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Wiclef rechaza retractarse

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Pero Wiclef no se retractó. Valientemente mantuvo sus enseñanzas y rechazó las acusaciones de sus perseguidores. Emplazó a sus oyentes ante el tribunal divino y pesó sus falsos argumentos y fracasos en la balanza de la verdad eterna. El poder del Espíritu Santo se hizo sentir sobre los oyentes. Como flechas de Dios, las palabras del reformador atravesaron sus corazones. El cargo de herejía, que habían traído contra él, lo arrojó contra sus acusadores.

“¿Contra quién piensan ustedes que están luchando? –dijo él–. ¿Contra un hombre anciano que está al borde de la tumba? ¡No! Contra la verdad: la verdad que es más poderosa que ustedes y los vencerá”.[5] Al decir tal cosa se retiró, y ninguno de sus adversarios intentó impedirlo.

La obra de Wiclef estaba casi terminada, pero una vez más había de presentar su testimonio en favor del evangelio. Fue citado a juicio ante el tribunal papal de Roma, que tan a menudo había derramado la sangre de personas justas, pero un ataque de parálisis le hizo imposible realizar el viaje. No obstante, aun cuando su voz no había de ser oída en Roma, podía hablar mediante una carta. El reformador envió al Papa un escrito que, aunque respetuoso y de espíritu cristiano, era un agudo reproche a la pompa y al orgullo de la sede papal.

De esta forma presentó ante el Papa y sus cardenales la mansedumbre y la humildad de Cristo, exhibiendo, no solamente ante ellos, sino ante toda la cristiandad, el contraste entre ellos y el Maestro, cuyos representantes pretendían ser.

Wiclef tenía la plena convicción de que el precio de su fidelidad sería su vida. El rey, el Papa y los obispos estaban unidos para conseguir su ruina, y parecía seguro que solamente después de unos meses él iría a la estaca para ser quemado. Pero su valor era intrépido.

El hombre que durante su vida entera había permanecido valientemente firme en defensa de la verdad, no iba a caer como una víctima del odio de sus adversarios. El Señor había sido su protector; y ahora, cuando sus enemigos se sentían seguros de la presa, la mano de Dios lo quitó del alcance de éstos. En su iglesia en Lutterworth, cuando estaba por impartir la comunión, cayó herido por otro ataque de parálisis, y después de un corto tiempo, fue llamado al descanso.

Conflicto cósmico

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