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Traicionados por la diplomacia

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Los dirigentes papales por fin recurrieron a la diplomacia. Se acordó hacer una transigencia, y ésta entregó a los bohemios al poder de Roma. Se habían especificado cuatro puntos como condición para la paz con Roma: (1) la predicación libre de la Biblia; (2) el derecho de toda la iglesia a participar tanto del pan como del vino de la comunión y el uso del idioma nativo en el culto divino; (3) la exclusión del clero de todos los cargos seculares y de todo puesto de autoridad; y, (4) en caso de crímenes, la jurisdicción de las cortes civiles sobre el clero y sobre los legos por igual. Las autoridades papales estuvieron de acuerdo en que los cuatro artículos debían ser aceptados, “pero el derecho de explicarlos... debía pertenecer al concilio. En otras palabras, al Papa y al emperador”.[20]Roma ganó por simulación y fraude lo que no había podido ganar por la guerra. Colocando su propia interpretación por encima de los artículos husitas, así como por encima de la Biblia, pudo pervertir el significado para cumplir sus propósitos. Un gran número del pueblo de Bohemia, viendo que sus libertades habían sido traicionadas, no aceptó el convenio. Surgieron disensiones y luchas entre los bohemios mismos. El noble Procopio cayó, y las libertades de Bohemia perecieron.

De nuevo los ejércitos enemigos invadieron Bohemia, y los que permanecieron fieles al evangelio fueron objeto de una sangrienta persecución. Sin embargo, su firmeza era inconmovible. Aunque obligados a buscar refugio en las cavernas, seguían reuniéndose para leer la Palabra de Dios y unirse en su culto. Por medio de mensajeros enviados secretamente a diferentes países llegaron a saber que “en medio de las montañas alpinas había una iglesia antigua, que se fundaba en las Escrituras, y que protestaba contra las corrupciones idolátricas de Roma”.[21]Con gran gozo, se inició correspondencia con los cristianos valdenses.

Fieles y firmes al evangelio, los bohemios, aun en la noche de su persecución y en la hora más sombría, dirigieron su mirada al horizonte como personas que aguardan la madrugada.

[1]Wylie, lib. 3, cap. 1.

[2]Ibíd.

[3]Bonnechose, The Reformer Before the Reformation [Los reformadores antes de la Reforma], t. 1, pp. 147, 148.

[4]Ibíd., t. 1, pp. 148, 149.

[5]Ibíd., t. 1, p. 247.

[6]Jacques Lenfant, History of the Council of Constance [Historia del Concilio de Constanza], t. 1, p. 516.

[7] Bonnechose, t. 2, p. 67.

[8]D’Aubigné, lib. 1, cap. 6.

[9]Bonnechose, t. 2, p. 84.

[10]Wylie, lib. 3, cap. 7.

[11]Ibíd.

[12]Ibíd.

[13]Bonnechose, t. 1, p. 234.

[14]Ibíd., t. 2, p. 141.

[15]Ibíd., t. 2, pp. 146, 147.

[16]16 Ibíd., t. 2, pp. 151, 152.

[17]Wylie, lib. 3, cap. 10.

[18]Bonnechose, t. 2, p. 168.

[19]Wylie, lib. 3, cap. 17.

[20]Ibíd., lib. 3, cap. 18.

[21]Ibíd., lib. 3, cap. 19.

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