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Precursor de una nueva era

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Dios había puesto la palabra de verdad en la boca de Wiclef. Su vida fue protegida y sus labores prolongadas hasta que se hubo colocado el fundamento para la Reforma. No hubo ninguna persona, anterior a él, cuya obra sirviera de molde para su sistema de reforma. Fue precursor de una nueva era. A la vez, en la verdad que presentaba había una unidad y una totalidad que los reformadores que lo siguieron no superaron y que algunos ni siquiera alcanzaron. Tan firme y segura era la estructura, que no necesitaba ser reconstruida por los que vinieran después de él.

El gran movimiento que Wiclef inauguró, para liberar a las naciones de tanto tiempo de esclavitud por parte de Roma, tenía su fundamento en la Biblia. Esta era la fuente de ese manantial de bendiciones que ha fluido a través de los tiempos desde el siglo XIV. Educado para considerar a Roma como la autoridad infalible y para aceptar con incuestionable reverencia las enseñanzas y las costumbres de mil años, Wiclef abandonó todas estas cosas para escuchar la santa Palabra de Dios. Declaró que la única verdadera autoridad era la voz de Dios hablando por medio de su Palabra, en lugar de que la iglesia hablara por medio del Papa. Y enseñó que el Espíritu Santo es el intérprete de la Palabra.

Este hombre fue uno de los más grandes reformadores, e igualado por pocos de los que vinieron después de él. Pureza de vida, diligencia infatigable en el estudio y el trabajo, integridad incorruptible y amor cristiano caracterizaron al primero de los reformadores.

Fue la Biblia la que hizo de él lo que fue. El estudio de la Biblia ennoblecerá todo pensamiento, sentimiento y aspiración como ningún otro medio puede hacerlo. Da estabilidad de propósitos, valor y fortaleza. Un escudriñamiento ferviente y reverente de las Escrituras daría al mundo hombres de intelecto más fuerte tanto como de principios más nobles, de los que jamás haya producido la mejor instrucción que puede otorgar la filosofía humana.

Los seguidores de Wiclef, conocidos como wiclefitas y lolardos, se extendieron a otros países llevando el evangelio. Habiendo desaparecido su dirigente, los predicadores trabajaron con un celo aún mayor que antes. Multitudes concurrían a escucharlos. Algunos de la nobleza, y aun la esposa del rey, se hallaban entre sus conversos. En muchos países los símbolos idolátricos del romanismo fueron quitados de las iglesias.

Pero pronto estalló una inclemente persecución contra los que habían osado aceptar la Biblia como su guía. Por primera vez en la historia de Inglaterra se decretó la hoguera para los discípulos del evangelio. Un martirio sucedió a otro. Cazados como adversarios de la iglesia y traidores de la fe, los defensores de la verdad continuaron predicando en lugares secretos, mientras hallaban refugio en los hogares humildes, y a menudo escondiéndose en cuevas y cavernas.

Una protesta tranquila y paciente contra la corrupción de la fe religiosa continuó manifestándose por siglos. Los cristianos de ese tiempo primitivo habían aprendido a amar la Palabra de Dios, y pacientemente sufrían por su causa. Muchos sacrificaban sus posesiones mundanas por Jesús. Aquellos a quienes se les permitía que habitaran en sus hogares, alegremente alojaban a sus hermanos desterrados, y cuando ellos también eran desalojados, aceptaban con alegría la suerte de los perseguidos. No fue pequeño el número de los que dieron un valiente testimonio de la verdad en los calabozos y en medio de las torturas y las llamas, regocijándose de ser contados por dignos de participar “de sus padecimientos” (Filipenses 3:10).

El odio de los partidarios del papado no podía quedar satisfecho mientras el cuerpo de Wiclef descansara en la tumba. Más de 40 años después de su muerte, sus huesos fueron exhumados y quemados públicamente, y las cenizas arrojadas a un arroyo vecino. “Este arroyo –dijo un antiguo escritor–, ha conducido sus cenizas hasta el río Avón, el Avón al Severna, el Severna hasta los mares y éstos al océano. Y así es como las cenizas de Wiclef son un emblema de su doctrina que ahora está dispersa por el mundo entero”.[6]

Por medio de los escritos de Wiclef, Juan Hus de Bohemia fue inducido a renunciar a muchos de los errores del romanismo. De Bohemia la obra se extendió a otros países. Una mano divina estaba preparando el camino para la gran Reforma.

[1] Barnas Sears, The Life of Luther [La vida de Lutero], pp. 70, 69.

[2]D’Aubigné, lib. 17, cap. 7.

[3]Augustus Neander, General History of the Christian Religion and Church [Historia general de la religión cristiana y la iglesia], período 6, sec. 2, parte 1, párr. 8. Ver también el Apéndice.

[4] D’Aubigné, lib. 17, cap. 7.

[5]Wylie, lib. 2, cap. 13.

[6]T. Fuller, Church History of Britain [Historia de la iglesia en Inglaterra], lib. 4, sec. 2, párr. 54.

Conflicto cósmico

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