… Bueno, nada más me queda algo que decirles. La profesora que imparte la materia de Ilusionismo está bajo cuidados médicos. Su clase aguarda un suplente o su reincorporación. Entretanto quedará esta asignatura pendiente. —Tomó aliento—. Sin más, pasen al frente según sean nombrados para entregarles el horario docente y luego sonará un timbre para ir a clases.

La profesora Hallton le cedió el puesto a su homóloga la profesora Nélida.

—¡Katherine Grousand!

Del grupo de alumnos salió una chica de tez india, cabellera suelta a media espalda y mirada pícara. Tenía ojos verdes y un evidente aire de soberbia.

Circe notó de inmediato cómo los chicos la miraban, se babeaban ante su exuberante hermosura. Katherine cogió el horario de clases y se apartó a un costado de la plataforma.

—¡Daniel Raberly! —continuó.

Se aproximó un joven de cabellos erizados, con una llamativa cadena al cuello de eslabones planos. Le fue entregado el orden de clases.

—¡Circe Grimell! —prosiguió.

Ella miró a Margarita, insegura. Otra vez experimentó el acoso de las muchas miradas de sus compañeros.

Caminó rumbo a la plataforma, apenas le permitían el paso. Cuando subió los peldaños, le entregaron un escrito de letras negras.

—¡Margarita McCrouss! —Escuchó mientras leía.

Señorita Circe Grimell (Grupo A)

Primera Etapa:

1- Principios Técnicos para Artefactos de Guerra 8:00 - 9:00 AM

2 - Prácticas de un Inventor. 9:00 - 10:00 AM

Tiempo de recreo docente 10:00 - 10:30 AM

3 - Historia y Tradiciones de Rimbaut 10:30 - 11:30 AM

4 - Ilusionismo 11:30 - 12:30 PM

Tiempo de almuerzo 12:30 1:00 PM

5 - Tratamiento con Plantas Dañinas 1:00 - 2:00 PM

6 - Conocimientos Básicos de Defensa 2:00 - 3:00 PM

Al tiempo que escudriñaba el orden de cada materia, imaginaba el raudal de cosas que aprendería. Recordó sus sueños de una vida con propósito y no pudo evitar sentirse agradecida. La respuesta a su petición no fue lo que esperaba, era mucho más compleja. Sin embargo, este liderazgo y el compromiso de un mensaje de salvación para aquella ciudad, le hacían sentirse útil.

En el revoleteo de sus pensamientos una voz de pitillo le surcó los tímpanos.

—¿Tú crees que este recorte de papel es digno de este colegio? ¡Por qué no enviar el horario de clases a nuestros celulares! ¡Es insoportable esta espera! —dijo Katherine acremente.

A Circe no le agradó su tono.

—Quizás porque pensaron en alumnas como yo, que no tienen celulares.

La chica la miró por encima del hombro.

—No le hagas caso, ¿por qué mejor no subimos para el aula? —le invitó Margarita.

—¡Pero el timbre no ha sonado!

—Nadie se dará cuenta. Me muero de la curiosidad.

—Entonces, vamos.

Las dos jovencitas se escurrieron entre la multitud para subir por la escalera más cercana. El segundo piso iniciaba en un corredor de innumerables puertas.

—Están todos los salones cerrados, ¡qué lástima! No podremos curiosear.

—No te inquietes, esperaremos el timbre. —Circe se acomodó la bolsa—. ¿A qué grupo perteneces?

—Al grupo A, como tú —contestó Margarita—. Somos de la misma clase.

—¡Qué bueno! ¡Qué bueno de verdad! Es que me cuesta trabajo hacer amigos… Muy al contrario de ti, ¡claro está!

—No lo creas. A ti, Circe, porque ya te conocía de antes.

—¿Realmente sabes quién soy?

—¡Quién no lo sabría! ¡Únicamente un extranjero! ¿Acaso no percibiste cómo te miraban abajo?

—Ni me lo recuerdes. —Frunció el ceño.

—Mi familia me dijo que fuera selectiva con mis amistades, porque se rumorea que lograron infiltrarse al colegio algunos hijos de aliados de Corvus.

Circe recordó aquel hombre miserable y la calavera en su báculo. Se estremeció.

—¿Qué te ocurre? —preguntó Margarita.

—Nada, continúa.

—Revisé el listado de miembros y te confieso que tengo mis dudas sobre la lealtad de algunos estudiantes.

—¿Quieres decir que son espías?

—Al menos creo eso. Aunque tengo casi la certeza de alguien. Es esa tal…

Un grupo de jóvenes alocados por poco las derriban.

—¡Miren por donde caminan! —se enojó.

—¿Quién es? ¿La he visto abajo?

—Tuviste unas palabras con ella. Es Katherine.

El sonido del timbre fue chirriante y extendido. Automáticamente las puertas se abrieron.

—Luego hablamos —acordó Margarita.

Ambas entraron a una sala espaciosa, atiborrada de tapices y ventanales. Las mesas estaban ordenadas a cada lado de una alfombra de lana azul; iniciaba a la entrada y concluía al pie de un buró con patas de león. Ellas se sentaron.

Las lámparas colgaban de lo alto por gruesas cadenas aceradas. Circe recordó su encuentro con Corvus y la mirada se le perdió en el vacío.

—¿Te ocurre algo? —se interesó Margarita—. Por momentos te veo diferente.

—No, no me ocurre nada. Son ideas tuyas.

Aguardaron en silencio hasta que el salón se llenó de alumnos y estuvo enfrente el profesor a cargo.

—Buenos días tengan todos, yo soy el profesor Kroostand. Estoy encargado de su aprendizaje en cuanto a principios técnicos para maniobrar efectivamente artefactos de guerra. Por favor, abran los cuadernos sobre las mesas y tomen notas.

El educador se desplazaba con dificultad. Era un hombre obeso, de esos cuyas barrigas tambalean. Tenía cabellos color azabache, el bigote curvo y unos espejuelos realmente chicos.

—Comencemos por los conceptos más elementales. Tomen sus apuntes.

Circe copió según las orientaciones de Kroostand. Se sentía cansada, con cierto peso en los párpados. El educador alternaba frases y mordiscos. Llevaba los bolsillos repletos de golosinas. Su glotonería resultaba graciosa al alumnado, aunque Circe no formaba parte de los risueños, su mente reparaba en la conversación con Margarita.

Si realmente había algún traidor entre ellos, corría peligro. Corvus la descubriría y no podía imaginar a ciencia cierta cuál sería el fin de los hechos. Esa posibilidad comenzaba a preocuparla.

Tras esa materia cambiaron para otra sala igual de amplia, aunque la decoración de esta incluía multiformes dispositivos y herramientas.

—Buenos días —saludó un hombre de cabellos rubios recogidos en forma de cola de caballo. Tenía ojos pardos, nariz de gancho y brazos musculosos. Circe lo percibió de inmediato por lo ajustado de su camisa.

—Soy el profesor de Prácticas de un Inventor, quizás algunos me conozcan, pero la mayoría sé que no. Me llamo Teófilo Kraker y pretendo trabajar en sincronismo con otros profesores para vincular de manera efectiva la teoría con la práctica… En este primer día les estaré mostrando la colección de inventos por toda la sala. Por favor, acompáñenme.

Los alumnos fueron a escudriñar extrañas máquinas con tuberías de silicona, cables eléctricos y redes incluidas; pantallas, teclados, dispositivos de almacenamiento. Más adelante observaron tubos de ensayo, probetas, embudos y toda clase de utensilios para experimentos. También había pinzas, martillos, cintas métricas y un sinfín de herramientas más, totalmente desconocidas ante sus ojos. Realmente contaba con un vasto equipamiento la Gran Institución.

Todo aquello le era novedoso, fascinante; pero aun así Circe no podía resistirse a lo pesado de una noche de desvelo y tensiones. Deseaba concluir la jornada de una buena vez y acostarse en una cama bien acolchonada. El tiempo de esa clase pareció un siglo, hasta que finalmente chirrió el timbre.

Mientras recogía sus cuadernos, no lograba dejar de pensar en una habitación en penumbras y el confort de un lecho. La idea de no asistir a su próxima materia revoloteó incesante en su cabeza. «No, no debía incumplir con el reglamento —se dijo—. ¡Mucho menos en su primer día!».

Los altavoces emitieron la voz de la profesora Hallton.

—Atención, estudiantes, atención… El programa de estudio previsto para este día ha sido suspendido en vista de que se les hace necesaria una previa familiarización con el colegio y sus compañeros. Valiéndonos de que hoy es domingo, nos daremos el lujo de esta cobertura, pero mañana a primera hora se restablecerá el orden del día con todo rigor y apremio. Nuestras disculpas y una última cosa, no olviden las reglas.

La voz de Hallton dejó de resonar en sus oídos, quedó solo el bullicio de los jóvenes que corrían en tropel por los corredores.

Circe vio los cielos abiertos. Subió al dormitorio tan pronto desbloquearon el paso hacia el piso superior.

—Ojalá la cama no sea dura como la del orfanato.

Circe

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