Читать книгу Políticas de la imagen y de la imaginación en el peronismo - Eduardo Galak - Страница 6
La vieja Argentina: usos de la tecnología
pedagógica antes de Perón
ОглавлениеLa Primera Guerra Mundial cambió el mapa geopolítico de Europa y constituyó una verdadera crisis en la trayectoria civilizatoria. Un propósito buscado luego de su culminación fue el de crear un organismo que pudiera evitar que una nueva conflagración se repitiera, cuestión lograda con la institucionalización de la Sociedad de las Naciones. De su interior surgió la idea de vincular la producción cultural y educacional con la fundación de la Comisión Internacional de Cooperación Intelectual, materializada en 1922. Como ejemplo de esta voluntad de vincular cultura y educación, cuatro años después esta comisión llevó adelante un Congreso Internacional de Cine con la participación de 432 delegados de 32 países, haciendo que las potencialidades del cine fueran percibidas por intelectuales de numerosas regiones, quienes vislumbraron las posibilidades que encerraba como instrumento de formación y como elemento de propaganda (Alted Vigil y Sel, 2016).
Bajo la premisa de que las nuevas tecnologías podían constituir un recurso educacional novedoso y relevante al cual las gestiones estatales debían prestar atención como método auxiliar de la enseñanza, se crea en 1928 en Roma, Italia, el Istituto Internazionale di Cinematografia Educativa, cuyos estatutos fueron avalados por la Sociedad de las Naciones, lo que le confería una significativa legitimidad (Serra, 2011). Puede esgrimirse que este instituto fue la expresión de un clima de época, a la vez que precursor en el uso de tecnologías como dispositivos educativos, pues significó la puesta en marcha de organizaciones (oficiales y protooficiales) con ambiciosos propósitos científicos y culturales, que resultaron en la producción de material audiovisual como recurso pedagógico. Christel Taillibert (1999) menciona que uno de los grandes logros del organismo fue poder evadirse de la influencia fascista que le dio origen, así como de la competencia internacional suscitada en el seno de la Sociedad de las Naciones. Cabe mencionar que, a instancias del Instituto, unos años más tarde, entre el 5 y el 11 de octubre de 1933, se elabora un convenio de carácter internacional para promover la libre circulación de este tipo de películas, suscripto por representantes de treinta y nueve naciones, lo cual representó un hito en la historia de la cinematografía escolar dado el incentivo estatal para la actividad (Herrera León, 2008: 5). Con posterioridad, se organiza en 1934 el Congreso Internacional del Cine Educativo e Instructivo en París, aunque, como sostiene Andrés Del Pozo (1997: 61), si bien la relevancia que supuso el Congreso y las conclusiones a las que arribó fueron al menos discutibles desde una mirada pedagógica, puesto que en el documento final quedó plasmado el rechazo del cine hablado como instrumento didáctico y la consideración del cine mudo, acompañado de la palabra del profesor, como procedimiento instructivo ideal.
Por su parte, la radio también fue pensada por aquellos años como recurso educativo. Según Leslie Purdy (1980), en Estados Unidos, desde la primera transmisión de una estación radial en 1917, los educadores utilizan los mensajes radiales como medio pedagógico, siendo Latter Day Saints’ University of Salt Lake City, en 1921, la primera institución educacional en pedir oficialmente una licencia para establecer una radio. Apenas una década y media más tarde, en 1936 ya eran más de doscientas las licencias de este tipo, aunque solo treinta y ocho operaban.
Más allá de que como aparato tecnológico característicamente moderno la radiofonía es concebida desde su creación como dispositivo de transmisión cientificista de ideas, existieron un conjunto de experiencias en la Argentina de las primeras décadas del siglo XX que pueden encuadrarse como parte de un proyecto de enseñanza escolarizada a través de ese medio. En especial se destacan las experiencias desarrolladas desde principios del pasado siglo en la ciudad de Buenos Aires, en el colegio San José de los padres bayoneses, en el porteño barrio de Once, realizadas por el padre Lamanne, y en el colegio del Salvador por el padre Senra y el ingeniero Christensen (Historia del RCA, 2016).
En octubre de 1923 se llevó adelante la Primera Exposición Universal de Radiocomunicaciones en Buenos Aires, donde se esperaba mostrar al mundo los avances de la tecnología, a la par que se buscaba que sus bondades se pudieran utilizar en el plano educativo. Es interesante señalar que, a la hora de describir la historia de las comunicaciones en nuestro país, se reivindica la figura del gaucho en cuanto “se convirtió en la máquina registradora por excelencia de las ondas luminosas y sonoras que emiten los elementos y los seres de la creación” (Argentina, 1923: 177). Según Juan Manuel González Mantilla (2009: 31), en esos años en la Argentina “existían grupos de radioaficionados que no excedían el número de cincuenta, pero se apasionaban por las novedades tecnológicas, a partir de información que recibían procedente de Europa y Estados Unidos”.
En lo que refiere a los usos pedagógicos, un mes más tarde de aquella exposición universal, en noviembre de 1923, confluyen diferentes medidas que buscaron impulsar la radio con fines educativos: mientras que el 22 de ese mes Leopoldo Bard, diputado yrigoyenista y primer presidente del Club Atlético River Plate, impulsó un proyecto de ley para instalar estaciones radiotelefónicas de recepción en los colegios nacionales y en las escuelas normales de todo el país, fundamentando que la radio era un medio de cultura y difusora de la cultura popular (Argentina, 1923), un día después, el 23 de noviembre, la Universidad Nacional de La Plata instaló una oficina radiotelefónica de alta potencia, con el objeto de difundir una serie de conferencias académicas y, con ello, contribuir a la labor de extensión que realizaba. Apenas unos meses más tarde, se creó la radio universitaria, una de las primeras experiencias del mundo en su tipo: en paralelo con el inicio del ciclo lectivo, el 5 de abril de ese año tuvo lugar su primera transmisión. El entonces presidente de la Universidad, Benito Nazar Anchorena, señaló que “a la Universidad de La Plata le corresponde la iniciativa de haber empleado una estación radiotelefónica no solo como excelente elemento de enseñanza e investigación para la radiotécnica sino también para fines de divulgación científica, o sea, como elemento de extensión universitaria” (citado por Antonucci et al., 2009: 19). La emisora quedó a cargo del profesor de Ciencias Físicas y Matemática Enrique Fassbender, y las conferencias de los profesores de la Universidad constituían el eje de la programación, cuyo alcance se extendía por toda la ciudad capital de la provincia de Buenos Aires.
Por aquellos mismos años se desarrolló en París, el 17 de abril de 1925, el Primer Congreso Internacional de Radioaficionados, en el cual se resolvieron una serie de acuerdos, entre los que se destacan la necesidad de la utilización de la radiofonía para la educación (Enrich, 2004: 135). En este evento participaron representantes de veintisiete naciones, entre ellos el argentino Enrique Repetto, director de la Subcomisión de Propaganda del Radioclub Argentino. Cabe destacar que este organismo nace de la unión de radioaficionados en 1921, siendo el tercero en su tipo en el mundo, luego de similares experiencias de ingleses y estadounidenses (Historia del RCA, 2016). Al poco tiempo existían filiales en Bahía Blanca, Tandil, San Juan, Rosario y San Andrés de Giles, entre otros lugares (Argentina, 1923: 177).
Estos antecedentes internacionales funcionan como base sobre la cual se desarrollaron una serie de iniciativas en la Argentina con el objeto de hacer de los dispositivos tecnológicos modernos un recurso didáctico escolar novedoso. Muestra de ello puede verse en las notas que esporádicamente se publicaban en la prensa pedagógica argentina en favor de incorporar la utilización de la cinematografía o de la radiofonía como instrumento escolar. Por caso, en una de las revistas dirigidas a profesionales de la educación más representativa de la época, como lo era El Monitor de la Educación Común, aparecieron diversos artículos que defendían estos usos: allí se divulgaron escritos como “La cinematografía escolar” del español Alexis Sluys (1922), la traducción de “De cinematografía” del francés Jules Destreé (1932), “La radio y el maestro” del argentino Manuel Mandel (1932), “Cinema y radio educativa” del argentino León Bernard (1932) o “La cinematografía para niños” (sin firma, 1934).
Para el caso de la cinematografía como recurso escolar, es importante señalar el rol desempeñado por el pedagogo Carlos María Biedma a través de la Escuela Argentina Modelo, que entró en funcionamiento en 1918, especialmente a partir del aporte de la reconocida maestra Rosario Vera Peñaloza: juntos impulsaron en 1923 el uso del cine con fines didácticos a partir de realizar filmaciones históricas con la actuación de los alumnos del establecimiento, muy posiblemente la primera experiencia escolar en su tipo.3 Sin embargo, no existía por aquel entonces unanimidad en el uso de la tecnología dentro de las aulas. Por caso, ese mismo año Honorio J. Senet (1923: 25)4 escribió La acción posescolar del Estado: urgencia de su organización en todo el país, libro en el cual se mostraba reticente a la incorporación de nuevas tecnologías como el cine, “que hace escuela para delincuentes o cátedra de excelencias excéntricas”.
Es recién en la década de 1930 cuando las voces a favor de la utilización de nuevas tecnologías dentro de la escuela parecen haber acallado las disidencias. Ejemplo de ello es que la propia Escuela Argentina Modelo organizó en 1933 la Exposición de Cinematografía Escolar, la cual representó una novedad educativa, que incluso significó una amplia cobertura del principal medio pedagógico de difusión, El Monitor de la Educación Común, con fuertes elogios: “fue una muestra palpable de las múltiples aplicaciones que estos aportes de la ciencia pueden tener en la enseñanza” (Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, 1933: 54). En otra nota, Rosario Vera Peñaloza esboza una lúcida descripción del evento y menciona que “setecientos tambores de cintas terminadas y en preparación reúne en su escuela el doctor Carlos Biedma, autor de esta exposición” (54). También puede sumarse en esta dirección la creación en 1932 de la Sociedad de Educación por el Cinematógrafo, incorporada al Museo Social Argentino tres años más tarde, que llevó adelante la Primera Exposición Internacional de Cinematografía Educativa en Buenos Aires el 10 de junio de 1939, con una comisión de consulta presidida por el líder socialista Alfredo Palacios e integrada por el prestigioso jurista Rodolfo Rivarola y por integrantes de las Fuerzas Armadas argentinas como el general Basilio Pertiné (Argentina, 1939).
En 1936 un proyecto de ley impulsado por el diputado conservador Dionisio Schoo Lastra plantea la oportunidad educativa que supone utilizar la radio con finalidades pedagógicas en el ámbito rural. En efecto, el objetivo pasaba por subsanar las falencias que el Ministerio de Agricultura tenía en difundir su mensaje entre los agricultores, dado el alto índice de analfabetismo que prevalecía en los territorios alejados de las grandes ciudades. Partiendo de la idea instalada de que las escuelas en la Argentina son sinónimo de sociabilidad, progreso y civilidad, a la vez que entrañaban un combate contra el analfabetismo, para los impulsores de la ley la radio era especialmente significativa para la educación rural, ya que podía atenuar estos inconvenientes, a la vez que constituirse en una herramienta para que los alumnos transmitieran el mensaje oficial entre sus padres. De este modo, “la abandonada y pobre escuelita de campaña se transformaría en un centro de cultura” (Argentina, 1936: 4).
Por su parte, en 1941 se desarrollaba en Estados Unidos una experiencia radiofónica de gran influencia por aquellos años: la Columbia Broadcasting System lanzó una publicación destinada a todo el continente americano llamada Radio-Escuela de las Américas. Según consta en sus páginas, se declaraba como explicita intención “ayudar a los maestros en la instrucción en las salas de clases y para ser empleados en todas las naciones de las Américas” (Radio-Escuela de las Américas, 1941: 3). Pensada como manual para los docentes americanos, el recorrido de sus páginas refleja el entramado entre el uso pedagógico de la radiofonía y su utilización política como propaganda. Por caso, como se lee en la imagen, la primera emisión de la Radio-Escuela de las Américas fue en La Habana en el marco de la Segunda Conferencia Panamericana de Cancilleres.
Primera emisión de Radio-Escuela de las Américas, 1940 (Radio-Escuela de las Américas, 1941).
Además de estos eventos educativos, también se produjo en la Argentina una interesante bibliografía sobre el uso de nuevas tecnologías dentro de ámbitos educativos, que en su mayoría estaba destinada a argumentar la importancia de que el Estado se hiciera cargo de promover e implementar políticas públicas en este sentido dentro de las escuelas. Tal es el caso de Cinematografía escolar de Ida Luciani (1937), un texto en el cual su autora recopila una serie de escritos sobre cómo se han implementado en el primer tercio del siglo XX imágenes cinematográficas como recursos educativos en la Argentina, Brasil, Uruguay, Chile y en diversos países europeos.5 Luciani también escribió ese mismo año en El Monitor de la Educación Común una nota titulada “El cinematógrafo en la escuela”, en la cual señala que el cine escolar puede servir como un “antídoto” para frenar la creciente distancia que observa entre las familias y la escuela. De ese modo, “las exhibiciones cinematográficas constituyen un poderoso señuelo” (Luciani, 1937), lo cual puede ser pensado tanto hacia el interior de la comunidad educativa como de la sociedad en su conjunto. La referencia a que los dispositivos pedagógicos constituyen un “señuelo” refleja una constante: el uso de las nuevas tecnologías como atractivo para, de maneras conscientes pero también inconscientes, transmitir masivamente un conocimiento.
Luciani identifica una falta de interés por parte del Estado, lo que queda reflejado en una anécdota relatada por la propia autora: haciendo mención a que el cine es una “herramienta de elevación cultural”, recuerda el caso de unos exalumnos que tenían el propósito de donar un proyector cinematográfico a su vieja escuelita de la infancia, quienes tras infructuosos intentos por juntar fondos de parte de los antiguos miembros de dicha institución escolar, y luego de venderle al vecindario las cosas que la escuela normalmente desechaba, comenzaron a armar funciones de cine con una entrada accesible. Su iniciativa fue exitosa y sus arcas se enriquecieron con “el óbolo de personas adineradas y de comerciantes que simpatizaron con su obra. En la actualidad, no solo cuenta con un fondo de reserva para cambiar el primer proyector por otro de más precio, sino que tiene el propósito de mejorar el aspecto de la sala de proyecciones y formar una discoteca de música clásica” (Luciani, 1937). Esta historia narrada por Luciani muestra no solo la falta de intervención estatal, sino también que ya en la década de 1930 la cinematografía era parte de las prácticas culturales de la sociedad.
La necesidad de una legislación que amparara la creciente producción cinematográfica y que aumentara de modo exponencial el rol del Estado comienza a aparecer a lo largo de estos años, del mismo modo que un notorio protagonismo de algunas personas, como Leandro Reynes e Ida Luciani. A ellos, puede sumarse la figura de Oscar Bonello, uno de los impulsores de Cine Club Argentino, entidad que buscó difundir el séptimo arte. Los tres ocuparán destacados lugares en los futuros organismos cinematográficos estatales.