Читать книгу Mensajes para los jóvenes - Elena G. de White - Страница 40
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La vida victoriosa
La paz proviene de la confianza en el poder divino. Tan pronto como el ser humano resuelve obrar de acuerdo con la luz que ha recibido, el Espíritu Santo da más luz y más fuerza. Se concede la gracia del Espíritu para cooperar con la resolución del ser humano, aunque no reemplaza al ejercicio individual de la fe. El éxito en la vida cristiana depende de que uno se apropie de la luz que Dios ha dado. Lo que libera al ser en Cristo no es la abundancia de luz y evidencia, sino la elevación de las facultades, la voluntad y las energías del espíritu que claman con sinceridad: “¡Creo! ¡Ayuda mi poca fe”.44
Me regocijo por las brillantes perspectivas del futuro, y otro tanto puede hacer usted. Tenga ánimo y alabe al Señor por su misericordia. Confíele todo lo que no pueda entender. Él lo ama, y se compadece de todas sus debilidades. “En Cristo nos bendijo con toda bendición espiritual en los cielos”.45 No puede satisfacer el corazón del Infinito dar a los que aman a su Hijo una bendición menor que la que le da a él.
Satanás trata de apartar nuestra mente del poderoso Ayudador para inducirnos a pensar en la degeneración de nuestro ser. Pero aunque Jesús ve la culpa del pasado, pronuncia palabras de perdón, y no debemos deshonrarlo dudando de su amor. El sentimiento de culpa debe quedar al pie de la cruz; si no lo hacemos, envenenará las fuentes de la vida. Cuando Satanás profiera sus amenazas, apártese de ellas y consuele su espíritu con la promesa de Dios. La nube puede ser oscura, pero cuando la llena la luz del cielo, refulge con el resplandor del oro, porque la gloria de Dios descansa sobre ella.
Los hijos de Dios no deben estar sujetos a los sentimientos y las emociones. Cuando vacilan entre la esperanza y el temor, hieren el corazón de Cristo, porque él les ha dado pruebas evidentes de su amor. Quiere que se afirmen, fortalezcan y cimenten en la santísima fe. Quiere que hagan la obra que les ha confiado; entonces su corazón será como un arpa sagrada en las manos divinas, cada una de cuyas cuerdas emitirá alabanza y acción de gracias hacia quien Dios ha enviado para quitar los pecados del mundo.
El amor de Cristo por sus hijos es a la vez tierno y firme. Y es más fuerte que la muerte, porque murió para obtener nuestra salvación y para unirnos con él, mística y eternamente. Tan fuerte es su amor que maneja todos sus poderes y emplea los vastos recursos del cielo para beneficiar a su pueblo. En él no hay mudanza ni sombra de variación; el mismo ayer, hoy y por los siglos. Aunque el pecado ha existido por siglos, y ha tratado de contrarrestar ese amor e impedir que se derrame sobre la Tierra, sigue fluyendo en raudales abundantes hacia aquellos por los cuales Cristo murió (Testimonios para los ministros, pp. 518, 519).