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Praga puesta bajo entredicho

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Las noticias llegaron a Roma, y Hus fue citado para presentarse delante del Papa. El obedecer habría significado una muerte segura. El rey y la reina de Bohemia, la universidad, miembros de la nobleza y altos funcionarios del gobierno se unieron para pedir al pontífice que se le permitiera a Hus permanecer en Praga y responder mediante un enviado. En lugar de esto, el Papa procedió al juicio y a la condenación de Hus, y declaró que la ciudad de Praga estaba bajo censura eclesiástica.

En aquella época esta sentencia producía alarma. El pueblo consideraba al Papa como el representante de Dios, que tenía las llaves del cielo y del infierno y que poseía el poder para tomar medidas divinas. Se creía que hasta que el Papa no quitara el entredicho, los muertos eran excluidos de la morada de los benditos. Todos los servicios religiosos eran suspendidos. Las iglesias se cerraban. Los matrimonios se solemnizaban simplemente en el patio de las iglesias. Los muertos eran enterrados sin ritos en zanjas o en el campo.

Praga se llenó de tumultos. Muchos denunciaban a Hus y demandaban que fuera entregado a Roma. Para calmar la tormenta, el reformador se retiró por un tiempo a su aldea nativa. Pero no cesó en sus labores, sino que viajó por el campo predicando a las multitudes ansiosas. Cuando la excitación de Praga se apaciguó, Hus regresó para continuar predicando la Palabra de Dios. Sus enemigos eran poderosos, pero la reina y muchos nobles eran sus amigos, y el pueblo, en gran número, estaba con él.

Hus había estado solo en sus labores. Pero ahora Jerónimo se unió a la Reforma. En lo sucesivo los dos unieron sus vidas, y no estuvieron distanciados en la muerte. En las cualidades que constituían la verdadera fuerza de carácter, Hus era el mayor. Jerónimo, con verdadera humildad, percibió los valores de aquél y seguía sus consejos. Bajo la dirección de esta unión, la Reforma se extendió rápidamente.

Dios permitió que brillase una luz mayor en la mente de esos hombres escogidos, y les reveló muchos de los errores de Roma, pero no tuvieron aún toda la luz que había de ser dada al mundo. Dios estaba sacando al pueblo desde las tinieblas del romanismo, y lo dirigía paso a paso, conforme a la fuerza de ellos. Como la plena gloria del sol del mediodía en el caso de los que han estado por largo tiempo morando en la oscuridad, la luz en su totalidad los habría hecho retroceder. Por lo tanto, Dios la reveló poco a poco, a medida que podía ser soportada por el pueblo.

El cisma en la iglesia continuó. Tres papas ahora peleaban por la supremacía, y esto produjo muchos tumultos entre los respectivos seguidores. No contentos con arrojarse anatemas, cada uno trataba de comprar armas y obtener soldados. Para ello había que tener dinero, y para conseguirlo se ofrecían en venta oficios y bendiciones por parte de la iglesia.

Con creciente valentía Hus protestaba enérgicamente contra las abominaciones toleradas en nombre de la religión. El pueblo acusaba abiertamente a Roma como la causa de las miserias que agobiaban al cristianismo.

De nuevo Praga se vio al borde de un conflicto sangriento. Como en los tiempos pasados, el siervo de Dios fue acusado de ser “perturbador de Israel” (1 Reyes 18:17, VM). La ciudad de nuevo fue puesta bajo la censura papal, y Hus se retiró otra vez a su aldea nativa. Él había de hablar desde un escenario mayor a toda la cristiandad, antes de deponer su vida como un testigo de la verdad.

Se reunió un concilio general que debía sesionar en Constanza (al suroeste de Alemania), convocado de acuerdo con el deseo del emperador Segismundo por uno de los tres papas rivales, Juan XXIII. El papa Juan, cuyo carácter y conducta no soportaban la investigación, no se atrevió a oponerse a la voluntad de Segismundo. Los principales objetivos a conseguirse eran solucionar el cisma de la iglesia y desterrar la “herejía”. Los otros dos antipapas fueron citados para presentarse, y también se requirió la presencia de Juan Hus. Los dos antipapas fueron representados por sus delegados, y el papa Juan concurrió con mucho recelo, temiendo que se le pidiera cuenta de los vicios con que había corrompido la tiara y de los crímenes por medio de los cuales la había conseguido. Sin embargo, hizo su aparición en la ciudad de Constanza con gran pompa, asistido por eclesiásticos y un séquito de cortesanos. Sobre su cabeza había un palio de oro, sostenido por cuatro de los principales magistrados. Se llevaba delante de él la hostia, y las ricas vestiduras de los cardenales y de los nobles constituían una imponente ostentación.

Mientras tanto otro viajero se acercaba a Constanza. Hus dejó a sus amigos como quien nunca va a encontrarse de nuevo con ellos, sintiendo que su viaje lo conducía a la estaca de la hoguera. Había obtenido un salvoconducto del rey de Bohemia y también uno del emperador Segismundo. Pero hizo todos sus arreglos en vista de la probabilidad de su muerte.

Conflicto cósmico

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