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Hus muere en la hoguera

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Entonces fue conducido hacia afuera. Una inmensa procesión lo siguió. Cuando todo estaba listo para que el fuego fuera encendido, el mártir, una vez más, fue exhortado a salvarse renunciando a sus errores. “¿A qué errores –dijo Hus– renunciaré? No me reconozco culpable de ninguno. Pongo a Dios por testigo de que todo lo que he escrito y predicado ha sido con el propósito de rescatar a las almas del pecado y la perdición; y, por lo tanto, muy gozosamente confirmaré con mi sangre la verdad que he escrito y predicado”.[11]

Cuando se encendieron las llamas en torno a él, comenzó a cantar: “Jesús, hijo de David, ten misericordia de mí”, y así continuó hasta que su voz fue silenciada para siempre. Un celoso partidario del Papa, describiendo el martirio de Hus, y el de Jerónimo, que fue realizado poco tiempo después, dijo: “Se prepararon para el fuego como si fueran a una fiesta matrimonial. No pronunciaron ningún clamor de agonía. Cuando se elevaban las llamas, comenzaron a cantar himnos; y apenas la vehemencia de las hogueras pudo detener sus cantos”.[12]

Cuando el cuerpo de Hus había sido consumido, sus cenizas se arrojaron al Rin, y éste las llevó al océano para que fueran semillas esparcidas por todos los países de la tierra. Aun en lugares en aquel tiempo todavía desconocidos habían de producir abundante fruto en forma de testigos de la verdad. La voz que se oyó en la sala del concilio de Constanza despertaría ecos en todos los siglos venideros. Su ejemplo animaría a multitudes a permanecer firmes frente a la tortura y la muerte. Su ejecución exhibió ante el mundo la maligna crueldad de Roma. ¡Los enemigos de la verdad estaban promoviendo la causa que trataban de destruir!

Sin embargo la sangre de otro testigo debía hablar de la verdad. Jerónimo había exhortado a Hus a mantener el valor y la firmeza, declarando que si cayera en peligro, él se apresuraría en su ayuda. Al enterarse del apresamiento del reformador, el fiel discípulo se preparó para cumplir con su promesa. Sin un salvoconducto se puso en marcha hacia Constanza. Al llegar, se convenció de que solamente se había expuesto a sí mismo al peligro sin la posibilidad de hacer nada por Hus. Huyó entonces, pero fue arrestado y traído de vuelta, cargado de cadenas. En su primera aparición en el concilio, sus tentativas de responder fueron apagadas con gritos: “¡A las llamas con él!”[13]Fue arrojado en un calabozo y alimentado con pan y agua. Las crueldades que rodearon su prisión le acarrearon enfermedad y amenazaron su vida; pero como sus enemigos temieron que la muerte lo librara de sus manos, lo trataron con menos severidad, aunque permaneció preso durante un año.

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