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Sección III: El médico cristiano y su obra Responsabilidad por el cuerpo y el alma

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Cada médico, ya sea que lo reconozca o no, es responsable tanto por el alma como por el cuerpo de sus pacientes. El Señor espera de nosotros mucho más de lo que nosotros solemos esperar de él. Cada médico debiera ser un médico misionero evangélico, dedicado e inteligente, tan familiarizado con el remedio del Cielo para el alma enferma de pecado como con la ciencia de sanar la enfermedad del cuerpo.

Al ponerse diariamente en contacto con la enfermedad y la muerte, debiera tener la mente llena con el conocimiento de las Escrituras, para poder extraer de esta mina expresiones de consuelo y esperanza y depositarlas como buena semilla en los corazones preparados para recibirla. Debiera animar a quienes están por morir a confiar en Cristo como el Salvador que perdona los pecados, y prepararlos para encontrarse con su Redentor en paz.

Los médicos necesitan una doble porción de religión. Entre las personas de cualquier profesión, ellos son los que requieren mayor claridad mental, pureza de espíritu y una fe que obre por amor y purifique el alma, para causar una impresión adecuada en todas las personas con quienes se relacionan en el ejercicio de su profesión. El médico no sólo debiera proporcionar tanto alivio físico como le sea posible a los enfermos desahuciados que pronto yacerán en el sepulcro; además, debiera aliviar su alma agobiada. Presente ante ellos al Salvador resucitado. Exponga a su contemplación al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo... [Juan 1:29].

Los que comprenden la ciencia del cristianismo disfrutan de una experiencia religiosa personal. El que actúa como guardián de la salud corporal debiera poseer tacto para trabajar por la salvación del alma. Hasta que el Salvador llegue a ser realmente el Salvador del alma del médico, este no sabrá cómo responder a esta pregunta: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” [Hech. 16:30]...

Un error lamentable

¡Qué oportunidad notable tiene el médico consagrado para manifestar un interés semejante al de Cristo por los pacientes que están bajo su cuidado! Suyo es el privilegio de hablarles en forma animosa, y también inclinarse junto a su lecho para ofrecer una breve oración. Permanecer junto al lecho del enfermo sin tener nada que decir es un error lamentable. Que el médico convierta su mente en una fuente de pensamientos renovadores, que aprenda a repetir las expresiones reconfortantes que Cristo pronunció durante su ministerio terrenal, cuando enseñaba sus lecciones y sanaba a los enfermos. Que hable palabras de esperanza y confianza en Dios. Surgirá un interés genuino. Las preciosas palabras de las Escrituras que el Espíritu Santo fije en la memoria [Juan 14:26] ganarán corazones para Jesús, su Salvador.–Carta 20, 1902.

El ministerio médico

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