Читать книгу Conflicto cósmico - Elena G. de White - Страница 36
Jerónimo se arrepiente y tiene nuevo valor
ОглавлениеPronto fue traído de nuevo ante el concilio. Su sumisión no había satisfecho a los jueces. Únicamente abjurando de la verdad sin reserva alguna podía Jerónimo preservar su vida. Mas ya había determinado confesar su fe y seguir a su hermano mártir hasta las llamas.
Renunció a su primera retractación, y estando a punto de morir, solemnemente exigió la oportunidad de hacer su defensa. Los prelados insistieron que él sencillamente afirmara o negara los cargos hechos contra él. Jerónimo protestó contra una injusticia tan cruel. “Me han mantenido en silencio durante 340 días en una terrible prisión –dijo él–; ahora me traen delante de ustedes, y prestan atención a mis mortales enemigos mientras se niegan a escucharme... No falten a la justicia. En cuanto a mí, soy solamente un pobre mortal; mi vida es sólo de poca importancia, y cuando los exhorto a no proceder a una injusta sentencia, hablo menos en mi favor que en el de ustedes”.[15]
Por fin se le concedió su pedido. En la presencia de sus jueces, Jerónimo se arrodilló y oró para que el Espíritu divino dominara sus pensamientos, con el fin de no hablar nada en contra de la verdad o que fuera indigno de su Maestro. Para él ese día se cumplió la promesa: “Cuando os entreguen, no os preocupéis por cómo o qué hablaréis; porque en aquella hora os será dado lo que habéis de hablar. Porque no sois vosotros los que habláis, sino el Espíritu de vuestro Padre que habla en vosotros” (S. Mateo 10:19, 20).
Por un año entero Jerónimo había estado en un calabozo, sin poder leer o aun mirar. Sin embargo sus argumentos fueron presentados con mucha claridad y poder, como si no hubiera sido perturbado por la imposibilidad de estudiar. Él señaló a sus oyentes la larga línea de santos hombres condenados por jueces injustos. En casi cada generación, los que trataban de elevar al pueblo de su época habían sido despreciados. Cristo mismo fue condenado como un malhechor en un tribunal injusto.
Jerónimo ahora declaró su arrepentimiento y presentó un testimonio de la inocencia y la santidad del mártir Hus. “Lo conocí desde la niñez –dijo él–. Era un hombre excelente, justo y santo; fue condenado pese a su inocencia... Yo estoy listo a morir. No me retractaré ante los tormentos que están preparados para mí por mis enemigos y falsos testigos, que algún día tendrán que rendir cuenta de sus imposturas ante el gran Dios, a quien nadie puede engañar”. Jerónimo continuó: “De todos los pecados que he cometido desde mi juventud, ninguno pesa tan tremendamente sobre mí y me causa tan agudo remordimiento como el que cometí en este lugar fatal cuando aprobé la inicua sentencia pronunciada contra Wiclef, y contra el santo mártir, Juan Hus, mi maestro y mi amigo. ¡Sí! Lo confieso de todo corazón, y declaro con horror que desgraciadamente me turbé cuando, aterrorizado por la muerte, condené su doctrina. Por lo tanto, suplico... al Dios Omnipotente se digne perdonarme mis pecados, y en particular éste, el más monstruoso de todos”.
Señalando a sus jueces, dijo firmemente: “Condenaron a Wiclef y a Juan Hus... Las cosas que ellos han afirmado, y que son irrefutables, yo también las pienso y las declaro, igual que ellos”.
Sus palabras fueron interrumpidas. Los prelados, temblando de rabia, clamaron: “¿Qué necesidad hay de mayor prueba? ¡Hemos contemplado con nuestros propios ojos al más obstinado de los herejes!”
Inmóvil frente a la tempestad, Jerónimo exclamó: “¡Qué! ¿Suponen que yo temo a la muerte? Me han mantenido un año entero en un terrible calabozo más horrible que la muerte misma... No puedo expresar mi asombro hacia una barbarie tan grande contra un cristiano”.[16]