Читать книгу El fin del dragón - Eduardo Rosalío Hernández Montes - Страница 8

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CAPÍTULO 2

Invitados indeseados

Al llegar la noche, el hombre aprovecha para “cocinar” el mineral de hierro que consiguió en la cueva, así que mete una gran parte del carbón en su horno de piedra junto con el mineral en cuestión para probar si sus sospechas son ciertas. Luego de un rato, cuando el calor del horno ya era muy intenso, el hombre pudo observar cómo se separaba la roca sobrante del mineral, mismo que se fundía en un rojo intenso hasta formar algo parecido a un ladrillo pequeño. En este momento, al ver que no pasaba nada más, saca dicho objeto del horno, y aunque al principio se quemó la mano por estar a una gran temperatura, un instante después el ladrillo dejó de arder, por lo que ahora pudo volver a tomarlo con seguridad. Curiosamente, al mismo tiempo que sacó el mineral del horno, de este aparecen orbes brillantes como los que había conseguido antes. Pero lo más importante es que su libro no tardó en mencionar que dicho ladrillo es un “Lingote de hierro”, mostrando además nuevas recetas, para crear “Palas de hierro”, superando a las de madera y piedra; y “Pepitas de hierro”.

Examinando el lingote, el hombre reconoce que este es bastante duro y pesado, incluso en su forma a escala. Pero lo que realmente le extraña es que con él solo puede crear palas, de entre tantas herramientas más que ha visto en el libro.

“¿Por qué solo palas?”, se pregunta. Y en la búsqueda de la razón, llega a su cuestionamiento la otra creación que le facilita el libro: las pepitas de hierro, mismas que podría conseguir al transformar el lingote de hierro…, pero en una cantidad limitada… o, mejor dicho, equivalente a la cantidad de hierro del lingote. Entonces, llega al hombre el pensamiento de que quizá el libro solo muestra las posibles creaciones que él puede hacer, siempre y cuando cuente con los materiales y cantidades necesarios, lo cual explicaría por qué no puede crear otras herramientas, como picos, espadas, hachas…; mismas que evidentemente exigen una cantidad de material mayor al de una simple pala. Y, de hecho, eso lo puede verificar al revisar las recetas de las herramientas de madera y piedra, las cuales demandan cantidades de material variables entre sí.

La suposición parece tener lógica, pero, una vez más, no será un hecho hasta que el hombre mismo confirme que tiene razón. Para su fortuna, recuerda que tiene otros dos minerales de hierro más, los cuales serán la clave para sacarlo de sus dudas, pues con ellos podría conseguir otros dos lingotes de hierro, que, en teoría, junto con el que ya tiene, debería ser suficiente para crear otras posibles herramientas de hierro además de la pala, basándose en las recetas ya conocidas de estos artículos.

Por lo tanto, esperanzado, el hombre mete al horno los minerales de hierro que tiene, y espera ansioso a que se fundan en bloques homogéneos. Una vez consigue los dos lingotes de hierro, inmediatamente revisa su libro, y, para su suerte, confirma que su hipótesis es acertada, ya que el libro muestra cómo crear “Espadas de hierro”, “Picos de hierro”, etcétera. Además, aparecen otras recetas, las cuales muestran cómo crear “Escudos”, “Placas de presión de hierro”, “Ganchos para hilo”, “Tijeras” y “Cubetas de hierro”.

Sin embargo, no todo es alegría, pues ahora sabe que podrían existir variantes de las creaciones que no podrá descubrir sino hasta que tenga los materiales exactos y suficientes.

Como sea, ahora con los tres lingotes de hierro, el hombre tiene la facilidad de crear una espada de hierro, que es la opción más sensata que optar por otra cosa, priorizando su seguridad, aunque con el pesar de no haber tenido la oportunidad de probar la espada de piedra.

Como sea, al final le quedó solo un lingote de hierro, con el cual, para lo único en lo que lo podría emplear y que a la vez valiera la pena, era en hacer un escudo. Siendo así, junto con unos cuantos tablones de madera, se dispone a crearlo. Quizás le podría servir para protegerse de un ataque por parte de una bestia explosiva…, aunque lo duda mucho…

Ya con el nuevo equipamiento tan sobresaliente y diferente a las variaciones de materiales inferiores, el hombre queda maravillado y con una gran alegría en el rostro, sobre todo por la hermosa, uniforme, reluciente y afilada espada de hierro de doble filo y para una sola mano que creó con gran facilidad en su mesa de trabajo. Simplemente, no puede esperar a probar sus nuevas creaciones… Y precisamente ahora, el destino actúa ante su impaciencia…, ya que, justo en el momento en el que termina de crear su escudo, la tranquilidad en su casa se ve interrumpida por fuertes golpes contra las puertas de su humilde morada. Por instinto, voltea hacia la entrada de su casa en busca de la causa de dichos golpes, pero en este mismo instante, mientras observaba a través de las ventanillas de las puertas con suma atención, estas sorpresivamente ¡se destruyen!, y con ellas la seguridad desaparece. Resultando en un gran agujero en la entrada por donde ingresaría con gran facilidad cualquier intruso.

La sorpresa y miedo en el hombre son evidentes, pero sobre todo la incertidumbre de no saber cuál es la causa de tal atentado en su hogar. Al principio, imaginó que el culpable sería una bestia explosiva, pero, pensándolo mejor y tomando en cuenta los golpes consecutivos y el posterior destrozo de las puertas no correspondientes a una explosión, asegura que no es posible, principalmente porque en ningún momento escuchó el estruendo propio de una. No obstante, ahora que existe la oportunidad, no es de tardar que el causante se haga presente para profanar su hogar, y, como él ya sospechaba, aquel… o, mejor dicho, aquellos que invaden su aposento no constan de una bestia explosiva, y tampoco de un esqueleto (al menos por ahora)…, sino de dos criaturas aterradoras de apariencia similar al hombre, solo que de piel verdosa, ojos completamente blancos, con ropa simple, aunque desgarrada; con heridas de todo tipo por todo su cuerpo y sin algunas de sus extremidades…; en pocas palabras, de aspecto moribundo; los cuales se comportan de una manera muy extraña, incluso el traspasar la entrada les resultó muy complicado a pesar del gran agujero que hicieron, como si su cuerpo no les respondiera adecuadamente… Pero eso no quiere decir que sean inofensivos. De hecho, haber destrozado en pedazos las puertas de madera dice lo contrario. Además, sus movimientos un tanto torpes y lentos no son impedimento para que estos monstruos no hagan más daño del que ya hicieron.

Aunque tembloroso y con bastante miedo, el hombre reacciona enseguida y reconoce que estos invitados no buscan nada bueno en su casa, los cuales, acompañados por un hedor putrefacto y gruñidos anormales, podrían ser más peligrosos de lo que aparentan. Por lo cual, antes de que ellos actúen primero, el hombre rápidamente empuña su nueva espada de hierro en una mano y su escudo en la otra, logrando detener a uno de estos monstruos con su escudo mientras ataca a otro con su espada, aunque con dificultad por la obvia falta de práctica, para luego repetir lo mismo con la anterior, acabando así con ambas con cortes precisos y facilitados por su letal arma. Aunque, por ser la primera vez que maneja una espada así, de peso, capacidad y calidad notables, tan diferente a las de madera y piedra que una vez empuñó; al mismo tiempo que usa un escudo con la otra mano, sus primeros ataques resultan ser torpes y poco letales, permitiendo que el primer monstro se le acercara los suficiente para rasguñarle el brazo con fuerza, causándole un poco de daño, además de que este seguía moviéndose incluso después de haber recibido varios espadazos.

De cualquier manera, justo luego de acabar con esas criaturas, el hombre, todavía agitado, revisa su libro al reconocer que este reaccionó ante un nuevo descubrimiento, llenando una página con nueva información, esta vez acerca de estos monstruos que hasta ahora desconocía, a los que llama “Zombis”, y describe de esta manera: “No está ni vivo ni muerto, se mueve lento y con el estómago gruñendo, buscando a alguien indefenso. Pero solo con la ausencia de luz solar, pues su piel no es para broncear.”… Aunque ahora no es momento de distraerse, sino de centrarse en bloquear la entrada de su morada antes de que entren más monstruos, por lo que de inmediato guarda su libro y decide reparar el daño en la entrada de su casa…, aunque para este momento ya es tarde, pues, como si estuviesen esperando la oportunidad, comienzan a entrar más criaturas hostiles una tras otra, entre ellas más zombis, esqueletos e, inclusive…, una temible bestia explosiva.

Mientras los zombis se acercan lentamente al hombre, los esqueletos atacan desde la retaguardia disparando flechas hacia él, quien, arrinconado en su propio hogar, como última opción, decide pelear de frente contra todos los monstruos. Entonces, superando su pavor, se abalanza contra los zombis para acabar rápidamente con ellos y de alguna manera acercarse a la entrada para intentar bloquearla con piedra lo antes posible. Aunque, desgraciadamente, pese a que son solo un par, los esqueletos frenan sus movimientos con flechas certeras y veloces. Para empeorar la situación, al entretenerse demasiado en acabar con los zombis y sin poder avanzar, de entre todos los monstruos aparece la bestia explosiva, la cual entra al interior de la casa y se acerca al hombre sin complicación alguna…, e inmediatamente… ¡comienza a inflarse! igual al primer encuentro que tuvo con otra de su especie…, e, indiscriminadamente, esta horrible criatura ¡explota! en cuestión de segundos, matando a la gran mayoría de los monstruos dentro de la casa. Pero antes de que esto sucediera, el hombre, quien ya había experimentado un encuentro así, pudo reaccionar a tiempo para cubrirse con su escudo, el cual, afortunadamente, bloqueó gran parte del daño provocado por la devastadora explosión, mas no es así con la inmensa potencia producida, la cual lo golpea directamente, lanzándolo contra la pared de piedra de detrás.


De cualquier forma, aunque aturdido y un poco adolorido, el hombre pudo soportar el devastador ataque de la bestia explosiva, mientras que los monstruos cercanos no corrieron con la misma suerte… Pero eso no quiere decir que el peligro haya pasado. La entrada sigue expuesta y debe hacer algo para que no entren más monstruos a su casa. Para lo cual, inmediatamente después de recuperarse de la repentina detonación, se esfuerza por levantarse del suelo y corre hacia el hueco agrandado de lo que queda de su hogar, quitándose del camino a las pocas criaturas que sobrevivieron a la explosión y a las que había afuera. Y de la misma forma en la que construye, cubre todo el agujero de la pared con la poca piedra que le quedaba, evitando así que más monstruos irrumpan en su hogar, aunque con bastante dificultad… y miedo.

Pero no recupera la calma y seguridad de antes sino hasta estar completamente seguro de que no hay ni un solo hueco por el que puedan pasar más monstruos, y de que todos los que están adentro están “muertos” (si es que se les puede decir así).

Ya habiendo pasado lo peor, el hombre revisa cuánto daño recibió su casa, encontrando, además de un gran agujero en el suelo y pedazos de madera y piedras por todas partes, unos cuantos huesos de los esqueletos, algunas tiras de carne podrida nada apetecible entre los cuerpos de los zombis y una pizca de destrucción por parte de la bestia explosiva, pero también una gran cantidad de orbes brillantes alrededor de todos los cadáveres esparcidos por el piso.

Después de todo el alboroto, el hombre se sienta en un rincón de su casa aún con miedo, aferrándose a su espada y escudo como única protección, intentando asimilar lo que acaba de suceder. Para tranquilizarse un poco, intenta apartar su mente de los temibles monstruos de este mundo desviando su atención en su libro, encontrando en él que con los huesos que consiguió de los esqueletos podría crear “Polvo de hueso”, que no sabe para qué sirve, pero es bueno saberlo; de la carne putrefacta, parte del cuerpo de los zombis, solo señala que se trata de “Carne podrida”, y que para lo único que sirve es para comérsela…, aunque no debería ser una alternativa.

Cuando ya parecía estar más calmado, el hombre, luego de pasar por un día agotador y de diversas emociones, poco a poco va cerrando los ojos, hasta quedar completamente dormido.

Al día siguiente, cuando el hombre por fin despierta, traumatizado por la experiencia de ayer, lo primero que hace es mirar a todos lados con detenimiento, temeroso y con una mirada rígida, aparentemente por haber escuchado sonidos extraños al otro lado de las paredes de piedra a lo largo de toda la noche, mismos que hicieron más difícil el poder descansar. Aunque enseguida reconoce que afuera no hay ningún ruido…, lo cual también parece muy sospechoso… Además, observa que su casa no fue atacada mientras estuvo dormido, así que no tiene por qué seguir asustado.

Después de recuperar su confianza y levantarse del suelo, aunque con dolor en su espalda por no dormir cómodamente, se da cuenta de que los cadáveres de los zombis habían desaparecido por completo, como si nunca hubieran estado aquí, lo cual le sorprendió, aunque no le tomó mucha importancia. De hecho, le favoreció que esto pasara, pues no querría tener cadáveres en descomposición en su casa.

Entonces, aprovechando que su casa todavía no tiene techo, el hombre simplemente voltea hacia arriba para darse cuenta de que la oscuridad de la noche ya había pasado, afirmando que es un buen momento para salir al exterior. Así que, sin perder más tiempo, hace un agujero en la pared de su casa y asoma su cabeza hacia afuera, afortunadamente, sin ver algún otro monstruo a su alrededor, lo cual es increíble, ya que no veía nada más que monstruos a donde volteaba la noche anterior; y siendo así, no hay razón alguna para seguir encerrado en su casa. En tal caso, por fin sale de su hogar, y para comenzar con un nuevo día productivo, mientras reconstruye el suelo y entrada de su casa, considera que debería mejorar su vivienda, y esto incluye terminar de construir el techo, pues asegura que más monstruos podrían aparecer y atacarlo en cualquier momento, lo cual es muy probable por lo que vivió por la noche; enfocándose especialmente en la entrada de su casa, ya que, como se vio, unas simples puertas de madera no son lo más adecuado para mantener a raya a los monstruos. Aunque tal inconveniente podría no ser tan difícil de solucionar, pues considerando que ahora conoce un material mucho más resistente que la madera, refiriéndose al hierro, de alguna manera podría reforzar la entrada de su casa incluyendo dicho mineral, el cual debería poder sobreponerse a los ataques de los zombis y de cualquier otro monstruo. Pero con esto aparece un nuevo problema, que es la falta de lingotes de hierro, mismos que obviamente son imprescindibles para poder reforzar las puertas. Y para dificultar todavía más las cosas, la comida comienza a escasear, ya que luego del desgastante encuentro de ayer, acabó con las chuletas de cerdo cocinadas para recuperar su salud y energía, y tampoco es que tenga más manzanas para seguir dependiendo de ellas.

Priorizando el alimento, el hombre pensó en aprovechar el día para atrapar algunas de las gallinas que se encontraban rondando los alrededores, pero su intención no es matarlas…, al menos no por ahora; sino criarlas, ya que de esa manera tendría una forma de conseguir comida fácilmente y por bastante tiempo. Aunque para eso tendría que construir un lugar especial para que no se escapen una vez las atrape. Pero esto no supone un gran problema, pues sabiendo cómo crear vallas de madera desde hace ya un tiempo, podría construir un corral para todas las gallinas sin mayor complicación.

Respecto al problema de conseguir hierro, el hombre piensa que podría “picar” una nueva cueva cerca de su casa para no tener la necesidad de ir a en la que estuvo la primera noche, y así, en lugar de arriesgarse y exponerse al peligro, tendría a su disposición comida y minerales de una manera más fácil.

Entonces, el hombre empieza por crear unas cuantas vallas de madera en su mesa de trabajo, las cuales enseguida lleva a un costado de su casa, donde cree que sería un buen lugar para construir el corral, erigiendo así la estructura que contendrá a las gallinas. Y ahora llega lo complicado: atraparlas y encerrarlas en él.

En el intento de lo antes mencionado, la suerte no está a favor del hombre, pues en cuanto se acerca tan solo un poco a las gallinas, estas inmediatamente huyen lejos de él. Y por más que corre detrás de ellas intentando acorralas de alguna manera, no puede siquiera tocarles una sola de sus plumas.

Y así fue pasando el tiempo, cada vez frustrándose más por no poder atrapar a estos simples, pero escurridizos animales. Y aún más al ver cómo el sol se va ocultando poco a poco y al corral aún vacío.


Después de un muy largo tiempo persiguiendo a las gallinas sin la suerte de su lado, el hombre cae rendido al suelo, ya sin esperanza de atrapar alguna gallina el día de hoy… Aunque, mientras observa a las gallinas con desprecio, se da cuenta de que estas parecen picotear varias veces una cierta parte del césped, como si estuvieran buscando algo.

Intrigado, el hombre se levanta y se acerca a esa parte del pasto en específico, encontrando unas cuantas semillas entre la hierba, las cuales, en cuanto las toma con sus manos, de inmediato llaman la atención de varias gallinas que se encontraban cerca. Es entonces cuando se percata de que las gallinas se sienten atraídas por estas semillas, así que ahora, en lugar de centrarse en perseguirlas, comienza a buscar más semillas por todas las hierbas que hay por el campo.

Al conseguir una buena cantidad de semillas, simplemente con tenerlas en las palmas de sus manos, las gallinas siguen al hombre por sí solas, y de esta manera lleva a algunas hacia el corral, en el que lanza todas las semillas que tiene para asegurarse de que ninguna gallina se quede fuera de él.

Al final, el hombre se detiene un momento para observar a las gallinas dentro del corral con gran alivio, como fruto de su perseverancia…, aunque en realidad se había rendido luego de un tiempo persiguiéndolas. Pero, sorprendentemente, en este momento se da cuenta de que algunas gallinas comienzan a poner huevos, prácticamente después de comer algunas de las semillas dispersas por el suelo, lo cual es algo muy raro, ya que en el corral solo hay gallinas… De hecho, ahora que lo piensa, el hombre no ha visto ni un solo gallo por toda la zona…, por lo que resulta extraño que estén preñadas. Sea como sea, con el tiempo, de los huevos saldrán más gallinas, y eso significa más comida.

Desgraciadamente, al hombre le tomó gran parte del día conseguir meter a las gallinas al corral, por lo que crear ahora una cueva desde la superficie le costaría mucho más tiempo del que tiene, y correría el riesgo de ser alcanzado por la noche y las amenazas que se ocultan en ella. Entonces, al no poder crear él mismo una cueva como lo tenía planeado, en su lugar, decide dirigirse a la entrada de una cueva que había visto antes por el campo mientras perseguía a las gallinas, imaginando que, pese a ser una cueva oscura e inexplorada, sería un buen lugar para buscar más minerales. Pero no sin antes sacrificar a un par de gallinas para conseguir su carne, y luego cocinarla en el horno de piedra para así tener al menos un poco más de alimento para la exploración de la cueva; además de un par de sus plumas, las cuales por ahora simplemente guarda en su cofre de madera.

Cuando llega a la entrada de la cueva natural, el hombre se detiene un momento para asegurarse de que esta es la mejor opción, mirando detenidamente el interior sombrío de la misma. Pero no pasa mucho tiempo hasta que por fin se anima a adentrarse, principalmente al pensar que sería más peligroso estar en el exterior con el riesgo de ser atacado por más monstruos que dentro de la cueva en un espacio más reducido, donde sería más fácil defenderse de los peligros que le esperen de frente; obviamente, con su espada y escudo en manos por precaución.

Sin más tiempo que perder, entra a la caverna con mucha cautela, iluminando cada rincón con antorchas y atento a cualquier indicio de los minerales que precisa, específicamente, carbón y mineral de hierro, encontrando así varios de estos ejemplares a tan solo unos pasos de la entrada, y sin dudar en detenerse para picarlos.

Desafortunadamente, no todo es felicidad, ya que, justo luego de guardar los minerales, una flecha proveniente de más al fondo de la cueva se clava en la roca a un costado del hombre… apenas rozándole, lo cual obviamente lo interrumpe y atrae su atención, así que rápidamente voltea hacia la parte de la cueva de donde salió disparada la flecha, aunque, por culpa de la oscuridad, no es hasta que lanza una antorcha a ese lugar cuando logra ver un esqueleto apuntando su arco hacia él, pero además, cuando tropieza al retroceder por la sorpresiva aparición de ese monstruo, divisa unos intensos y aterradores ojos rojos ocultos en las sombras y colgando del techo de la cueva, justo encima del esqueleto, y no es hasta que aquello se lanza hacia él cuando se da cuenta de que se trata de otra criatura monstruosa, misma que ahora está tan cerca que puede reconocerla a la perfección, siendo esta ¡una araña gigante! de aspecto y tamaño sumamente intimidantes, alcanzando casi la altura del hombre y con unos enormes y afilados colmillos. Pero en esta situación no es momento para contemplar las horripilantes cualidades del monstruo que ahora se encuentra a un suspiro de él, quien, por desgracia, no puede hacer uso inmediato de su espada de hierro, pues la había guardado en su pantalón para picar el carbón y mineral hierro, aunque, en cambio, sí tiene a la mano su pico de piedra, mismo con el que logra ahuyentar a la araña gigante justo antes de que ella lo atacara primero, obligándola a retroceder. Inmediatamente después, el hombre se levanta del suelo…, aunque no lo suficientemente rápido para evadir una segunda flecha disparada por parte del esqueleto, la cual le provoca una profunda herida en su torso, aunque no letal. Para evitar que eso vuelva a suceder, el hombre rápidamente tira al piso la antorcha que llevaba en su mano izquierda, y así tener una mejor maniobrabilidad con el escudo que tiene equipado, justo a tiempo para protegerse con él de una tercera flecha lanzada desde el fondo por el esqueleto, al que enseguida planea acercársele para golpearlo con su espada de hierro, a la cual cambia de lugar en su bolsillo con su pico. Pero justo en el instante en el que empuña su espada, la araña gigante lo enfrenta de nuevo, lanzándose contra él de la forma más espeluznante que se podría imaginar de un monstruo tan aterrador e intimidante como lo es este, a lo que el hombre responde cubriéndose con su escudo. Sin embargo, la araña lucha desesperadamente por pasar a través del escudo y alcanzar al hombre con sus peligros colmillos y peludas patas, mientras que él apenas puede soportar el peso y la fuerza que la araña ejerce contra su escudo.

Al darse cuenta de que está perdiendo en fuerza contra la araña gigante, el hombre opta por girar hacia atrás y usar el impulso a su favor. De esta manera, apoyando su espalda con el suelo de la cueva, lanza lejos a la araña gigante con su escudo, e inmediatamente rueda y se levanta del piso, y, anticipándose al siguiente movimiento del esqueleto, usa su escudo para bloquear otra flecha más disparada, y enseguida, antes de que la araña se recupere y lo ataque por la espalda, voltea y la parte a la mitad con un fuerte golpe certero de su espada, matándola al instante. Posteriormente, ahora que nada más puede interponerse entre él y el esqueleto, de inmediato se le acerca mientras se protege con su escudo de las flechas que este le dispara, frenando sin problemas estos proyectiles, y acabando así fácilmente con él al tenerlo acorralado en esta estrecha cueva.


Al final, todavía un poco alterado y asustado, aunque muy sorprendido por haber logrado acabar con dos monstruos aterradores movido únicamente por mero instinto, y recibido solo una herida que sanará con el tiempo.

Al haber sido su primer encuentro con una araña gigante, el hombre revisa su libro, descubriendo, al igual que las otras veces, el nombre de dicha criatura, en este caso, “Araña gigante” (un nombre muy superficial), junto con su respectiva descripción: “Por la noche es violenta; por el día es neutra. Le encanta merodear en la oscuridad de cualquier cueva, pero también al exterior a sus grandes colmillos lleva.”.

Dejando de lado el libro por la poca información útil que ofrece, el hombre, luego de recoger algunos huesos íntegros del esqueleto que mató, se acerca al cadáver de la araña gigante en busca de algo que le pudiera servir, encontrando así tres “Hilos de seda” y un “Ojo de araña” (según el libro) como recompensa, o al menos así lo interpreta él por haber acabado con esos monstruos. Con ello, además descubre que con el hilo puede crear “Arcos” como los de los esqueletos, y “Cañas para pescar”, herramientas que le serán de mucha ayuda en un futuro.

Continuando con la exploración de la cueva, el hombre va encontrando más minerales entre más sigue adentrándose, aunque también más monstruos, cada uno muy problemático, especialmente las bestias explosivas. Aunque para él, no son más que una forma de entrenar y fortalecerse, y superar así su temor a ellas…, a menos de que se tope con varios al mismo tiempo. Eso implicaría una mayor dificultad.

Después de seguir por un largo tiempo por la cueva, el hombre se da cuenta de que esta comienza a reducirse cada vez más, como si estuviera a punto de llegar al final. Y no se equivoca, pues no tarda en toparse contra una pared de roca, siendo este el límite de la gruta. O esto creyó, hasta que, justo antes de voltear y regresar por donde vino, logra ver una gran grieta en una parte de la pared de roca que detuvo su paso, la cual llama mucho su atención, ya que, por alguna razón, de ella sale una luz tenue, por lo que no duda en acercarse para mirar a través de dicha fisura, descubriendo así que del otro lado hay ¡otra caverna!, y mucho más amplia que la que acaba de recorrer, aunque, por esta misma razón, esta alberga una gran cantidad de monstruos, como bestias explosivas, esqueletos, zombis y arañas gigantes por todas partes. Pero también en otra parte alcanza a ver algo brillante, lo cual seguramente sea el origen de la luz que lo incitó a investigar la abertura.

Al mirar fijamente aquella parte de la cueva, se da cuenta de que lo que está iluminando esa zona parece ser… ¡lava ardiente!


Maravillado por encontrar una enorme cueva potencialmente rica en minerales, el hombre planea adentrarse en ella para conseguir todo lo que pudiese encontrar…, pero no ahora, ya que reconoce que no está preparado para incursionar en esta inmensa caverna, pues además de la posibilidad de albergar muchos minerales, también hay una gran cantidad de monstruos sumamente agresivos, los cuales acabarían con él con gran facilidad y en un santiamén, sobre todo al no tener otra cosa más que su espada y escudo como ofensa y defensa efectivas, sin olvidar que acabó con las dos gallinas cocinadas que trajo consigo y la mayoría de sus manzanas para recuperar su salud y energía que perdió en los enfrentamientos durante el recorrido hasta aquí. Por lo cual, no le queda otra opción más que optar por salir de la cueva y dejar la exploración de la esta nueva para otra ocasión.

Siendo así, después de un largo tiempo picando y picando, el hombre recorre sin problemas el trayecto de vuelta por las antorchas que en cada momento fue dejando para iluminar la extensa gruta, hasta salir exitoso y sin mayor contratiempo a la superficie, pues ha conseguido considerables cantidades de carbón y mineral de hierro gracias a su rápido entendimiento sobre las características en las que se dan estos minerales, lo cual le permitió encontrar más ejemplares de una manera más fácil y rápida que la vez anterior, estando el mineral de hierro listo para ser fundido en lingotes.

Ya en un futuro, cuando esté mejor equipado, volverá para dar algo más que echar un vistazo a lo que le espera más allá de la grieta al final de la cueva.

Cuando el hombre por fin sale al exterior, exhausto, pero literalmente con los bolsillos llenos de una gran cantidad de minerales que recolectó, regresa por fin a su hogar, por suerte, justo al amanecer de un nuevo día.

En cuanto llega a su casa, que por cierto está exactamente igual a como la dejó, reabastece su horno de piedra con el carbón que consiguió e introduce también todo el mineral de hierro que tiene. Y como su impaciencia es notable ante el lento proceso de fusión del hierro, decide crear un segundo horno de piedra, en el que mete la mitad del mineral de hierro y carbón para optimizar dicho proceso al doble de velocidad. De esta forma, en poco tiempo consigue una gran cantidad de lingotes de hierro, mismos que “despiertan” a su libro, el cual muestra nuevas e interesantes recetas, para crear cosas como “Puertas de hierro”, “Vagonetas”, “Trampillas de hierro”, “Barrotes de hierro”, “Tolvas”, “Calderos”, “Bloques de hierro” y, lo más sorprendente y ansiado, ¡armaduras de hierro!

El hecho de poder crear una armadura de hierro que pueda defenderlo de los ataques de los monstruos a los que se enfrente, indudablemente, atrae el interés del hombre, pero también otra de las creaciones mencionadas: las puertas de hierro, pues son justo lo que requería para recuperar la seguridad al interior de su propia casa.

Por otro lado, en un arrebato de hambre, el hombre interrumpe su admiración por la nueva información para comer unas cuantas manzanas, dándose cuenta así de que ya solo le queda un par con las que alimentarse, por lo que tendrá que conseguir más comida aparte de estos jugosos frutos, los cuales no aportan mucha energía; y de las gallinas cautivas en su corral, ya que aún no es momento para sacrificarlas.

Pero, luego de haber estado mucho tiempo dentro de una cueva y luchar contra varios monstruos, el hombre se encuentra muy sucio, apestoso y con algunas heridas ocasionadas por zombis, que, aunque leves, puede que terminen infectándose y causen más problemas, lo cual no lo deja concentrarse, así que decide tratar de quitarse de encima el hedor impregnado por las peleas contra los zombis y demás inquietudes. Aunque el problema está en cómo eliminar dichas preocupaciones. Es entonces cuando se le ocurre que podría bañarse en el estanque de agua donde encontró a los cerdos salvajes por primera vez…, pero la distancia y el tiempo que ello implica no lo convence de ir. No obstante, en el momento en el que salió del territorio repleto de árboles de roble y abedul y encontró esta llanura, recuerda haber visto un río no muy lejos de donde ahora está asentada su casa, en el que fácilmente podría asearse y a la vez refrescarse, además de que así conocería nuevos lugares.

Entonces, sin pensarlo mucho más, el hombre decide dirigirse al río que vio hace un tiempo. Pero antes de salir de su casa, saca tres lingotes de hierro ya endurecidos de su horno de piedra y crea una cubeta de hierro con ayuda de su mesa de trabajo y su libro, con la finalidad de poder traer agua del río por si en algún momento llegara a necesitarla. Por ejemplo, usarla para enfriar la lava que había visto en la gran cueva a un punto en el que no sea peligrosa.

Una vez crea la cubeta de hierro y la guarda en su pantalón, el hombre sale de su casa y les da unas cuantas semillas más a las gallinas de su corral para que sigan poniendo más huevos. Posteriormente, ahora sí se dirige en la dirección hacia donde supuestamente se encuentra el río, al que por fortuna encuentra después de un rato caminando mientras observaba sus alrededores, quedando maravillado en el instante en el que llega y ve las calmadas corrientes de agua cristalina.

Al contemplar del río hasta donde alcanza su vista, reconoce que este es bastante extenso, un poco ancho y no tan profundo; con aguas tan transparentes que incluso se puede apreciar todo el fondo. Pero más increíble aún fue el darse cuenta de la presencia de peces nadando a lo largo de este cuerpo de agua.


Instantáneamente, al identificar el río como una nueva fuente de alimento, en el rostro del hombre se dibuja un gesto de alivio, ya que en algún otro momento podría volver para pescar y alimentarse de los peces que pudiese capturar. Pero por ahora, con gran satisfacción, entra al río y se da un baño relajante mientras nada junto con los peces.

Más tarde, sale del agua sintiéndose alguien nuevo, como si se hubiera deshecho de sus inquietudes; y enseguida se dirige de vuelta a casa, mas no sin antes llenar su cubeta de hierro con el agua fresca del río.

El fin del dragón

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