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Indulgencias para la venta
ОглавлениеLa Iglesia Romana hacía un comercio de la gracia de Dios. So pretexto de reunir fondos para la erección de la iglesia de San Pedro en Roma, con autorización del Papa se ofrecían en venta indulgencias por el pecado. Iba a edificarse un templo para el culto de Dios con el precio de crímenes. Fue esto lo que despertó a los más capaces enemigos del papado y los indujo a librar la batalla que conmovió el trono papal y la triple corona de la cabeza del pontífice.
A Tetzel, el funcionario destinado para dirigir la venta de las indulgencias en Alemania, se le habían probado las ofensas más viles contra la sociedad y la ley de Dios; sin embargo, fue usado para promover en Alemania los proyectos mercantilistas del Papa. Este representante papal repetía falsedades deslumbrantes y cuentos maravillosos para engañar a un pueblo ignorante y supersticioso. Si la gente hubiera tenido la Palabra de Dios no habría sido engañada, pero la Biblia había sido prohibida.[8]
Cuando Tetzel entraba en una ciudad, un mensajero iba delante de él anunciando: “La gracia de Dios y del santo padre está a vuestras puertas”.[9] La gente daba la bienvenida al pretencioso blasfemo como si fuera Dios mismo. Tetzel ascendía al púlpito en la iglesia y alababa las indulgencias como el más precioso don de Dios. Declaraba que en virtud de sus certificados de perdón, todos los pecados que el comprador quisiera cometer después, le serían perdonados, y que “ni siquiera era necesario el arrepentimiento”.[10] Aseguraba a sus oyentes que sus indulgencias tenían poder para salvar a los muertos; en el preciso instante en que el dinero llegara al fondo de su cofre, el alma en cuyo beneficio ese dinero había sido pagado escaparía del Purgatorio camino al cielo.[11]
El oro y la plata fluyeron a la tesorería de Tetzel. Podía obtenerse una salvación comprada con dinero más fácilmente que la que requería arrepentimiento, fe y esfuerzo diligente para resistir y vencer el pecado.
Lutero se llenó de horror. Mucha gente que pertenecía a su propia congregación había comprado certificados de perdón. Estas personas pronto empezaron a venir a su pastor, confesando pecados y esperando absolución, no porque fueran penitentes y anhelaran reformarse, sino confiando en la indulgencia. Lutero rehusaba absolverlos, y los amonestaba a que, a menos que se arrepintieran y se reformaran, perecerían en sus pecados.
Esta gente volvía a Tetzel con la queja de que su confesor había rechazado sus certificados, y algunos valientemente exigían la devolución de su dinero. Lleno de ira, el fraile expidió terribles maldiciones, hizo que se prendieran hogueras en las plazas públicas, y declaró que él “había recibido una orden del Papa de quemar a todos los herejes que tuvieran la presunción de oponerse a sus santísimas indulgencias”.[12]