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Vector del Diseño Tributo a Su Ilustrísima

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La llama olímpica de Tokio 2020 fue ostensiblemente apagada por el coronavirus, pero algo del brillo de la de Río 2016 fue saboteado por el zika y el chikunguña, en la paranoia de un mosquito odioso (Aedes sp.) que podía poner fuera de combate a un atleta: así, eligieron no disputar medallas algunos1 de los que –por encontrarse en la cumbre de sus deportes– tenían una opción a ganar que, agoreramente, habría de no repetirse en cinco años. Al considerar que dichas enfermedades –irónicamente, transmitidas por las hembras del mosquito– potencialmente afectaban la formación de los fetos, se hace imaginable el enfrentamiento entre una oportunidad a la que los seres humanos aspiran alguna vez en la vida… y un honor al que incluso algunos deportistas de élite (disciplinas individuales) no acceden nunca: el de representar a su patria.

Las esdrújulas son infrecuentes, lo que les concede un prestigio por el cual dinamo, ibero, icono, entre muchísimas otras, terminan teniendo variantes aceptadas por uso.

Así, del mismo modo que la mosca tsetse existe en el imaginario colectivo porque contagia la enfermedad del sueño, aunque sea por crucigramas, todo mundo sabe que la respuesta para “transmite la malaria o paludismo” se escribe “anofeles”, aunque nadie haya notado que no era esdrújula. Así de desconocido es también que a todos esos insectos –odioso egipcio, tsetse y anofeles– se les llama “vectores”, que en medicina describe al agente que porta y comunica una enfermedad.

En diseño, desde luego, hablar de vectores alude a la matemática en que un programa, como Adobe Illustrator, se apoya para describir los gráficos… pero, en lo que a mí concierne, la acepción epidemiológica sigue siendo válida: a mí me picó el bicho del diseño, una vez que descubrí que, manipulando puntos de ancla, podía crear todas las curvas imaginables y editarlas a todos los tamaños que pudiera necesitar, que una línea puede animarse de perfección.

¿Es posible olvidarlo una vez que se descubre? Pese a haber atravesado cinco décadas –que, para una herramienta informática es bastante más que decir “cinco eras geológicas”–, Illustrator no solamente no es obsoleto, sino que sigue siendo tan relevante como una lengua materna, precisamente porque es un idioma o lenguaje visual que, en su capacidad evolutiva, es una forma de expresión, la manera más expresiva de comunicar una idea.

Me ha llegado, pues, el momento de rendir homenaje a este revolucionario programa, de divulgar las fantásticas posibilidades por las que, desde 1987, se ha convertido en una epidemia creativa de la que –«todos me dicen que soy»– sigo siendo vector y evangelista: el venerable fundador, Padre y Corona del Dibujo, Su Ilustrísima, Adobe Illustrator.

El gran libro de Illustrator

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