Читать книгу Conflicto cósmico - Elena G. de White - Страница 45
Huida de Augsburgo
ОглавлениеLos amigos de Lutero lo instaron a que, como era inútil para él permanecer allí, debía regresar a Wittenberg sin demora alguna, y observar el mayor cuidado. De acuerdo con este consejo salió de Augsburgo a caballo antes del alba, acompañado solamente por un guía proporcionado por el magistrado. Secretamente recorrió las calles oscuras de la ciudad. Enemigos vigilantes y crueles estaban planeando su destrucción. Aquellos eran momentos de ansiedad y ferviente oración. Llegó a una pequeña puerta en el muro de la ciudad, que se abrió ante su presencia, y junto con su guía pasó por ella. Antes que el legado se enterara de la partida de Lutero, éste ya estaba fuera del alcance de sus perseguidores.
Al conocer las noticias de la huida de Lutero, el legado se llenó de sorpresa y de enojo, pues había esperado recibir gran honor por su firmeza al tratar con este perturbador de la iglesia. En una carta dirigida a Federico, el elector de Sajonia, denunció amargamente a Lutero, demandando que Federico enviara al reformador a Roma o lo desterrara de Sajonia.
El elector tenía hasta ese momento poco conocimiento de las doctrinas de la Reforma, pero estaba profundamente impresionado por la fuerza y la claridad de las palabras de Lutero. Hasta que no se probara que el reformador estaba en error, Federico resolvió permanecer a su lado como protector. En respuesta al legado escribió: “Puesto que el Dr. Martín ha aparecido ante su presencia en Augsburgo, debe estar satisfecho. Nosotros no esperábamos que se esforzara por hacerlo retractar sin haberlo convencido de sus errores. Ninguno de los sabios de nuestro principado me ha informado que la doctrina de Martín es impía, anticristiana o herética”.[20]El elector vio que era necesaria una obra de reforma, y secretamente se regocijó de que se hiciera sentir en la iglesia una influencia mejor.
Había pasado solamente un año desde que el reformador clavara sus tesis en la iglesia del castillo; sin embargo, sus escritos ya habían encendido por doquiera un nuevo interés en las Sagradas Escrituras. No solamente de todas partes de Alemania, sino también de otros países, llegaban estudiantes a la universidad donde él enseñaba. Los jóvenes que llegaban por primera vez a la ciudad de Wittenberg “elevaban sus manos al cielo, y alababan a Dios por haber hecho que la luz brillara en esa ciudad”.[21]
Lutero por entonces estaba sólo parcialmente convertido de los errores del romanismo, pero escribió: “Estoy leyendo los escritos de los pontífices, y... yo no sé si el Papa es el anticristo mismo, o su apóstol. De tal manera es Cristo mal representado y crucificado en ellos”.[22]
Roma llegó a exasperarse más y más por los ataques de Lutero. Opositores fanáticos, aun doctores de las universidades católicas, declararon que el que matara al monje estaría sin pecado. Pero Dios era su defensa. Sus doctrinas se escucharon por doquiera, “en casa y conventos... en los castillos de los nobles, en las universidades y en los palacios de los reyes”.[23]
Por ese tiempo Lutero halló que la gran verdad de la justificación por la fe había sido proclamada por el reformador bohemio Hus. “¡Todos nosotros –dijo Lutero–, Pablo, Agustín y yo mismo hemos sido husitas sin saberlo!... ¡Dios le pedirá cuentas al mundo, porque la verdad fue predicada... hace un siglo, y la quemaron!”[24]
Lutero escribió lo siguiente acerca de las universidades: “Mucho me temo que las universidades resulten ser los grandes portales del infierno, a menos que ellas trabajen en forma diligente para explicar las Santas Escrituras, y para grabarlas en el corazón de los jóvenes... Toda institución en la cual los hombres no estén incesantemente ocupados con la Palabra de Dios, llega a corromperse”.[25]
Este llamamiento circuló por toda Alemania. La nación entera fue conmovida. Los oponentes de Lutero urgieron al pueblo a tomar medidas decisivas contra él. Se decretó que sus doctrinas debían ser inmediatamente consideradas. El reformador y sus seguidores, si no se retractaban, debían ser todos excomulgados.