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Comienza la obra de Lutero

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La voz de Lutero se oía en solemnes advertencias desde el púlpito. Presentaba delante del pueblo el carácter ofensivo del pecado y enseñaba que es imposible que el hombre, por sus propias obras, aminore su culpa o escape al castigo. Nada sino el arrepentimiento para con Dios y la fe en Cristo pueden salvar al pecador. La gracia de Cristo no puede comprarse; es un don gratuito. Aconsejaba al pueblo a no comprar indulgencias, sino a mirar con fe al Redentor crucificado. Relataba su propia y dolorosa experiencia, y aseguraba a sus oyentes que fue por la fe en Cristo como él había encontrado la paz y el gozo.

Mientras Tetzel continuaba sus impías pretensiones, Lutero resolvió efectuar una protesta más eficaz. El castillo de la iglesia de Wittenberg poseía reliquias que en ciertos días santos eran exhibidas al pueblo. Se concedía plena remisión de pecados a todos los que visitaban entonces la iglesia y se confesaban. Se acercaba una de las más importantes de estas ocasiones, la Fiesta de Todos los Santos. Lutero, uniéndose a las multitudes que se dirigían a la iglesia, clavó en sus portales 95 declaraciones contra la doctrina de las indulgencias.

Estas tesis atrajeron una atención universal. Se leían y se repetían por todas partes. Se creó una gran excitación en toda la ciudad. Mediante estas proposiciones se demostraba que el poder de otorgar el perdón del pecado y de anular su penalidad nunca había sido encomendado al Papa ni a ningún hombre. Se mostraba claramente que la gracia de Dios se concede gratuitamente a todos los que lo buscan por medio del arrepentimiento y la fe.

Los puntos escritos por Lutero se esparcieron por toda Alemania, y después de unas pocas semanas se divulgaron por toda Europa. Muchos devotos romanistas leían estas declaraciones con gozo, reconociendo en ellas la voz de Dios. Sentían que el Señor había extendido su mano para detener la ola creciente de corrupción que partía desde Roma. Príncipes y magistrados se regocijaban secretamente de que se pusiera coto al poder arrogante que negaba cualquier apelación de sus decisiones.

Los eclesiásticos astutos, viendo sus ganancias en peligro, se encolerizaron. El reformador tenía que hacer frente a terribles acusadores. “¿Quién no sabe –respondía él– que un hombre apenas presenta alguna idea nueva sin... ser acusado de excitar querellas?... ¿Por qué Cristo y todos los mártires encontraron la muerte? Porque... presentaron novedades sin haber aceptado humildemente primero el consejo de los representantes de las opiniones antiguas”.[13]

Los reproches de los enemigos de Lutero, la deformación que realizaron de sus propósitos y las observaciones maliciosas que hicieron de su carácter lo abrumaron como un diluvio. Él había esperado con confianza que los dirigentes se unieran alegremente con él en la reforma. Había previsto con anticipación una época más brillante amaneciendo para la iglesia.

Pero el ánimo se cambió en vituperio. Muchos dignatarios de la Iglesia y del Estado pronto se dieron cuenta de que la aceptación de estas verdades prácticamente minaría la autoridad de Roma, detendría millares de canales que ahora fluían hacia la tesorería y así restringiría el fausto de los dirigentes papales. El enseñar al pueblo a fijar su mirada sólo en Cristo para la salvación, derrocaría el trono del pontífice y finalmente destruiría la propia autoridad de ellos. De manera que se aliaron mutuamente contra Cristo y la verdad, oponiéndose al hombre que el Señor había enviado para iluminarlos.

Lutero temblaba cuando se contemplaba a sí mismo: un hombre opuesto a los poderes tremendos de la tierra. “¿Quién era yo –escribe– para oponerme a la majestad del Papa, ante el cual... los reyes de la tierra y todo el mundo tiemblan?... Nadie sabe cuánto sufrió mi corazón durante esos primeros dos años y en qué desaliento, y debo decir en qué desesperación, me hallé sumido”.[14] Pero cuando el sostén humano fallaba, el reformador ponía su mirada solamente en Dios. Podía descansar con seguridad en el brazo todopoderoso.

A un amigo Lutero le escribía: “Tu primer deber es comenzar con oración... No esperes nada de tus propios trabajos, de tu propia comprensión; confía solamente en Dios, y en la influencia de su Espíritu”.[15]Aquí hay una lección de importancia para los que sienten que Dios los ha llamado a presentar ante los demás las solemnes verdades para este tiempo. En el conflicto con los poderes del mal se necesita algo más que el intelecto y la sabiduría humanos.

Conflicto cósmico

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